domingo, 1 de mayo de 2011

Buen Camino



I

“¡Hola, Camilo! Qué alegría le vas a dar a tu abuelo cuando te vea… Tan refunfuñón que estaba, hoy sí que le va a salir un día redondo…”. El chico entra en el vestíbulo de la residencia “La Experiencia”. Carga una mochila. Se desengancha los auriculares. Venía con la música puesta a tope. Gran contraste entre la potencia musical que traía y el sordo silencio que flota en el edificio. “Qué tal, Sara… ¿está mi abuelo en el salón?”. “…pues me parece que no, que vas a tener que buscarlo en su habitación y sacarlo de las orejas hacia fuera, hacia el patio a ver si le da un poquito el aire y el solecito”. “Vamos a ello”, contesta él subiendo al ascensor.

Dos toques suaves en la puerta. Camilo entra. El abuelo no lo ha oído. Está en la silla de ruedas, de cara al ventanal, que a su vez da al balconcito que da a la calle. Contraluz en su rostro. No, no lo ha oído, pero lo reconoce al instante cuando, con cuidado para no asustarlo, le toca el hombro. Sonríe. “Perdona que no me levante, como decía Groucho”. Se le iluminan los ojos. Le brillan. “Qué tal estás”. “Aquí no me aburro, no me dejan”. Descarga la mochila encima de la cama. Debe de pesar un quintal, porque el colchón se hunde. Le ofrece asiento. Camilo la rehúsa, prefiere estar de pie. “Tienes poca luz, ¿subo la persiana?”. Mejor que no. El resol le molesta. Están unos minutos así, en silencio. Repasan lo cotidiano. Qué has comido. “Lo que más te gusta a ti, toda la cebolla de la ensalada”. Qué tal duermes. “De día bien”. Camilo salta de pronto: “Abuelo, he pensado que nos vamos a ir tú y yo a hacer el camino”. Al abuelo le entra la risa. Y un ataque de tos. “…si no es desde Roncesvalles, ya sabes que yo no me muevo, no me merece la pena”. Camilo abre la mochila. Empieza a sacar cables y conectores. “Ríe, ríe… tú decías que me ibas a llevar un día, pero como veo que no te decides, tengo que dar yo el primer paso…”. Destripa la tele plana que está pegada en la pared. Enchufa. Desenrolla un hilo. Saca una caja con una mini antena. Trastea. “Tú y tus aparatitos electrónicos…. Es algo a lo que nunca llegué… me he quedado estancado en los libros de papel”. Camilo conecta. Prueba. Van saliendo canales en la tele. Rayas. Uno. Teletiendas. Otro. Más anuncios. “Mira, abuelo: es muy fácil”. Le entrega el mando de la tele. “Cuando termines de comer, te subes, y en vez de ponerte la vuelta ciclista, de tres a cuatro de la tarde, más o menos, buscas el canal diez, veinte o treinta. Cualquiera de los tres”. El abuelo aprieta. En la tele no aparece más que una pared gris. “Ahora no se ve… pero estos canales van a una cámara que tengo puesta en… esta gorra”. Camilo se encasqueta la gorra azul. “…y tú vas a ver lo que yo vea… y vas a oír lo que yo oiga y lo que yo te cuente… “. El abuelo levanta las cejas. Aprieta el mando fuerte. “¿Alguna pregunta?”. El abuelo mira la tele. Se ve a sí mismo, porque el nieto con la gorra puesta le enfoca a los ojos: “Sí… ¿cuándo decías que nos vamos? Es por mirar la agenda”.

II

“Hale hop. Pues ya estamos aquí, abuelo. Probando, probando. Espero que la recepción de la señal sea la correcta. El día ha salido especialmente duro. Porque, como podrás comprobar, llueve. Pero contábamos con eso. Total, es un poco de sirimiri que viene bien para refrescar las ideas. Abuelo… ¿has visto lo espectacularmente verde y frondoso que está todo esto? Por donde mires. Fíjate en la panorámica. Y eso que no hay mucha visibilidad. No, no creas. Parece que voy solo, pero somos muchos andando en el camino. Cuidado, vienen bicis. He de estar atento, porque hay peligro cierto de que se me lleven por delante. Van zumbando…”. Ring, riiiiiiing. “¡Buen caminooooo!”. “¡Buen camino! Éste el grito de guerra. Aquí todos están a lo mismo. Espera, espera, voy a saludar a éstos que se han parado a recuperar fuerzas. Hola. Hola. Es que voy con mi abuelo, que os está viendo. ¿Podríais por favor saludarle? Lo que me temía. Son guiris. Los hay a patadas. No me entienden ni jota. Probaré con estos otros. Hola, hola. Voy con mi abuelo. ¿Os importaría saludarle?”. Ahora sí. A la de una, a la de dos, a la de tres; los cinco a la vez. “¡Holaaaaa, abueloooo! ¡Buen caminoooooo!”. “Ha quedado perfecto, ¡gracias!”. (…) “Pasito a pasito. Lo que más me destroza las piernas son las bajadas, no las subidas. Hay que ir echando el freno”. (…) “Y van apareciendo los mojones a nuestro paso. Éste es el 100. Mira. Cada vez nos quedan menos para llegar. Pero aún falta mucho. Voy un poquito rezagado. Pero contento. Según pasemos por los sitios de referencia intentaré que me pongan el cuño también en tu papelito. Vamos juntos en esto”.(…) “¡Atención, vacas!. Ufffff, impresiona verlas tan cerca…”. Piripipí, piripipí. “Abuelo, que me entra un mensaje en el móvil. En vivo y en directo. Anda, mira: Es tuyo. Espera…. Lo leo. “Éxito de audiencia. Habitación llena mirando tu retransmisión. Es como si yo estuviera ahí, a tu lado. Abrazos. Buen camino. Tu abuelo”.(…) “Ejem: ¡Muchos saludos a toda la peña de “La Experiencia”…! De eso se trataba, abuelo, de ir juntos, ¿no…?”.

III

“Houston, tenemos un problema. Hace días que no recibo la señal de retorno, pero quiero pensar que mi emisión sí llega a su destino. Yo sigo transmitiendo. He salido de la nave en busca de fuentes de energía y provisiones. El radar las detectaba muy próximas al área en que me encuentro. Las necesito urgentemente. Los sensores calcularon mal. La fuerza de la gravedad es diez veces superior a la de la Tierra. Y ahora estoy prácticamente clavado al suelo. Me cuesta horrores avanzar un solo paso. Apenas he puesto lo imprescindible, pero la mochila pesa… un huevo. Y parte del otro. Pero lo peor es lo del aire en esta atmósfera. Su inhalación me descompone por momentos. Debe ser que el filtro de la máscara está ya muy saturado. Hablando claro, Houston, me voy por la patilla. Veo váteres por todos lados. Y eso es señal inequívoca de que estoy empezando a tener alucinaciones…”.

IV

“¡Pero Abuelo! ¡Qué sorpresa!”. “Qué pasa, Camilo, ¿te extrañas de verme?”. “Hombre, la verdad, que estés aquí me extraña un poco, sí”. “A ver… ¿quién es el mayor caminante de la familia?”. “Sin discusión: tú”. “Pues ya está, aquí me tienes… Íbamos juntos en esto, ¿no?”. “Me pillas un poco chungo, abuelo, muy jodido”. “Ya, ya te veo…”. “Además me he desorientado… todas las estrellas me parecen iguales”. “Bueno, eso es más serio. Pero, venga, no tienes tiempo para lamentarte ahora. Dame la mano. Sin miedo. Si te caes, te levantas. Si te vuelves a caer, te vuelves a levantar. Como siempre has hecho. No vas a ser menos ahora. Vamos, Camilo, agárrate bien de mí, arriba. Hale hooooop”. “Jo, qué fuerte estás, abuelo”. “Je, je… Y eso que hoy no había cebolla”. “…los de La Experiencia te estarán buscando…”. “…ya me encontrarán, tú no te preocupes… ¿estás mejor?”. “Mucho mejor… y ahora, ¿por dónde tiramos?”. “Busquemos las flechas amarillas y los mojones. No hay pérdida”. “Por ahí entonces…”. “Buen camino, querido Camilo”. “Buen cami… ¿Abuelo? ¿Abuelo…? ¡ABUELOOOOOO…!”.

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