domingo, 24 de febrero de 2013

Mientras respires



I
Frío en la noche. Las dos mujeres hubieran cruzado el paso de peatones en rojo. Pero justo ahora venía una ristra de coches a toda paleta y han tenido que frenar en seco junto al bordillo. Apenas se han mirado una a la otra. Sí, se conocen de vista. De verse por Mediavilla. Una aprovecha para ajustarse la bufanda. La otra sopla sobre sus manos juntas para darles un poco de calor. Van muy ensimismadas. Estiran el cuello. Por la angustia en sus rostros, por cómo agudizan la vista, se diría que buscan a alguien. ¡Ya!: Nadie por un lado, nadie por el otro. Se lanzan a la calzada apresuradamente. Y, cada una por una acera distinta, se internan, avenida arriba,  prosiguiendo su búsqueda.

II
“Me vas a oír, Raimon, cuando te encuentre, me vas a oír. Menudo susto llevo en el cuerpo… llevo ya dos horas buscándote… Por favor, por favor, que estés ahí en la Avenida… que no se te haya pasado ninguna locura por la cabeza… por lo que más quieras… Que, si no te encuentro aquí, lo único que me queda es ir a la comisaría y denunciar que te has ido de casa sin decir nada, sin coger el móvil, y que te has ido con pensamientos malos… A ver cómo te digo que no pasa nada porque se nos acabe el paro el mes que viene y no te hayan llamado de ningún sitio aún… Raimon… que nos apañaremos, con lo que sea, de verdad, nos apañaremos, ya lo verás. Al niño no le hagas ni puñetero caso por lo que te ha dicho. Yo ya he hablado muy seriamente con él. Ya sabes cómo es. Las suelta pero no las piensa. Raimon, Raimon, aquí tampoco te veo… ¿dónde narices te habrás metido…? Raimon… que no hay mal que por bien no venga… porque ahora ya sabes a ciencia cierta quiénes son tus amigos de verdad y quiénes estaban por puro interés a tu lado… Cariño, con lo que vales, te cogerán para trabajar de lo que sea, no hace falta que de lo mismo… más pronto que tarde… Y, oye, también estoy yo, aunque no quieras… que con lo que me van pagando podemos aguantar… Que tenemos todavía mucho para ir tirando… ¿Tú sabes cuál es la única joya, la única,  que no vendería nunca por nada del mundo…? ¡El anillo de cobre que me hiciste cuando nos conocimos! Ése, ése es mi verdadero tesoro. Lo demás lo podemos fundir mañana mismo. Raimon, Raimon, para ti y para mí, saldrá el sol… mientras respires… Mmmm, y esa mujer  que va por el otro lado, ¿a quién irá buscando?”.

III
“Dios mío, sólo nos falta ahora que, con esta rasca que hace y lo flojo que está Ladis, recoja un catarro. Seguro que él me volverá a salir con eso de que para lo que le queda en el convento… Si me dice eso, lo pongo a caldo en un segundo, vamos si lo pongo… Vale, es normal que esté así, pero yo se lo he dicho muy claro también. Y él ha oído a los médicos. De su actitud depende su recuperación… y ahora no puede venirse abajo…  Hemos quedado en que vamos a pelear. Mirándonos a los ojos. Los dos. Por favor, por favor, que todo salga bien, que la puta lista de espera salte por los aires… y que… ¡Joder, en toda la avenida no se le ve! ¿Dónde se habrá metido si ya no queda más pueblo donde esconderse?  Yo sé que él sufre mucho, que lo pasa muy mal… pero egoístamente lo veo, y mientras lo siga teniendo a mi lado… pienso, da igual que casi no se valga, lo importante es eso, estaremos bien… mientras respire. Mmmm… y esa señora que corre también por la otra acera, ¿a quién andará buscando?

IV
Al final de la Avenida, dos hombres llevan sentados bastantes minutos, cada uno en una esquina del mismo banco. Absortos. Con la vista fija en el infinito. El viento frío sacude sus mejillas acartonadas, sin hacerles mella. Están muy quietos. Parecerían estatuas de bronce, de estas que adornan las villas turísticas. Pero no. De tanto en tanto, uno u otro, lanza un hondo suspiro. No son estatuas. Respiran.

V
Avanza la noche. Un deportivo rojo entra en la Avenida lentamente. Respeta pues la Zona 30. En su equipo de audio, una de Maná, “…vivir sin aire”. Ella señala el termómetro digital. “Con estos cuatro grados cargados de humedad hasta los pingüinos necesitan chaquetón… ¡En la Avenida no se ve a nadie!”. Él la corrige: “Nadie, nadie, no… ¡Mira, mira, mira esas dos parejas de tórtolos talluditos, lo abrazaditos y acarameladitos que van… je, je, je, qué poco sentido del ridículo, ni que fueran unos quinceañeros!”.

domingo, 17 de febrero de 2013

El periodista que no seré




I
Hoy nos han puesto el trabajo del mes en Lengua. Y la señorita Teresa se ha pasado no cuatro, sino cuarenta pueblos. Quiere que hagamos una entrevista a un personaje. Nos pide que saquemos al periodista que llevamos dentro. Espera de nosotros preguntas inteligentes. Lo valorará todo. Y avisa que puntuará tres puntos para la nota final. La protesta de la clase ha sido general. “¡Oiga…! ¿Cuándo cree que lo vamos a poder hacer? ¡Tenemos más asignaturas, no está sólo ésta…!”.  Entonces ha puesto esa cara suya de bruja que nos acojona a todos, ha guardado la carpeta en su bolso gigante y ha dado por terminada la clase. Según me levantaba yo, con mi mochila a cuestas, me ha llamado y me ha señalado con el dedo: “Oye, Corrales, nada de inventar, ¿eh?”. Glup. Pero cómo narices sabía ella que yo estaba pensando en entrevistar a Jaime I, confirmando la leyenda de que pasó por Mediavilla, en una lejana tarde de hace ya unos cuantos siglos…

II
Tengo tiempo. Pero aún no sé a quién le haré la dichosa entrevista. Mientras, voy sondeando para ver qué hacen los demás. Le he preguntado a Aquino si ya lo tiene claro. “Por supuesto, entrevistaré a mi padre”. Menudo morro, el Doctor Aquino es Jefe en el Servicio Médico del Hospital La Paciencia de Mardebé.  Seguro que hasta le da una exclusiva: “Ampliaremos tal o cual pabellón”. Brrrrr.  Eso no tenía que valer. Mientras, yo, seguiré estrujándome los sesos…

III
En el Ayuntamiento, te digo yo que te pierdes. Entrando a mano derecha, hay unos señores mirando atentamente sus pantallas de ordenador. “Un momento”, me ha dicho el primero. Cuando ha tenido a bien, ha girado la cabeza para atenderme. Yo le he explicado a lo que iba: “… quisiera entrevistarme con la Alcaldesa”. Esperaba que me hiciera preguntas. Quién eres. Mire, soy fulanito. Para quién. Mire, para el Periódico El Colegio Exprés. No, no, nada de eso. Ha abierto un cajón. Ha sacado un impreso. Me lo ha puesto encima del mostrador y me ha indicado: “Rellena esta instancia”. Me he quedado unos minutos en blanco. Esto, esto… ¿por dónde se empieza?

IV
He quedado atrapado en la puerta giratoria  de la Caja de Ahorros. Y una voz me ha advertido que tengo que depositar los objetos metálicos en el exterior. Vuelta a salir. He vaciado los bolsillos. Las llaves de casa. La calderilla. Vuelta a entrar. La de la ventanilla me ha visto dudar. Con mi libreta de una raya. Con mi bic. Ahora por dónde. “Mmm… esto yo… tengo que hacer un trabajo muy importante en el colegio y quisiera entrevistar al director de la oficina”. Yo no le he visto la gracia al asunto, así que no sé de qué se ha reído la tía capulla. “Chico, lo siento, pero él está ocupado y no tiene tiempo para dedicarte”.

V
Cuando me cruzo con la señorita Teresa en el patio, ella me mira como diciendo: “Corrales, Corrales: espero mucho de ti”. Yo esquivo esa mirada. Agacho la cabeza y me entran todos los males. Porque se agota el tiempo y no sé a estas alturas a quién le lanzaré mis preguntas.

VI
Yo le cogería el Sanyo a mi padre. Para grabar la entrevista que haré, aún no sé a quién, como hacen los de verdad, con el micrófono en la mano. Pero, primero, me la cargo si se entera de que lo he cogido. Segundo, tengo que cogerle cinta de cassete. Y tercero, las pilas están gastadas. Conclusión: El Sanyo se queda.

VII
Me acabo de cruzar en la escalera con mi tío Eliseo. “Hola, tío”. “Hola”. Mmmm. Un momento. Una persona que ha recorrido medio mundo trabajando. Que conoce un montón de países. Que habla, que habla… ¿hablará mi tío más de un idioma? ¡Éste es mi personaje! Doblo en redondo. Subo de dos en dos. Lo llamo. Me escucha. “Espérame bajo, si te parece, me preguntas todo lo que quieras saber de camino a Mardebé”. Uaaaaauuhhhh. Tacho de la libreta las preguntas generales que tenía preparadas. Bajo de tres en tres los escalones. Y, apoyado en la puerta de su 600, le espero bajo.

VIII
“Sube”, me indica mi tío Eliseo. ¿Yo? ¿Yo delante? Bien. Allá voy. Hacia nosotros viene ahora un policía municipal. Con la gorra y la cachiporra. Qué querrá. “¿Valentín Corrales?”, nos pregunta. De repente, me entra un temblor. Mi tío se extraña: “Valentín, chico… ¿pero qué has hecho?”. “¡Yo no he hecho nada, de verdad… ¡“. El municipal, con tono grave, enuncia: “…la alcaldesa me envía para recogerte, porque atenderá tu solicitud de entrevistarla”. De repente, el dilema. El corazón a cien. Mi tío me mira. Yo miro al suelo. Y el poli apremia: “¿Vienes, chaval? No tenenemos todo el día…”. “Mmmm…. Lo siento, señor. Mis disculpas a la alcaldesa. Ahora tengo que salir con mi tío”. Gesticula el agente. Se rasca la cocorota tío Eliseo, que va a tener que contestar, mientras conduce, a las preguntas de su curiosón sobrino. Mientras el coche arranca y subo la ventanilla, me acuerdo de la señorita Teresa, y de que esto que acabo de hacer es justo lo contrario de lo que hubiera decidido el gran periodista que no seré. 

domingo, 10 de febrero de 2013

Tiempo de retornos



I
Arranca el Lunes. Leopoldo se sube el cuello del chaquetón cuando sale a la calle. Es de noche aún. Y el ambiente es frío, húmedo y ventoso. Baten los toldos, golpean las contraventanas y se zarandean los desgastados carteles electorales que penden de una cuerda entre las farolas a ambos lados de la calzada. Poldo aprieta fuerte la bolsa. Ahora ya no lleva aquellas envidiadas fiambreras con esponjosas tortillas y variadísimas ensaladas. Hoy, una barra de pan congelado, unas lonchas de salami envasado al vacío, otras de queso envueltas en papel de plata y una lata de cerveza marca blanca. A Leopoldo le pesa el cansancio y anda entumecido. Se acostó tarde. Ayer hubo elecciones locales y quería saber cómo había quedado el escrutinio en Mediavilla. Aunque todos le parecieran iguales, sentía curiosidad. Desde el dormitorio escuchó una estruendosa traca de celebración. “El pirotécnico sabía que, pagaran unos o pagaran otros, los fuegos artificiales se disparaban seguro”, murmuró. Pero quiénes cantaban victoria. Lo confirmó en el teletexto. Había ganado Zarzo. Y con mayoría absoluta. Vaya sorpresa. Un ex alcalde que parecía acabado políticamente emergía de nuevo, después de haber sido vituperado, vapuleado y barrido en las urnas anteriores. Mientras camina en la madrugada acera arriba, vigilado por las miradas que el fotoshop maquilló  en el retrato amable de las propagandas “ZARZO, SÍ”, Poldo apenas dedica un minuto a la nueva municipalidad. El retornado alcalde electo seguirá seguro con más de lo mismo. Lo cambiará todo para dejarlo todo igual. Eso sí; mientras cambia todo eso, ojalá que él, siga por mucho tiempo levantándose a las cuatro y pico de la mañana y siga por mucho tiempo saliendo en días de perro como éste, camino del trabajo.

II
Es un rumor. Leopoldo lo ha escuchado en la media hora del almuerzo, mientras abre el pan con la navaja para rellenarlo con el fiambre. “Dicen que vuelve el General”. “Pero cómo va a ser eso”, se extraña él, “si hace casi dos años que le dieron la pasta, la patada y lo retiraron”. “Ya, ya, pero eso es lo que se ha oído”. Entonces se mezclan conjeturas. Le calculan la edad. “No es muy mayor. Andará por los sesenta, si llega. Lo que pasa es que aparentaba más”. Buscan argumentos que puedan justificar su regreso. Del lado de los partidarios. Que si la productividad cae. Que si la fábrica es un caos. Que si nadie tiene su experiencia. Del lado de los detractores. Que si ahora hay mucha tecnología nueva. Que si habla sólo castellano y lo justo. Que si ya está el nuevo director trabajando a su manera y saltarán chispas entre ambos. Cuentan con la boca llena. Levantan la voz. Los más jóvenes, que no saben de quién se está hablando, preguntan: “Y quién coño es ése”. “El General, tío, el General. Ya te enterarás cuando lo tengas enfrente”. “No será para tanto… “. Leopoldo se pone en pie. Encesta el papel en la papelera. “Eh, Poldo… cómo es que ya no traes esas fiambreras tan espectaculares”, le espetan. No contesta. Sale hacia la planta. A seguir. De camino, se cruza con los informáticos que entran en un despacho vacío cargando entre dos un pesado ordenador. “¿Para quién es eso?”, se interesa. “Para el General”, le confirman. A Leopoldo se le iluminan los ojos. Es, pues, verdad que regresa una de las personas que siempre han confiado en su trabajo, en un entorno en que la desconfianza todo lo invade.

III
El del “Kiosko de Pi” va por la tercera estrategia. Cuando empezó a ver al tipo ése que viste el mono de la fábrica lo saludaba. Amigablemente. Le comentaba incluso alguna noticia llamativa de las portadas. Y acababa preguntándole, “…qué, ¿buscabas alguna en concreto?”.  Pero nada. Ese jeta miope llegaba siempre sobre la misma hora. Se arrimaba, se plantaba delante del parabán con los periódicos y se leía todas las primeras páginas, anuncios incluidos. Sin salir de su abstracción, contestaba con monosílabos, “sí”, “no”; y al cabo de bastantes minutos se largaba… y no compraba nada. Lo siguiente para el kioskero fue ignorarle. Como si no estuviera. No hacerle caso ni aprecio. Como si lloviera. Esta segunda táctica fue peor, porque el lector morrudo se sentía más a sus anchas e incluso se atrevía a abrir la paginita de alguna revista. Ahora, cuando lo ve llegar, lo taladra con la mirada. Fijamente. Como si estuviera fulminándolo. Para que sienta su aliento. Ahí está hoy otra vez. Enterándose de los resultados de las elecciones de ayer. Sí, como siempre, han ganado todos y todos están contentos como unas pascuas. El del mono de la fábrica, evidentemente, es Poldo. Absorto, lee entre líneas otra noticia destacable. “El Mardebé Club de Fútbol vuelve a confiar en Perales”. “Perales retorna al club”. “Perales, capaz de volver a la senda del triunfo”. No pestañea. Aquello, aquello… tiene que querer decir algo. Ya es mucha casualidad para un mismo día. Hurga en su bolsillo. Saca un euro y pico. Toma el periódico. Y deja al kioskero al borde del síncope y fuera de juego. Luego, con la prensa doblada y cogida por el  antebrazo, sale acelerando el paso. “…tiene que ser eso: tiempo de retornos”, murmura con los ojos humedecidos. “Por favor, por favor…”, suplica. Como el Zarzo. Como el General. Como Perales. Igual, igual que las flores de los almendros, que también vuelven en Febrero. Cruza por el paso de cebra, y ya va corriendo. Y espera cuando llegue a casa, tiene que ser así, encontrar la puerta abierta, la luz encendida… y que esté ahí de regreso, sin importar ni dónde ha estado ni cuánto tiempo ha transcurrido desde que dejó su vida vacía.

domingo, 3 de febrero de 2013

Palabras en el viento



I
Hablaré con él. No quiero que Simoneta cargue con una culpa que no tiene. Si me enteré de aquella conversación entre ellos dos, no fue ni mucho menos porque ella viniera corriendo a contármela. “Ya me dirás cómo fue entonces, si sólo lo sabíamos ella y yo, y en lo que a mí respecta he estado callado como una tumba...”, me soltará Luca con esa sonrisa cínica que le sale sin querer. Bueno, se lo tendré que explicar. Que las palabras, a veces, flotan en el aire. Que luego, son arrastradas por el viento. Y que yo, sí yo, soy capaz de escucharlas. Me mirará él como si estuviera delante de una chiflada peligrosa. Pero serán sólo unos segundos. Se quedará impactado, aturdido. Entonces le añadiré, como botón de muestra, que estoy un poquito harta de que se refiera a mí, a mis espaldas, como “Mari Cásper, esa fantasmilla”. Eso le pillará en fuera de juego. Se preguntará: “Y ésta cómo coño lo sabe”. Aprovecharé su aturdimiento para repetírselo: “Ya te lo he dicho, Luca: escucho palabras en el viento”.

II
Ahora Luca me mira de otra manera cuando nos cruzamos en el pasillo de la oficina. Con cierto miedo. Con respeto. Con falsa dulzura también. No me ningunea. Me da un poco de risa la extrañísima afonía que le ha sobrevenido últimamente. “Es crónica”, explica a quien se interesa por sus problemas vocales. “Y es intermitente”, añade cuando se olvida que la tiene y se le escapa su potente vozarrón. Para mí que piensa que las palabras susurradas pesan menos y pueden escaparse de la acción del viento. Sin fundamento, claro.

III
Me imaginaba que Luca tramaba algo. Hoy ha venido hasta mi mesa. Me ha enseñado una nota. “A las cinco, en el Liberto”. Ha esperado mi confirmación. “De acuerdo”, le he dicho. Luego, ha arrugado la nota y se la ha guardado en un bolsillo que,  por cierto, tiene a reventar con todos los papelitos que le escribe a Simoneta. De qué va éste. Me tiene intrigada. 

IV
Música a tope en el local. Retumban los altavoces. He llegado diez minutos tarde, para no ser la primera. Me levanta el brazo. Lo veo. Allá voy. Café para él. Infusión para mí. “Por qué me has hecho venir aquí,  Luca”. Carraspea. Luca no quería que sus palabras quedaran flotando entre las paredes de la oficina. Y me cuenta. Mañana hay comité de dirección.  Él no está invitado. Pero quiere saber. Necesita saber. Dice que, como yo sé escuchar, cuenta conmigo. Míralo. Ahora pone cara de angelito.

V
Comité de Dirección a las once. Van pasando todos entrajetados. Dedico sonrisas y saludos a diestro y siniestro. Cuánto jefazo junto. Yo qué hago aquí, al otro lado de la pared de la sala de reuniones.

VI
He pedido permiso para entrar. Luca se levanta, “adelante, adelante, pasa por favor”. Está inquieto, nervioso, expectante. ¿Y bien? Creo que le voy a defraudar. Porque voy a poner las cosas en su sitio. Voy a referirle una explicación lógica y verosímil para un hecho extraordinario. “Luca… ¿tú te acuerdas de la conversación que mantuvisteis Simoneta y tú hace unas semanas?”. Afirmativo. Claro. Cómo no. Por supuesto. “Bueno… Casualmente, ejem, yo, estaba en el baño, con unos retortijones que me moría… y vosotros hablábais justo, al otro lado de la puerta… Imposible no enterarme de lo que decíais”. Luca empalidece. Contiene la respiración. Se siente un poco como lo que parece ser. Como un cretino. Diez segundos antes de que me eche fuera y señale la puerta con su dedo tembloroso, yo ya voy saliendo. Le sale un potentísimo: “¡Fuera de aquí!”. Nada afónico, por cierto.

VII
Me empuja el viento con fuerza. Se inundan de oxígeno mis pulmones. Mi pelo va de parte a parte. Tengo la sensación de que, si doy un salto, la racha de aire me levantará y saldré volando. Los juncos que crecen salvajes a ambos lados de la carretera se doblan fustigados por un huracán creciente. Las nubes pasan aceleradas. En un día como éste, siendo muy niña, caminaba junto a una pared. En un día muy parecido a éste, el vendaval se me llevó, me arrastró kilómetros y kilómetros y tras un trayecto  indeterminado terminó posándome muy suavemente en el tejado de una casa. Desde arriba, vi la tierra pequeñita. Y viajé con las palabras disueltas en la corriente de aire. Desde ese día tan parecido a éste, sí, no es broma, las escucho nítidamente. Todas juntas suenan a quejido de la humanidad. Ahora dejo que el papel con mi despido procedente por falta muy grave se vaya volando hacia el cielo para que aterrice más tarde en un tejado cualquiera. Un momento. Shhhh. Es que, con el silbido del aire, me llega el eco de Luca. Inconfundible, sigue diciendo: “Je, je… la fantasmilla ésta, la Mari Cásper, se habrá creído que yo me había tragado la milonga de lo de las palabras en el viento…”. HUIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII. “… palabras en el viento….”. HUUUUIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII.  “…palabras en el viento”.