domingo, 13 de diciembre de 2015

Mi regalo

I
“No sé lo que quiero”, concluyo con desesperanza. Patro, la de la papelería, me deja de lado un momento para atender a ese señor que acaba de entrar. Quedan en el mostrador las agendas de colores, “la vida es maravillosa”, para que las contemple, para ver si me termino de decidir. No me convencen. Esa alegría desbordante, Laura me ha invitado a su cumple, está empezando a convertirse en angustia. No voy a encontrar nada que le guste. Horror. Voy a quedar peor que mal con ella. Miro alrededor de las estanterias abarrotadas. Entre tantas cosas ahí expuestas tiene que haber algo, algo que me llame. Patro ha abierto la cristalera de las plumas Mont Blanc. El caballero coge una y la mira con detalle, no sea que tenga alguna tara. Tiene que estar perfecta. “…son de la nueva colección”, apostilla ella, tendiéndole un papel para que la pruebe. “Mmmm…. Pesa, tiene cuerpo, y su línea es perfecta”. Ya puede ser perfecta, ya, con lo que tiene que valer, pienso yo. Busca en el bolsillo de la chaqueta. Saca la cartera. Un billete de mil nuevo. Uauuhh, qué verde. “¿Se la envuelvo, señor Hernández?”. “No, no, me la llevo puesta”. Clinc. Clinc. Caja registradora. El cambio, unos duros. Sopeso mi cartera que no va tan llena. Tiene que ser la repera entrar en un comercio y comprar sin mirar la etiqueta del precio. Tiene que ser. Patro le sonríe de oreja a oreja. Casi una reverencia. Vuelve el silencio a la tienda. Vuelve el olor a papel nuevo. Regresa Patro al mostrador donde la espero. Llevo ahí casi una hora. Y ella, con toda su paciencia, casi me ha destripado todo su género. Me rasco la cabeza. Respiro hondo. “Mejor me lo pienso un poco y vengo mañana… aún tengo tiempo”. “Buena decisión, chico”. A mí también me dedica otra sonrisa. Cuando salgo a la calle oscura y fría pienso que repartir sonrisas sin medir el bolsillo del cliente es la clave del éxito de la Librería-Papelería Patrol.
II
Ya es “mañana”. Y yo estoy de nuevo en Patrol. “Debe haber un equilibrio entre el placer de regalar y el de recibir un regalo”, me dice Patro. Eso mismo pienso yo. Arriba, se alinean las mochilas de Micky y las de muñequitos. Con una escalera, se las hago bajar todas.  Pero, abajo, en el rincón, acabo de descubrir una enorme bola del mundo. Dónde tenía los ojos yo ayer que no la vi. Allá que voy. Allá que me pongo a mirar lo lejos que están de Mediavilla los sitios míticos que se me ocurren. Allá que me imagino que la tierra es de ese tamaño en verdad, y yo soy un gigante que la contempla, que le puede dar vueltas, marearla, hacer que los días duren segundos o parar el tiempo frenándola en seco. Vuelan los minutos entre océanos Pacífico, Índico y Atlántico. Desfilan detrás de mí los clientes de Patrol. La de los rotring. El de los DINA4. El de la goma de nata. “¿Qué, chico? ¿Te gusta?”. Uauhh. Vaya que sí. Pero esto no sería un regalo para Laura. Sería un regalazo para mí.
III
Lo peor que he podido hacer es preguntar. “¿Y vosotros qué le vais a regalar a Laura?”. Jorge porque se apunta a lo que yo compre, “y vamos a medias”. Qué morro. De eso nada. Es “mi” regalo. Boro porque quiere regalarle una gorra “simpática”. Y Pedro, qué peligro, también quiere ir a la papelería Patrol a ver qué encuentra. Y eso que vive en la otra punta de Mediavilla. He salido de casa con un objetivo. Regalo de Laura. He cogido doscientas pelas. El doble del presupuesto inicial. El doble, es decir: todo mi capital. Por ella no me importa. He pensado que, si ya he estado dos veces en la Patrol y no he encontrado nada, por qué no mirar en La Esfera. A lo mejor suena la flauta. A lo mejor allí tienen cosas mejores, diferentes. Hacia allí me he encaminado. Cruzando la vía por el paso a nivel. Según me acercaba, lo he pensado mejor. Uno tiene principios. Si confío en Patro, confío. Lo que no encuentre allí, no lo encuentro en ninguna otra parte. Cómo se me han podido cruzar así los cables. Al abrir la puerta acristalada de la papelería, hay parroquia de bote en bote. Cartulina azul en ristre, ha exclamado al verme: “Chico, qué cara más roja tienes”. Tiene rayos X esta mujer. Casi me lo nota. “Es que he venido corriendo”, le he dicho. Lo siguiente ha sido preguntar que quién es el último. Para ponerme en la cola.
IV
El expositor de libros. “La colección Meridian es fantástica”, ha asegurado Patro. Doy vueltas, y vueltas. Yo sí me llevaría alguno, sí. Pero es que no sé… Laura los debe tener. Laura tiene de todo. Giro alrededor de su eje y miro los libros expuestos. En esas entra el del otro día, el del Mont Blanc. A lo mejor viene a devolverlo. Hago como que sigo mirando los títulos, pero no pierdo ojo de la escena. Señala en la vitrina. Es que se quedó prendado del Waterman, explica. “Buen ojo tiene, señor Hernández… un Waterman es para toda la vida”. Patro abre. Se lo muestra. Lo empuña. Lo mira. Escribe. Éxtasis. “Escribe solo. Es realmente magnífico”. Desde mi escondite intervengo. No me puedo quedar callado. “¿De verdad escribe solo?”. El hombre me mira. “Los bolígrafos y las plumas esconden sus propias historias… nunca escriben lo que quiere la mano que los empuña… hay que tener la suerte de encontrar el adecuado”. Mmmm. “Pues… llévese ese Inoxcrom… me da que toda su tinta es un puro drama”. Patro me mira con cara de póker. “Je, je, qué ocurrencia tiene el niño”. Clinc. Clinc. Cinco duros y le sobran pesetas. “El Waterman, si eso, me lo llevaré la semana que viene”. La misma sonrisa de Patro, “cuando usted quiera, señor Hernández”. Creo que el expositor tiene que ser infinito. Pero no. Después de la cuarta cara, vuelve a aparecer la primera. Estoy por escoger “Un capitán de quince años”, de Julio Verne. Si hubiera sido “Un capitán de doce”, vamos, ni me lo hubiera pensado.
V
Estoy en la situación que no hubiera querido por nada del mundo. No tengo ya margen. Voy a la desesperada. En casa, bronca. “Pero… ¿cómo que aún no le has comprado nada a Laura?”. Me he encogido de hombros. Soy un mago dejándolo todo para el último momento. Patro me ve entrar con su infinita paciencia. Cerraré los ojos, daré cuatro vueltas, me pararé y señalaré un punto diciendo: “me llevo eso”. Y eso, con todo mi cariño, será mi regalo para Laura.
(...)
X
Empujo la puerta de la Papelería Patrol con el hombro. Como siempre, vengas a la hora que vengas, aquí hay gente. “¡Chico!”, se alegra de verme, “¿Le gustó tu regalo a Laura?”. Mmm. La verdad es que no le hizo ni alto ni bajo. Yo había pensado que, por fin, tenía ante mí una gran idea… Qué privilegio tuvo aquel que pudo poner nombre a las cosas al principio de todo. “A esto lo llamaremos una piedra. A  esto, cielo. Y a eso, agua”. Y así con todo. El mismo privilegio quería yo que tuviera Laura con aquel Dimo etiquetador. Esto, cama. Esto, silla. Esto, carpeta que pone “LAURA”. Mientras se probaba como loca aquella gorra “simpática”, me dijo simplemente: “gracias”. Ufff. Cuando se lo cuento a Patro, me dice tratando de animarme: “Los regalos tienen dos caminos… uno, es acabar siendo trastos… otro, convertirse en recuerdos entrañables”. Me resigno. Lo mío será un trasto. Mientras, le digo que vengo a por un inoxcrom tinta roja. Uno que guarde una historia fuerte como la sangre, pienso. Me doy cuenta de que el Globo terráqueo ya no está. “Patro… ¿y la bola del mundo? ¿la has vendido?”. Levanta el dedo índice. “¡Huy te has dado cuenta! ¡Es verdad!”. Va para dentro, para la trastienda. “¡Esa bola ya tiene dueño!”, afirma desde dentro, desde donde anda a saltos. Al salir viene cargada con una enorme caja envuelta en papel de regalo. “…y espero”, me dice mientras me la tiende y me deja más que mudo, “…espero que para él siga el segundo camino, y se convierta en… un recuerdo entrañable”.