I
Hoy hemos vuelto a casa por otro camino. Han venido papá y mamá a recogerme al cole.
“Papi, ¿no trabajas?”. Ha contestado mami por él: “Ya no”. Bien, bien. Yo me
alegro de que vengan los dos. De ir al medio, de la manita de cada uno. De
dejarme caer de golpe para que me columpien. “¡Ander! Que me descoyuntas…
Venga, camina derecho, que vamos a llegar tarde”. ¿Tarde? ¿Dónde? ¿Dónde? Lo he
preguntado cien, mil veces. Sin respuesta. Hasta la puerta de una casa enorme.
Mi madre se ha agachado para ponerse a mi altura. Ojos con ojos. “Nene,
¿quieres quedarte un rato a jugar con un niño muy majo que vive aquí”. Mmmm. Yo
he desconfiado. ¿A jugar? ¿Aquí? ¿Con quién?. “Tiene un montón de juguetes, los tiene
todos”. Mmmm. “¿Y vosotros?” . “Nosotros venimos luego”. Mmmm. No ha habido
opción. A la que han abierto la puerta, me han empujado hacia dentro. Qué
mosqueo. He estirado el cuello. Les he llamado. “EH, EH… ¡NO OS VAYÁIS, QUE PREFIERO IR CON
VOSOTROS…!”. Pero se ve que tenían
tanta prisa que ya no me han oído.
II
Sopa. Otra vez. Mi padre no habla. Mi madre me
pregunta. “Qué, qué tal te lo has pasado en casa de tu nuevo amiguito…”. “Valerio,
se llama Valerio”, le recuerdo. “Eso, Valerio… ¿a que te lo has pasado bien?”.
No contesto. Muevo la cuchara en el caldo. Mi padre interviene. “¿No has jugado?”.
Afirmo con la cabeza. “¿Entonces?”. Respiro. Lo digo o no lo digo. “¿Entonces,
Ander?”. Me salen las lágrimas sin querer. Al final, lo suelto: “Yo, yo quiero
tener también una tele como la de ellos”.
III
Valerio tiene una habitación grandísima sólo con
juguetes. “¡Mira!”. Me quedé en estado de shock cuando me abrió la puerta por
primera vez. Un tren que da la vuelta por las cuatro paredes. Unas pistas de
escalextric con dos puentes y tres chicanes. Y madelmanes… madelmanes tiene por
lo menos quince metidos en una caja. Con todos los complementos. Hay que andar
a saltos por ahí dentro para no tropezar con los coches que hay desparramados….
Aunque también hay que decir que a alguno le falta alguna rueda o tiene las
puertas rotas. “¿Hace una carrera?”. Me encojo de hombros. “Bueno”. “Tú el Cuatrocientos
cinco, yo el Atlantic”. Me ha ganado. He apretado a fondo el mando. Pero su Atlantic
me ha doblado tropecientas veces. “¡Uooo, uooo, uooo!”. Bueno. Yo creo que es
porque el Cuatrocientos cinco tiene el motor reventado. Así, así ya podría.
IV
Lunes, Miércoles, Viernes me llevan a casa de
Valerio. Hoy es Martes. Estoy en la calle. En la puerta de casa. Miro el montón
de arena. Miro la carretera y el túnel que hice el mes pasado. Están medio
borrados. Necesitan una restauración. Me remango el jersey. Me pongo con ello
¿Ves? Eso, eso, no lo puedo hacer en la habitación grande que tiene Valerio en
su casa. No veo yo que sus padres le dejen meter un montón de tierra encima de ese
parquet tan lujoso.
V
Era cuestión de pelusilla. He soplado. He limpiado
los rodamientos del Cuatrocientos cinco. Y en la siguiente carrera el que ha
gritado “¡UOO, UOOO, UOOO!” he sido yo. Le ha dado un rebote que las pistas del
escalextric han volado por los aires. En la segunda cucharada, he contado mi
hazaña en casa y, contrario a lo que esperaba, mamá se ha levantado, ha bajado
el volumen de la tele nueva y ha torcido el gesto: “Ander, tú no le des
importancia a eso, deja que te gane y que se quede contento”. No lo entiendo.
VI
Los Martes y los Jueves, ahora, me llevan a otro
sitio. A casa de Fabri. Fabri tiene jardín. Y una cabaña. Y si no llueve
jugamos fuera. También tiene una mesa de ping pong. Me duelen los riñones de
agacharme a recoger pelotas. Ahora cuando me acueste me ha dicho mi padre que
me dará unos masajes con réflex para que se me pase.
VII
“¿Y mi tebeo? Te lo dejé hace dos semanas… ¿Por
qué no me lo devuelves?”. Me lo pregunta con los brazos en jarras y voz de
enfadado. “…te lo traeré pasado mañana, Valerio… es que aún no me ha dado
tiempo a leerlo”.
VIII
…a las ocho me espera mi madre en la puerta. Habla
con la madre de Valerio. Hablan de mí. “¡…Ander es tan gracioso, tan buen
chico!”. Me dan un poco de vergüenza esos piropos. Noto que me suben los
colores. Cuando vamos por la acera, ella me dice, “sí, ya sé que es un poco
tarde… pero.. ¿te apetece jugar un ratito más con otro niño que ya verás lo
bien que te va a caer?”. Bueno, vale… yo tenía ganas de llegar ya a casa… pero
si es un ratito sólo…
IX
De la manita, con los dos. No sé cómo decírselo.
No sé. Me lo notan enseguida. “Qué te pasa, Ander… ¿no has tenido un buen día?”.
Trago saliva. Respiro hondo. “La seño escribió en la agenda algo para vosotros”.
Busco en la cartera. Mi madre abre por la página de hoy. Lee. Ahora es cuando
me reñirá. Ahora. Se la pasa a mi padre. Lee moviendo los labios. No hago los
deberes. No atiendo en clase. Sólo pienso en jugar y jugar. Quiere hablar con
ellos. Ahora es cuando me riñen los dos. Ahora. Mi padre me mira. “Ander… ¿y si
no juegas ahora, cuándo vas a jugar? Lo más importante, lo primero de todo… es
JUGAR, JUGAR y JUGAR… para lo demás ya tendrás tiempo… ya vendrá todo por
añadidura…”. Me meto el dedo en el oído. Por si no he escuchado bien. Así se
habla. Qué padres más guais. Hoy, Viernes, me toca jugar con Valeriano.
X
Me estaba hinchando ya las narices. Así que hoy no
me he dejado. Entonces Valeriano se ha puesto hecho una fiera. Cómo gritaba el
tío. Ni que lo estuviera yo matando. “Tu obligación en esta casa es hacer lo
que yo te diga… y yo te digo que te dejes ganar”. “Ja, ja”, le replico. Valeriano,
fuera de sí, continúa: “…porque para eso
mis padres pagan a los tuyos… para que hagas lo que a mí me dé la gana”.
FLASSSSSS. Qué dice el tío éste. “Repite eso”. Lo repite, lo subraya. “Pues tú
qué te creías…”. Peor que un mazazo. Siento mareo. Miro alrededor. No, no me lo
pienso. Pies, para qué os quiero. Salgo a escape. Dejo la puerta abierta. Con
todo mi fuelle, con todas mis piernas. Un coche frena. Por poco me pilla. Lo
esquivo. Sigo corriendo. Corriendo. Y ya, ya no me paro hasta que llego al
portal de mi casa y fundo el timbre. Por cierto, la puerta aún se atranca.
XI
Así que sí. Que es verdad. Que papá y mamá se
miran y balbucean explicaciones. “…Tú jugabas, lo pasabas bien, y de paso contribuías
a la economía familiar…”. “…pero bueno, ¿tú quién eres para pedirnos cuentas a
nosotros…?”. No, no sé quién soy. Pero,
en adelante… no iré a jugar nunca más a casa de nadie. Nunca más. Nunca más. Sí:
NUN-CA MÁS.
XII
Ese túnel excavado en la montaña de tierra es mi
obra más arriesgada. Ay, como se hunda... Ahora miro cómo me he puesto el
jersey. Eso no sé si se lava. “¿Ander…?”. UFFF, qué susto. Doy un salto. Me
vuelvo. Es Valeriano. “Jo, tío, avisa: casi me da algo”. Sí, es Valeriano. Hacía meses que no lo veía.
Desde la espantada. Cómo me ha encontrado aquí. Lo mismo lleva un buen rato
mirándome y yo sin enterarme. Lo mismo. “Mmmm… Esto… yo… ¿puedo jugar contigo?”.
Sacudo la arena de las palmas de mi mano. Mmmm. Qué le digo. Qué. Me lo pide
tímidamente. Con cara de lástima. Me muerdo los labios. Venga, sí. Al instante,
se tira en plancha. Se pone perdido. Me hunde el túnel. “Ostras, lo siento, lo
siento…”. “No pasa nada… Vamos a tener que volverlo a excavar”. Nos ponemos
manos a la obra. No sé, espero que nos dé tiempo. Me da una palmada. Menudas
manazas tiene. Espero que el nuevo nos quede mejor y, sacando tierra cada uno
desde su extremo, lo acabemos antes de que se nos haga de noche…
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