domingo, 20 de abril de 2014

Paqui, me he pasado de parada

 
I
Buuuffffff. ¡Pero qué cansado estaba y qué sueño tenía! Me cuesta muuuucho abrir los ojos. Los tengo pegados. Ya faltará poco para llegar. Qué nervios. ¡La cara que va a poner en casa Paqui cuando me vea entrar! Descorro la cortinilla, me asomo por la ventana. Qué de día es. Qué cielo tan azul. Oh, oh. No reconozco el paisaje. Demasiado agreste. Demasiada montaña. Qué hora es. ¿Las once? Imposible. No, no puede ser. Me levanto de un bote. Oh, oh. Tampoco me suena la cara de los que están sentados a mi alrededor en el vagón. Tanto y tan profundamente no he podido dormir. Se me disparan las pulsaciones. Pregunto: “Por favor, ¿para Catrus falta mucho?”. Ponen cara extraña. “¿Para Catrus?”, repito levantando la voz. Niegan con una sonrisa. “¡Mierda, mierda... Mier-da!”,  mascullo mientras avanzo hacia la parte delantera del vagón. Ya me he pasado de parada fijo.
II
“¿Y mi maleta? ¡Estaba aquí, en este descansillo!”. Miro arriba, abajo, a un lado, a otro. Hay otras, pero la mía, con el escudo del Catrus,  no está. “¡Disculpen señores! ¿Alquien ha visto una maleta de color azul marino?”. Silencio absoluto. Aquí cada uno va a su bola. Espero unos segundos. Escruto miradas. Pasan de mí.  “¿Nadie? ¿Nadie?”. Les amenazo: “Buscaré al revisor y entonces ya veremos”.   Pero como si oyeran llover. Con los huesos entumecidos, voy dando tumbos hacia el vagón contiguo, cagándome en todo y acordándome de la madre que parió al que me haya cogido mi pobre maleta azul.
III
Vagones, vagones, vagones. Qué tren más largo ¿Y el revisor? ¿Y mi maleta?
IV
“Chucuchucuchú, saque sus billetes en un día azul”, suena la voz de Ana Belén en la megafonía del tren. Parece que la locomotora aminora la marcha. Al fin, ahí veo al revisor. Lo reconozco por su gorra de plato. No puedo creerlo. Está fumando en la plataforma. Le abordo. Le explico. Mi maleta. Mi parada. Al terminar, le pregunto: “¿Qué puedo hacer?”. El hombre, aspirando una profunda calada y tirando el humo en toda mi cara, responde: “Bajarse ya mismo antes de que le ponga una multa que no pueda pagarme”. Puaggg. Me lloran los ojos. Y casi me asfixio.
V
Mientras se aleja el tren,  en un bucólico atardecer, lo he sacado del bolsillo y lo he encendido. Ha parpadeado  ¿Hay algo más inútil que un móvil sin cobertura? Sí. Un móvil sin cobertura y sin batería. Al cabo de diez segundos, ha mostrado las palabras “sin servicio” y se ha fundido. A ver cómo aviso yo ahora a Paqui, “Paqui, me he pasado de parada y ahora estoy aquí”. Estará muy preocupada.
VI
Toc, toc. “Disculpe, perdone, ¿habla usted mi idioma? ¿puede escucharme, por favor? Mire… sé que es difícil de creer… que esto va a sonar un poco surrealista… pero es que yo iba a Catrus y me quedé dormido… Ahora pienso que igual alguien me ha puesto un somnífero para robarme la maleta, porque ésa es la otra: me la han robado. El caso es que cuando me he despertado, pues se me había pasado la parada… y, si le digo la verdad, que no tengo por qué decirle otra cosa,  no sé dónde estoy, porque aquí tampoco es que se vea ningún cartelito… Por favor, le ruego me diga a qué hora pasa el próximo tren de vuelta, que yo me espero aquí a que llegue… Y, si puede ser, déjeme llamar un segundo a casa para decirle a mi mujer que estoy bien. Y, bueno, por supuesto, cueste lo que cueste, deme un billete hasta Catrus…”.
VII
Quién es el hijoputa que cambió el dinero en mi cartera por billetes del monopoly. Quién.
VIII
Aquí, haciéndose de noche. Aquí, tiritando. Aquí, acurrucado. Y con las manos apretadas. No, no me quiero dormir, no sea que venga un tren que vaya de vuelta. Yo, cuando llegue y pare, me subo sí o sí. Me tiro en plancha. Luego ya veré cómo me las apaño. Me parece que oigo algo. Me levanto. No, nada. Es el viento. Ahora sí que sí. Oigo algo. Me vuelvo a levantar. Tampoco nada. Es mi estomaguito, que de puro vacío, cruje como si fueran a bajar las barreras de un paso a nivel.
IX
No quería dormirme. Pero sí, el cansancio me ha vuelto a vencer. Y, nada más cerrárseme los ojos, una pesadilla de las gordas. Más me valía haberme quedado insomne. He visto a Paqui. Con unas ojeras tremendas. Le han preguntado por mí. Entre sollozos y con la voz muy bajita les ha contestado que es un milagro, que soy el único superviviente, que lograron reanimarme, que ahora estoy sedado, que respiro con ventilación asistida y que sólo cabe rezar y esperar. Se me han puesto los pelos de punta. Se me ha escapado un grito, llamándola. Pero ella no me ha oído. Con los ojos vidriosos, he deseado muy fuerte que venga, que venga ya de una puñetera vez ese tren que me tiene que llevar de vuelta a Catrus, que yo prometo por la parte que me toca nunca más pasarme de parada.

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