domingo, 15 de mayo de 2011

El rostro del hombre que grita "Basta"


I
Si en ese momento me dan con una maza en la cabeza, me hace el mismo efecto. “Fabián, que me voy”. Mauricio tartamudea para decírmelo. “¿Cómo que te vas?”, le grito. Él explica: “…quiero probar por mi cuenta….”. Me contengo. Siempre pasa lo mismo. Los coges y no tienen ni puñetera idea de nada. Te preocupas. Les enseñas con paciencia. Con mucha paciencia. Y a la que se creen que saben un poco, los más buenos, los más espabilados, se te suben a las barbas, vienen del taller al despacho y me sueltan: “…que ahí te quedas, me voy”. Yo estoy dando golpecitos con los nudillos en la mesa. No lo hago nunca, pero tratándose de Mauricio, intento retenerle: “¿Es por dinero?”. Niega con rotundidad. Después de unos segundos en los que el silencio se corta, aún me dice: “…bueno, no te preocupes, antes de irme acabaré la estructura del castillo”. Pero yo le corto en seco: “ni se te ocurra ya tocar un clavo”. Estoy muy jodido y se me nota. Le señalo: “Ahí está la puerta”. No hay más que hablar. Conversación terminada.

II
La marcha de Mauricio me ha dolido más que ninguna otra. Era mi mano derecha. Por lo tanto, ahora es como si yo estuviera manco. Él ya hacía y deshacía a voluntad. Nos entendíamos sin palabras. Yo me había desentendido totalmente de los trabajos propios del taller. Esto era cosa suya. Ésta era ya su casa. Ahora me he tenido que enfundar de nuevo el mono de faena. Y la falta de práctica se me nota. Esta tarde Viko, un operario, me ha visto dudar delante del ninot de una bailarina y me ha soltado: “Mauricio no lo hubiera hecho así”. Me estaba criticando. A mí. No he tenido más remedio que decirle que ya que no le gustaba cómo lo hacía yo, recogiera sus trastos y se fuera con el puto Mauricio “a hacerlo como él”. Desde ese momento, en este taller se trabaja a destajo. Y no se discute. Principalmente porque no se habla.

III
Terminamos el ejercicio anual y pudimos entregar los monumentos contratados bien acabados y a tiempo. Y esto, tan aparentemente obvio en un artista serio como yo, este año no ha sido nada fácil. A medida que he ido entrando en los detalles, he descubierto que Mauricio ya me estaba haciendo la cama antes de irse. El muy cabrón. Iba retrasado en los plazos. Como si las Fallas fueran en Mayo y no en Marzo. Me ha tocado pringar siete días a la semana, veinticuatro horas al día, para llegar a tiempo. He perdido casi hasta la camisa que llevo puesta. Pero he cumplido. Y las fallas se han llevado dos terceros y dos cuartos premios en sus categorías. Las cuatro Comisiones han quedado, como siempre, encantadas. Y las críticas han sido, otra vez, magníficas. El artista Fabián, apuesta segura. Sobre todo por el impresionante Castillo Medieval, que los ha dejado a todos con la boca abierta.

Hasta aquí la alegría y la gloria en la casa del pobre. Lo digo porque, en las fechas que estamos, el año pasado ya tenía firmados los nuevos proyectos, y éste es el día que aún no tengo ninguno. Ahora me dan largas. Me dicen que la economía está chunga. Que si me puedo apretar un poco en el presupuesto. ¡Ja! ¿Aún más? Que busquen otro primo. Me da que sí, que lo tienen. Me da que se llama Mauricio. Me da que les ha presentado también una propuesta. Me da que mi mejor alumno es ahora mi peor competidor.

IV
He contestado la llamada porque no me sonaba el número de móvil. Resulta que era él. Ostras, Mauricio. Después de tantos meses. Hecho un corderito, todo amabilidad. Muy formal. “Cómo estás, Fabián”. Le he exagerado: “A tope de faena”. “Yo también”. Esto me ha fastidiado, porque lo suyo debe de ser verdad. Me ha explicado que la nave donde trabaja se le queda pequeña. Me ha indicado dónde está. Conozco el polígono, me hago una idea. Y me llamaba para que le hiciera una visita. O sea, que limando rencillas. De puertas afuera, nosotros los del gremio, nos llevamos bien. Cuando yo quiera, cuando me venga bien. Le he contestado sin pensar mucho que me pasaré por allí pasado mañana.

V
He llamado al telefonillo. Entonces he sentido el miedo escénico. Me hubiera dado la vuelta. Pero era tarde. El mismo Mauricio me ha franqueado la puerta. Sonrisas de oreja a oreja. Nos hemos estrechado la mano fuertemente. “Pasa, estás en tu casa”. Si quería impresionarme, lo ha conseguido. Orden, limpieza. Maquinaria nueva. Esto no es ya el taller de un artesano. Ordenadores. Programas tridimensionales que menciona y que yo desconozco porque no los necesito. Por cierto, me he cruzado con Viko. Ahora trabaja con él. Lo suponía. Hice muy bien en echarle. Seguramente, cuando aún estaba conmigo, actuaría de espía e informaría a Mauricio de mis movimientos. No me ha saludado siquiera. Como si yo fuera la pared. Allá él.

Mauricio me ha ofrecido café. De los de cápsula. Mientras se llenaba el vasito con su espumita me he percatado. Del boceto. Estaba medio cubierto por otros papeles. Muy bueno. Una maravilla. El rostro del hombre que grita “basta”. Mauricio no se ha dado cuenta de que yo lo he visto. De un sorbo me he tomado la cafeína, me han entrado las prisas, le he dado el cum laude que el viejo profesor le puede dar al doctorando, y le he deseado todos los éxitos del mundo. Al fin y al cabo era lo que Mauricio pretendía. Que yo reconociera que es ya un genio y un artista de primer nivel en este mundo fallero.

Una vez fuera de allí, con todo el oxígeno del mundo, me he dirigido directamente a mi viejo taller y delante de una lámina y con el carboncillo de toda la vida, mis manos, las dos, la derecha y la izquierda, han empezado a trazar con pulso firme la imagen que todavía permanecía fresca en mi retina.

VI
El calor de las llamas sobre el “rostro del hombre que grita basta” me llega de lleno y evapora mis lágrimas. Me embriaga la emoción mucho más que otros años si cabe. De nuevo, ante mí, el Ave Fénix que arde, se purifica, y resurgirá de sus cenizas. La gente espera expectante a que la estructura gigante caiga vencida por el fuego. Y la música suena por encima de los últimos petardos que todavía explotan. Estoy en segundo término en esta “cremá”. Palmaditas en mi espalda. A modo de consuelo y felicitación. Este sí. Éste ha sido el año de mi triunfo, de mi primer premio. El artista fallero Fabián se consagra. Qué casualidad, todas las crónicas coinciden en destacar que, Mauricio, otrora discípulo aventajado de Fabián, ha escogido también como remate para su monumento al “rostro del hombre que grita basta”. Los expertos le afean que reclame con desesperación a los cuatro vientos la paternidad de esta figura tan original y expresiva. En público y en privado le dicen: “Eso no está bien, Mauricio. Un maestro es un maestro. Y tú aún estás empezando”.

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