domingo, 3 de noviembre de 2013

Trasquilones

 
I
Vosotros no os podéis imaginar lo difícil y complicado que es recortar un círculo en una cartulina amarilla. Sobre todo para mí, que soy zurdo. Voy despacio, muy despacio, con pulso, tratando de no salirme de la línea. ¿Veis? ¡Mecagüen! ¡Ya me he salido! ¡Ya me toca hacer otro nuevo! Levanto la cabeza para protestar a la señorita Lina y pedirle ayuda, jo, esto es imposible. Es cuando escucho un “raaaasssss”, sacudo la cabeza, y caen un montón de pelitos míos sobre la mesa. Detrás de mí, está Tena, que se disculpa con una sonrisa: “lo siento, he visto tu cresta irresistible y no me he podido contener”. Al tiempo, toda la clase, la clase entera, es ya una carcajada que me señala con el dedo.
II
Yo me he quedado fuera,  en la puerta del Aula A3. Dentro, mi madre y la señorita Lina, llegan a las voces. “Son cosas de chiquillos”, repite la maestra. “¿Chiquillos? Y si en lugar del pelo, le corta la oreja, ¿también son cosas de chiquillos?”. Yo no he dicho nada cuando he llegado a casa. Pero ella enseguida se ha dado cuenta. “Quién te ha hecho eso”, me ha preguntado señalando el trasquilón de mi coronilla. “Tena, ha sido Tena”. Sin dejarme merendar mi nocilla ni beber un vaso de agua siquiera me ha estirado del bracito y nos hemos venido al cole corriendo. Y ahí las tienes, dando ejemplo y chillándose una a la otra.
III
Se acerca ya el fin de curso. Sigo siendo un patosillo para los recortes en pretecnología. Ni los cuadrados, que son sólo líneas rectas, se me dan bien. Como la señorita reconoce que me esfuerzo y que pongo de mi parte, ya me ha dicho que me dará el aprobado en Junio. Pelado, eso sí. Me he levantado para enseñarle el cubo que acabo de pegar con el pegamento del búho. Paso por detrás de Tena. El cubo en una mano. Las tijeras despuntadas en la otra. Tengo un pensamiento. Ésta es la mía. Voy a devolvérsela. Venganza. A cámara lenta. HI, HI, HI, HI, suenan los violines de la película Psicosis de Hitchcock. Tena no se figura nada. Menudas crestas se trae. HI, HI, HI, HI, máxima tensión. Es cuando suena un grito horripilante en la clase: “¡¡RODOLFO!!”. Me paralizo. La profe se ha levantado y se encara conmigo: “¿Qué ibas a hacer? ¿Eh?”.  Me quedo mudo. Mudo y sordo. Porque ella sigue gritándome, y yo no me entero. No sé qué me dice. Sólo sé que, de repente, tengo muchas, pero muchas, ganas de hacer pis.
IV
Expulsado. Como suena. Una semana en casa. Mi madre intercede. Dice que me aplicará un castigo ejemplar, para que aprenda. Frente a frente, con la señorita Lina, ésta le replica. “El reglamento es el reglamento. Y si está así ahora, es porque USTED presionó para que se castigaran estas gamberradas en el Centro de la forma más severa posible, como así se hará”. Las dos mujeres se taladran con la mirada. Se desafían. Al cabo de unos segundos, mi madre me estira del bracito y me saca a rastras. El castigo va en serio.
V
Hace frío ahí fuera. El proceso de selección ha sido muy duro. Empezamos casi doscientos. Quedamos dos. Todo por un trabajo. Trago saliva. Hoy me recibe el responsable de recursos humanos. Llamo a la puerta. Me invita a pasar. Habla en inglés. Le contesto. Entro. Prosigue la conversación en alemán. No hay problema. Le contesto también. Tiene unos papeles encima de la mesa. “Nos gusta mucho cómo eres Rodolfo. De verdad. Pero…”. A partir de ahí empiezo a aturdirme. A no terminar de escuchar el porqué me terminarán descartando y cómo lo justifican. Hay un tachón en mi expediente. Protesto: “¡…pero aquello ocurrió en el colegio,  hace mucho tiempo!”. La decisión parece estar tomada. “Lo sentimos. No hay nada que indique que no puedas volver a hacer algo parecido”. Luego añaden: “Eres muy joven, con mucho porvenir por delante. Seguro que encuentras muy buenas oportunidades profesionales”. Salgo con los ojos vidriosos. Con ganas de hacer pis. Odio a muerte las tijeras. Las odio.
VI
Su pelo, el de ella, se ondula cuando sale del agua. La espero sentado en la toalla. “Estás serio”, me nota, “¿te pasa algo?”. Bajo la cabeza. Se lo tengo que contar. Se lo tengo que decir. Ahora. Ella me escucha. Luego se produce un largo silencio. Arena, mar y cielo. “Trasquilones”, me dice al cabo de unos segundos con ternura. Me he quitado un peso de encima. Ahora sé, que ella lo sabe. Y que, sabiéndolo, sigue conmigo.
VII
A veces suena el teléfono. Y te llama quien menos esperas. Tena, por ejemplo. No he reconocido su voz, así que ha tenido que decirme quién era. Se cumplen diez años desde que terminamos el colegio. Y organizan una cena. Me dice el día. La hora. El sitio. Se despide con un: “…pelillos a la mar”. Qué cabrón.
VIII
Hasta muy a última hora, no he decidido si iría o no. Pero aquí estoy. Han quedado en el Café Liberto. De ahí, ya enfilaremos al Restaurante todos juntos. Mira: Es él. El del gorro fashion. Tena. Por detrás. Inconfundible. Ha llegado el primero. No hay nadie más. No sé por qué las he cogido. Las llevo en el bolsillo. Entre mis dedos. Él no me ve. Mira hacia otro lado. A cámara lenta. HI, HI, HI, HI. Otra vez la música de Psicosis. La luna llena se refleja en el filo metálico de las hojas. HI, HI, HI, HI.  Manotazo, huy, perdón, qué torpe, y gorro por los suelos. Tijera presta hacia la coronilla. Y… una bola de billar no brilla tanto como la cocorota que luce ahora Tena. Agachándome para recoger su sombrerito, concluyo y le digo que sí, que por supuesto yo también me alegro de volver a verle.

No hay comentarios:

Publicar un comentario