I
Vosotros no os podéis imaginar lo difícil y
complicado que es recortar un círculo en una cartulina amarilla. Sobre todo
para mí, que soy zurdo. Voy despacio, muy despacio, con pulso, tratando de no
salirme de la línea. ¿Veis? ¡Mecagüen! ¡Ya me he salido! ¡Ya me toca hacer otro
nuevo! Levanto la cabeza para protestar a la señorita Lina y pedirle ayuda, jo,
esto es imposible. Es cuando escucho un “raaaasssss”, sacudo la cabeza, y caen un
montón de pelitos míos sobre la mesa. Detrás de mí, está Tena, que se disculpa
con una sonrisa: “lo siento, he visto tu cresta irresistible y no me he podido
contener”. Al tiempo, toda la clase, la clase entera, es ya una carcajada que
me señala con el dedo.
II
Yo me he quedado fuera, en la puerta del Aula A3. Dentro, mi madre y
la señorita Lina, llegan a las voces. “Son cosas de chiquillos”, repite la
maestra. “¿Chiquillos? Y si en lugar del pelo, le corta la oreja, ¿también son
cosas de chiquillos?”. Yo no he dicho nada cuando he llegado a casa. Pero ella enseguida
se ha dado cuenta. “Quién te ha hecho eso”, me ha preguntado señalando el
trasquilón de mi coronilla. “Tena, ha sido Tena”. Sin dejarme merendar mi nocilla
ni beber un vaso de agua siquiera me ha estirado del bracito y nos hemos venido
al cole corriendo. Y ahí las tienes, dando ejemplo y chillándose una a la otra.
III
Se acerca ya el fin de curso. Sigo siendo un
patosillo para los recortes en pretecnología. Ni los cuadrados, que son sólo
líneas rectas, se me dan bien. Como la señorita reconoce que me esfuerzo y que pongo
de mi parte, ya me ha dicho que me dará el aprobado en Junio. Pelado, eso sí. Me
he levantado para enseñarle el cubo que acabo de pegar con el pegamento del
búho. Paso por detrás de Tena. El cubo en una mano. Las tijeras despuntadas en
la otra. Tengo un pensamiento. Ésta es la mía. Voy a devolvérsela. Venganza. A
cámara lenta. HI, HI, HI, HI, suenan los violines de la película Psicosis de
Hitchcock. Tena no se figura nada. Menudas crestas se trae. HI, HI, HI, HI,
máxima tensión. Es cuando suena un grito horripilante en la clase: “¡¡RODOLFO!!”.
Me paralizo. La profe se ha levantado y se encara conmigo: “¿Qué ibas a hacer?
¿Eh?”. Me quedo mudo. Mudo y sordo.
Porque ella sigue gritándome, y yo no me entero. No sé qué me dice. Sólo sé
que, de repente, tengo muchas, pero muchas, ganas de hacer pis.
IV
Expulsado. Como suena. Una semana en casa. Mi
madre intercede. Dice que me aplicará un castigo ejemplar, para que aprenda.
Frente a frente, con la señorita Lina, ésta le replica. “El reglamento es el
reglamento. Y si está así ahora, es porque USTED presionó para que se castigaran
estas gamberradas en el Centro de la forma más severa posible, como así se hará”. Las dos mujeres
se taladran con la mirada. Se desafían. Al cabo de unos segundos, mi madre me
estira del bracito y me saca a rastras. El castigo va en serio.
V
Hace frío ahí fuera. El proceso de selección ha
sido muy duro. Empezamos casi doscientos. Quedamos dos. Todo por un trabajo.
Trago saliva. Hoy me recibe el responsable de recursos humanos. Llamo a la
puerta. Me invita a pasar. Habla en inglés. Le contesto. Entro. Prosigue la
conversación en alemán. No hay problema. Le contesto también. Tiene unos
papeles encima de la mesa. “Nos gusta mucho cómo eres Rodolfo. De verdad. Pero…”.
A partir de ahí empiezo a aturdirme. A no terminar de escuchar el porqué me
terminarán descartando y cómo lo justifican. Hay un tachón en mi expediente. Protesto:
“¡…pero aquello ocurrió en el colegio, hace mucho tiempo!”. La decisión parece estar
tomada. “Lo sentimos. No hay nada que indique que no puedas volver a hacer algo
parecido”. Luego añaden: “Eres muy joven, con mucho porvenir por delante. Seguro
que encuentras muy buenas oportunidades profesionales”. Salgo con los ojos
vidriosos. Con ganas de hacer pis. Odio a muerte las tijeras. Las odio.
VI
Su pelo, el de ella, se ondula cuando sale del
agua. La espero sentado en la toalla. “Estás serio”, me nota, “¿te pasa algo?”.
Bajo la cabeza. Se lo tengo que contar. Se lo tengo que decir. Ahora. Ella me
escucha. Luego se produce un largo silencio. Arena, mar y cielo. “Trasquilones”,
me dice al cabo de unos segundos con ternura. Me he quitado un peso de encima.
Ahora sé, que ella lo sabe. Y que, sabiéndolo, sigue conmigo.
VII
A veces suena el teléfono. Y te llama quien menos
esperas. Tena, por ejemplo. No he reconocido su voz, así que ha tenido que
decirme quién era. Se cumplen diez años desde que terminamos el colegio. Y organizan
una cena. Me dice el día. La hora. El sitio. Se despide con un: “…pelillos a la
mar”. Qué cabrón.
VIII
Hasta muy a última hora, no he decidido si iría o
no. Pero aquí estoy. Han quedado en el Café Liberto. De ahí, ya enfilaremos al
Restaurante todos juntos. Mira: Es él. El del gorro fashion. Tena. Por detrás.
Inconfundible. Ha llegado el primero. No hay nadie más. No sé por qué las he
cogido. Las llevo en el bolsillo. Entre mis dedos. Él no me ve. Mira hacia otro
lado. A cámara lenta. HI, HI, HI, HI. Otra vez la música de Psicosis. La luna
llena se refleja en el filo metálico de las hojas. HI, HI, HI, HI. Manotazo, huy, perdón, qué torpe, y gorro por
los suelos. Tijera presta hacia la coronilla. Y… una bola de billar no brilla
tanto como la cocorota que luce ahora Tena. Agachándome para recoger su
sombrerito, concluyo y le digo que sí, que por supuesto yo también me alegro de
volver a verle.
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