miércoles, 24 de agosto de 2016

Seré quien tú quieras


I
Tarde de verano. Tarde de siesta. Qué calma más chicha. Qué sopor en Gorroperdido. Qué hago ahora. Qué libro cojo para leer. Dónde salgo a estas horas. Qué amigo estará despierto para ir a dar una vuelta. Silencio en la casa. ROOOM ROOOOM, POT, POT, POT. POF. Ehhhhhh. Ese ruido, esa moto… ¡es la Sanglas de mi tío Ginés! Abro la ventana, subo la persiana verde de cuerda, grito: “¡Tíoooooo!”. Él está quitándose el casco, bajando la cremallera de su gruesa cazadora…. Uffff, cuidado, que como te caiga encima, te aplasta la pierna. Ya bajo, ya bajo. Despierto a los adormilados de la casa. Por si no hubieran oído el estruendo de la moto, les anuncio: “¡El tío, el tío Ginés está aquí!”.  Se ha acabado el aburrimiento. Seguro que, cuando mi padre no nos vea, me sube y damos una vuelta. Uauuuhhhh. Esta vez sí que se ha pasado: desde Navidad, por lo menos, no venía a vernos.
II
El tío Ginés igual está molesto conmigo. Es que ya se va, y apenas le he hecho caso. Como él dice: las cosas hay que cogerlas según vienen. Y en eso estoy. Me están pasando cosas buenas. Y no estoy para desaprovecharlas. Bajo para despedirme. Mi madre le espeta: “a ver si no tardas tanto en venir la próxima vez, que se nos va a olvidar cómo es tu cara”. Enjuto. Pelo largo, rizado. Perilla. Parece un caballero medieval. Le falta la lanza. Quiero ser como él. De momento, apunto pocas maneras. Mi pelo es tieso y liso. Y me sobran algunas lorzas. Pero bueno, ya lo arreglaré a base de menos helados y más flexiones. Cierra las maletas laterales de la motocicleta. “…esta vez nos hemos visto poco, Igor”. Pongo cara de “sí, es que…”. Es que tenía algo más importante que hacer, pero no se lo digo. “Bueno, la próxima vez será…”. Hace un gesto de “ah, se me olvidaba”. Reabre una maleta, lo tiene todo hecho un revoltijo, rebusca, y encuentra un libro manoseado. “Para ti”. Me quedo ojiplático. Qué es. “El libro de las Ocurrencias”, leo. “Ya me dirás”, dice. Bueno. “Gracias”. Patada al pedal. Nada. Nueva patada. Tampoco nada. Todos expectantes. A la tercera sí. ROOOOMMMM No hablemos ahora ROOOOOOM porque será inútil. ROOOOM No nos oiremos. Mano levantada. Adiós. Comité de despedida. Se aleja el caballero andante de la familia. Vuelve el silencio imperante a Gorroperdido. Queda de momento su vacío. Suspira mi madre por su hermano. Suspiro yo, pero bueno, no es por mi tío. He tenido que elegir entre pasar más rato con él o quedar con Rebeca y… por supuesto, la decisión la he tenido muy clara.
III
Este es un libro raro, raro. Muy raro.
IV
…en concreto, esta historia me desasosiega. Me desazona. Me encoge el corazón.
V
…puedo ser la persona con la que tú quisieras estar y hablar en este momento. Puedo.
VI
…aayyy, si fuera verdad. Qué peligro. Qué peligro, me refiero en manos de mentes desaprensivas y retorcidas.
VII
…me tienta. Me tienta probarlo. Total no pierdo nada. Nadie se da cuenta. No hago el ridículo, porque de mí esto no sale. Luego me reiré de mí mismo. Qué pardillo soy, cómo me puedo tragar estas cosas que se explican en libros que me regala mi tío.
VIII
…antes he de buscar alguien propicio. Alguien que esté esperando. Aprovecho la hora de la siesta. Aprovecho las calles vacías de Gorroperdido. Deambulo como si no viviera aquí, como si cada casa, cada esquina fueran nuevas para mí. Suenan los tres cuartos del campanario. De cara, la señora Gisela. Saluda: “Igooooooooooooor”. Es lo que tiene mi nombre, que es tan corto, que si no se alaaaaaaarga, a mí se me nombra enseguida. “…buenas tardes, señora Gisela”. De momento no funciona. No va el encantamiento. Es que para que vaya, para que funcione, tengo que concentrarme bien. Si no, nada de nada. Aprieto los dientes, cierro los puños. Vuelvo sobre mí. Corro a su encuentro. Trago saliva. Se gira. Ahora, en vez de un Igooooooor sostenido, la señora Gisela abre la boca, cielos, díme que no eres tú, se queda petrificada, yo también, esperando saber en quién me he convertido, y cagándome encima de miedo, porque he sabido encantarme, pero no tengo ni puñetera idea de cómo, cuándo y dónde me desencantaré para ser de nuevo quien yo soy de veras: Igooooooooooooor.
IX
“…me ha hecho mucho bien volver a verte”, me dice la señora Gisela. “…me has quitado cuarenta años de encima”. “… me he preguntado mil veces todo este tiempo, qué habría sido de ti…”. Trago saliva. “¿No te puedes quedar un poco más? Haré la cena”. Rehúso con educación. Ha sido una tarde entrañable. Se me han saltado las lágrimas varias veces. Por qué la vida a veces tiene estos bandazos tan crueles. Y eso que no me considero sensiblero para nada. Hago la despedida abrupta, antes de que me atrape con sus palabras y me ablande. Acelero el paso por la calle del Peso. Por lo menos, la señora Gisela ha tenido la visita de su primer amor. Cuando doblo la esquina, a la luz de las farolas encendidas, me miro las mangas y vuelvo a ser yo mismo, me giro, y diviso a la señora Gisela que, viéndome, traga su pena y me saluda como suele: “…hola, Igoooooooooooor”.
X
En casa me preguntan que qué me pasa, que por qué no salgo. Replico que me dejen, que estoy bien. Que salgo si quiero y me quedo encerrado si quiero también. Pero, uffffff. La verdad, es que soy un peligro.
XI
Cómo podría aprovechar este encantamiento. Cómo. Muy sencillo. Acercándome a Rebeca. Pero la pregunta grande es: ¿estoy preparado? ¿lo voy a hacer bien? En mi calentamiento de cabeza, pienso que no tengo práctica suficiente en ser quien tú quieras que sea. Necesito un poco más de rodaje.
XII
Se nota que el fin del Verano se acerca. Se nota en las sombras de las casas sobre las aceras. Se nota en la tormenta que ha descargado este mediodía en tromba y que ha puesto las calles perdidas y dejado los techos de los coches abollados por el granizo. Y se nota en que en el Bar del Pueblo ya van poniendo de vez en cuando: “El final del Veranoooo”, del Dúo Dinámico.
XIII
Sí. Podría ser. Por qué no. No es tan mayor como la señora Gisela, con lo cual no corro el peligro de convertirme en un viejo-viejo amor. Ahí está, la señorita Pilar… Cómo olvidar sus clases de lengua, sus comentarios de texto. Y el cinco pelado con el que me despachó. Se sienta en el banquito de piedra del parque. Y ahí pasa las horas, leyendo, devorando libros que caben dentro de su bolso infinito. Hoy no sé qué hará. El banco aún estará mojado. No es muy simpática. Me cruzo con ella. No me saluda. Evidentemente no estoy en el ranking de sus mejores alumnos. Pero me ha visto de sobra. Carraspeo. Me concentro. Uno, dos, tres. Me encanto, es decir, me hago el encantamiento. Vuelvo a la carga, a por la señorita Pilar. Esta vez, esta vez… escucho un AAAAAHHHHHHHH!!!!! que me hace salir corriendo, pitando, en dirección contraria.
XIV
Es que soy Duncan. El Bichón Maltés de la señorita Pilar, el perrito  que apareciera fotografiado en los troncos de los árboles y en las farolas con un “se gratificará”, el animalito del que un día nunca más se supo. Da un grito. Me coge al vuelo, me estruja, dónde te habías metido, me habías matado del disgusto, nunca más vuelvas a hacerme esto, ¿me oyes?. Me mira,  me examina. Y yo qué hago. Le lamo la mejilla en correspondencia. Ahora no me suelta, aprieta mis huesecillos, y acelerando el paso, me lleva a casa, “ya llamo después al veterinario para que te mire…”. Intento darle conversación, pero me salen ladriditos afónicos, acordes a mi tamaño. Poco a poco entro en pánico. Sobre todo cuando ella ha cerrado la puerta, me he visto, con lo que mi largo flequillo no me tapa, la cerradura allá en el cielo de los humanos, y me he dado cuenta que estoy encerrado entre sus cuatro paredes.
XV
Lo siento. No me volveré a hacer pis en la cortina. Pero es que han pasado unas cuantas horas desde que estoy aquí metido, y la señorita Pilar no me saca a la calle, por mucho que le señale, por mucho que le menee el rabito, por mucho que le implore con mis gimoteos. Eso sí, me ha puesto un plato de compuesto, que no se lo salta un torero. Nada de marca blanca. De lujo, especial Bichones. Me sabía bueno. Tenía hambre y me he puesto ciego. Mientras me entretenía mordisqueando una zapatilla solitaria que he sacado de debajo del sofá, allá viene la mujer con una fregona, “no pasa nada, Duncan, pero te recuerdo tienes en la cocina para hacer pipí y popó. Ven y te lo enseño”. Yo la sigo, brincando, a su alrededor. Mi blanco y liso pelo sedoso se ha crispado de repente cuando, amenazándome con el dedo, me ha advertido: “si te escapas otra vez, te capo”. No lo he podido evitar. Ahí sí que, literalmente, me he cagado encima.
XVI
La duda que tengo es cómo me puedo tirar por la ventana rompiéndome el menor número de huesos posible. Otra duda es cómo reapareceré en mi carne sonrosadita mortal; si con ropa, o en bolas, tal y como le pasaba a Peter Ustinov. Ha caído rendida la señorita Pilar. Muchas emociones para esta tarde de Agosto. Me asomo. Será una planta baja, pero da un vértigo que asusta. Cierro los ojos. Salto.
XVIII
AY, OOOY, UUUUUYYYYYY:  qué ostión. A casa he llegado con la pata coja y he dicho que me he caído en la cuesta del Pilón. Con este esguince he acrecentado mi leyenda de gran patosillo. Hay una parte buena en eso: No me cruzaré de momento con la Señorita Pilar. En mis pesadillas la veo, chas-chás, blandiendo hacia mí unas tijeras de podar cataplines. La parte mala es que tendré que esperar unos días, con el pie en alto, antes de poder abordar mi verdadero objetivo: ser quien Rebeca quiera que sea.
XIX
Septiembre es lo que tiene, que viene en cuanto Agosto se acaba. En Gorroperdido, ya han terminado las fiestas. El aire se torna más fresco. Y las calles parecen más anchas, con mucho sitio para aparcar, porque los veraneantes se han ido yendo y quedamos los mismos, los de siempre, los de aquí. Cojo la muleta, “Igorrrrrr, no te vayas muy lejos, que así no te curarás nunca”. Es el día. Los encantamientos no entienden de cojeras. Joder, cómo duele el empedrado rústico. He tenido horas y horas para pensar. Ésta es la prueba. Si Rebeca me quiere, como estoy seguro que sí, como yo escuché que me dijo, me convertiré en mí mismo. Ella querrá que yo sea yo. Y ahí me derretiré del todo. No puede ser de otra manera. Rebeca, Rebeca. Cuánto te extraño.
XX
Tendría que saber interpretar todo lo que mi forma de mirar quiere decirle. Un te-quiero con todo lo que eso lleva dentro. Me ve de esta guisa. Se me acerca. “¿Cómo llevas lo de tu mala pata, Igor?”. Trago saliva. Me azoro. Ahora no sé por qué camino tirar. Uno sube hacia arriba, esto duele a morir, estoy muy malo, pinta mal, la lesión es grave-grave. El otro baja hacia abajo; estoy fenomenal, mañana mismo me pongo a jugar a fútbol, no me ha dolido nada de nada de nada. Es lo que me pasa, que para mí, no existe un camino en el medio.
XXI
Luego se despide sin más, “que te mejores, chavalín”. ¿Ya? ¿Nada más? ¿No hay otros temas? Se me despide con una sonrisa. Quiero llamarla, quiero preguntarle, pero entiendo que es el momento. He de actuar. Me encanto. Me tengo que encantar ya. Me toca ser ahora quien ella quiere que sea.
XXII
“…después me planchas estas blusas, Isa. No me las había puesto desde que te marchaste, porque a mí no me quedan como a ti”. Acabo de recogerle la ropa. Me pellizco. Soy Isa. Trabajo de empleada del servicio en casa de Rebeca. Esto no me puede estar pasando a mí. Antes de desaparecer del todo, Rebeca, se gira: “me alegro un montón de que hayas vuelto de nuevo. Estoy muy arrepentida de todo lo que te dije… Isa, bienvenida de nuevo: ésta es tu casa”.  Luego descuelga su cazadora. “Señorita Rebeca, perdone… ¿va a salir con... Igor?”. Rebeca, amortiguando la risa,  niega la mayor.  “Con ése no. No sé si llego a cenar, pero si no vengo, lo que tengas preparado, lo dejamos para comer mañana”. Con la casa sin Rebeca me viene bajón. Estoy por venirme abajo, por deshacer el encantamiento. Luego encojo, los hombros. Una vez puestos, lo mismo me da ahora, que dentro de un rato. Primero plancharé las blusas y luego ya veré si eso.
LIII
Querido tío Ginés:
Este Lunes volvemos ya al cole. No tengo ninguna gana, sobre todo por cruzarme con una profesora que ya te contaré. Por cierto, “El libro de las Ocurrencias” es una pasada. Voto a bríos que hay historias increíbles. Gracias por regalármelo. Me lo he leído en tres sentadas. Engancha. Ahora entiendo el poco tiempo que coincidimos en tu última visita. Ahora me cuadra. La próxima vez que vengas, por favor, no te pongas a ser quien yo quiero que seas…  Espero que sea pronto. Cuando mi padre no nos vea, mejor me dejas tu casco, me subes a la Sanglas y nos vamos a dar una vuelta por donde el camino de los riscos, que este año lo han asfaltado. La próxima vez que vengas querré que seas tú.  No dejes de contarme por favor los líos en los que te metes.  Ya sabes que yo no me chivo a mi madre. Un abrazo, tío Ginés. 
IGOR

lunes, 22 de agosto de 2016

Empezar por el principio

I
Reconozco que me da mucha rabia tener que empezar las cosas por el principio. Muchas veces me imagino el tiempo que nos ahorraríamos en esfuerzos y colegios si nuestro ADN llevara incorporado lo que aprendieron nuestros mayores. Nuestra progresión y la de las futuras generaciones sería geométrica, meteórica, imparable. A mí me gustaría saber tocar el piano que tenemos en el comedor, sentarme en la banqueta, levantar la tapa, y a la primera, deslizar los dedos por las teclas como si hablaran, como si tuvieran vida propia. Igual que hace mi abuelo, que es capaz de echarme un sermón, sin que las notas dejen de sonar por lo bajini. Pero tate, es que hay que estudiar solfeo. Es que hay que leer un pentagrama. Es que hay que empezar por el dorremí. Ahí, en el principio, es donde yo me atasco. Conmigo que no cuenten. A mí me tendrían que abrir la página por uno de sus conciertos para Piano y Orquesta, y yo, con lo que sabe mi abuelo, debería ser capaz de bordarlo de forma innata, virtuoso por la vía rápida, recogiendo su experiencia y su sabiduría… Cómo suena. Como los ángeles. Lo escucho embelesado, sí. Él, con una paciencia de santo, me llama, “Sabino, ven”, para que me siente a su lado y empiece. Lo tiene claro. La  música, interpretada por mí, si la tengo que empezar desde el principio, nunca será lo mío.
II
Nos llama el abuelo desde el garaje. Otra vez la furgoneta no arranca. Otra vez, zafarrancho. Mis hermanas y yo bajamos de tres en tres los escalones. Lo encontramos enjugándose el sudor del cuello con un pañuelo con cara de circunstancias. “Cámbiate este trasto ya”. Hale, hale, toca remangarse, toca empujar. Él se sube. Nosotros, detrás, aupppp, aupppp, a la de una, a la de dos, cogemos carrerilla. Coño, con perdón, cómo pesa la burra. Tacatacatacatá…. No se coge… Más deprisa, más deprisa, ¡ahora, ahora! Me entra flato: o se pone en marcha ya o no puedo más. BROOOOOM, BROOOOM. Da un acelerón en el camino, levantando una nube de polvo que nos cubre y nos pone los calcetines perdidos. Nos deja atrás. Luego frena. El motor queda al ralentí. Aplaudimos. “¡No te acostumbres, abuelo, que ya van unas cuantas!”. Hace marcha atrás, abre la puertecilla, sale, nos da las gracias. A mí, revolviéndome el pelo, me dice: “Sabino: tú te pareces mucho a este dos-caballos… le cuesta ponerse en marcha, pero una vez arranca, no hay quien lo pare”. Me quedo pensando. Vaya comparación. Yo ya tengo la etiqueta de que no me gustan los principios. Mis tres hermanas, que son un rato bordes, se burlan de mí y, subiendo las escaleras, van gritando: “¡chisss, chissss, cuidado, cuidado, que viene el  dos-caballos de la familia!”.
III
El agua de la alberca estará fría de narices. No se mojan ahí ni las ranas. No me arrimo mucho, no sea que me resbale. Vengo receloso en esta tarde de vacaciones. El abuelo viene avisándome: “saber nadar es innegociable, Sabino”. “Será del mar que tenemos en el pueblo, abuelo, será por eso”. Digo yo que, si no tengo más pepinos, aquí sí, aquí empezaré por donde no cubre. Digo yo que, me mojaré poco a poco, primero los pies, para que de la impresión, no me dé un corte de digestión. Digo yo que… CHOOOOOFFFFFFF. ¡¡Coño, con perdón, brrrrr, el agua ésta es hielo de la antártida!! Al principio grito, cagüen, trato de protestar, pero como, gluglú, trago agua, entiendo que aquí en este líquido elemento, tengo que cerrar la boca, y por cerrar tengo que cerrar hasta mis poros. Abro los ojos, veo borroso verde, y braceo, sobre todo braceo como un cohete, hacia la escalera. Mi abuelo espera atento. Me quejo, me sale un lloriqueo: “¿pero por qué me has empujado? ¿por quéeee?”. “…porque a ti no te gusta empezar por el principio, por eso, contigo me tengo que saltar las primeras lecciones”. Me arropa con la toalla. Tirito de frío. “¿Entonces yo ya sé nadar, abuelo?”. Él, entre risas, qué gracioso el asqueroso,  puntualiza: “por lo menos sabes bucear, Sabino”.
IV
Son cosas suyas. No sé qué le ha dado al abuelo. Ahora me habla en inglés. Qué dices. No me entero. Insiste. En inglés. Que no, que no sé qué me dices. ¿Me lo puedes repetir en castellano? Se lo digo a mi madre, “mamá, mamáaaa, ven que el abuelo está un poco “pa-allá””, a ver si ella le lee la cartilla y lo llama al orden. Desde el comedor, sentado en la banqueta del piano, yo no sé por qué esta melodía hace que yo siempre piense en ti, él suelta una parrafada, sí,  claro, en inglés. Qué ha dicho, qué ha dicho mamá. “…dice que, para que pueda enseñarte a hablar inglés a ti, tiene que ser así, él contigo no puede empezar por el principio…”.
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CV
…toc, toc. Llaman a la puerta de mi habitación. Será la cena que está puesta. El flexo ilumina el papel. Está en blanco. Joder, joder y joder. Estoy atascado. Como siempre, no sé por dónde empezar. Con una voz trémula, él me aconseja: “sáltate el principio, Sabino, empieza por la mitad, y ya irás después para atrás”. Sale sin hacer ruido. “OK, thanks, grandpa”. Me quedo sonriendo. Este abuelo… se salió con la suya. Me enseñó a hablar inglés empezando por la mitad, y ahora a mí  con él, no me sale hablarle de otra manera.
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CCCV
…sí, sí que se puede. Y además, en el sueño, he visto claramente cómo se hace. Lo sabía. Sabía yo que era posible… que lo que tenemos aquí  en el cerebro es como un disco duro. Patentaré mi descubrimiento: Introducción en el ADN de los diferentes conocimientos y disciplinas. Será un fenómeno conocer a eminentes médicos con chupete. Será un fenómeno asistir a un concierto de bebés superdotados. Doy botes de alegría. Lo sabía, lo sabía, lo sabía. Es una pena que esto llegue un poco tarde para mí. Salto de la cama, bajo de tres en tres los escalones.  Miro con nostalgia hacia el viejo dos-caballos cubierto de polvo del abuelo. “…una vez arranques, Sabino, no habrá quien te pare”. Y salgo eufórico, bien, bien, bien, a la calle. Una vez ahí, antes de llegar al bar de la esquina, me paro. A dónde voy yo con esto. A quién se lo cuento primero. 
CCCVI
…me imagino una legión de multinacionales tras de mí. Me imagino espías de todos los colores siguiéndome hasta en la taza del water. Con que les diga cómo se hace ya lo tienen todo. Después no me necesitan para nada. ¿Y si los conocimientos a instalar de forma innata en las futuras generaciones no fueran limpios? ¿Y si se utilizara esto de forma partidaria y sectista? Glup. Se me nubla la vista. Muy deprisa iba yo a ninguna parte. De momento, entro en el bar. Pediré un café que me despeje y me aclare, en esta guerra, por dónde empiezo.
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DCCCVIII
Reconozco que me sigue dando mucha rabia tener que empezar las cosas por el principio. “Qué tal Sabino, pensaba que venías a matricular a tu nieto”. Estoy un poco nervioso. Acabo de dar el paso y ahora espero no salir corriendo. “No, no. Me apunto yo. De primero de solfeo. Quiero aprender música. Desde cero”. Corre el sudor por mi frente. Pedro Juan, el secretario de la banda de Gorroperdido, me apunta en la ficha. “…con un genio de la música en la familia como era el Maestro García, vas a tener ventaja”. “Un poco sí: el piano ya lo tengo en casa”. Mientras el secretario se ríe, “je, je, yo me refería a los genes”, me quedo mirando al infinito. Yo no sé por qué esta melodía hace que yo siempre piense en ti… Me quedo pensando en inglés. “¿Ves, abuelo?, aquí me tienes, bajándome del burro, y, dispuesto a empezar en esto desde el principio…  Como al dos-caballos, me ha costado ponerme en marcha y, como tú me decías, espero ahora que no haya quien me pare”.