I
Tarde
de verano. Tarde de siesta. Qué calma más chicha. Qué sopor en Gorroperdido.
Qué hago ahora. Qué libro cojo para leer. Dónde salgo a estas horas. Qué amigo
estará despierto para ir a dar una vuelta. Silencio en la casa. ROOOM ROOOOM, POT,
POT, POT. POF. Ehhhhhh. Ese ruido, esa moto… ¡es la Sanglas de mi tío Ginés!
Abro la ventana, subo la persiana verde de cuerda, grito: “¡Tíoooooo!”. Él está
quitándose el casco, bajando la cremallera de su gruesa cazadora…. Uffff,
cuidado, que como te caiga encima, te aplasta la pierna. Ya bajo, ya bajo.
Despierto a los adormilados de la casa. Por si no hubieran oído el estruendo de
la moto, les anuncio: “¡El tío, el tío Ginés está aquí!”. Se ha acabado el aburrimiento. Seguro que,
cuando mi padre no nos vea, me sube y damos una vuelta. Uauuuhhhh. Esta vez sí
que se ha pasado: desde Navidad, por lo menos, no venía a vernos.
II
El tío
Ginés igual está molesto conmigo. Es que ya se va, y apenas le he hecho caso.
Como él dice: las cosas hay que cogerlas según vienen. Y en eso estoy. Me están
pasando cosas buenas. Y no estoy para desaprovecharlas. Bajo para despedirme.
Mi madre le espeta: “a ver si no tardas tanto en venir la próxima vez, que se
nos va a olvidar cómo es tu cara”. Enjuto. Pelo largo, rizado. Perilla. Parece
un caballero medieval. Le falta la lanza. Quiero ser como él. De momento,
apunto pocas maneras. Mi pelo es tieso y liso. Y me sobran algunas lorzas. Pero
bueno, ya lo arreglaré a base de menos helados y más flexiones. Cierra las
maletas laterales de la motocicleta. “…esta vez nos hemos visto poco, Igor”.
Pongo cara de “sí, es que…”. Es que tenía algo más importante que hacer, pero
no se lo digo. “Bueno, la próxima vez será…”. Hace un gesto de “ah, se me
olvidaba”. Reabre una maleta, lo tiene todo hecho un revoltijo, rebusca, y
encuentra un libro manoseado. “Para ti”. Me quedo ojiplático. Qué es. “El libro
de las Ocurrencias”, leo. “Ya me dirás”, dice. Bueno. “Gracias”. Patada al
pedal. Nada. Nueva patada. Tampoco nada. Todos expectantes. A la tercera sí.
ROOOOMMMM No hablemos ahora ROOOOOOM porque será inútil. ROOOOM No nos oiremos.
Mano levantada. Adiós. Comité de despedida. Se aleja el caballero andante de la
familia. Vuelve el silencio imperante a Gorroperdido. Queda de momento su
vacío. Suspira mi madre por su hermano. Suspiro yo, pero bueno, no es por mi
tío. He tenido que elegir entre pasar más rato con él o quedar con Rebeca y…
por supuesto, la decisión la he tenido muy clara.
III
Este es
un libro raro, raro. Muy raro.
IV
…en
concreto, esta historia me desasosiega. Me desazona. Me encoge el corazón.
V
…puedo
ser la persona con la que tú quisieras estar y hablar en este momento. Puedo.
VI
…aayyy,
si fuera verdad. Qué peligro. Qué peligro, me refiero en manos de mentes
desaprensivas y retorcidas.
VII
…me
tienta. Me tienta probarlo. Total no pierdo nada. Nadie se da cuenta. No hago
el ridículo, porque de mí esto no sale. Luego me reiré de mí mismo. Qué
pardillo soy, cómo me puedo tragar estas cosas que se explican en libros que me
regala mi tío.
VIII
…antes
he de buscar alguien propicio. Alguien que esté esperando. Aprovecho la hora de
la siesta. Aprovecho las calles vacías de Gorroperdido. Deambulo como si no viviera
aquí, como si cada casa, cada esquina fueran nuevas para mí. Suenan los tres
cuartos del campanario. De cara, la señora Gisela. Saluda: “Igooooooooooooor”.
Es lo que tiene mi nombre, que es tan corto, que si no se alaaaaaaarga, a mí se
me nombra enseguida. “…buenas tardes, señora Gisela”. De momento no funciona.
No va el encantamiento. Es que para que vaya, para que funcione, tengo que
concentrarme bien. Si no, nada de nada. Aprieto los dientes, cierro los puños.
Vuelvo sobre mí. Corro a su encuentro. Trago saliva. Se gira. Ahora, en vez de
un Igooooooor sostenido, la señora Gisela abre la boca, cielos, díme que no
eres tú, se queda petrificada, yo también, esperando saber en quién me he
convertido, y cagándome encima de miedo, porque he sabido encantarme, pero no
tengo ni puñetera idea de cómo, cuándo y dónde me desencantaré para ser de
nuevo quien yo soy de veras: Igooooooooooooor.
IX
“…me ha
hecho mucho bien volver a verte”, me dice la señora Gisela. “…me has quitado
cuarenta años de encima”. “… me he preguntado mil veces todo este tiempo, qué
habría sido de ti…”. Trago saliva. “¿No te puedes quedar un poco más? Haré la
cena”. Rehúso con educación. Ha sido una tarde entrañable. Se me han saltado
las lágrimas varias veces. Por qué la vida a veces tiene estos bandazos tan
crueles. Y eso que no me considero sensiblero para nada. Hago la despedida
abrupta, antes de que me atrape con sus palabras y me ablande. Acelero el paso
por la calle del Peso. Por lo menos, la señora Gisela ha tenido la visita de su
primer amor. Cuando doblo la esquina, a la luz de las farolas encendidas, me
miro las mangas y vuelvo a ser yo mismo, me giro, y diviso a la señora Gisela
que, viéndome, traga su pena y me saluda como suele: “…hola, Igoooooooooooor”.
X
En casa
me preguntan que qué me pasa, que por qué no salgo. Replico que me dejen, que
estoy bien. Que salgo si quiero y me quedo encerrado si quiero también. Pero,
uffffff. La verdad, es que soy un peligro.
XI
Cómo
podría aprovechar este encantamiento. Cómo. Muy sencillo. Acercándome a Rebeca.
Pero la pregunta grande es: ¿estoy preparado? ¿lo voy a hacer bien? En mi
calentamiento de cabeza, pienso que no tengo práctica suficiente en ser quien
tú quieras que sea. Necesito un poco más de rodaje.
XII
Se nota
que el fin del Verano se acerca. Se nota en las sombras de las casas sobre las
aceras. Se nota en la tormenta que ha descargado este mediodía en tromba y que
ha puesto las calles perdidas y dejado los techos de los coches abollados por
el granizo. Y se nota en que en el Bar del Pueblo ya van poniendo de vez en
cuando: “El final del Veranoooo”, del Dúo Dinámico.
XIII
Sí.
Podría ser. Por qué no. No es tan mayor como la señora Gisela, con lo cual no
corro el peligro de convertirme en un viejo-viejo amor. Ahí está, la señorita
Pilar… Cómo olvidar sus clases de lengua, sus comentarios de texto. Y el cinco
pelado con el que me despachó. Se sienta en el banquito de piedra del parque. Y
ahí pasa las horas, leyendo, devorando libros que caben dentro de su bolso
infinito. Hoy no sé qué hará. El banco aún estará mojado. No es muy simpática.
Me cruzo con ella. No me saluda. Evidentemente no estoy en el ranking de sus
mejores alumnos. Pero me ha visto de sobra. Carraspeo. Me concentro. Uno, dos,
tres. Me encanto, es decir, me hago el encantamiento. Vuelvo a la carga, a por
la señorita Pilar. Esta vez, esta vez… escucho un AAAAAHHHHHHHH!!!!! que me
hace salir corriendo, pitando, en dirección contraria.
XIV
Es que
soy Duncan. El Bichón Maltés de la señorita Pilar, el perrito que apareciera fotografiado en los troncos de
los árboles y en las farolas con un “se gratificará”, el animalito del que un
día nunca más se supo. Da un grito. Me coge al vuelo, me estruja, dónde te
habías metido, me habías matado del disgusto, nunca más vuelvas a hacerme esto,
¿me oyes?. Me mira, me examina. Y yo qué
hago. Le lamo la mejilla en correspondencia. Ahora no me suelta, aprieta mis
huesecillos, y acelerando el paso, me lleva a casa, “ya llamo después al
veterinario para que te mire…”. Intento darle conversación, pero me salen
ladriditos afónicos, acordes a mi tamaño. Poco a poco entro en pánico. Sobre
todo cuando ella ha cerrado la puerta, me he visto, con lo que mi largo
flequillo no me tapa, la cerradura allá en el cielo de los humanos, y me he
dado cuenta que estoy encerrado entre sus cuatro paredes.
XV
Lo
siento. No me volveré a hacer pis en la cortina. Pero es que han pasado unas
cuantas horas desde que estoy aquí metido, y la señorita Pilar no me saca a la
calle, por mucho que le señale, por mucho que le menee el rabito, por mucho que
le implore con mis gimoteos. Eso sí, me ha puesto un plato de compuesto, que no
se lo salta un torero. Nada de marca blanca. De lujo, especial Bichones. Me
sabía bueno. Tenía hambre y me he puesto ciego. Mientras me entretenía
mordisqueando una zapatilla solitaria que he sacado de debajo del sofá, allá
viene la mujer con una fregona, “no pasa nada, Duncan, pero te recuerdo tienes
en la cocina para hacer pipí y popó. Ven y te lo enseño”. Yo la sigo,
brincando, a su alrededor. Mi blanco y liso pelo sedoso se ha crispado de
repente cuando, amenazándome con el dedo, me ha advertido: “si te escapas otra
vez, te capo”. No lo he podido evitar. Ahí sí que, literalmente, me he cagado
encima.
XVI
La duda
que tengo es cómo me puedo tirar por la ventana rompiéndome el menor número de
huesos posible. Otra duda es cómo reapareceré en mi carne sonrosadita mortal;
si con ropa, o en bolas, tal y como le pasaba a Peter Ustinov. Ha caído rendida
la señorita Pilar. Muchas emociones para esta tarde de Agosto. Me asomo. Será
una planta baja, pero da un vértigo que asusta. Cierro los ojos. Salto.
XVIII
AY,
OOOY, UUUUUYYYYYY: qué ostión. A casa he
llegado con la pata coja y he dicho que me he caído en la cuesta del Pilón. Con
este esguince he acrecentado mi leyenda de gran patosillo. Hay una parte buena
en eso: No me cruzaré de momento con la Señorita Pilar. En mis pesadillas la
veo, chas-chás, blandiendo hacia mí unas tijeras de podar cataplines. La parte
mala es que tendré que esperar unos días, con el pie en alto, antes de poder
abordar mi verdadero objetivo: ser quien Rebeca quiera que sea.
XIX
Septiembre
es lo que tiene, que viene en cuanto Agosto se acaba. En Gorroperdido, ya han
terminado las fiestas. El aire se torna más fresco. Y las calles parecen más
anchas, con mucho sitio para aparcar, porque los veraneantes se han ido yendo y
quedamos los mismos, los de siempre, los de aquí. Cojo la muleta, “Igorrrrrr, no
te vayas muy lejos, que así no te curarás nunca”. Es el día. Los encantamientos
no entienden de cojeras. Joder, cómo duele el empedrado rústico. He tenido
horas y horas para pensar. Ésta es la prueba. Si Rebeca me quiere, como estoy seguro
que sí, como yo escuché que me dijo, me convertiré en mí mismo. Ella querrá que
yo sea yo. Y ahí me derretiré del todo. No puede ser de otra manera. Rebeca,
Rebeca. Cuánto te extraño.
XX
Tendría
que saber interpretar todo lo que mi forma de mirar quiere decirle. Un
te-quiero con todo lo que eso lleva dentro. Me ve de esta guisa. Se me acerca.
“¿Cómo llevas lo de tu mala pata, Igor?”. Trago saliva. Me azoro. Ahora no sé
por qué camino tirar. Uno sube hacia arriba, esto duele a morir, estoy muy
malo, pinta mal, la lesión es grave-grave. El otro baja hacia abajo; estoy
fenomenal, mañana mismo me pongo a jugar a fútbol, no me ha dolido nada de nada
de nada. Es lo que me pasa, que para mí, no existe un camino en el medio.
XXI
Luego
se despide sin más, “que te mejores, chavalín”. ¿Ya? ¿Nada más? ¿No hay otros
temas? Se me despide con una sonrisa. Quiero llamarla, quiero preguntarle, pero
entiendo que es el momento. He de actuar. Me encanto. Me tengo que encantar ya.
Me toca ser ahora quien ella quiere que sea.
XXII
“…después
me planchas estas blusas, Isa. No me las había puesto desde que te marchaste,
porque a mí no me quedan como a ti”. Acabo de recogerle la ropa. Me pellizco. Soy
Isa. Trabajo de empleada del servicio en casa de Rebeca. Esto no me puede estar
pasando a mí. Antes de desaparecer del todo, Rebeca, se gira: “me alegro un
montón de que hayas vuelto de nuevo. Estoy muy arrepentida de todo lo que te
dije… Isa, bienvenida de nuevo: ésta es tu casa”. Luego descuelga su cazadora. “Señorita Rebeca,
perdone… ¿va a salir con... Igor?”. Rebeca, amortiguando la risa, niega la mayor. “Con ése no. No sé si llego a cenar, pero si
no vengo, lo que tengas preparado, lo dejamos para comer mañana”. Con la casa
sin Rebeca me viene bajón. Estoy por venirme abajo, por deshacer el
encantamiento. Luego encojo, los hombros. Una vez puestos, lo mismo me da
ahora, que dentro de un rato. Primero plancharé las blusas y luego ya veré si
eso.
LIII
Querido
tío Ginés:
Este
Lunes volvemos ya al cole. No tengo ninguna gana, sobre todo por cruzarme con
una profesora que ya te contaré. Por cierto, “El libro de las Ocurrencias” es
una pasada. Voto a bríos que hay historias increíbles. Gracias por regalármelo.
Me lo he leído en tres sentadas. Engancha. Ahora entiendo el poco tiempo que
coincidimos en tu última visita. Ahora me cuadra. La próxima vez que vengas, por
favor, no te pongas a ser quien yo quiero que seas… Espero que sea pronto. Cuando mi padre no nos
vea, mejor me dejas tu casco, me subes a la Sanglas y nos vamos a dar una
vuelta por donde el camino de los riscos, que este año lo han asfaltado. La
próxima vez que vengas querré que seas tú. No dejes de contarme por favor los líos en los
que te metes. Ya sabes que yo no me
chivo a mi madre. Un abrazo, tío Ginés.
IGOR