domingo, 6 de mayo de 2012

Por venir a verte

I
Hay empresas en las que es difícil encontrar compañeros de aventura. Nemesio se acerca a Luismi. Le habla bajito en el oído. Éste escucha. Y cuando Nemesio termina la propuesta, Luismi se carcajea enseñando unos dientes que piden a gritos una ortodoncia. “Tú estás loco, chaval”. Pero Nemesio no es de los que se arredran. Prueba con Joaqui. El resultado es el mismo. Un “no” rotundo grande como un campo de fútbol. Y a la tercera, Nemesio cambia de estrategia. Va directo a Sento. Se pone de puntillas, porque este tío es un pino de alto. Y tras, aguantar una media sonrisa, Sento dice que sí. Bravo. Por qué Sento ha dicho sí, mientras que Joaqui y Luismi habían dicho que no. Fácil. El planteamiento inicial era: “acompañadme por favor a ver a Noemí”. Treinta kilómetros. Con cuestas. Por carretera. Bajo un sol de  Julio inmisericorde. Ese proyecto ha sido cambiado por un “veinte duros a que no me ganas”. Eso es pasta. Y Sento tiene una bici nueva. Con marchas. Ligera como una pluma. Mientras que la de Nemesio es pequeñita. Con piñón fijo. De hierro macizo y ruedas de cross. No importa el cómo ni el por qué. Nemesio ya tiene quien le acompañe.
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Ya no le queda sudor. En vez de darle ánimos a sus piernas, Nemesio anima a la bicicleta, que es quien le lleva. Como si fuera un caballo con vida propia. Arre, venga, adelante,  que falta poco. Una pedalada de Sento, cuatro de él. Ése es el promedio. No se acordaba de aquellas subiditas tan empinadas. Y en las bajaditas no tiene tiempo de recuperar el resuello. Luego están los putos coches que pasan dando pitadas y sin respetar la distancia de seguridad. No, no le queda sudor. Y saliva tampoco.
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Cuando se apea de su montura de pedales, lleva las ingles escaldadas al infiernillo. Tardará días en andar como Dios manda. Pero han llegado. Y la sorpresa es mayúscula cuando lo ven (los ven, porque son dos los expedicionarios) aparecer en aquel chalet de verano. “Noemíiiiiiii… ¡mira quién ha venido!”.  Los ojos lo dicen todo. Ella está guapísima, morena, recién salida de la piscina, alguna gotita de agua resbala aún por su hombro Él se huele el antebrazo. Auténtico tigre de bengala. Y dirigen a los inesperados huéspedes, “pasad, pasad”, hacia la terraza, donde se dejan caer derrengados en los sillones de mimbre. La tía de Noemí les recibe con una bandeja y refrescos fríos. “…estarás contenta, Noe, la de kilómetros que se han hecho tus amiguitos por venir a verte”. Jo, qué corte. Cualquiera dice nada. Sensación indescriptible. “…Nemesio, ¿saben tus papis que estás aquí?”. El gas de la cocacola se va por otro camino. De las gestas, es siempre mejor contar cómo se culminan, no cómo terminan.
 (...)
XXXIII
Nemesio se asoma a la puerta de casa. Por quinta vez. Estira el cuello. Pasan vecinos. Saludan, llamándole por el nombre: “Nemesioooooooo”.  Él devuelve el saludo. “Holaaaaa”. Pero no viene nadie. Mira el reloj. Cada vez más tarde. Da paseítos. Va. Vuelve. Se sienta. Inquieto. Agitado. Por fin, ese coche rojo que entra en la calle del Muro le es conocido. Es su nieto Neme. Bueno es. Le sirve. Baja la ventanilla. Baja la radio. Saluda. Y Nemesio le pide, le suplica: “Oye, ¿tú me harías el favor?… ¿a ti te importaría llevarme?”. El nieto no cambia el gesto. Se baja del coche. Le abre la puertecita del copiloto, y cogiéndole por el brazo, “con cuidado, abue, no te vayas a dar en la cabeza”, le ayuda a subir.
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Cuidado que ése no frena. Ahí lo mismo te vienen embalados. Lo ve tan joven, tan niño, que Nemesio no se explica cómo le han dado ya tan pronto el carné de conducir. Se sujeta con las dos manos al pasador. Suena una música moderna, demasiado chunta chunta. “¿Puedes bajarla un poquito?”. Claro. Le explica que se titula “No me gustan los Lunes”. En otro momento, le haría un chiste de eso. Suerte que el trayecto es corto. Ya han llegado. Y no les ha pasado nada.
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El viento de poniente le quema la piel. Nemesio se sujeta la gorra y avanza arrastrando los pies en la grava. Huele el sudor de su antebrazo. A tigre de bengala. El nieto le sigue unos pasos por detrás. Ha crecido imparable la ciudad del ladrillo silencioso. “…Noe, disculpa, he hecho por venir a verte, pero he estado un poquito pachucho y ahora las piernas casi no me van…”.  Pasan unos minutos más. El nieto se cobija en la sombra de las casetas. Finalmente le llama y le dice: “Abue, vámonos que los papás no saben que estamos aquí”. De las mejores historias es siempre mejor contar cómo se culminan, no cómo terminan.

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