I
Tener la oportunidad de actuar en el “Teatro de las Ocurrencias” es lo máximo en la carrera profesional de cualquier artista que se precie. La catedral mundial de las representaciones. El Coliseo del siglo veintiuno. El edificio singular consta de un escenario circular, coronado por una enorme cúpula en lo alto que le dota de una sonoridad mágica. Hacia el frente se proyecta el patio de butacas y los palcos laterales. Desde cualquier punto, los más de cinco mil espectadores, sí, sí cinco mil, del aforo sienten hasta la respiración de los actores. La ornamentación es sobria. Nada distrae la atención del público. Por detrás de la escena, se superpone la zona más exclusiva. Mesas alargadas donde, mientras los comensales degustan los platos más exquisitos, disfrutan de una panorámica tridimensional incomparable compartiendo casi el mismo decorado. Obra maestra de la arquitectura, los espectadores de la zona frontal y los de la zona posterior no se ven entre sí. Representen lo que representen, todas las entradas están ya comprometidas para los próximos tres años. Aquí, en el grandioso “Teatro de las Ocurrencias” actuó hace un tiempo Begoña Guimerá.
II
Cuando en la Compañía “Viento y Marea” anunciaron la llegada de un nuevo director, Nicola Niespera, los integrantes recibieron con alegría la noticia. Un impulso para la calidad, el buen trabajo y el éxito. “Este hombre sí que sabe”, decía Begoña, “yo he visto obras suyas, y aún me cae la baba por el impacto y el ingenio de sus planteamientos”. Igual lo contrataban por eso, porque “Viento y Marea” necesitaba un relanzamiento, y la llegada de Niespera aseguraba ese nuevo impulso.
III
“Señores”, explicó Nicola Niespera al minuto y medio de su llegada, “mi presentación es el trabajo. Empiecen ustedes por el principio. Los veré y escucharé atentamente. Posteriormente realizaré mis comentarios”. Los profesionales de la orquesta terminaron de afinar los instrumentos. Los actores, con ropa de calle, aclararon sus gargantas y estiraron músculos. Toc, toc, toc, tres golpes de batuta. Arriba el telón. El vacío “Teatro de las Ocurrencias” se inundó de música en aquel ensayo general. Todo encajaba Llegó el momento de Begoña Guimerá, sus minutos de gloria, y a ellos se entregó por completo. Se transfiguró. Fue el personaje, no fue ella. Estaban las butacas vacías, pero ella actuaba para todo el mundo. Tras tres minutos intensísimos, se retiró por un lateral y respiró fuerte. Se felicitó a sí misma, por lo bien que lo había hecho. La obra siguió discurriendo como un río caudaloso que atravesaba zonas con grandes relieves. Música final. Telón. Silencio. Gargantas secas. Dos aplausos sueltos. Una libreta con algunas notas. Un suspiro muy hondo. “Señores”, dijo conteniendo la voz, “vaya una mieeeeerda que han representado”. Murmullos de protesta. “¡Silencio, exijo silencio!”. Nicola se levantó movido como un resorte, y empezó a descabezar uno por uno a todos los títeres. “Hay mucho que corregir, mucho que trabajar para salvar esto”. Cuando llegó a Begoña, se le acercó a la cara, y así a bocajarro, a menos de cincuenta centímetros, le dijo: “…usted, usted parecía un pato mareado”.
IV
Con la llegada del nuevo director y su férrea disciplina, entre los integrantes de la Compañía bajó el nivel de confianza y aumentó el recelo. Nadie se fiaba de nadie. Un cometario crítico o discordante por parte de algún descontento podía ser filtrado interesadamente hacia Nicola Niespera, quien continuamente señalaba hacia la salida del magnífico teatro, “quien no esté de acuerdo, ahí tiene la puerta”.
Begoña, en otro tiempo tranquila, era ahora un manojo de nervios. La tenía tomada con ella. Estaba claro. Con el único que podía desahogarse algo, tampoco mucho, era con Cirilo el percusionista. El marcador de ritmos. “Me descentra… me acompleja… hago exactamente aquello que me pide, adopto los registros que él quiere, y sigue pareciéndole mal… le tengo miedo a este tío, Cirilo, me da verdadero pánico”. Compartían café antes iniciar un nuevo ensayo. “Begoña… lo único que es seguro es que éste no es más que tú o que yo… “. Apretaba los palillos con sus manos y añadía: “la prueba está en que, seguro, seguro, es un pobre tipo que come y bebe, caga y mea, como todos…”.
V
Llegó el estreno. Llenazo absoluto. Indescriptibles los minutos de reconocimiento. Los aplausos inacabables. El éxtasis. Las lágrimas de emoción entre los actores y los músicos de “Viento y Marea”. La salida en volandas del director, del genio, de Nicola Niespera. Besos al respetable. Mano al corazón. Nadie quería retirarse del magno “Teatro de las Ocurrencias”. Nadie. Bullicio en los camerinos. Taponazos de cava golpeaban el techo. Gritos de júbilo. Somos los mejores bueno y qué. Niespera fue de uno en uno estrechando manos, felicitando personas. Abrazos. “Muy bien”. “Bravo”. “Genial”. “Soberbio”. Daba palmadas en la espalda. Una tras otra. Le correspondían. Cuando llegó a Begoña, ésta se quedó paralizada. Le dijo: “Tú, como siempre, un pato mareado”. Y sin esperar réplica, siguió adelante para felicitar al siguiente.
VI
Las representaciones se sucedieron con igual éxito. Con las mejores críticas. Fue en el mismo pasillo de los camerinos. “Quería hablar contigo, Begoña”. Ella, que estaba ya ataviada con el vestido, se detuvo expectante. “Quiero ser franco contigo”. Tragó saliva. “No vas a seguir en la obra, Begoña, eres muy buena, muy profesional, pero no das lo que yo le pido al personaje”. Joder. Un mazazo. Podía haberle replicado. Podía haberse puesto de rodillas, “Nicola, no me hagas esto, por lo que más quieras, por favor…”. Podía haberse ido y dejarlos tirados. Que se jodieran, que se apañaran y se comieran con patatas la obra. Pero no. Salió cuando le tocó. Se transfiguró nuevamente. Fue por última vez el personaje, no fue ella. Y ya, cuando los atronadores aplausos ensordecieron el gran “Teatro de las Ocurrencias”, ya entonces, fue cuando entre los gritos de júbilo del resto de la compañía, las lágrimas se le escaparon sin permiso. No esperó a ponerse la ropa de calle. Se encaminó hacia la salida, porque ya sabía dónde estaba la puerta. Mentó a la familia de aquel puto y caprichoso Niespera, y deseó con todas sus fuerzas que el personaje, en manos de otra actriz, agrietara la obra, la hundiera del todo y arrastrara detrás a aquel capullo que “comía, bebía, cagaba y meaba como todos”.
Hola catador: muchas gracias por tus historias de los domingos. Las espero cada semana.
ResponderEliminarEl relato de hoy me ha mantenido interesda, pero me ha dejado con ganas de un final más definido... ¿continuará?
Antes que nada, gracias, Alcoiama, por el apoyo y la difusión directa que haces de este Libro de las Ocurrencias...
ResponderEliminarEsta historia continúa, sí, lo que no queda claro aún es si su título será "El retorno del pato mareado"...
Es un placer compartir las cosas que me gustan con mis amigos. Y tus historias me gustan.
ResponderEliminarAhora me voy a leer el relato de esta semana, que ayer no pude verlo. Un abrazo.