lunes, 27 de junio de 2016

Yo grito




I
¡Ana… ARG, ARG, ARGGG…., que me ahogo, que me muero! ¡Arg, arg, arg! ¡Cuando veas que estoy bebiendo no me digas estas cosas! ¡Se me cuela el café por la tráquea, se me sale por la nariz, pongo el mantel perdido, va por todos los sitios menos por donde toca! ¡Arg, arg, arg… que no, que no, que no me río de ti, cariño! Claro que te tomo muy en serio… y más si me estás contando que tienes novio… arg, arg… cachis con el atragantamiento… ¿Se llama Samuel? Ahora es cuando te tengo que preguntar eso de “y cómo es él, en qué lugar se enamoró de ti…”. Arg, arg… me lloran hasta los ojos. Que no me burlo, de verdad. Chica, eres muy muy, susceptible. Lo que yo quiero es que me lo cuentes todo. Mira, para que no digas. Invítale a pasar este Viernes la noche en casa. Yo hablo con su mami si quieres. Os recojo al salir del cole. O se lo preguntas tú directamente, como prefieras. ¿Vale? ¿Estás así más conforme? Ahora no me digas nada durante diez segundos: me queda el último sorbo y yo quiero que cuando baje la cafeína no pille desprevenida a mi epiglotis.

II
Ana: No me lo puedo creer. ¿Te dijo primero que sí, pero después que no? ¿Así, sin más, te espetó con un “es que verás: yo grito” y te advirtió que te lo pensaras bien?  Si de levantar la voz se trata, aquí en esta casa afónicas tú y yo no estamos. Bien lo sabe Modesto el de abajo. Tenemos muy buen timbre. Escucha, si empieza así, este Samuel no te merece la pena. Él se lo pierde. Buah, desde luego, como excusa, nunca había escuchado nada parecido. “Yo grito, yo grito”. Igual no sabe que no por más gritar se tiene más razón.

III
Ana, hazme caso en una cosa. No estés triste. Sonríe un poco, hija. No quieras ser mayor antes de tiempo.

IV
Ana, reconozco que es muy buen chiquito. Muy educado también. Pero, cuando lo he visto salir de clase hablando contigo, me ha parecido muy poquita cosa. Oye, por cierto, no es gritón como él te había dicho. Se debe haber moderado y me ha saludado con un suave “buenas tardes, cómo está usted”. Y de tan poquita voz que le salía, casi ni le he oído.

V
Ana, qué lima. Qué saque. La tortilla ni tocarla, pero la tarrina de chocolate la ha dejado reluciente a lametazos. Dónde se lo mete, si está hecho un alambre. Le va a sentar mal. Mañana, cuando vuelva a su casa con retortijones, su madre va a preguntarse que qué le hemos dado al niño.

VI
¡Chicos, tercer aviso! A las doce y ni un minuto más, todo recogido y cada uno acostadito y durmiendo en su cama. ¡Y fin de la guerra de almohadas! Samuel… ¿es que no vas a quitarte los calcetines para dormir? Hala, hala parad un poco… como sigáis con este follón, va a subir el vecino de abajo. Y os aviso de que tiene muuuuy mal genio.

XVI
¡Chicos, vigesimotercer aviso! A la una, y ni un minuto más, todo recogido, por favor, por fa... ¡Anaaaaaa!, ¡No le des otro cojinazo así al pobre Samuel que lo desmontas!

XXVI
...ssshhh… parece que han caído. Ya era hora… ya no escucho risitas. Me asomo. Sí. Están rendidos. Qué aguante. Si no me llego a poner seria, se les hace de día. Él es un cielo de chiquillo. Con Ana se lleva a las mil maravillas. Me retiro a mis aposentos. Uaaaaaa… con este bostezo y estos pelos, parezco yo el león de la metro. Voy a caer directa, en plancha, en ZZzzzzzzz…

XXXVII
FIUUUOOOOOOOOOOOOOMMMMMMMMMMMMMM….
Mierda, ahora que casi me había dormido. Me cago en todo lo que se menea. El avión de Wendest. Ya les vale a los del Aeropuerto. Programar un vuelo que aterriza en Mardebé a las tres y cuarto de la madrugada. Normalmente no me entero, pero hoy… Ufff… como se despierten los peques… Yo ya estoy revolviéndome entre las sábanas, sin saber cómo ponerme. Con los ojos de par en par mirando la lámpara. Un, dos, tres, empezaré a contar ovejitas, cuatro, cinco, seis.

 XLVII
¡¡¡¡¡¡AAAAAHHHHHHHHHHHAAAAAAHHHHHHHHH!!!!!! 
¿Quién grita? ¿Qué pasa? ¿A quién están matando? Doy un salto, me doy con la frente en el canto de la cama. Mierda. Chichón habemus. A oscuras. Dios, qué ha ocurrido. Quién ha dado ese alarido. Salto por el pasillo. Abro la habitación. Ana, hija, no te asustes, no pasa nada, no pasa nada. Samuel, Samuel… ¿tú estás bien? Ana… éste está roque, éste duerme como un bendito… Samuel, despierta, ¿estás bien? ¿te pasa algo? Ana, por favor, no te me abraces, no me agarres como una lapa, que me vas a tirar al suelo… Me va el corazón que se me sale del sitio… Creo que ahora entiendo eso de “yo grito”. Joder, gritar es poco. Estoy por llamar por teléfono a su madre. YA. Igual no hace falta, lo mismo lo ha oído ya desde Mediavilla. Joder, esto se avisa. Menudo compromiso, si de un grito se nos muere y se nos queda aquí. O peor, si de un alarido nos mata y nos encuentra mañana fritas. Vaya susto morrocotudo que nos estamos llevando. Me tiemblan las piernas. Me tiembla todo. Hija, tú te vienes a dormir conmigo. Éste nos da otro chillido así y te deja sin tímpanos. Ven, cariño, ven. Ya ha pasado todo. 

XLVIII
¡¡¡¡¡AAAAAHHHHHHHHHHHAAAAAAHHHHHHHHH!!!!!!!!!!!!!!
Chisssss, Ana, chiss… tú ni te muevas, que no es nada. Y no me des más patadas, que me estás cosiendo esta noche, hija. Ya sabemos que es otro alarido de Samuel. Qué potencia pulmonar. Van cuatro. Y éste último, lo menos lo menos habrá llegado a los 99 decibelios.

LV
Dinnggggggg-donggggg. El timbre, sí el de la puerta, no el de la calle. No lo he soñado. A las cinco de la mañana. Qué hago. Me levanto o no. Voy de puntillas por el pasillo. Ay, mi chichón, mañana cuando lo vea. Me asomo a la mirilla. Es Modesto, el vecino de abajo, el del muuuuy mal genio. Qué pinta trae. Resopla como un toro. Así no le abro. Se rasca la oreja. Contengo el aliento. Se cansa de esperar. “Mañana tendremos unas palabras”, advierte. Se bate en retirada. Menos mal. Suspi…
¡¡¡¡¡¡AAAHHHHHAAAHHHHHHHAAHHHHAAAAHHHHHHH!!!!!!
¡La madre que parió al crío éste! ¡Es que grita como si lo estuvieran desollando vivo! ¡Es que me pone taquicárdica! ¡Es que éste me mata de un susto! ¡Es que lo despierto ahora mismo, lo empaqueto, y se lo mando a su madre para que lo aguante! Modesto, desde la escalera, se revuelve. “¡Un poquito de consideración! ¡Sé que pasa algo ahí dentro, Flora! Ahora sí que sí, llamo a la policía y que os denuncie, aquí no hay quien duerma ni pegue ojo…!”.

LX
Por suerte, mi pequeña Ana duerme. Excepto el primer alarido, no se está enterando de la nochecita. La culpa es toda mía por ir de guay liberal y haberla animado a traer su “novio” a casa. Aún me pasa poco. Me he sentado en el sillón. Espero que venga la policía de un momento a otro. Ahí tendré que abrir. Ahí tendré que dejarles pasar. Y ahí me oiré a mí misma diciéndoles: “Vale, de acuerdo: el amiguito de mi hija grita. Pero si se lo quieren llevar a comisaría, tienen ustedes que pasar por encima de nuestros cadáveres”.  Me encojo por momentos. Y me extraño de mi encendida defensa de Samuelillo el chillón. Con la manía que le he cogido. Con lo a punto que he estado de sacarlo al balcón y para que siga allí durmiendo y que dé alaridos cuando le plazca. Sí, es un GRITÓN. Pero esta noche es NUESTRO GRITÓN. Mmm… Son casi las seis. Y ahora, qué raro, hace un buen rato que no se oye nada de nada.

LXI
Aún no es de día… Soñaba, soñaba con un cuento. Ana, duermes a mi lado hecha un ovillo, y en este sueño tú eras mi ratita presumida.  

LXX
…y entonces una mano gélida se posó sobre mi hombro…
¡¡¡¡¡¡AAAAAHHHHHHHHHHHAAAAAAHHHHHHHHH!!!!!!  
Ana se asusta de mi susto. El amiguito de mi hija me saluda, “buenos días, cómo está usted”. Ahí está el niño que no ha roto nunca una cristalería (pero casi), con sus calcetines puestos. Ana me reprende: “¡Mamá, mamá, por favor menudo chillido acabas de dar, le has puesto los pelos de punta al pobre Samuel!”. Me percato de que los pequeñajos me miran con cara de pánico. Son las diez en el reloj de la pared. “No pasa nada, no pasa nada”, les digo entonces con voz de ultratumba. No sé por qué se quedan estupefactos cuando les anuncio: “en cuanto vuelva un poco en mí misma, bajo literalmente de la lámpara, saco los dedos del enchufe y os preparo el desayuno”. Ahí es cuando Samuel, sonríe con admiración y exclama: “¿Sabes, Ana? Me gusta muuuucho tu mami: ella también grita”.