I
¡Ana… ARG, ARG, ARGGG…., que me ahogo, que me
muero! ¡Arg, arg, arg! ¡Cuando veas que estoy bebiendo no me digas estas cosas!
¡Se me cuela el café por la tráquea, se me sale por la nariz, pongo el mantel
perdido, va por todos los sitios menos por donde toca! ¡Arg, arg, arg… que no,
que no, que no me río de ti, cariño! Claro que te tomo muy en serio… y más si
me estás contando que tienes novio… arg, arg… cachis con el atragantamiento…
¿Se llama Samuel? Ahora es cuando te tengo que preguntar eso de “y cómo es él,
en qué lugar se enamoró de ti…”. Arg, arg… me lloran hasta los ojos. Que no me
burlo, de verdad. Chica, eres muy muy, susceptible. Lo que yo quiero es que me
lo cuentes todo. Mira, para que no digas. Invítale a pasar este Viernes la
noche en casa. Yo hablo con su mami si quieres. Os recojo al salir del cole. O
se lo preguntas tú directamente, como prefieras. ¿Vale? ¿Estás así más
conforme? Ahora no me digas nada durante diez segundos: me queda el último
sorbo y yo quiero que cuando baje la cafeína no pille desprevenida a mi
epiglotis.
II
Ana: No me lo puedo creer. ¿Te dijo primero que
sí, pero después que no? ¿Así, sin más, te espetó con un “es que verás: yo grito” y te advirtió que te lo pensaras bien? Si de levantar la voz se trata, aquí en esta
casa afónicas tú y yo no estamos. Bien lo sabe Modesto el de abajo. Tenemos muy
buen timbre. Escucha, si empieza así, este Samuel no te merece la pena. Él se
lo pierde. Buah, desde luego, como excusa, nunca había escuchado nada parecido.
“Yo grito, yo grito”. Igual no sabe
que no por más gritar se tiene más razón.
III
Ana, hazme caso en una cosa. No estés triste.
Sonríe un poco, hija. No quieras ser mayor antes de tiempo.
IV
Ana, reconozco que es muy buen chiquito. Muy
educado también. Pero, cuando lo he visto salir de clase hablando contigo, me
ha parecido muy poquita cosa. Oye, por cierto, no es gritón como él te había
dicho. Se debe haber moderado y me ha saludado con un suave “buenas tardes,
cómo está usted”. Y de tan poquita voz que le salía, casi ni le he oído.
V
Ana, qué lima. Qué saque. La tortilla ni tocarla,
pero la tarrina de chocolate la ha dejado reluciente a lametazos. Dónde se lo
mete, si está hecho un alambre. Le va a sentar mal. Mañana, cuando vuelva a su
casa con retortijones, su madre va a preguntarse que qué le hemos dado al niño.
VI
¡Chicos, tercer aviso! A las doce y ni un minuto
más, todo recogido y cada uno acostadito y durmiendo en su cama. ¡Y fin de la
guerra de almohadas! Samuel… ¿es que no vas a quitarte los calcetines para
dormir? Hala, hala parad un poco… como sigáis con este follón, va a subir el
vecino de abajo. Y os aviso de que tiene muuuuy mal genio.
XVI
¡Chicos, vigesimotercer aviso! A la una, y ni un
minuto más, todo recogido, por favor, por fa... ¡Anaaaaaa!, ¡No le des otro
cojinazo así al pobre Samuel que lo desmontas!
XXVI
...ssshhh… parece que han caído. Ya era hora… ya no
escucho risitas. Me asomo. Sí. Están rendidos. Qué aguante. Si no me llego a
poner seria, se les hace de día. Él es un cielo de chiquillo. Con Ana se lleva
a las mil maravillas. Me retiro a mis aposentos. Uaaaaaa… con este bostezo y
estos pelos, parezco yo el león de la metro. Voy a caer directa, en plancha, en
ZZzzzzzzz…
XXXVII
FIUUUOOOOOOOOOOOOOMMMMMMMMMMMMMM….
Mierda, ahora que casi me había dormido. Me cago
en todo lo que se menea. El avión de Wendest. Ya les vale a los del Aeropuerto.
Programar un vuelo que aterriza en Mardebé a las tres y cuarto de la madrugada.
Normalmente no me entero, pero hoy… Ufff… como se despierten los peques… Yo ya
estoy revolviéndome entre las sábanas, sin saber cómo ponerme. Con los ojos de
par en par mirando la lámpara. Un, dos, tres, empezaré a contar ovejitas,
cuatro, cinco, seis.
XLVII
¡¡¡¡¡¡AAAAAHHHHHHHHHHHAAAAAAHHHHHHHHH!!!!!!
¿Quién grita? ¿Qué pasa? ¿A quién están matando?
Doy un salto, me doy con la frente en el canto de la cama. Mierda. Chichón
habemus. A oscuras. Dios, qué ha ocurrido. Quién ha dado ese alarido. Salto por
el pasillo. Abro la habitación. Ana, hija, no te asustes, no pasa nada, no pasa
nada. Samuel, Samuel… ¿tú estás bien? Ana… éste está roque, éste duerme como un
bendito… Samuel, despierta, ¿estás bien? ¿te pasa algo? Ana, por favor, no te
me abraces, no me agarres como una lapa, que me vas a tirar al suelo… Me va el
corazón que se me sale del sitio… Creo que ahora entiendo eso de “yo grito”.
Joder, gritar es poco. Estoy por llamar por teléfono a su madre. YA. Igual no
hace falta, lo mismo lo ha oído ya desde Mediavilla. Joder, esto se avisa. Menudo
compromiso, si de un grito se nos muere y se nos queda aquí. O peor, si de un
alarido nos mata y nos encuentra mañana fritas. Vaya susto morrocotudo que nos
estamos llevando. Me tiemblan las piernas. Me tiembla todo. Hija, tú te vienes
a dormir conmigo. Éste nos da otro chillido así y te deja sin tímpanos. Ven,
cariño, ven. Ya ha pasado todo.
XLVIII
¡¡¡¡¡AAAAAHHHHHHHHHHHAAAAAAHHHHHHHHH!!!!!!!!!!!!!!
Chisssss, Ana, chiss… tú ni te muevas, que no es
nada. Y no me des más patadas, que me estás cosiendo esta noche, hija. Ya
sabemos que es otro alarido de Samuel. Qué potencia pulmonar. Van cuatro. Y
éste último, lo menos lo menos habrá llegado a los 99 decibelios.
LV
Dinnggggggg-donggggg. El timbre, sí el de la
puerta, no el de la calle. No lo he soñado. A las cinco de la mañana. Qué hago.
Me levanto o no. Voy de puntillas por el pasillo. Ay, mi chichón, mañana cuando
lo vea. Me asomo a la mirilla. Es Modesto, el vecino de abajo, el del muuuuy
mal genio. Qué pinta trae. Resopla como un toro. Así no le abro. Se rasca la
oreja. Contengo el aliento. Se cansa de esperar. “Mañana tendremos unas
palabras”, advierte. Se bate en retirada. Menos mal. Suspi…
¡¡¡¡¡¡AAAHHHHHAAAHHHHHHHAAHHHHAAAAHHHHHHH!!!!!!
¡La madre que parió al crío éste! ¡Es que grita
como si lo estuvieran desollando vivo! ¡Es que me pone taquicárdica! ¡Es
que éste me mata de un susto! ¡Es que lo despierto ahora mismo, lo empaqueto, y
se lo mando a su madre para que lo aguante! Modesto, desde la escalera, se
revuelve. “¡Un poquito de consideración! ¡Sé que pasa algo ahí dentro, Flora!
Ahora sí que sí, llamo a la policía y que os denuncie, aquí no hay quien duerma
ni pegue ojo…!”.
LX
Por suerte, mi pequeña Ana duerme. Excepto el
primer alarido, no se está enterando de la nochecita. La culpa es toda mía por
ir de guay liberal y haberla animado a traer su “novio” a casa. Aún me pasa
poco. Me he sentado en el sillón. Espero que venga la policía de un momento a
otro. Ahí tendré que abrir. Ahí tendré que dejarles pasar. Y ahí me oiré a mí
misma diciéndoles: “Vale, de acuerdo: el amiguito de mi hija grita. Pero si se
lo quieren llevar a comisaría, tienen ustedes que pasar por encima de nuestros
cadáveres”. Me encojo por momentos. Y me
extraño de mi encendida defensa de Samuelillo el chillón. Con la manía que le
he cogido. Con lo a punto que he estado de sacarlo al balcón y para que siga
allí durmiendo y que dé alaridos cuando le plazca. Sí, es un GRITÓN. Pero esta
noche es NUESTRO GRITÓN. Mmm… Son casi las seis. Y ahora, qué raro, hace un
buen rato que no se oye nada de nada.
LXI
Aún no es de día… Soñaba, soñaba con un cuento.
Ana, duermes a mi lado hecha un ovillo, y en este sueño tú eras mi ratita
presumida.
LXX
…y
entonces una mano gélida se posó sobre mi hombro…
¡¡¡¡¡¡AAAAAHHHHHHHHHHHAAAAAAHHHHHHHHH!!!!!!
Ana se
asusta de mi susto. El amiguito de mi hija me saluda, “buenos días, cómo está
usted”. Ahí está el niño que no ha roto nunca una cristalería (pero casi), con
sus calcetines puestos. Ana me reprende: “¡Mamá, mamá, por favor menudo
chillido acabas de dar, le has puesto los pelos de punta al pobre Samuel!”. Me
percato de que los pequeñajos me miran con cara de pánico. Son las diez en el
reloj de la pared. “No pasa nada, no pasa nada”, les digo entonces con voz de
ultratumba. No sé por qué se quedan estupefactos cuando les anuncio: “en cuanto
vuelva un poco en mí misma, bajo literalmente de la lámpara, saco los dedos del
enchufe y os preparo el desayuno”. Ahí es cuando Samuel, sonríe con admiración
y exclama: “¿Sabes, Ana? Me gusta muuuucho tu mami: ella también grita”.