domingo, 2 de enero de 2011

Todo lo que me puedas decir ya lo sé


En Mardebé, hoy parece que todo el mundo está más loco y tiene más prisa. En el corazón de la ciudad, los cláxones suenan más. Hay más coches obstruyendo el carril “bus”. Vehículos y peatones van amontonándose frente a los semáforos como escarabajos peloteros y hormiguitas respectivamente, mientras aguardan con impaciencia su turno. Los policías locales soplan de forma destemplada sus silbatos tratando inútilmente de hacer fluir una circulación cada vez más espesa y colapsada. Empiezan a caer gotas. Como son inesperadas, pillan a la gente sin paraguas ni chubasqueros. Y los edificios ya casi se reflejan en el negro asfalto y en el blanco sucio y resbaladizo de los pasos de cebra.

Dentro de las oficinas de “Innovaciones Crecientes”, en plena milla de oro urbana, reina el silencio. El aislante acústico de las grandes cristaleras ahumadas cumple su función perfectamente. El martilleo de los teclados es el sonido que destaca por encima de cualquier otro. Se abre la doble puerta, casi a pie de calle. Y entra un señor. En los hombros de su chaqueta ya se aprecia la lluvia que se intensifica por momentos.

“¡Huy, Eloy, cuánto tiempo sin verte por aquí!”. “Qué tal, Patri, buenos días, es que he estado de viaje”. “¿Vienes a ver al señor Palma?”. “Sí, sí… había quedado con él”. “Innovaciones Crecientes, le atiende Patri, dígame… ¿de parte…? Le paso…”. “Vaya día se está poniendo”. “Sí, parece que va a caer una buena… Tendré que poner el paragüero, si no, van a dejar la moqueta perdida… ¿Oiga? Comunica… ¿Puede llamar en diez minutos? Sí, yo le dejo nota, no se preocupe. Gracias. Hasta luego, buenos días… ¿Señor Palma? Soy Patri, de Recepción. Aquí está Eloy. ¿Le digo que espere? Vale. Eloy, espérate dos minutos, que ya baja”. “Gracias, Patri”. “¿Qué te parece el paragüero…?“. “Bueno, no está mal, hace su papel…”. “Es horrible… es de los chinos, pero da el pego… ahora lo dejo aquí… y ya está… Eloy… ¿Te quedarás a comer?”. “No sé. Igual sí”. “Acaban de bajar el papelito con el menú de hoy, si quieres te apunto… Hay pollo rebozado con papas: espectacular…”. “Jo, menuda tentación, como para no quedarse”. “Mira, ahora llega el mensajero… y está empapado el pobre ¡Hola…! ¿Qué me traes hoy, chico…?”. “Tres paquetes y un sobre. Firma aquí por favor”. “Espera, que te pongo el cuño ….”. Pam, pam, pam. “Déjalo ahí, encima del mostrador, que ya me encargo yo… Esto de aquí es lo que te tienes que llevar hoy”. “¿Esos bultos?”. “Sí, cuidado que pesan un quintal y el suelo patina”. “Bueno, me voy pitando, que si no vendrá la grúa y me levantará la furgoneta… el otro día ya me multaron”. “¿Te había pillado a punto de almorzar, Patri?”. “Es lo que estaba intentando hacer, Eloy, aquí estoy con mi desnatado y mi frutita… porque si no como algo a estas horas, luego me caigo como un taco… Innovaciones Crecientes, le atiende Patri, dígame… ¿con el señor Gracia? Un segundito, enseguida le paso… El caso es que cuando instalaron las líneas directas, me dijeron: Patri, tú vas a estar mucho más tranquila, a partir de ahora no te van a molestar más, porque cada uno tiene su número directo… ¡Jamones!, me pusieron un capazo de faena que ni tú te lo puedes ni imaginar ni yo me la puedo acabar… Y encima todos siguen prefiriendo llamar a la centralita…” “No me extraña, será por el gusto de hablar contigo….”. “Ahora tengo que preparar corriendo la sala para la reunión de las once, y van a querer tener la cafetera a punto… “. “Pero no te quejas…”. “¡No, ni se me ocurre! Innovaciones Crecientes, le atiende Patri, dígame… ¿Valentín?, Valentín, que estoy trabajando… por qué me llamas a este número, ¿ha pasado algo?… no, no me acordé de lavarla… perdona, se me pasó, pero ponte la azul que está limpia… la tienes planchada y colgada en el armario… en tu parte… lo siento, cuando llegue a casa, lo primero que hago es eso… Valentín, que te he dicho que lo siento… Valentín, por favor, no me digas eso, no te pongas así por una camisa… Valentín, por el amor de Dios, no me grites… no, de verdad que no, no se me volverá a pasar…, ahora tengo que trabajar…, discúlpame, luego nos vemos, por favor, por lo que más quieras, no te enfades, luego a las cinco hablamos…”.
Durante unos segundos vuelve a escucharse el martilleo sobre los teclados. Patri busca un pañuelo de papel en el bolso para secarse los ojos. Eloy se descarga de su carpeta y la deja encima del mostrador. “Patri… Patri…, atiéndeme un segundo…”. “Innovaciones Crecientes… Un momento por favor…”. Ella aprieta el “mute” en el teléfono y lo mira. Él le dice: “…todo sigue igual por lo que veo…”. “Igual, igual no: peor, mucho peor…”. “Patri… ¿Tú te das cuenta de la situación en la que estás por culpa del tiparraco éste? ¡Va a acabar contigo si sigues así! ¿Por qué lo aguantas?”. Pañuelo encestado en la papelera. Tres puntos. “Eloy, todo lo que me puedas decir ya lo sé”. Pausa valorativa. Zumba el pinganillo. “¿Sï? Ahora mismo se lo digo, señor Palma. ¡Eloy, el señor Palma que subas!”. “Apúntame por favor al pollo con papas”. “Hecho... Innovaciones Crecientes, le atiende Patri, dígame…”.

Eloy sube las escaleras despacio. Cuando lleva ocho escalones, ella lo llama. “¡Elooooy!”. Él gira el cuello. Patri le dice sólo: “…que sepas que muchas gracias…”. Él le responde con una sonrisa franca. Reemprende la escalada. Fuera, en la calle, el atasco es total. Sólo falta que los viandantes salten por encima de los coches, o que los escarabajos salgan en estampida arrasando a todas las hormiguitas que pillen a su paso.








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