domingo, 23 de enero de 2011

Siempre nos queda lo del diez, veinte o treinta

El cuento de hoy viene a completar el "DIEZ, VEINTE O TREINTA" del pasado mes de Junio. A quien no la recuerde, le conviene repasarla, para que esta historia cobre todo su sentido.




SIEMPRE NOS QUEDA LO DEL DIEZ, VEINTE O TREINTA

Fue pasando tiempo y el niño bueno de nuestro cuento creció y se hizo mayor. Era inteligente, pero sin llegar a la genialidad. Y sobre todo trabajaba duro. No le quedaba otra. Y seguía siendo amigo de sus amigos, aunque no tenía muchos. O eso pensaba. Cada mañana, aivó, aivó, cogía el coche para ir a trabajar. Porque era de los afortunados que mantenían un empleo. Y cada noche, aivó, aivó, regresaba hecho polvo a casa a descansar. ¿Más detalles? Ya no cargaba pesadas mochilas, le bastaba con una mini tableta de apenas setecientos gramos donde cabía toda su vida laboral y la de toda la empresa. Le servía de manos libres, reproductor musical, incluso de mapa mundial. En los gustos automovilísticos nuestro protagonista sí que había evolucionado. Coches grandes, robustos, a la última en lo electrónico y con el consumo de un mechero. Ésas eran sus consignas. Y así era su propio vehículo. Negro como el azabache. Igual que el caballo Furia. Nunca había sabido lo que era el azabache, hasta que hacía poco, curioseando el diccionario, había averiguado que se trataba de una piedra.

Encontró un hueco para aparcar, junto a su casa. Aún no había entrado en el portal cuando advirtió que un chavalín se acercaba sospechosamente a su flamante carrocería. Se alarmó: “¡Pero qué va a hacer ése…!”. Rápidamente se dio la vuelta. En balde. Llegó tarde. El gamberrito precoz ya había pegado con su dedito un moco importante. “¡La madre que te trajo, niño del carajo!”. Al oír el grito, el nano soltó otro alarido y echó a correr. Y entonces nuestro hombre, recordó que el mundo se divide entre los que corren para que no les pillen y los que corren más para que no se les escapen. Sólo necesitó tres largas zancadas para darle alcance y sujetarlo por el bracito. El pequeñajo tenía la cara espantada. “¡Pero nene! ¿Por qué has hecho eso?”. El silencio fue su respuesta “¡Ahora vienes conmigo y lo limpias!”. Y lo arrastró. Con cuidado del qué dirán los que transitaban por la calle. Camino de vuelta, le decía: “¡Y que sepas que esa matrícula ni siquiera suma diez, veinte o treinta…!”. Entonces el pequeño, muy serio, con una vocecilla muy aguda le contestó: “¡Sí que suma: mire las combinaciones!”. El renacuajo sabía de qué hablaba. El adulto, otrora niño, se detuvo impactado y repasó mentalmente y con cuidado: “8086: ocho más cero más ocho más seis… así no da”. En ese instante, el niño se le escurrió y salió disparado en dirección contraria. Pero ya no fue a por él. Estaba concentrado en sus números: “Ocho más cero más ocho menos seis: diez. Diez. ¡Diez!”. Y una pequeña bocanada de Energía positiva le sobrevino entonces. Increíble. Tragó saliva. Y decidió que, después de tanto tiempo, procedía actualizar sus normas internas. Y en su pensamiento, proclamó: “En estos tiempos de zozobra de todos conocida y con las dificultades que atravesamos procede decretar y decretamos que, en lo sucesivo, para recibir Energía positiva y buenas vibraciones bastará con ver una matrícula que sume al-ge-brai-ca-men-te diez, veinte o treinta. Con esta medida excepcional y de emergencia esperamos devolver el equilibrio emocional a muchísimas más personas que lo necesitan y lo merecen. Y así se acatará y así se cumplirá mientras se den las actuales circunstancias”.

Lo de menos es cómo limpió la pelotilla. Lo de más es que nuestro protagonista entró en su casa feliz como una perdiz para acabar este cuento con quinientas noventa y cuatro palabras, 594, cuyos números también suman diez…. algebraicamente.




1 comentario:

  1. Muy buenos los dos cuentos!! He pasado un rato muy entretenido, me han gustado mucho!!

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