I
Humo en la pequeña cocina. Salta el sofrito cabreado mientras se dora el
pollo de corral. La madre, con el delantal condecorado y el antebrazo
arremangado remueve con cuchara de palo los trocitos de carne y los reparte en
la paella. Candela la mira con atención. Está de pinche. Ya tiene la verdura
lavada, troceada y a punto. Ha visto hacer una paella de casa más de cien
veces. “¿Y para cuándo me dejas a mí, mamá?”. La madre pone un punto de sal, le
recoge el cazo y contesta: “Mmm…
Mientras yo pueda, no hace falta, hija… sólo quiero que sepas… por si
acaso”.
II
Ahí está Candela. Ahí viene. A ver qué cara trae. El padre le abre la
puerta del coche. “¿Y..? ¿Cómo te ha ido?”. Ella contesta jubilosa. “¡Me han
aprobado! ¡Ya tengo el carné!”. ¡Bien! ¡Bravo! ¡La nena ya conduce! Él le da un
beso. Y arranca. No mira por el espejo retrovisor como es preceptivo y casi se
lleva por delante a uno que venía embalado. Recibe por eso una pitada monumental.
Contesta: “¡Y tú más, cabrón!”. Serenémonos. ”Vamos a casa, a darle la noticia
a tu madre”. Candela se ajusta el cinturón. A lo mejor no es el momento. Pero a
lo mejor sí. “Oye, papá… y ahora ¿me vas a dejar el coche alguna vez?”. Dos segundos
en silencio. “Esto… pues… sí, claro, cuando haga falta por qué no”. Se para en
un semáforo. Pone la radio. “…pero recuerda en que ya quedamos en que te sacarías
el permiso de conducir por si acaso”.
III
Ha sonado el timbre. Nadie conocido llama así, con un toque tan sostenido.
Antes de abrir, la madre se asoma por el balconcillo, “¿quién essss?”. Es un
municipal. Levanta el cuello. Y pregunta por Candela. Trae una carta
certificada para ella. De punta a punta de la casa: “¡Candelaaaaaaa!”. La chica
sale de su habitación. Firma el acuse de recibo y el policía se va. “Hija… eso no
será una multa, ¿no?”. “Mamáaa, por favor”. Rasga el sobre que lleva membrete
oficial con nerviosismo contagioso y ambas miran. Ah, bueno. Le comunican que
ha salido elegida para la mesa electoral de las próximas elecciones
autonómicas. “Como presidenta suplente”, lee Candela. Y determina su madre:“…entonces no te tocará
quedarte. Tú te presentas allí a las ocho en punto, y cuando hagan recuento, te
vuelves a casa. Sólo hay que ir por si acaso”.
IV
“Que pases”, le dice la secretaria. Candela llama temblorosamente a la
puerta. Y entra. Detrás está Didier Leplus, el afamado coreógrafo. “¡Oh, oh,
oh, Candela, me encantó tu actuación en el casting…!”. A la chica le suben los
colores y las palpitaciones al mismo tiempo. Después de tanto esfuerzo, tanto
sacrificio… está recibiendo alabanzas nada menos que del mismísimo Leplus. ¿Entonces? Él prosigue: “…es un honor para mí pedirte que te unas a nuestra Compañía, Candela”. Ella quiere
frotarse los ojos, pellizcarse. “…es mi intención proponerte representar el
papel más especial: el de la actriz principal…”. Quiere caerse muerta allí
mismo. “…sustituta; para cuando Marina Bleno descanse o no esté”. A Candela le
decae un poco el vértigo, pero da lo mismo. De la nada va a pasar al casi todo
y a partir de ahora estará muy pendiente de los catarros de la diva, por si
acaso.
V
Qué difícil es conciliar el sueño en noches tórridas como ésta. Por fin,
después de tres mil vueltas, duerme Candela. Envuelta en sudor. Se agita. Trata
de terminar ella sola una paella gigante. Y se la da a probar a su madre.
Espera veredicto. “Chiquilla, este arroz está esclafado”. “Esclafado, esclafado”,
repiten tropecientas voces que esperaban su plato. Sale despavorida a la calle.
Acaba de acordarse de que precisamente hoy eran las elecciones. Para no llegar tarde, sube
al coche de su padre. Entra dentro de la cláusula "cuando haga falta". Pero cómo se conduce este cacharro, cómo, si le falta el volante. Desiste. Se baja, lo
deja mal aparcado, y por el rabillo del ojo ve cómo el mismo municipal que le
trajo aquel certificado se acerca para ponerle una multa. No importa. Ella
corre y corre hacia el colegio electoral. Dos interventores la reprenden al
recibirla, “¿Dónde estabas?”. Candela se excusa: “…es que sólo soy la presidenta
suplente… ¿no ha venido el titular?”. Ambos señalan hacia la mesa y… ¡qué
sorpresa!: ¡La presidenta es la mismísima Marina Bleno! ¡Pero, qué alegría! Candela vuelve a correr con toda
su alma por la calle. Pierde el resuello. Casi vuela. Y casi es de noche. Dando
traspiés en los puñeteros escalones, entra por la trasera del teatro, avanza
hacia los camerinos, mientra ya escucha la megafonía: “Señoras, señores, dentro
de unos minutos empezará la representación. Rogamos apaguen sus móviles. Les
informamos que hoy, en el papel de Corina, actuará Candela Lacruz”. Ella se
asoma por detrás del telón. Entre rumores
y abucheos, la mayor parte del público se levanta y empieza a irse. No
han pagado por eso. Candela sale al escenario y quiere gritar: “¡Noooo!”. Pero está
muda, sin voz. Prueba de nuevo: “¡¡NOOOOOOO!!”. Esta vez sí ha gritado. Ha
gritado de verdad. Candela se incorpora bruscamente. Todo está oscuro. Qué
difícil es conciliar el sueño en noches tórridas como ésta. “Nena, ¿estás bien?”,
pregunta su padre, asomándose en gayumbos a la habitación, “hace un calor
insoportable… enciéndete el aire acondicionado y tápate con la sábana… por si
acaso”.
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