domingo, 3 de marzo de 2013

Por si acaso



I
Humo en la pequeña cocina. Salta el sofrito cabreado mientras se dora el pollo de corral. La madre, con el delantal condecorado y el antebrazo arremangado remueve con cuchara de palo los trocitos de carne y los reparte en la paella. Candela la mira con atención. Está de pinche. Ya tiene la verdura lavada, troceada y a punto. Ha visto hacer una paella de casa más de cien veces. “¿Y para cuándo me dejas a mí, mamá?”. La madre pone un punto de sal, le recoge el cazo y contesta: “Mmm…  Mientras yo pueda, no hace falta, hija… sólo quiero que sepas… por si acaso”.

II
Ahí está Candela. Ahí viene. A ver qué cara trae. El padre le abre la puerta del coche. “¿Y..? ¿Cómo te ha ido?”. Ella contesta jubilosa. “¡Me han aprobado! ¡Ya tengo el carné!”. ¡Bien! ¡Bravo! ¡La nena ya conduce! Él le da un beso. Y arranca. No mira por el espejo retrovisor como es preceptivo y casi se lleva por delante a uno que venía embalado. Recibe por eso una pitada monumental. Contesta: “¡Y tú más, cabrón!”. Serenémonos. ”Vamos a casa, a darle la noticia a tu madre”. Candela se ajusta el cinturón. A lo mejor no es el momento. Pero a lo mejor sí. “Oye, papá… y ahora ¿me vas a dejar el coche alguna vez?”. Dos segundos en silencio. “Esto… pues… sí, claro, cuando haga falta por qué no”. Se para en un semáforo. Pone la radio. “…pero recuerda en que ya quedamos en que te sacarías el permiso de conducir por si acaso”.

III
Ha sonado el timbre. Nadie conocido llama así, con un toque tan sostenido. Antes de abrir, la madre se asoma por el balconcillo, “¿quién essss?”. Es un municipal. Levanta el cuello. Y pregunta por Candela. Trae una carta certificada para ella. De punta a punta de la casa: “¡Candelaaaaaaa!”. La chica sale de su habitación. Firma el acuse de recibo y el policía se va. “Hija… eso no será una multa, ¿no?”. “Mamáaa, por favor”. Rasga el sobre que lleva membrete oficial con nerviosismo contagioso y ambas miran. Ah, bueno. Le comunican que ha salido elegida para la mesa electoral de las próximas elecciones autonómicas. “Como presidenta suplente”, lee Candela. Y determina su madre:“…entonces no te tocará quedarte. Tú te presentas allí a las ocho en punto, y cuando hagan recuento, te vuelves a casa. Sólo hay que ir por si acaso”.

IV
“Que pases”, le dice la secretaria. Candela llama temblorosamente a la puerta. Y entra. Detrás está Didier Leplus, el afamado coreógrafo. “¡Oh, oh, oh, Candela, me encantó tu actuación en el casting…!”. A la chica le suben los colores y las palpitaciones al mismo tiempo. Después de tanto esfuerzo, tanto sacrificio… está recibiendo alabanzas nada menos que del mismísimo Leplus. ¿Entonces? Él prosigue:  “…es un honor para mí pedirte que te unas a nuestra Compañía, Candela”. Ella quiere frotarse los ojos, pellizcarse. “…es mi intención proponerte representar el papel más especial: el de la actriz principal…”. Quiere caerse muerta allí mismo. “…sustituta; para cuando Marina Bleno descanse o no esté”. A Candela le decae un poco el vértigo, pero da lo mismo. De la nada va a pasar al casi todo y a partir de ahora estará muy pendiente de los catarros de la diva, por si acaso.

V
Qué difícil es conciliar el sueño en noches tórridas como ésta. Por fin, después de tres mil vueltas, duerme Candela. Envuelta en sudor. Se agita. Trata de terminar ella sola una paella gigante. Y se la da a probar a su madre. Espera veredicto. “Chiquilla, este arroz está esclafado”. “Esclafado, esclafado”, repiten tropecientas voces que esperaban su plato. Sale despavorida a la calle. Acaba de acordarse de que precisamente hoy eran las elecciones. Para no llegar tarde, sube al coche de su padre. Entra dentro de la cláusula "cuando haga falta". Pero cómo se conduce este cacharro, cómo,  si le falta el volante. Desiste. Se baja, lo deja mal aparcado, y por el rabillo del ojo ve cómo el mismo municipal que le trajo aquel certificado se acerca para ponerle una multa. No importa. Ella corre y corre hacia el colegio electoral. Dos interventores la reprenden al recibirla, “¿Dónde estabas?”. Candela se excusa: “…es que sólo soy la presidenta suplente… ¿no ha venido el titular?”. Ambos señalan hacia la mesa y… ¡qué sorpresa!: ¡La presidenta es la mismísima Marina Bleno! ¡Pero,  qué alegría! Candela vuelve a correr con toda su alma por la calle. Pierde el resuello. Casi vuela. Y casi es de noche. Dando traspiés en los puñeteros escalones, entra por la trasera del teatro, avanza hacia los camerinos, mientra ya escucha la megafonía: “Señoras, señores, dentro de unos minutos empezará la representación. Rogamos apaguen sus móviles. Les informamos que hoy, en el papel de Corina, actuará Candela Lacruz”. Ella se asoma por detrás del telón. Entre rumores  y abucheos, la mayor parte del público se levanta y empieza a irse. No han pagado por eso. Candela sale al escenario y quiere gritar: “¡Noooo!”. Pero está muda, sin voz. Prueba de nuevo: “¡¡NOOOOOOO!!”. Esta vez sí ha gritado. Ha gritado de verdad. Candela se incorpora bruscamente. Todo está oscuro. Qué difícil es conciliar el sueño en noches tórridas como ésta. “Nena, ¿estás bien?”, pregunta su padre, asomándose en gayumbos a la habitación, “hace un calor insoportable… enciéndete el aire acondicionado y tápate con la sábana… por si acaso”. 

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