domingo, 14 de julio de 2013

Incompatibles



I
El camarero se ha acercado a la mesa. Ha rellenado nuestras copas casi vacías. De fondo, suena Bonnie Tyler. It’s a heartache. Nueva de la semana pasada. Le he pedido a Angelina que se quite los pendientes un momento. Se ha extrañado. “¿Por qué me pides eso?”. He encogido el hombro. “Manías, probablemente”. Parecía que no me iba a hacer caso. Pero en un gesto sencillo, con su mano derecha ha quitado el enganche y con la izquierda lo ha recogido. Primero uno, luego el otro. Dos piedrecitas talladas con irisaciones grises. “¿Contento, Alejo? ¿Es que no te gustan?”. “No, no es eso”. Me he aproximado entonces. Hasta el talle de su cuello. Hasta donde se siente su respiración pausada. Nada. Sigo sintiendo ese taladro en mi sien. Contínuo. Agudo. Vuelvo a mi posición en la silla. “Póntelos de nuevo, por favor”. Ella protesta: “¡Pero bueno… qué caprichoso es el señor!”. Esbozo una sonrisa. Muerdo mis labios para ver si se amortigua un poco ese punzante dolor. Yo tenía que comprobarlo. Ni esas preciosas piedras contienen kriptonita ni yo soy el primo de supermán.

II
Parece que va a caer una buena de un momento a otro. Hace unos minutos estaba el sol apretando y ahora el cielo se ha oscurecido repentinamente. Y son las cuatro de la tarde. No me extrañaría que descargara granizo del tamaño de una pelota de tenis. Llamo a la puerta del despacho del Director General. Dos golpecitos, TOC-TOC. Pido permiso. Me lo encuentro con la cabeza apoyada en sus manos y los ojos fuertemente cerrados. “Thomas, ¿te encuentras bien?”, le pregunto aprestándome para ayudarle. Él declina con el brazo: “…mis neuronas me dan el parte meteorológico”, me dice señalando la ventana, “…tengo la cabeza como un tambor en Semana Santa…”. Él se endereza. “…qué suerte tienes, Alejo: no te imaginas lo que puede llegar a ser esto”. ¿No? No poco. Miro alrededor. Estamos solos en el despacho. Tiempo de confesiones. “…es verdad que mis neuronas no se inmutarán con una tormenta, pero estallan cuando estoy cerca de Angelina”. Él se queda boquiabierto. Qué dices. No puede ser. Afirmo con tristeza. Sí, sí que es. Escuchamos ahora el el pedrisco que empieza a caer, batiendo sobre los cristales. Siempre dejo el coche en el garaje. Hoy no. Encontré un hueco en la puerta del edificio y me dije: “¡Ahí aparco, qué buena suerte la mía!”.

III
Versionando la canción, canturreo en voz baja, “los paracetamoles de dos en dos, uá, uá”.  Angelina y yo vamos de la mano. Acabamos de salir del cine. Me encuentro bien. Sólo siento ahora un ligero zumbido. Tengo que hablar muy seriamente con mi cabeza. Voy al lado de la persona que quiero… ¿por qué entonces tiene que darme la nota? Subimos al coche. Le paso las llaves. Conduce ella. Así puedo entornar los párpados. Mientras comprueba que no viene nadie por la izquierda y acelera, me dice: “Alejo: Tienes que ir al neurólogo ya. Hay que saber la causa de esa migraña, no sea que esconda algo serio”. Tragando saliva, le digo que sí, que tiene razón. Aunque sepa qué me causa esta jaqueca y no se lo confiese, tendré que conocer la causa de la causa. Y buscar el remedio del remedio.

IV
Le he explicado que esto es cosa de Thomas. Me envía a la delegación de Mardebé por una temporada para poner allí orden. Angelina hace un gesto de contrariedad. “Ya le vale. ¿Y tenías que ser tú? ¿No había nadie más?”. Con la practicidad de la que siempre ha hecho gala, empieza a hacer cálculos. Dejará su trabajo para venir conmigo. Pondremos a la venta el ático, aunque ahora, con la que está cayendo es muy mal momento para vender. “Eh, eh, eh”, le paro, “no podemos contraponer nuestras trayectorias profesionales…”. No sería justo. A Thomas le he dejado bien claro que será un traslado temporal. Luego, vuelta a casa. Mmm… Piensa. Conviene que sí, que mi planteamiento es el más sensato. Nos abrazamos. Yo la estrujo con todas mis fuerzas. Tengo muy claro que, si la cabeza no me estalla ahora, no me estallará ya nunca.

V
Todo es muy monótono aquí, en Mardebé. A partir del mediodía, me paso el tiempo mirando el reloj, contando los minutos que faltan para conectar con ella. Compré la mejor tecnología. Una pantalla de sesenta pulgadas. Tridimensional, claro. Un equipo de audio con sistema en vivo. Contraté la máxima velocidad de transmisión de datos que ofrecen actualmente las operadoras, veinticuatro gé. Y ahí estamos. Contándonos nuestras cuitas. Con un realismo asombroso. Casi la puedo tocar. Falta ese casi. Mientras, el paracetamol sigue guardado en un cajón. Si no ha caducado ya, le faltará poco.  

VI
Cogeré la maleta en cuanto salga por la cinta y saldré corriendo. Y ella estará detrás de esa puerta, esperándome. Buffff, qué nervios y qué ganas de verla, después de tantas semanas. Según bajaba por la escalerilla, ya me he tomado el paracetamol preventivo. Por las horas que son, iremos directos a nuestro restaurante. Me encargué de reservar y advertir que llegaríamos tarde. “No se preocupe, señor Alejo, que aquí les esperamos”. Si siguen con Bonnie Tyler y su heartache, va bien. Después del brindis, le preguntaré si se puede quitar los pendientes un momento. “¿Otra veeez?”, protestará ella. Lo hará. Y entonces, tachaaaán, sacaré el estuchito con los pendientes de perla, y ella se quedará sorprendida y descolocada. Ésa, esa es mi pobre maleta vapuleada. Allá voy hacia la salida. Mmmm… Mmmm… ¿Angelina? ¿Angelinaaaaaaa?

VII

Fue Thomas quien, en un tono inocente,  le dijo: “Angelina, pero… ¿es que Alejo no te había dicho que tú le provocabas esas migrañas?”. Por más que lo he intentado, no la he vuelto a ver. No he vuelto a saber directamente de ella. Regresé de Mardebé. Recorro nuestros espacios. Rememoro nuestros recuerdos. Lo que son las cosas. Mi puta cabeza no me duele nada de nada en ninguna circunstancia. Pero ahora me duele el alma. De forma infinita y contínua. Y ése sí que es un dolor que, de verdad, no le deseo a nadie. 

1 comentario:

  1. No me ha gustado el final, es demasiado triste para mi gusto. Hubiese estado mejor que se pusiese los pendientes de perlas y a Alejo le desapareciesen las migrañas. Aunque pensándolo mejor... ¿Eso no suena a un cuento de algún alumno de Primaria? Jajaja. Bueno, felicidades por la historia. Muy bien redactada, por cierto ;)

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