I
Prefiero
pensar que este silencio que se produce cuando cruzo la cortinilla del bar la
Bamba es más por respeto que por temor. Desde la calle escuchaba las voces de
Feliciano tirando la ficha en la mesa de mármol, “¡toma, toma, toma: cuatro doble, requiescat in pace!”, y al volverse
hacia mí y verme, todos han bajado el tono. Como si llevaran rezando en voz
baja un buen rato, igual. Miro a izquierdas, a derechas, sin mover la cabeza ni
pestañear. En un vistazo ya he fichado a la concurrencia. Son los habituales,
menos el de la ventana. A ése no lo conozco. “Buenasss”. Avanzo hacia la barra.
Olor a fritanga y a embutido. Ahí está Luis que, con un gesto mío, ya sabe a
por lo que vengo. Ya rueda la válvula del vapor, ya llena la taza, ya pone la
bolsita con el té rojo. Y cuando esté lista, esperará un par de minutos antes
de echar un chorrito de leche… y, para rematar, la propina. Mientras, compruebo
que el inoxidable de la barra está limpio, dejo ahí la gorra, despliego Las
Verdades, a ver qué de bueno nos cuentan hoy. Todo calamidades, para variar.
Luis me acerca la taza, “aquí tiene, don Alfredo”, con dos sobres filosóficos
de azúcar. Eso, y dos madalenas, que aquí las hacen muy buenas. Aún espero un
poco más, para no quemarme el bigote. Cada
vez me pesan más las piernas. Cada vez me abulta más la tripa. Pocas ganas
tengo de volver a salir fuera, con la rasca que cae. Sorbo despacio. Termino el
periódico, hasta la contraportada. “Cóbrate cuando puedas”. Dejo las monedas y
salgo. “Hasta luego”. Apenas se ha cerrado la puerta acristalada, la de la
cortinilla de canutillo, aún no he subido al coche patrulla, cuando vuelvo a
escuchar: “¡Cabrón, hijoputa! ¿tú por
qué no has tirado el doble cuando has podido?”. No lo he probado nunca, pero estoy seguro que
si entro de nuevo, otra vez se apaciguará el guirigay. Lo dicho; prefiero
pensar que es más por respeto que por temor esta quietud que me envuelve por
donde paso.
II
Hoy no
estoy de humor. Me acaban de proponer que me traslade a Mardebé. Yo qué coño pinto
allí. Me he quedado de piedra, aquí en Gorroperdido está mi sitio; mi gente, mi
todo. Me ha faltado un tris para enviarlos a tomar por culo. A tomar por culo.
La puerta del bar la Bamba está atrancada, por eso le he dado un empellón que
casi la arranco con cortina y todo, no por otra cosa. Ya estamos igual que
siempre. Todos callados como en un velatorio. Se enrojecen las venas de mis
ojos. Miro hacia un lado, hacia otro. Quien más quien menos se encoge al sentirse
observado. Algo malo habrán hecho, digo yo. Ése de ahí ya estaba aquí el otro
día. La partida aún no ha empezado. Canaleta tiene el mando de la tele y va
buscando, no sé qué va buscando. Voy a dejar caer la gorra sobre el inoxidable
pulido cuando…. Eeppppp, que no está limpio, que está pringoso de aceite. Me
quedo pues con la gorra en la mano. Espero. Aparece desde la cocina Prieto. “¿Es
que no está Luis?”. “No, Luis ya no trabaja aquí…”. Ostras, eso sí que me sabe
mal. “¿Qué va a ser?”. Mecagüen todo, ahora me toca explicar toda la
parafernalia. Lo del té rojo. Lo de los dos minutos antes de echar un chorrito
de leche. Este Prieto es muy jefe, pero no se entera. No le sale igual. “Eh, eh, que falta lo de la propina”. No está
en los detalles. “¿Qué propina?”. Este tío parece tonto. Hasta los que juegan
al dominó que se miran entre sí al borde del descojono saben lo de la propina.
“Eh, eh… Y las dos madalenas”. En lugar de cogerlas con las pinzas, las manosea
con sus dedos amorcillados y… Bueno, para
qué me voy a ofuscar más. Por lo que me queda de estar aquí… Las madalenas,
después de pasar por las manos ésas, ni las toco. Bebo la taza y noto que no
estaba limpia en el fondo. Puaggg. Busco el periódico y resulta que éste es de
ayer; el de hoy no lo tienen aún. “Cóbrate cuando puedas”, le digo. ¿Sesenta y
cinco? Me pide veinte pesetas más de lo normal. Joder. “Vas a perder negocio
sin Luis trabajando aquí”, le anuncio. Me quedo empuñando la manivela de cuajo
al tratar de abrir. Se la enseño al de la Bamba. “… oye, Prieeeto, aprieeeta bien
esos tornillos y pon un poco de tres en uno…”. Menos mal que me trasladan a
Mardebé, porque si tengo que seguir viniendo a La Bamba a desayunar, sin Luis,
agarro una úlcera en cuatro días.
III
Un
último paseo por estas calles. Una bocanada de este aire frío y limpio que
dentro de unos días me faltará. Joder, no tengo que hacer un drama de esto.
Pero no entiendo por qué se me humedecen los ojos. Nunca he sido un
sentimental. Bueno, bueno, y aunque sea de visita, a pasar unos días yo, aquí,
he de volver. Conste. La puerta de la Iglesia. La vieja escuela. Las murallas. Oigo
pasos. Parece que me va a venir de cara un soldado de armadura. “¡Hombre,
Luis!”. Se me hace muy raro encontrarlo vestido de calle, sin su chaleco negro
de camarero, tan pequeñín, tan redondete. “…buenas tardes, don Alfredo… así, de
paisano no lo había reconocido…”. “…cómo se te echa de menos en La Bamba… ¿qué
haces ahora?”. El menudo Luis tartamudea, sin mirarme a la cara, agachando la
cabeza. “…hago lo que he querido hacer siempre… no sé si usted sabe… que a mí
me encantan los animales… son mi vida… y, ahora que he tenido oportunidad… pues
es lo que he hecho: abrir una tienda de animales… enfrente del estanco”.
Asiento. En el estanco compro el tabaco de liar, pero no me he fijado. “…espero
que te vaya muy bien, que triunfes…”. Me
despido con un apretón de mano, y prosigo mi ronda hacia los lavaderos. Joder,
no sé qué me ha entrado en el puto ojo. Quien me vea ahora pensará que estoy
llorando.
(….)
(….)
(…)
XXI
Al
abrir, me tiembla la mano, oye. Es que son tres años. Que dije que vendría
pronto, y un día por otro… Tintinea la
cortinilla. Voces en La Bamba. Para la bailar la bamba… se necesita una poca de
gracia y arriba y arriba… Y me sonrío. Porque al entrar yo hoy, el tumulto no
disminuye. Todos miran para ver quién es el forastero que entra, eso sí. Y yo, de
un vistazo, vuelvo a radiografiar a toda la concurrencia, que no es mucha.
Todos un poco más cascados, por supuesto. “¡Cierro a pitos, y todas esas fichas
para contar!”. “¡Joputa, nos has pillado en bragas!”. Lo que es tener o no
tener un uniforme. Al mirar al frente, mecagüen la leche, qué alegría, es Luis
con su chaleco. Con éste no hacen falta palabras, ni treinta minutos de
explicaciones de lo que quiero. Un gesto, y ya está dándole a la ruedecita.
Bien, bien, bien. Gorroperdido, cuánta falta me hacías. “…¿pero tú, qué haces
aquí, Luis? ¿no tenías una tienda de
animales?”. Mientras me tiende las dos madalenas, me contesta: “sí, sí… aún la
tengo… pero soy tan bueno, me encariño tanto con algunos animalillos que no
tengo bis comercial… y en vez de ganar dinero, lo pierdo… eso es lo que me
pasa, que he tenido que volver para poder ir tirando… pero la tienda aún la
tengo, voy por las tardes...”. “Ay Luis, ay Luis…. “. “Usted, don Alfredo,
qué, ¿de visita? ¿a recordar viejos tiempos?”. Ni viejos, ni nuevos. Son los
mismos. Le digo que me acerque su oreja. En él confío y se lo cuento en un
susurro: “…en realidad vengo por trabajo… a echar una mano en el misterioso
caso de las personas desaparecidas”. Con la boca llena, las madalenas remojadas
en el té se deshacen. Gloria pura, pura gloria.
XXII
Un caso
de una persona que desaparece sin dejar rastro puede pasar en cualquier parte. Como
la verdulera del mercado, la que no sabía estar callada. Pero tres, en tres
meses, y todos en Gorroperdido. Eso ya no es casualidad. Y la gente está de los
nervios. Y recelan unos de otros. Y se temen que, tal y como están las cosas,
el asunto trascienda. Y que los turistas que vienen aquí cojan miedo. El último
que se fue sin dejar rastro es precisamente un veraneante. Y el anterior, el de
la inmobiliaria. Cuando me enteré en el departamento del tema, di un carraspeo
y un paso adelante. “Alfredo, ¿tú no estabas antes en Gorroperdido?”. Coño,
creía que ya no me lo iban a decir. Nada de lo que pasa o pase aquí se me
escapa. Anda, han rehabilitado esa fachada. Ya le hacía falta. Con tacto, Alfredo,
con tacto. Yo llevo muchísimo tacto, pero en mi segundo día aquí; al entrar en
La Bamba a por mis madalenas, todo el mundo ha bajado la voz en seco por el
respeto, seguro que es por el respeto.
XXIII
Clinc,
clinc, clinc, clinc. Campanillas han sonado en cuanto he franqueado la puerta
de la tienda de animales. Yo he venido a por tabaco. Y al mirar enfrente del
estanco, “Animaleeeeees”, me he dicho, “mira, la tienda de Luis”. Y es que le
vengo dando vueltas al tema. Que mi sobrinita se ha emperrado en un perrito. Y
yo, que no, que no, que tu madre no quiere. Y mi hermana, buenas es. Que si
aparezco con un perrito, al instante nos lo comemos caliente. Pero es que… a lo
mejor Luis tiene algo. A lo mejor Luis tiene algo y me lo deja así, bien de
precio. Y que sea lo que Dios quiera.
Cuando lo vea aparecer mi sobrina lo va
a coger, y mi hermana no va a tener fuerza de tirarnos al perro, a mi sobrina y
a mí; a los tres a la vez. El guirigay es tremendo. No le hace falta alarma a
Luis en esta tienda, no. GUUAAU. CRIRRRRR. Ensordecedor. Los bichos de aquí no
me tienen respeto como los de La Bamba. “Voyyy”, escucho decir a Luis. Tengo la
boca abierta. Joder, tiene aquí un zoológico el amigo.. “¡Don Alfredo! ¿En qué le puedo ayudar?”.
Estoy alucinando. Me encaro con la cotorra metida en su jaula. ¿Habla? “…cotorrea
sin parar…”. Je, je. Pedazo de acuario… menudo bicho ahí dentro… “...cuidado, no
meta el dedo, que es una piraña…”. Ya iba yo directo, ya. La de chistes que se
pueden hacer con eso… Reparo en el roedor que da vueltas y vueltas en torno a
una rueda.. “…pero Luis, ¿tú no tienes animalitos normales? Yo venía con la
idea de un perrito…”. Luis se ha quedado quieto. Me mira fijamente. “Luis, ¿Te
pasa algo? “. Al principio no responde. “¿Te pasa algo?”. Luego me contesta con
una sonrisa maliciosa: “A mí no, a usted sí”.
XXIV
A
través de la rejilla del camarín, Luis introduce una tacita de té con leche y
las dos madalenas. “Tómesela despacio, don Alfredo”. Gruño. Intento morderle.
Pero el cabrón es más rápido. Me jode, con lo avispado que siempre he sido, con
la experiencia que tengo, no haberme dado cuenta antes. Eso me jode. No pasa
nada. En cuanto noten que yo también soy uno de los desaparecidos, van a venir mis
compañeros cagando leches y nos van a rescatar. A todos. Miro la cotorra, miro
la piraña, miro al hamster. Veo a la verdulera. Al inmobiliario. Al veraneante.
Ahora los entiendo, coño. Me jode que alguien a quien aprecio mucho no sea
quien yo creía que era. Cómo me la ha pegado este tío. Eso me jode mucho. Pero
ostia, puta, coño. Pudiendo ser un oso peludo, pudiendo ser un león con dos
cojones, pudiendo ser un lince ibérico; lo que más me jode de todo, lo que más,
es que el animal que llevo dentro sea este puto e histérico yorkshire.
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