domingo, 17 de marzo de 2013

La vida secreta de Renik



I
Con los ojos cerrados, aspira la última calada. El cigarro se consume hasta casi donde empieza la boquilla. Y después lo aplasta contra el piso de la galería hasta que el humo muere. No se oye ni una mosca en el deslunado. Ahora Renik procede a borrar todo el rastro. La colilla se va por el sumidero. Abre poco, muy poco el grifo del fregadero. Shhhhh. Se lava las manos hasta el antebrazo con lavavajillas. Se seca minuciosamente. Se huele. Huy…. Todavía canta. Repite la operación. Busca el plato que dejó sobre la repisa con la tostada preparada. Con mantequilla y azúcar. La mastica despacio. Para que arrastre bien el aliento del tabaco. Después levanta la vista. Nadie en el vecindario. ¿Nadie? De repente descubre a la niña del tercero que lo observa atentamente. Mierda. Renik se lleva el dedo al índice a los labios. Chisssss. La pequeñaja le sonríe sin pestañear. “No digas nada…”, susurra. Desde dentro, llaman a la pequeña. Él se sacude las migas de la camisa. Sería un fastidio que, a estas alturas, se descubriera que la abuela fuma.

II
Si se descuidan, empalman la cena con la comida. Salen del restaurante cuando ya los camareros no sabían  a qué cubierto sacarle más brillo con el paño, qué copa guardar en la vitrina  ni qué centímetro cuadrado limpiar con la fregona. Pero es que hay que aprovechar. Se ven de uvas a peras. Casi toda la familia se ha despedido ya hasta el próximo evento. Es el momento. Camino del parking, Renik la llama. A Adriana. En un aparte. Le da un sobre. Y le indica: “Oye… esto es para ti. Guárdalo”. Desde atrás ya parece que se les aproxima alguien. Bajando más aún la voz, le añade: “Que quede entre nosotros… Todos sois sobrinos. Y todos iguales. Pero tú, Adriana, para mí, eres más igual todavía”.  

III
Ante la pregunta: “¿Qué? ¿Ha aumentado mucho tu colección de gorras?”, Renik ha sonreído y ha afirmado tímidamente. “¿Cómo? ¿Coleccionas gorras? Vaya una sorpresa. Quién lo diría”. Renik respira hondo y reconoce: “La afición me viene desde muy niño… Soy una persona que lo guarda todo. Desde mi primera caligrafía. En cada sitio que visitaba, encontraba gorras típicas, genuinas, empecé con una, luego otra, y así, poco a poco… Es que la cultura y las gorras se cogen de la mano”. Gesto de admiración y asentimiento de los reunidos. “…hasta tengo una de Fidel y estoy esperando una que perteneció al Papa”. Toque de atención, toc toc,  encima de la mesa. “Pero, señores, esto es una afición que no me gustaría saliera de aquí”. Carraspeos. Agacha la cabeza el promotor de la urbanización que es quien ha sacado el tema, y borra de su memoria todo lo escuchado el arquitecto, que está ahí para mostrar cómo han quedado, después de cien modificaciones, unos planos. 

IV
“En confianza, tú haz como que no sabes nada, pero tengo previsto marcharme de aquí”.

V
La calle es un hervidero. A estas horas no cabe más personal, desordenado, en un sentido, en otro. Un bullicio total. En medio de tanta gente, se mueve Renik. Tranquilo. Confiado. Está seguro de que nadie repara en él. De que va camuflado y nadie lo mira. Eso es lo que quiere. Hm, hm. Error.  Bajo él se concentran ahora todos los focos. Todos saben que él es Renik. Que fuma. Que iguala sobrinas. Que colecciona gorras, y que no tiene la del Papa. Que se ha marchado del trabajo. Sí, todo el mundo sabe esto de Renik. Y también sabe lo otro. 

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