I
Con los ojos cerrados, aspira la última calada. El cigarro se consume hasta
casi donde empieza la boquilla. Y después lo aplasta contra el piso de la galería
hasta que el humo muere. No se oye ni una mosca en el deslunado. Ahora Renik
procede a borrar todo el rastro. La colilla se va por el sumidero. Abre poco,
muy poco el grifo del fregadero. Shhhhh. Se lava las manos hasta el antebrazo
con lavavajillas. Se seca minuciosamente. Se huele. Huy…. Todavía canta. Repite
la operación. Busca el plato que dejó sobre la repisa con la tostada preparada.
Con mantequilla y azúcar. La mastica despacio. Para que arrastre bien el
aliento del tabaco. Después levanta la vista. Nadie en el vecindario. ¿Nadie?
De repente descubre a la niña del tercero que lo observa atentamente. Mierda. Renik
se lleva el dedo al índice a los labios. Chisssss. La pequeñaja le sonríe sin
pestañear. “No digas nada…”, susurra. Desde dentro, llaman a la pequeña. Él se
sacude las migas de la camisa. Sería un fastidio que, a estas alturas, se
descubriera que la abuela fuma.
II
Si se descuidan, empalman la cena con la comida. Salen del restaurante
cuando ya los camareros no sabían a qué
cubierto sacarle más brillo con el paño, qué copa guardar en la vitrina ni qué centímetro cuadrado limpiar con la
fregona. Pero es que hay que aprovechar. Se ven de uvas a peras. Casi toda la
familia se ha despedido ya hasta el próximo evento. Es el momento. Camino del
parking, Renik la llama. A Adriana. En un aparte. Le da un sobre. Y le indica: “Oye…
esto es para ti. Guárdalo”. Desde atrás ya parece que se les aproxima alguien. Bajando
más aún la voz, le añade: “Que quede entre nosotros… Todos sois sobrinos. Y todos
iguales. Pero tú, Adriana, para mí, eres más igual todavía”.
III
Ante la pregunta: “¿Qué? ¿Ha aumentado mucho tu colección de gorras?”,
Renik ha sonreído y ha afirmado tímidamente. “¿Cómo? ¿Coleccionas gorras? Vaya
una sorpresa. Quién lo diría”. Renik respira hondo y reconoce: “La afición me
viene desde muy niño… Soy una persona que lo guarda todo. Desde mi primera
caligrafía. En cada sitio que visitaba, encontraba gorras típicas, genuinas,
empecé con una, luego otra, y así, poco a poco… Es que la cultura y las gorras
se cogen de la mano”. Gesto de admiración y asentimiento de los reunidos. “…hasta
tengo una de Fidel y estoy esperando una que perteneció al Papa”. Toque de atención,
toc toc, encima de la mesa. “Pero,
señores, esto es una afición que no me gustaría saliera de aquí”. Carraspeos.
Agacha la cabeza el promotor de la urbanización que es quien ha sacado el tema,
y borra de su memoria todo lo escuchado el arquitecto, que está ahí para
mostrar cómo han quedado, después de cien modificaciones, unos planos.
“En confianza, tú haz como que no sabes nada, pero tengo previsto marcharme
de aquí”.
V
La calle es un hervidero. A estas horas no cabe más personal, desordenado, en
un sentido, en otro. Un bullicio total. En medio de tanta gente, se mueve Renik.
Tranquilo. Confiado. Está seguro de que nadie repara en él. De que va camuflado
y nadie lo mira. Eso es lo que quiere. Hm, hm. Error. Bajo él se concentran ahora todos los focos.
Todos saben que él es Renik. Que fuma. Que iguala sobrinas. Que colecciona
gorras, y que no tiene la del Papa. Que se ha marchado del trabajo. Sí, todo el
mundo sabe esto de Renik. Y también sabe lo otro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario