domingo, 1 de diciembre de 2013

El tiempo va tan deprisa...

 
I
Ha entrado mi hermana sin llamar a la puerta. Me ha encontrado mirando a través del cristal empañado de la ventana. “Qué haces”. Le he contestado con un encogimiento de hombros. Ha permanecido a mi lado unos minutos. Intentando mirar la misma luna, las mismas estrellas. Cuando su paciencia, que es poca, se ha agotado, ha saltado: “…Noelia, espabila, reacciona… no te quedes así que el tiempo va muy deprisa: tiempo que pasa ya no vuelve…”. Qué raro. Su voz me ha sonado muy rápida, un poquito pitufa, como muy revolucionada. Le he asentido con la cabeza. Luego se ha dado la vuelta con un “bueno, tú verás lo que haces” y me he vuelto a quedar sola. Una no elige de quién se enamora. Y antes de que se acabe este relato, Víctor habrá venido para decirme que me quiere.
-IX
Imposible no fijarse en él, si siempre era el último en todo. Lento, lento, leeeento. Entraba tarde en clase. Se quedaba solo recogiendo la bolsa cuando todo el mundo había escampado. Se movía con parsimonia en los pasillos. Hablaba arrastrando las vocales de las palabras. En el comedor, le hacía la digestión entre cucharada y cucharada. Con esa etiqueta, era blanco fácil de los chulitos de la clase. Crueldad infantil. “¡Apartaos, dejad paso, que llega Tortuguito!”. “¿Es un pájaro? ¿Es un avión? ¡Nooooo! ¡Es Tortuguito, que viene a reacción!”. La mofa general era diaria. “Hey, Tortuguito… hoy has llegado a tiempo… ¿es que saliste ayer de casa?”. Ja, ja, ja. A él le salía una sonrisa forzada. De verdad, era muy lento, pero tenía una paciencia también muy grande. Cualquier otro, no lo habría resistido.
-VIII
“¿Y por qué yo? ¿Es que siempre me tiene que tocar a mí?”. Fue lo primero que dije. La señorita Montserrat, la tutora,  me miró fijamente. “Noelia, es que sólo tú puedes hacerlo. Si Víctor no mejora el rendimiento, tendremos que abrirle un expediente y tendrá que irse del colegio”. Y a mí qué. Y a mí plim. Repliqué: “…yo tengo cosas mejores que perder el tiempo dándole clases de refuerzo a un compañero lentillo que parece que esté en babia”. Aquí tenía que haberme comido mis palabras. Por prepotente. Al sentir sobre mí el gesto duro de la tutora, carraspeé avergonzada. “Bueno. Vale. Pero sólo un mes. Si no avanza y no se engancha al carro, lo dejo estar”. Siempre me acordaré de esa mano cálida con la que estrechaba las nuestras cuando la señorita Montserrat nos felicitaba por cualquier cosa, siempre.
-VII
Estaba ya a punto de tirar la toalla. Después de la última clase de la tarde, sentados en los pupitres delanteros, uno al lado del otro, iba ya a levantarme. Quedaba demostrado que Tortuguito, por atención que me prestase, no me entendía. “Vaaas muuuuuy raaaaaápida”, me decía. Muy buen chiquito, mucho ojos de búho, pero al final, nada. No avanzábamos nada de nada. En ésas, él vio mi walkman. Sobresalía de mi mochila. ¿Puuueeeedooo?”, me preguntó. Se lo tendí. “Pero no tiene casi pilas”. Se puso los auriculares. Le dio al play. Y su rostro se transfiguró. “¡Peeeerfeeeectooo! Uuuuaaaauuhhh”. Canturreó: “Words don’t come easy to me, how can I find a way …”. Pegué la oreja.  “¿Esto es perfecto para ti? ¿Esto?”.  Es que se escuchaba lento, grave, muy grave, a bajas revoluciones. Víctor afirmó, “Siiií, siiií, siiií”. Di un golpe encima de la mesa. “¡Víctor, te veo mañana!”. Salté de la silla y salí corriendo. Es que si le llego a esperar, hubiera tardado un cuarto de hora por lo menos y me hubieran cerrado las tiendas.
-VI
Me costó encontrarlo, pero di con el artilugio. En la calle Colón. Un reproductor de cintas con variador de velocidad. Me costó una pasta. Ya estábamos los dos de nuevo en la clase. Codo con codo. Enchufé el aparato. “Muuueeeveee aaaaquiií, graaaduúuaaateeelooo”. Tortuguito bajó revoluciones en el equipo. Hasta un punto. “Ahí”. Perfecto. Se le soltaron las lágrimas. A mí casi también. Le estampé un besazo en toda la mejilla. “…How can I find a way to make you see I love you… Words don’t come easy”. Acabábamos de sincronizarnos. A mí me subió la euforia. Me empleé a fondo para explicarle primero la situación y para convencer después  a la señorita Montserrat de que era necesario el que nos dejara grabar sus clases. Después él las escucharía a “su” velocidad y comprobaríamos los resultados.
-V
Aún recuerdo la cara de los chulitos de la clase que no podían creer que Tortuguito hubiera sacado las mejores notas de todo el curso. Era como la historia reescrita de la liebre y la tortuga. Qué mala es la envidia. Qué malo es tener que digerir que alguien a quien consideras netamente inferior te dé lecciones magistrales.
-IV
A partir de ahí, surgieron entre Víctor y yo conversaciones interminables. A mi velocidad, y a la suya, las estrellas en el firmamento siguen siendo las mismas.
- III
Terminamos el colegio. Por qué no decirlo. Con notazas. Y a renglón seguido vino la Universidad. Un día le dije: “Víctor… El tiempo va tan deprisa… que no sé si voy a poder hacer todo lo que tengo pensado”. Esta vez no se lo tuvo que grabar para  reproducírselo después con menos revoluciones. Lo entendió a la primera. Tardó más de una semana en contestarme. Y lo hizo con su habitual tono pausado: “…deeetraaás deee eeesteee tiiieeempo viiieeeneee oootrooo”. No entendí. Qué enigmático mi Tortuguito.
-II
Nadie contrata talentos que van a pedales. Este mundo tan trepidante requiere cerebritos que pisen el acelerador aunque sean mediocres. Nadie, pues, contrató a Víctor. Y me consta que llamó a muchas puertas.
-I
Aquella última tarde, él andaba tan despacio, que era como para no verlo venir. “Meee voooy”, me dijo bajando la cabeza. No le pregunté dónde. A algún sitio donde estuviera solo, probablemente. Donde no escuchara palabras tan rápidas que no le diera tiempo a entender. Le dije a bocajarro: “¿Y si te digo que te quiero y que me haces falta, Tortuguito?”. Tembló su pulso entonces. Tragó saliva, se dio la vuelta y se fue alejando. Parecería que no me había entendido. Pero yo sé que sí. Que por lo menos tiene que volver a decirme qué es lo que ha pensado.
I
Ha entrado mi hermana sin llamar a la puerta. Me ha encontrado mirando a través del cristal empañado de la ventana. “Qué haces”. Le he contestado con un encogimiento de hombros. Ha permanecido a mi lado unos minutos. Intentando mirar la misma luna, las mismas estrellas. Cuando su paciencia, que es poca, se ha agotado, ha saltado: “…Noelia, espabila, reacciona… no te quedes así que el tiempo va muy deprisa: tiempo que pasa ya no vuelve…”. Qué raro. Su voz me ha sonado muy rápida, un poquito pitufa, como muy revolucionada. Le he asentido con la cabeza. Luego se ha dado la vuelta con un “bueno, tú verás lo que haces” y me he vuelto a quedar sola. Una no elige de quién se enamora. Y antes de que se acabe este relato, Víctor habrá venido para decirme que me quiere.
II
¿Ves como sí? Míralo. El rey de Roma. Mi hermana lo deja pasar a la habitación, no sin antes fulminarlo con una mirada. Está casi igual. A mí no me pasa como a la Penélope de la canción.  Yo sí lo reconozco. Y la imagen que el espejo ahora devuelve de mí me recuerda a la de la señorita Montserrat. “Yooo taaambiiieeén teee quiiieeerooo, Noooeeeliiiaaa”, me dice, “Words don’t come easy”. Lo ha dicho sin un ápice de temblor. Le cojo de la mano y nos abrazamos. De repente, me doy cuenta: “Tooortuuuguiiitooo…”, que hablo como él, que escucho como él, que me he sincronizado con él, a sus revoluciones. ¡No lo hago a propósito! Me sale así: “maaás teee vaaaleee queee teeengaaas raaazóoon eeen looo deee queee deeetraaás deee eeesteee tiiieeempooo viiieeeneee oootroo… “… Más te vale, Tortuguito, porque si no, no voy a tener en esta vida minutos para decirte todo, todo lo que te quiero contar.

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