I
“Paulina… ¿tú sabes algo de Mireia?”. He reconocido en esa voz temblorosa a
su madre. Son las ocho de la mañana. Estreno mi voz en este día y me sale grave,
carajillera e irreconocible: “…por lo que ella me contó quería estar unos días
tranquila y aislada. Ya sabes cómo es. Estará bien, no te preocupes”. No sé si
llego a tranquilizarla. Le digo que le enviaré un mensaje. Y que, en cuanto me
conteste, se lo haré saber. “…esta chiquilla nos va a matar a disgustos”, me
dice al borde del llanto. Cuelga. Intento desperezarme. Esta “chiquilla”
cumplió cuarenta y seis el mes pasado.
II
“¿Mireia? Oye, tienes a tu santa madre muy preocupada… anda, llámala, y
luego sigue en lo que estés haciendo, que no te cuesta nada”. El chat permanece
mudo. No registra el recibo de mi mensaje. Tiene el móvil apagado o fuera de
cobertura. Ahora soy yo la que estoy empezando a inquietarme seriamente.
III
Pi-pi-ri-pí ¡Mensaje! A las… me quito las legañas… siete de la mañana. Voy
dando tumbos en busca del móvil que está en la mesita con el cargador. Tropiezo
con el sillón. Suelto un taco. Cooooño. Está muy de moda llamarme a deshoras.
Menos mal. Por fin. Es Mireia. Me envía una foto. Un amanecer. Ella está en
línea, conectada. Le escribo. “…Pero ¿Se puede saber dónde estás?”. Espero. Me
impaciento. Aparece en la pantalla del móvil: Mireia está escribiendo. “No te
lo vas a creer. Estoy en Gorroperdido”. Sí, sí que me lo creo. De ahí era aquel
noviete que tuvo de jovencita. “…llama a tus padres, anda”. “…no sé cómo ha
sucedido, pero estoy en el Gorroperdido de 1984”. Me sale una carcajada. Qué se
ha tomado ésta. Ahora sí que no me lo creo. Me envía otra foto. Me parece que
es la plaza del pueblo. Me fijo en los coches. No es que esté muy puesta en
marcas, pero distingo un Panda y un GS. “Oye, tengo que ahorrar batería. Porque
en cuanto se me acabe, ya no podré cargarla. Besos”. Mireia desaparece. Si me
pinchan ahora, no reacciono. Voy a llamar a su madre… pero cuando estoy
marcando, me doy cuenta de que son las siete, de que le daré un susto de
muerte. Aunque también es verdad que, cuando le explique que no pasa nada, que la
“chiquilla” sólo se ha ido de viaje veintiocho años atrás, el susto va a ser
igual de morrocotudo. Dejo el teléfono en la mesita y vuelvo a la cama. Pero
las ocurrencias de mi amiga ya no me dejan pegar ojo.
IV
“Problema: Aquí no me sirven de nada ni los euros ni las tarjetas de crédito
que llevo en la cartera. Circulan las pesetas de toda la vida. Estoy pues sin
blanca. Marcial dice que no me preocupe. Mientras sea su invitada en casa de
los tíos Rosendo y Matilde, el dinero no me ha de hacer falta”. Voy a
contestarle rápido, rápido. Pero cuando lo hago, mecachis, Mireia, otra vez, ya
no está en línea.
V
“Hoy hemos madrugado para ver la final de baloncesto en los juegos
olímpicos de Los Ángeles. No he querido amargarle el resultado a Marcial. Ha
sido emocionante de veras. Cuando ha acabado el partido, hemos luchado con
honor, con una taza de café en la mano, sí que le he anunciado más tiempos de
gloria en los años venideros. Me ha mirado extrañado, ¿y tú cómo lo sabes…? Y
yo le he sonreído enigmáticamente: Intuición femenina, por supuesto…”.
VI
“Una cosa sí echo de menos, Paulina… Mis cremas. Tenía que haber llenado el
bolso con ellas cuando aterricé aquí con lo puesto”.
VII
“Con su Ford Escort azul, a 160 por estas interminables rectas en estas
estrechas carreteras. Marcial lo ve normal. La ventanilla bajada. El aire fresco inundando
mis pulmones. Bufff, le digo, dentro de un tiempo pondrán radares y te crujirán
por eso. Él, entonces ha acercado su mano hacia mi cuello y, acariciándolo, me
ha llamado mi pequeña adivina. Si en vez de adivina me llega a decir brujita o
parecido, es que le muerdo”. Aquí, ella inserta la foto de un inmenso y
amarillo campo de trigo.
VIII
“Esto es un pueblo. De todo se habla, todo se comenta. Marcial está en boca
de los vecinos porque dicen, ha pasado de cortejar a una chavalita de dieciocho,
a los que sus padres se llevaron a rastras, a lanzarse en brazos de una señora muy
madura. Qué ironía, Paulina. Porque yo soy ambas”.
IX
Recojo mis cosas. He de ir a Gorroperdido. Antes de abrir la puerta del
coche, releo una vez más el último mensaje recibido. “Se acaba la batería. La
luz amarilla parpadea y en cualquier momento se apagará el móvil. He decidido
quedarme en este tiempo, Paulina. Volver a recorrer el mismo camino, con las
mismas cuestas, las mismas rectas, las mismas curvas. Aprovechar esta
oportunidad en lo bueno y en lo malo. Mmmm… He pensado que pondré mi móvil
dentro de un tarro hermético. Lo enterraré detrás de la cuarta estación del vía
crucis, Jesús se encuentra con su madre. Podrás recuperarlo en tu 2012 y ver
las muchas fotos que he podido sacar. Recoge mi Toyota, Paulina. Lo dejé
aparcado en la calle del Suspiro. Y cuida de mis papis. Muchos besos”. Seco mis
lágrimas. Me encamino ya hacia el pueblo donde los tiempos confluyen.
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