domingo, 24 de marzo de 2013

Las mismas cuestas, las mismas rectas, las mismas curvas



I
“Paulina… ¿tú sabes algo de Mireia?”. He reconocido en esa voz temblorosa a su madre. Son las ocho de la mañana. Estreno mi voz en este día y me sale grave, carajillera e irreconocible: “…por lo que ella me contó quería estar unos días tranquila y aislada. Ya sabes cómo es. Estará bien, no te preocupes”. No sé si llego a tranquilizarla. Le digo que le enviaré un mensaje. Y que, en cuanto me conteste, se lo haré saber. “…esta chiquilla nos va a matar a disgustos”, me dice al borde del llanto. Cuelga. Intento desperezarme. Esta “chiquilla” cumplió cuarenta y seis el mes pasado.

II
“¿Mireia? Oye, tienes a tu santa madre muy preocupada… anda, llámala, y luego sigue en lo que estés haciendo, que no te cuesta nada”. El chat permanece mudo. No registra el recibo de mi mensaje. Tiene el móvil apagado o fuera de cobertura. Ahora soy yo la que estoy empezando a inquietarme seriamente.

III
Pi-pi-ri-pí ¡Mensaje! A las… me quito las legañas… siete de la mañana. Voy dando tumbos en busca del móvil que está en la mesita con el cargador. Tropiezo con el sillón. Suelto un taco. Cooooño. Está muy de moda llamarme a deshoras. Menos mal. Por fin. Es Mireia. Me envía una foto. Un amanecer. Ella está en línea, conectada. Le escribo. “…Pero ¿Se puede saber dónde estás?”. Espero. Me impaciento. Aparece en la pantalla del móvil: Mireia está escribiendo. “No te lo vas a creer. Estoy en Gorroperdido”. Sí, sí que me lo creo. De ahí era aquel noviete que tuvo de jovencita. “…llama a tus padres, anda”. “…no sé cómo ha sucedido, pero estoy en el Gorroperdido de 1984”. Me sale una carcajada. Qué se ha tomado ésta. Ahora sí que no me lo creo. Me envía otra foto. Me parece que es la plaza del pueblo. Me fijo en los coches. No es que esté muy puesta en marcas, pero distingo un Panda y un GS. “Oye, tengo que ahorrar batería. Porque en cuanto se me acabe, ya no podré cargarla. Besos”. Mireia desaparece. Si me pinchan ahora, no reacciono. Voy a llamar a su madre… pero cuando estoy marcando, me doy cuenta de que son las siete, de que le daré un susto de muerte. Aunque también es verdad que, cuando le explique que no pasa nada, que la “chiquilla” sólo se ha ido de viaje veintiocho años atrás, el susto va a ser igual de morrocotudo. Dejo el teléfono en la mesita y vuelvo a la cama. Pero las ocurrencias de mi amiga ya no me dejan pegar ojo.

IV
“Problema: Aquí no me sirven de nada ni los euros ni las tarjetas de crédito que llevo en la cartera. Circulan las pesetas de toda la vida. Estoy pues sin blanca. Marcial dice que no me preocupe. Mientras sea su invitada en casa de los tíos Rosendo y Matilde, el dinero no me ha de hacer falta”. Voy a contestarle rápido, rápido. Pero cuando lo hago, mecachis, Mireia, otra vez, ya no está en línea.

V
“Hoy hemos madrugado para ver la final de baloncesto en los juegos olímpicos de Los Ángeles. No he querido amargarle el resultado a Marcial. Ha sido emocionante de veras. Cuando ha acabado el partido, hemos luchado con honor, con una taza de café en la mano, sí que le he anunciado más tiempos de gloria en los años venideros. Me ha mirado extrañado, ¿y tú cómo lo sabes…? Y yo le he sonreído enigmáticamente: Intuición femenina, por supuesto…”.  

VI
“Una cosa sí echo de menos, Paulina… Mis cremas. Tenía que haber llenado el bolso con ellas cuando aterricé aquí con lo puesto”.

VII
“Con su Ford Escort azul, a 160 por estas interminables rectas en estas estrechas carreteras. Marcial lo ve normal.  La ventanilla bajada. El aire fresco inundando mis pulmones. Bufff, le digo, dentro de un tiempo pondrán radares y te crujirán por eso. Él, entonces ha acercado su mano hacia mi cuello y, acariciándolo, me ha llamado mi pequeña adivina. Si en vez de adivina me llega a decir brujita o parecido, es que le muerdo”. Aquí, ella inserta la foto de un inmenso y amarillo campo de trigo.

VIII
“Esto es un pueblo. De todo se habla, todo se comenta. Marcial está en boca de los vecinos porque dicen, ha pasado de cortejar a una chavalita de dieciocho, a los que sus padres se llevaron a rastras, a lanzarse en brazos de una señora muy madura. Qué ironía, Paulina. Porque yo soy ambas”.

IX
Recojo mis cosas. He de ir a Gorroperdido. Antes de abrir la puerta del coche, releo una vez más el último mensaje recibido. “Se acaba la batería. La luz amarilla parpadea y en cualquier momento se apagará el móvil. He decidido quedarme en este tiempo, Paulina. Volver a recorrer el mismo camino, con las mismas cuestas, las mismas rectas, las mismas curvas. Aprovechar esta oportunidad en lo bueno y en lo malo. Mmmm… He pensado que pondré mi móvil dentro de un tarro hermético. Lo enterraré detrás de la cuarta estación del vía crucis, Jesús se encuentra con su madre. Podrás recuperarlo en tu 2012 y ver las muchas fotos que he podido sacar. Recoge mi Toyota, Paulina. Lo dejé aparcado en la calle del Suspiro. Y cuida de mis papis. Muchos besos”. Seco mis lágrimas. Me encamino ya hacia el pueblo donde los tiempos confluyen. 

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