I
Frío en la noche. Las dos mujeres hubieran cruzado el paso de peatones en
rojo. Pero justo ahora venía una ristra de coches a toda paleta y han tenido
que frenar en seco junto al bordillo. Apenas se han mirado una a la otra. Sí, se
conocen de vista. De verse por Mediavilla. Una aprovecha para ajustarse la
bufanda. La otra sopla sobre sus manos juntas para darles un poco de calor. Van
muy ensimismadas. Estiran el cuello. Por la angustia en sus rostros, por cómo
agudizan la vista, se diría que buscan a alguien. ¡Ya!: Nadie por un lado,
nadie por el otro. Se lanzan a la calzada apresuradamente. Y, cada una por una
acera distinta, se internan, avenida arriba, prosiguiendo su búsqueda.
II
“Me vas a oír, Raimon, cuando te encuentre, me vas a oír. Menudo susto
llevo en el cuerpo… llevo ya dos horas buscándote… Por favor, por favor, que
estés ahí en la Avenida… que no se te haya pasado ninguna locura por la cabeza…
por lo que más quieras… Que, si no te encuentro aquí, lo único que me queda es
ir a la comisaría y denunciar que te has ido de casa sin decir nada, sin coger
el móvil, y que te has ido con pensamientos malos… A ver cómo te digo que no
pasa nada porque se nos acabe el paro el mes que viene y no te hayan llamado de
ningún sitio aún… Raimon… que nos apañaremos, con lo que sea, de verdad, nos
apañaremos, ya lo verás. Al niño no le hagas ni puñetero caso por lo que te ha
dicho. Yo ya he hablado muy seriamente con él. Ya sabes cómo es. Las suelta
pero no las piensa. Raimon, Raimon, aquí tampoco te veo… ¿dónde narices te
habrás metido…? Raimon… que no hay mal que por bien no venga… porque ahora ya
sabes a ciencia cierta quiénes son tus amigos de verdad y quiénes estaban por
puro interés a tu lado… Cariño, con lo que vales, te cogerán para trabajar de
lo que sea, no hace falta que de lo mismo… más pronto que tarde… Y, oye, también
estoy yo, aunque no quieras… que con lo que me van pagando podemos aguantar… Que
tenemos todavía mucho para ir tirando… ¿Tú sabes cuál es la única joya, la
única, que no vendería nunca por nada
del mundo…? ¡El anillo de cobre que me hiciste cuando nos conocimos! Ése, ése es
mi verdadero tesoro. Lo demás lo podemos fundir mañana mismo. Raimon, Raimon,
para ti y para mí, saldrá el sol… mientras respires… Mmmm, y esa mujer que va por el otro lado, ¿a quién irá
buscando?”.
III
“Dios mío, sólo nos falta ahora que, con esta rasca que hace y lo flojo que
está Ladis, recoja un catarro. Seguro que él me volverá a salir con eso de que
para lo que le queda en el convento… Si me dice eso, lo pongo a caldo en un
segundo, vamos si lo pongo… Vale, es normal que esté así, pero yo se lo he dicho
muy claro también. Y él ha oído a los médicos. De su actitud depende su
recuperación… y ahora no puede venirse abajo… Hemos quedado en que vamos a pelear. Mirándonos
a los ojos. Los dos. Por favor, por favor, que todo salga bien, que la puta
lista de espera salte por los aires… y que… ¡Joder, en toda la avenida no se le
ve! ¿Dónde se habrá metido si ya no queda más pueblo donde esconderse? Yo sé que él sufre mucho, que lo pasa muy mal…
pero egoístamente lo veo, y mientras lo siga teniendo a mi lado… pienso, da
igual que casi no se valga, lo importante es eso, estaremos bien… mientras
respire. Mmmm… y esa señora que corre también por la otra acera, ¿a quién
andará buscando?
IV
Al final de la Avenida, dos hombres llevan sentados bastantes minutos, cada
uno en una esquina del mismo banco. Absortos. Con la vista fija en el infinito.
El viento frío sacude sus mejillas acartonadas, sin hacerles mella. Están muy
quietos. Parecerían estatuas de bronce, de estas que adornan las villas
turísticas. Pero no. De tanto en tanto, uno u otro, lanza un hondo suspiro. No
son estatuas. Respiran.
V
Avanza la noche. Un deportivo rojo entra en la Avenida lentamente. Respeta
pues la Zona 30. En su equipo de audio, una de Maná, “…vivir sin aire”. Ella
señala el termómetro digital. “Con estos cuatro grados cargados de humedad
hasta los pingüinos necesitan chaquetón… ¡En la Avenida no se ve a nadie!”. Él
la corrige: “Nadie, nadie, no… ¡Mira, mira, mira esas dos parejas de tórtolos
talluditos, lo abrazaditos y acarameladitos que van… je, je, je, qué poco
sentido del ridículo, ni que fueran unos quinceañeros!”.
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