I
De repente, el silencio. Ha habido eco, eco, eco cuando
por segunda vez el Mauri ha preguntado: “¿Algún voluntario para ser el delegado
de la clase?”. Yo, ni he respirado. Por aguantar, he aguantado hasta la tos. Y
me he quedado mirando fijamente a las cuatro anillas de mi carpeta. “Vaya… pues
tendré que elegirlo yo”. Es su costumbre. Se pasea desde delante hacia detrás,
dándose golpecitos con la varita en la palma de la mano. Expectación. Es que ni
trago saliva. “¡Magín! Te-ha-tocado”. Me suben los colores. ¿Yoooo? ¿Por qué
yo? Como a San Pedro, al delegado le toca hacerse cargo de la llave del aula.
El Mauri me la deja encima de la mesa. No quiero cogerla, no. Un minuto para
los resoplidos, para el murmullo, antes de meternos en la harina de la Física.
De fondo, y con acompañamiento de risitas, escucho: “¡Eh, tú, delegao, pringao
que eres un pringao”. Yo me cago en la madre que los ha parido a todos. A
todos.
II
Es lo que tiene. El delegado es el último en
salir. “¡Venga, que es para hoy!”. “Espera, Magín, espera un momento, que se me
ha olvidado el bocata”. Y el delegado es el primero en entrar. Justo cuando
suena la sirena, aquí estoy, rodando la llave para que todos vayan regresando
perezosamente después de la media hora del patio. Es lo que tiene. Que soy un
sereno. Que me buscan cuando mejor me lo estoy pasando. “¡MAGÍIIIINN! ¿Me
puedes abrir la clase para coger el jersey… es que tengo frío”. Y Magín, el
portero-sereno de Primero A, allá que va, arrastrándose a abrir primero y cerrar
después. Hay que cumplir la norma “anti-sustracciones”. Aula cerrada a cal y
canto si no hay clase. Estoy hasta el gorro.
III
Toc, toc. Es el director quien asoma. Interrumpe
la clase. El Mauri le mira. “…que salga el delegado, vamos a reunirnos para
hablar del nuevo salón de actos”. A estas horas, después de comer, yo estoy en
la luna. En la mona de pascua. “¡El delegado!”, repite el Mauri. Eh, eh. Recibo
un codazo de Lalo. “¡Magín, que eres tú!”. Me levanto atolondradamente.
Tropiezo con la mochila. Risas. Sí, sí, risas, pero yo salgo. Escucho un:
“...¿se va a pelar la clase? ¡Qué morrooo!”. Bueno, ahí se quedan todos. Yo, el delegado, me voy
de reuniones. Sigo al Ruano, reprimiendo un bostezo. Si llega a tardar un
minuto más en venir a rescatarme, es que me pilla dormido del todo.
IV
Lo he puesto bien claro, aunque mi letra con tiza
da para lo que da. “EN EL RECREO DE LAS DIEZ Y MEDIA, EXPLICACIÓN DE LA MARCHA
DEL NUEVO SALÓN DE ACTOS”. Tengo taquicardia. Tengo afonía. Tengo sudores
fríos. Tengo todos los males del que tiene que hablar sin haberlo hecho nunca
antes. HUIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII. La sirena. Es mi momento. Qué veo. Salen todos
en estampida. Como si tuvieran un cohete donde la espalda pierde su nombre. Como
si fuera tonto el último. “¡Oid, que tengo que contaros lo del nuevo salón de
actos!”. Ni caso. Pasan. La clase vacía.
Sólo se queda mi amigo Lalo mirándome con cara de pena. Es que a él ya se lo he
contado treinta veces. Y una más no sé si va a poder soportarlo.
V
Toc, toc. El Ruano ha debido pensar, “ya está este
pesado otra vez aquí”. Que lo piense. “…como delegado de primero A que soy… “.
Hoy me he peleado para que arreglen el agua caliente de los vestuarios. Lleva así
dos meses. Vale que estamos en Mardebé. Vale que tenemos un clima privilegiado.
Pero aquí parece que del grifo sale agua del polo, y si no arreglan esto, el
día que alguien coja una pulmonía severa…
VI
Toc, toc. “Magín, ahora no te puedo atender,
¿puedes venir un poco más tarde?”. Ja, ja. Más tarde tampoco podrá. Me he
quedado de plantón, como un poste, en la puerta. Me han visto todos los
profesores que pasaban a su sala a tomar café. Me han visto los compañeros.
¿Aún ahí? Sí, y estaré lo que haga falta. Bueno, cuando falten dos minutos para
la hora, me tendré que ir corriendo a abrir la clase. Pero quedan catorce
minutos en mi reloj digital Casio. Hoy me peleo por Busta y Cantos, los dos
compañeros que salen en la obra de teatro de fin de curso. Para que les dejen
salir media hora antes de clase para poder llegar a los ensayos. Ellos lo
pidieron al Mauri y él les dijo que tururú. Ahora, a mí, me van a escuchar. Voy
directo a la Dirección. Toc, toc de nuevo. “¡Pero, Magín, coño…! ¿No te he
dicho que vengas más tarde?”.
VII
“La comida es una mierda”. Así de claro. Qué he
dicho. Qué vocabulario es ése. Todas las cabezas del claustro se han girado
hacia mí bruscamente. En su momento, me traje la werlisa de casa, con los dos
bombillas de flashes, y cogí las evidencias. He aprovechado mi frase
contundente para dejar caer encima de la mesa de dirección, dos fotos
ampliadas, en 13x18, de cómo está la bandeja de la fruta, y de cómo está el pan de la merienda. Si se
quiere ver, se adivina fruta perjudicada, y pan duro. El Ruano mira las fotos.
Luego me mira a mí. El Mauri resopla. No sabe dónde meterse. Los otros
delegados, por lo bajini, bajini del todo, me apoyan: “Magín tiene razón: la
comida es una mierda”.
VIII
Estoy de pie. Frente al Ruano. Al lado del Mauri.
Guardo silencio. Respiro fuerte. “…soy un delegado, no un chivato”. Pasan dos,
tres minutos. El Ruano sin levantar la cabeza de su bloc de notas, me da
permiso: “Puedes irte. Ya hablaremos de esto”. Hago mutis. Qué vacíos están los
pasillos cuando están todos en clase. Toc, toc. Llamo a la puerta de Primero A.
Interrumpo. Busco mi sitio. No miro a nada. No miro a nadie. Pero noto que
sobre mí, se han clavado las miradas asustadas de Garci y Aparicio. Aparicio y
Garci, precisamente.
IX
Carraspea el Mauri. Se azota con la varilla la
palma de la mano derecha. Siempre lo hace cuando quiere comentar algo. “…en su
momento, pedí voluntarios para delegado o delegada de Primero A, y en su
momento no se ofreció nadie… Entonces, tuve que elegir al azar, a Magín…”.
Siento sobre mí la intensidad de cincuenta ojos observándome. Él prosigue: “… ocurre que Primero A es el
único grupo en todo el colegio, de todo, donde el delegado no ha sido elegido
democráticamente…”. Hace una pausa. “…es por eso que, hoy, tres meses más
tarde, con el curso en marcha, y sabiendo todos vosotros cuáles son las
responsabilidades de ser delegado, os pregunto de nuevo: ¿voluntarios para
delegado de Primero A?”. Murmullos. Busta, primero. Aparicio, después. Ambos
levantan la mano. Yo también. Más alta y más tiesa no puedo. El Mauri reparte
papelitos para que cada uno vaya escribiendo el nombre de su candidato. Con lo
que llevo dedicándome, en cuerpo y alma, con lo que llevo demostrado… voy a
barrer. De calle. Y esta vez no estaré ahí porque en su día me señaló un dedo.
X
Lalo me espera en el pasillo. Me he prometido
morderme la lengua y no decir nada. Es mejor estar callado para no soltar sapos
y culebras de los que después me pueda arrepentir. Pero no puedo reprimirme: “Lalo… ¿tú
tampoco, hijo mío?”. Pone cara de circunstancias. No puedo digerir esto. No
puedo. Magín, cero votos. Cero. Noto que me falta ánimo. Noto que no voy cara
al aire. Noto que me falta algo. Debe de ser la llave de clase. Me había
acostumbrado a tenerla, y desde hace unos minutos noto su vacío en mi bolsillo.
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