I
A Nahín no le hace falta el despertador. Sube su
madre el estor de la ventana, vuelve el flexo hacia la pared antes de
encenderlo, para que no le impacte la luz en la cara, y con voz suave, le
despierta, “arriba, campeón, que son las seis y media”. Él se despereza cuan
largo es, “¿yaaaa?”. Y ella, como si tuviera la culpa, se excusa: “yo que
supiera hacer andar las agujas del reloj al revés, para que tú pudieras dormir
un poco más”. A Nahín no le hace falta prepararse el desayuno. Cuando sale del
cuarto de baño con los ojos todavía legañosos, encuentra el tazón de leche con
chocolate humeante y media docena de bizcochos alrededor, custodiándolo.
Uaaaahhh, qué hambre. A dos carrillos. “…cuidado, hijo, no comas tan rápido,
cualquier día te me atragantas y tenemos un susto”. A Nahín no le hace falta ni
elegir la ropa ni prepararla. La encuentra limpia, planchada y doblada encima
de la mesita. La del día anterior, la que dejó tirada, misteriosamente, ya ha
desaparecido. Sorbe un moco. Se viste despacio. Mientras, la cartera ha salido
casi sola al recibidor, con el bocadillo del almuerzo envuelto en papel de
plata dentro. Su padre le espera abajo, con el coche con los intermitentes
parpadeando y en doble fila. A Nahín no le extraña que esto pase así cada
mañana. Esto es lo normal. No tiene ninguna conciencia de encontrárselo todo
hecho.
II
Nahín no sabe lo que es mirar un mapa. Nunca ha
tenido dudas. “Ve por ahí, Nahín”, le han señalado. Y él, sin pestañear, ha
seguido ese camino. Ahora, está sentado en ese aula gigante, entre más de
cincuenta alumnos. “Estudia lo que el papá”, le dijeron. “¿Y música no?”. “Ahora
no; no tendrás tiempo para las dos cosas”. El piano guarda silencio desde
entonces en el comedor cerrado de la casa. Y Nahín no lo echa de menos.
III
“Nahín, mejor si acabas de ver esa película mañana,
ya es muy tarde”. Nahín se ha levantado y ha dado las buenas noches. A los diez
minutos duerme. Profundamente. Pero a los veinte, hoy, extrañamente se ha
despertado. Escucha sus voces. Hablan. Bueno, más que hablar, parece que discuten.
Él dice: “A Nahín no le hace ninguna falta…”. Ella zanja: “Lo necesita…antes de
que se cruce con una cualquiera y lo estropee…”. Nahín no entiende de qué va el
asunto. ”Cuántas veces, cuántas, habrías querido tú que se te apareciera un
ángel y te dijera bien clarito lo que debías hacer para que no metieras la pata…”.
A veces esto pasa. “Tú, Maruja, no eres
un ángel”. Qué has dicho. Los gritos entonces hacen retumbar las paredes. Piensa
Nahín que ahora es mejor cerrar los ojos, volver a dormirse, y esperar a que se
haga de día.
IV
“Ya verás, Nahín. Esta chica es un cielo. Muy
estudiosa. Muy responsable. Muy parecida a ti. Y muy guapa. Y de muy, muy buena
familia”. Él asiente. “Espera, desastre, que te arregle el cuello de la
chaqueta”. Cuando sale al rellano. “Ah, hijo… tampoco vuelvas muy tarde, que
mañana aún es Viernes”.
V
Magda mira al cielo. Y ve un trozo de luna
asomándose entre las nubes que lo cubren casi todo. Luego vuelve la vista hacia
Nahín y le sonríe. Confiesa: “Cuando me
hablaron tan bien de ti, pensé que exageraban. Cómo va a haber un tío así. Será
un tío ñoño. Un mimado. Un consentido. Me dije que esto ya es lo que me faltaba.
Como en el siglo diecinueve. Están apañándome una pareja, me guste o no. No, no
y no. Por aquí no paso. A mis amigos los elijo yo. Y luego resulta que me pica
la curiosidad, que vengo para burlarme un poco de ti, para decirte después que
te pires, que ahí te quedas, y… no me explico lo que me ha pasado… pero es que
me caes bien… tan bien… ¡me pareces tan buena gente…!”. A Nahín le brillan los
ojos. No sabe lo que le pasa. Un runrún en el estómago. Un aturullarse. Un que
se pare el mundo. Quedaron para media hora y ya llevan cuatro. Se levantan.
Tienen los huesos entumecidos de estar tanto tiempo sentados. La mano de él se
va hacia la de ella, pero se contiene. Es demasiado pronto. El impulso. Tiempo
de despedirse, de no me importa, de verdad, estoy deseando que llegue de nuevo
el momento de volver a verte. Una sonrisa floja. Una voz temblorosa. Ella le
pregunta: “¿Tú te das cuenta de lo que me has contado? ¿Te das cuenta de que te
dejas conducir, dices a todo que sí… no tomas tus propias decisiones… te lo dan
todo hecho?”. Él queda cabizbajo. “La
verdad… no había pensado nunca en eso”.
VI
Ufff, cómo le gusta esta chica. Su madre tenía
razón. Su madre tenía… Su madre. Qué bien lo conoce. Llueve. Hasta la lluvia esperó
para que ellos se vieran. Al principio se arrima a la pared al abrigo de los
balcones. Salta y esquiva los charcos, donde las gotas caen mansamente
expandiendo sus ondas. Nahín se ve en su reflejo. “…te lo dan todo hecho… no
tomas tus propias decisiones”. Ahora el agua le cala. “…te lo dan todo hecho”.
Su pensamiento hace crisis. Es como si despertara ahora. Sí. Tiene que tomar
una decisión. La primera. Una decisión que sea suya, suya. ¿Qué pasaría si…? No
termina el pensamiento. Porque le duele. Sí. Sube las escaleras despacio. Chof,
chof, va dejando la huella de los zapatos. Abre. Su madre acude a su encuentro.
“¿Qué, Nahín? ¿Cómo ha ido?”. El respira hondo y suelta: “No voy a volver a
verla”. Lo ha dicho claro y seco. Rotundo. Cómo duele. Su primera decisión. Va
directo a su habitación. Antes de tumbarse, baja el estor. Su madre entrará
mañana y lo subirá sin hacer ruido, mientras le dice lo de “arriba, campeón”. Aún
será Viernes. Qué agotador. Habrá tomado dos decisiones en pocas horas. La
segunda es que se lo sigan dando todo hecho.
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