I
A las siete y media he vuelto a abrir la persiana
del Cinema Ocurrencias. Chirria. Le tengo que dar un buen engrase y una mano de
pintura. Ya he pegado con chinchetas los fotogramas de la película de esta
semana en el tablón. Se titula “Doscientos Cincuenta”. En la entrada no hay
nadie esperando. No tengo prisa entonces por ponerme en la taquilla. La
película empieza a las ocho. Levanto el cartel de, “OFERTA: Hoy Jueves, 2
Euros”. Tengo un letrero así para cada día de la semana. Luego me asomo a la
calle, donde las nubes y el viento construyen una tarde desapacible. Sí que
transita gente por la calle. Muchos. Pero pasan todos de largo. De todos ésos,
los que quieren ver cine-cine van a los Multicines de la Avenida. Son más
nuevos. Más cómodos. Y tienen títulos para marear y decir basta. Miro un par de
veces el reloj. Bostezo. Cuando me canso de estar de plantón, me meto para
dentro, a preparar la barra del bar, por si a quien viniera le apeteciera
también unas papas o unas palomitas.
II
A esta pareja la he visto pasar hace diez minutos.
Ahora vienen de vuelta. Ella le está recriminando. “Ya te vale, Wenceslao…
teníamos que haber sacado las entradas anticipadas. Ahora qué…. ¿a casita otra
vez? Para una vez que salimos…”. Él se defiende: “Quién iba a pensar que un
Jueves iba a estar petado, Palmira… “.
Se detienen junto a la entrada. Ven los fotogramas. Doscientos cincuenta.
“Oye, ¿y no te apetece entrar aquí?”, le pregunta de repente. Me pongo firmes.
¡Dos espectadores! Ella reacciona con apatía: “¿Aquíiiii? ¿Al Cinema
Ocurrencias? ¿De qué va? Yo, para eso, me hubiera quedado en casa”. Ponen
caras. Se lo piensan. Deshojan la margarita. Un trueno viene en mi ayuda. Y después
los goterones del principio de la tormenta. Él decide por los dos y se acerca:
“Deme dos entradas por favor, centraditas”. Todo lo centraditas que quiera.
Luego se dirige a ella y le indica: “…por lo menos, por lo menos, ahí dentro no
nos mojaremos”. No estoy yo muy seguro de eso. La sala tiene alguna gotera y
por mucho que he intentado taparla con masilla, el agua, que es muy puñetera, acaba
colándose.
III
Hablan en voz baja. Pero se les entiende
perfectamente. “Qué yu-yu da esto: ¡No hay nadie más, Wenceslao: todas las
butacas vacías!”. Me acerco para hacerles los cumplimientos. El saludo es un
poco forzado. “¿Conocían ustedes ya el Cinema Ocurrencias?”, les pregunto. Ella
no. Él dice que sí, que ha venido varias veces, pero la última hace ya tiempo. Estruja
su memoria: “¿Cómo se llamaba? Mmmm”. No consigue acordarse. “No se preocupe…
aquí hemos estrenado ya doscientas cincuenta películas… Están archivadas… Si
prefiere ver alguna otra, hoy que están ustedes solos, no tengo ningún
inconveniente en proyectarla, incluso comentarla, si les apetece, en cuanto
acabe”. Eso es todo un ofrecimiento. No todos los días estoy con alguien que
conoce la singularidad de este Cinema. Declinan mi ofrecimiento. Ésta ya les va
bien. “… ¿sabe qué me llamaba la atención en todas las películas que he visto
aquí…”. Me intriga. Por supuesto, quiero saberlo. Serán los argumentos que no
dejan indiferentes, serán los actores, serán los efectos especiales… “… lo que
más, lo que más: la gran variedad de nombres que tiene: No se repite ninguno en
las ocurrencias”. Mmm. Vaya. Oculto mi decepción. “Que disfruten de la
película”, les digo. Remonto el pasillo alumbrándome con la linterna. Sí: Hablan
en voz baja. Pero se les entiende de sobra. “…no se han quedado muy conformes
los peques cuando nos han visto salir”. “…ya son mayores: se habrán acostado y
estarán durmiendo desde hace un buen rato… nosotros también tenemos derecho a
salir algún día”. “…mañana nos preguntarán que por qué nos fuimos y dónde
estuvimos”. Él, mirando alrededor, le
indica a ella: “…como aquí no actualicen contenidos, no tardaremos mucho en ver
este cine también cerrado… dinosaurios así quedan pocos…“. “…seguro: menudo
supermercado se podría hacer en el cine éste”. Ha acabado ya el tráiler. Doy al
interruptor al proyector grande. Raaaaaaaaa. Empieza la película sobre la
blanca pantalla. Mi número doscientos cincuenta. Toso. Ojalá le quede todavía mucha cuerda y mucha
intención a este dinosaurio. Ahora, por encima de la banda sonora, ella le
recrimina a voces: “Wenceslao, córtate un poco, haz el favor, tente esa mano
quieta, que el tío del cinema te está mirando y luego seguro que lo cuenta en
su siguiente película”.
Con éste, doscientos cincuenta relatos se suman al Libro de las Ocurrencias. Ojalá le quede mucha cuerda y mucha intención a este dinosaurio
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