Quiá. Lo que tenía tu abuelo, y tú tampoco
vas mal en eso, es mucha imaginación.
Vamos. Una leyenda urbana más, que conforme más veces la cuentas, más te la
crees. Seamos serios. Empezando por eso de que, iba tu abuelo con unos amigos,
volviendo del trabajo, cuando, surgió del cielo una plataforma gigante, y con
la tierra que ellos pisaban y todo, de cuajo, se los llevó a todos por los
aires. JA, JA. Extraterrestres. Que volaron y los depositaron en una nave
espacial. Y que estuvieron bajo unas aguas caudalosas, donde presenciaron extrañas
y diversas formas de vida… dices para más detalles, verde. Y que transcurriendo
el tiempo, cuando ya pensaba él que nunca más volverían a casa, les aterrizaron
de nuevo, con gran alegría de quienes les habían dado por perdidos… TURURÚ. Hazme
un favor, a mí no me cuentes más historias de éstas, si antes no reconoces que
te las has inventado.
* * * * *
I
Ya es un poco de día. Menuda escandalera están
montando los pájaros fuera. Hablan todos a una, a la suya, sin escucharse. Como
los mayores. Después ni piarán, y será como si no estuvieran, pero ahora… Bito
se incorpora en la cama. Se despereza. Se despegan sus legañas. Brazos
estirados, acompañados de un gran bostezo. Pies al suelo. Baldosas heladas.
Pies de puntillas, no es cosa de acatarrarse. Asoma sus ojitos por detrás de la
persiana. Ahí están los coches, debajo de los árboles. Empapados, no por la
lluvia, sí por la humedad. En la casa, los demás aún duermen. Es buen momento
para empezar su plan. Sí. Pero para poder empezar, lo primero de todo, lo urgente
más urgente, es ir a hacer un pipi.
II
Penumbra en la cocina. Los cacharros, limpios y
vueltos del revés en el fregadero. Olor sobre todo a puag, a las croquetas que sobraron
anoche de la cena. Bito se rasca el pelo. A ver, a ver. Donde el cubo de la
basura, las bolsas de plástico, no… Donde las botellas y los frascos vacíos de vidrio. Ahí sí. Se
sube al taburete. Alarga la mano. Están apilados. Compactos. Necesita uno. Cuál.
Mira. Es para su nave viajera. Ése, ése le parece bien. Alarga la mano. Con cuidado.
Con cuidado. Estira. Uffff. Qué mala pata, al cogerlo, se mueve el de al lado,
se tambalea el de arriba y… y… CRASSSSSS. CRISSSSS. CRASSSSS. Houston, Houston,
aplazamos la operación. Lo que viene ahora son unos cuantos gritos y la
aparición de su madre en camisón: “¡Bito! ¿Qué pasa aquí?. ¡Bito!, ¿otra vez descalzo?”. Desde la
perspectiva que da estar subido a la banqueta, con el piso sembrado de
cristalitos, a la altura de los ojos de ella, él agacha la cabeza. Glup. Vaya. Es
verdad. Una de las primeras reglas que le enseñaron de más pequeñito es que por
casa, siempre con zapatillas. Los vidrios nunca desaparecen del todo. Cagüen. Siempre
se le olvida. Ya casi ni se acuerda de un tajo que se hizo hace ya mucho en la
planta del pie izquierdo.
III
Hora de la siesta. Tiempo ideal para seguir con el
plan trazado. Descartados los botes vacíos, Bito busca en la despensa. En el
botellero. Al principio buscaba cristal blanco transparente. Bueno, tendrá que
ser verde. La vida se verá a su través verde. Tiene que decidirse. Antes de que
le agarren por el hombro y le pregunten que qué hace ahí metido. Mira etiquetas.
Riojas. Riberas. Utiel-Requenas. Da lo mismo. La campana que persigue a la nube
le hace gracia. Deletrea: Un Tentenublo. Agarra la botella del cuello. Se la
esconde dentro de la camiseta, como si ahí no se viera. Sale a hurtadillas.
Dentro de la casa, ni las moscas se oyen. Sólo algún ronquido. Sólo eso.
IV
Ha costado descorcharla. Estaba taponada a
conciencia. Huele. Bien. A Bito le tienta dar un trago. Puag. No sabe cómo eso puede gustar a sus papás. Glu-glu,
glu-glu. La vacía por la taza del water. Tinto, morado, violeta intenso. Queda
un culín. Pero así ya está bien. Luego tira de la cadena. Y sale. Con la
botella vacía dentro de la camiseta. Cachis. Una mancha. No pasa nada. Casi no
se nota. El plan sigue adelante.
V
En el patio no hay ropa tendida. Con la que cae,
en una hora todo está seco. Bito buscaba eso. Un hilo fuerte. En condiciones.
Las tijeras del pescado sirven. Zas. Zas. Subido al cajón de las patatas, tijeretazo
certero. Ya tiene cuerda para rato. La enrolla alrededor de su mano. Y la
guarda en el bolsillo. Un poco más y no
cabe. Ufff. Ya no se escuchan los ronquidos. Dentro de unos minutos, se habrán
levantado. Procurando no hacer ruido, Bito sale fuera.
VI
En el maletero del coche, la caja de herramientas.
Están hechas un desastre. Destornilladores. Llaves. Puro desorden. Bito busca
una que pese, algo contundente. Encuentra la más vieja. Una del catorce-quince.
Está tan oxidada que, seguro, ya no sirve para nada. Para nada no. Ésa era la
que él andaba buscando.
VII
Ahora sí, en campo abierto, por la senda que lleva
al arroyo del Limón, avanza Bito. Con una mano, vuela la nave espacial, antiguo
casco de Tentenublo. Fffffffffffffff. Surca los cielos limpios en busca de
nuevos planetas. Con la otra mano se tapa la nariz. No porque huela mal, que
no, sino porque autonarra con voz en off, el discurrir de su plan. “Houston, nos
dirigimos a buscar tripulantes para nuestra nave espacial”.
VIII
Sigilosamente, con una pala de jardinero, zassss,
ha recogido un puñado de tierra con unas hormigas despistadas dentro. Cuenta
seis y las señala: “Voluntarias”. Sin
darles tiempo a reaccionar, utilizando el embudo de papel que traía preparado,
las ha vaciado con sumo cuidado en la botella. Después, migas de pan. “Provisiones
liofilizadas”, apunta Bito. Hurgando en el otro bolsillo, tap, ha tapado la
boca, con un tapón de los que sus padres tienen para cuando no terminan de todo
el vino. Después ha anudado el cuello de la botella a un extremo del cordón. Nudo
simple, como el que usa para atarse las zapatillas. Y la llave del catorce-quince
al otro. Lo siguiente, correr por la senda, saltar sobre cuatro piedras. Llegar
a donde el murmullo del arroyo baja con aguas cristalinas. Agacharse al remanso
donde crecen los juncos. Y a la voz de… “Houston, preparados para la inmersión”,
deja la botella suavemente en la superficie. Al principio, flota. Pero en
cuanto detrás, suelta la pesada llave, la botella sucumbe ante el tirón del
acero y es engullida hacia abajo hasta que queda a medio camino, suspendida
entre el fondo y la superficie. Oh, oh. Bito mete la mano en el agua. Brrrrr.
Fría, fría. No llega. Mete el brazo. Oh, oh. Fuera de su alcance. “Houston,
tenemos un problema. Nave fuera de control”. Por detrás escucha voces. “¡BITTTOOOOO!”.
Lo llaman a gritos. Contesta. “¡Estoy aquiíiiiiiiii”. Se incorpora. Memoriza la
posición. “No os preocupéis, vendré con refuerzos y os sacaremos de ahí”.
IX
“Matilde… en el botellero no está la botella de
Tentenublo… ¿tú sabes algo? Mmm… Mira tu padre qué sonrisa y qué mofletes tiene…”.
Bito hace como que presta atención a la
tele, al tiempo que se tapa con el dedo
una mancha rojiza en su camiseta. “Qué interesante”, dice, “el Mardebé ha
ganado un amistoso al Mediavilla”.
X
A todo meter. Así corre Bito la bajada hacia el
arroyo del Limón. Junto a los juncos, la misma agua mansa cuando llega. La
misma misma no puede ser. Es otra, pero muy parecida. Libélulas alrededor.
Moscas pegajosas. Toda una fauna. Respira hondo. Han pasado dos días. Ayer no
pudo acercarse. Lleva las chanclas de agua. El bañador. Tiene que hacer ya la
operación rescate. Localiza el punto exacto. La botella sigue ahí, meciéndose
cual submarino en medio de las aguas que lo acarician. Chof. Hasta la
pantorrilla. Acaba de incumplir otra regla de oro. La de las tres horas de la
digestión. Ay de él si se muere ahora. Su madre lo mata. Mete el brazo. Ya la
tiene. Rescata la botella. Huy qué pena. El cordón, por el tiempo se ha
reblandecido y se suelta. Se pierde la llave del catorce-quince. Da igual. Que
le den. La corriente empuja con más fuerza de la que pensaba. Mira a través del
vidrio. Verde. Espera que los tripulantes estén sanos y salvos. De momento, no
ve nada. Esto es angustia. Fffffffff. La nave vuela de nuevo. “Houston,
volvemos a casa”. Bito, él mismo, se hace una ovación. Y con cuidado de no
resbalar, chof, chof, sale del agua. Sólo faltaba que, ahora que ya han
superado los peores peligros, en lo más sencillo de la misión, él la cagara.
XI
Recuerda el punto exacto donde embarcó a los
tripulantes. Es hora de que vuelvan a su casa. Con música, con honores, Bito es
el chico orquesta, poniendo emoción en los violines y trompetas de sus cuerdas
vocales. Deposita la botella en el suelo. Las hormigas que deambulaban por la
misma senda a esa hora, ante tamaño obstáculo, lo rodean sin detenerse. Bito
abre el tapón. Espera, tictac, con ansiedad. Que salgan, que salgan. Tardan un
poco. Se impacienta. Mira alrededor. Un canto rodado. Ya lo tiene. Crassss.
Impacta. Se parte el casco en dos.. Ahora sí. Un poco mareadas, que parecen
borrachitas, claro, se habrán puesto hasta arriba de Rioja, las hormigas exploradoras
empiezan a remontar los bordes del cristal. Bito aplaude. “¡Un gran momento
para la hormigondad!”, exclama emocionado. Se agacha en cuclillas. Se acerca
mucho, mucho, con cuidado de no barrerlas con un soplido. Y en un susurro les
dice: “…ahora, ahora tenéis algo grande que contar a vuestros nietos”.
* * * * *
Con la rabia metida dentro, Tuiqui sale del
hormiguero. Qué estúpido su amigo cuestionando la historia de su abuelo. Avanza
deprisa, en una dirección, sin tropezar con los demás, que van, vienen, y con
un solo pensamiento. “…digan lo que digan los demás, yo sí te creo, abuelo”.
Viene a detenerse donde crecen unos matojos. Debajo, pisa unos trocitos puntiagudos
verdes. No lo sabe. Son aquellos vidrios. Los vidrios que nunca desaparecen del
todo.
Las historias de los abuelos nunca se deben de poner en duda. Los abuelos son los únicos capaces de convertir una idea e una historia emocionante.
ResponderEliminarYo también tengo un abuelo de esos, y me encanta.
Echaba de menos leer tus historias.
(Sandra sin gluten, sandrasingluten.blogspot.com)