domingo, 13 de marzo de 2016

Algo grande que contar


Quiá. Lo que tenía tu abuelo, y tú tampoco vas mal en eso,  es mucha imaginación. Vamos. Una leyenda urbana más, que conforme más veces la cuentas, más te la crees. Seamos serios. Empezando por eso de que, iba tu abuelo con unos amigos, volviendo del trabajo, cuando, surgió del cielo una plataforma gigante, y con la tierra que ellos pisaban y todo, de cuajo, se los llevó a todos por los aires. JA, JA. Extraterrestres. Que volaron y los depositaron en una nave espacial. Y que estuvieron bajo unas aguas caudalosas, donde presenciaron extrañas y diversas formas de vida… dices para más detalles, verde. Y que transcurriendo el tiempo, cuando ya pensaba él que nunca más volverían a casa, les aterrizaron de nuevo, con gran alegría de quienes les habían dado por perdidos… TURURÚ. Hazme un favor, a mí no me cuentes más historias de éstas, si antes no reconoces que te las has inventado.
* * * * *
I
Ya es un poco de día. Menuda escandalera están montando los pájaros fuera. Hablan todos a una, a la suya, sin escucharse. Como los mayores. Después ni piarán, y será como si no estuvieran, pero ahora… Bito se incorpora en la cama. Se despereza. Se despegan sus legañas. Brazos estirados, acompañados de un gran bostezo. Pies al suelo. Baldosas heladas. Pies de puntillas, no es cosa de acatarrarse. Asoma sus ojitos por detrás de la persiana. Ahí están los coches, debajo de los árboles. Empapados, no por la lluvia, sí por la humedad. En la casa, los demás aún duermen. Es buen momento para empezar su plan. Sí. Pero para poder empezar, lo primero de todo, lo urgente más urgente,  es ir a hacer un pipi.
II
Penumbra en la cocina. Los cacharros, limpios y vueltos del revés en el fregadero. Olor sobre todo a puag, a las croquetas que sobraron anoche de la cena. Bito se rasca el pelo. A ver, a ver. Donde el cubo de la basura, las bolsas de plástico, no… Donde las botellas  y los frascos vacíos de vidrio. Ahí sí. Se sube al taburete. Alarga la mano. Están apilados. Compactos. Necesita uno. Cuál. Mira. Es para su nave viajera. Ése, ése le parece bien. Alarga la mano. Con cuidado. Con cuidado. Estira. Uffff. Qué mala pata, al cogerlo, se mueve el de al lado, se tambalea el de arriba y… y… CRASSSSSS. CRISSSSS. CRASSSSS. Houston, Houston, aplazamos la operación. Lo que viene ahora son unos cuantos gritos y la aparición de su madre en camisón: “¡Bito! ¿Qué pasa aquí?.  ¡Bito!, ¿otra vez descalzo?”. Desde la perspectiva que da estar subido a la banqueta, con el piso sembrado de cristalitos, a la altura de los ojos de ella, él agacha la cabeza. Glup. Vaya. Es verdad. Una de las primeras reglas que le enseñaron de más pequeñito es que por casa, siempre con zapatillas. Los vidrios nunca desaparecen del todo. Cagüen. Siempre se le olvida. Ya casi ni se acuerda de un tajo que se hizo hace ya mucho en la planta del pie izquierdo.
III
Hora de la siesta. Tiempo ideal para seguir con el plan trazado. Descartados los botes vacíos, Bito busca en la despensa. En el botellero. Al principio buscaba cristal blanco transparente. Bueno, tendrá que ser verde. La vida se verá a su través verde. Tiene que decidirse. Antes de que le agarren por el hombro y le pregunten que qué hace ahí metido. Mira etiquetas. Riojas. Riberas. Utiel-Requenas. Da lo mismo. La campana que persigue a la nube le hace gracia. Deletrea: Un Tentenublo. Agarra la botella del cuello. Se la esconde dentro de la camiseta, como si ahí no se viera. Sale a hurtadillas. Dentro de la casa, ni las moscas se oyen. Sólo algún ronquido. Sólo eso.
IV
Ha costado descorcharla. Estaba taponada a conciencia. Huele. Bien. A Bito le tienta dar un trago. Puag. No sabe cómo  eso puede gustar a sus papás. Glu-glu, glu-glu. La vacía por la taza del water. Tinto, morado, violeta intenso. Queda un culín. Pero así ya está bien. Luego tira de la cadena. Y sale. Con la botella vacía dentro de la camiseta. Cachis. Una mancha. No pasa nada. Casi no se nota. El plan sigue adelante.
V
En el patio no hay ropa tendida. Con la que cae, en una hora todo está seco. Bito buscaba eso. Un hilo fuerte. En condiciones. Las tijeras del pescado sirven. Zas. Zas. Subido al cajón de las patatas, tijeretazo certero. Ya tiene cuerda para rato. La enrolla alrededor de su mano. Y la guarda en el  bolsillo. Un poco más y no cabe. Ufff. Ya no se escuchan los ronquidos. Dentro de unos minutos, se habrán levantado. Procurando no hacer ruido, Bito sale fuera.
VI
En el maletero del coche, la caja de herramientas. Están hechas un desastre. Destornilladores. Llaves. Puro desorden. Bito busca una que pese, algo contundente. Encuentra la más vieja. Una del catorce-quince. Está tan oxidada que, seguro, ya no sirve para nada. Para nada no. Ésa era la que él andaba buscando.
VII
Ahora sí, en campo abierto, por la senda que lleva al arroyo del Limón, avanza Bito. Con una mano, vuela la nave espacial, antiguo casco de Tentenublo. Fffffffffffffff. Surca los cielos limpios en busca de nuevos planetas. Con la otra mano se tapa la nariz. No porque huela mal, que no, sino porque autonarra con voz en off, el discurrir de su plan. “Houston, nos dirigimos a buscar tripulantes para nuestra nave espacial”.
VIII
Sigilosamente, con una pala de jardinero, zassss, ha recogido un puñado de tierra con unas hormigas despistadas dentro. Cuenta seis y las señala:  “Voluntarias”. Sin darles tiempo a reaccionar, utilizando el embudo de papel que traía preparado, las ha vaciado con sumo cuidado en la botella. Después, migas de pan. “Provisiones liofilizadas”, apunta Bito. Hurgando en el otro bolsillo, tap, ha tapado la boca, con un tapón de los que sus padres tienen para cuando no terminan de todo el vino. Después ha anudado el cuello de la botella a un extremo del cordón. Nudo simple, como el que usa para atarse las zapatillas. Y la llave del catorce-quince al otro. Lo siguiente, correr por la senda, saltar sobre cuatro piedras. Llegar a donde el murmullo del arroyo baja con aguas cristalinas. Agacharse al remanso donde crecen los juncos. Y a la voz de… “Houston, preparados para la inmersión”, deja la botella suavemente en la superficie. Al principio, flota. Pero en cuanto detrás, suelta la pesada llave, la botella sucumbe ante el tirón del acero y es engullida hacia abajo hasta que queda a medio camino, suspendida entre el fondo y la superficie. Oh, oh. Bito mete la mano en el agua. Brrrrr. Fría, fría. No llega. Mete el brazo. Oh, oh. Fuera de su alcance. “Houston, tenemos un problema. Nave fuera de control”. Por detrás escucha voces. “¡BITTTOOOOO!”. Lo llaman a gritos. Contesta. “¡Estoy aquiíiiiiiiii”. Se incorpora. Memoriza la posición. “No os preocupéis, vendré con refuerzos y os sacaremos de ahí”.
IX
“Matilde… en el botellero no está la botella de Tentenublo… ¿tú sabes algo? Mmm… Mira tu padre qué sonrisa y qué mofletes tiene…”.  Bito hace como que presta atención a la tele,  al tiempo que se tapa con el dedo una mancha rojiza en su camiseta. “Qué interesante”, dice, “el Mardebé ha ganado un amistoso al Mediavilla”.
X
A todo meter. Así corre Bito la bajada hacia el arroyo del Limón. Junto a los juncos, la misma agua mansa cuando llega. La misma misma no puede ser. Es otra, pero muy parecida. Libélulas alrededor. Moscas pegajosas. Toda una fauna. Respira hondo. Han pasado dos días. Ayer no pudo acercarse. Lleva las chanclas de agua. El bañador. Tiene que hacer ya la operación rescate. Localiza el punto exacto. La botella sigue ahí, meciéndose cual submarino en medio de las aguas que lo acarician. Chof. Hasta la pantorrilla. Acaba de incumplir otra regla de oro. La de las tres horas de la digestión. Ay de él si se muere ahora. Su madre lo mata. Mete el brazo. Ya la tiene. Rescata la botella. Huy qué pena. El cordón, por el tiempo se ha reblandecido y se suelta. Se pierde la llave del catorce-quince. Da igual. Que le den. La corriente empuja con más fuerza de la que pensaba. Mira a través del vidrio. Verde. Espera que los tripulantes estén sanos y salvos. De momento, no ve nada. Esto es angustia. Fffffffff. La nave vuela de nuevo. “Houston, volvemos a casa”. Bito, él mismo, se hace una ovación. Y con cuidado de no resbalar, chof, chof, sale del agua. Sólo faltaba que, ahora que ya han superado los peores peligros, en lo más sencillo de la misión, él la cagara.
XI
Recuerda el punto exacto donde embarcó a los tripulantes. Es hora de que vuelvan a su casa. Con música, con honores, Bito es el chico orquesta, poniendo emoción en los violines y trompetas de sus cuerdas vocales. Deposita la botella en el suelo. Las hormigas que deambulaban por la misma senda a esa hora, ante tamaño obstáculo, lo rodean sin detenerse. Bito abre el tapón. Espera, tictac, con ansiedad. Que salgan, que salgan. Tardan un poco. Se impacienta. Mira alrededor. Un canto rodado. Ya lo tiene. Crassss. Impacta. Se parte el casco en dos.. Ahora sí. Un poco mareadas, que parecen borrachitas, claro, se habrán puesto hasta arriba de Rioja, las hormigas exploradoras empiezan a remontar los bordes del cristal. Bito aplaude. “¡Un gran momento para la hormigondad!”, exclama emocionado. Se agacha en cuclillas. Se acerca mucho, mucho, con cuidado de no barrerlas con un soplido. Y en un susurro les dice: “…ahora, ahora tenéis algo grande que contar a vuestros nietos”.
* * * * *
Con la rabia metida dentro, Tuiqui sale del hormiguero. Qué estúpido su amigo cuestionando la historia de su abuelo. Avanza deprisa, en una dirección, sin tropezar con los demás, que van, vienen, y con un solo pensamiento. “…digan lo que digan los demás, yo sí te creo, abuelo”. Viene a detenerse donde crecen unos matojos. Debajo, pisa unos trocitos puntiagudos verdes. No lo sabe. Son aquellos vidrios. Los vidrios que nunca desaparecen del todo.



1 comentario:

  1. Las historias de los abuelos nunca se deben de poner en duda. Los abuelos son los únicos capaces de convertir una idea e una historia emocionante.
    Yo también tengo un abuelo de esos, y me encanta.
    Echaba de menos leer tus historias.
    (Sandra sin gluten, sandrasingluten.blogspot.com)

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