domingo, 14 de septiembre de 2014

El irresistible


I
Detrás de mí he escuchado un “clic”, seguido de otro. Me he girado y no he visto a nadie. Qué raro. Empujo la puerta del fotógrafo FOTOPER. Álbumes. Cámaras en el expositor. Fotografías de novios eternamente felices. Accesorios. Voy a recoger el revelado de un carrete de treinta y seis. “En brillo y trece por dieciocho”, le recuerdo. El señor Pérez busca en el archivador. Mientras, la máquina escupe fotos de una en una. Qué modernez. “Sus fotos en una hora”, reza un cartel. Lo que me llama la atención, es que el rollo que está procesando ahora no es mío y en algunas imágenes he visto mi cara. “Oiga… ¿y eso? ¿qué hago yo ahí?”. El fotógrafo da al interruptor del revelador automático, lo para y las esconde. “No… je, je… eso nada”. Saca el sobre, lo coteja con mi resguardo. Las ojea. “Vaya. Sólo te han salido dieciocho. Aún así, tienes una ampliación de regalo”, me dice, “ya me dirás cuál”. Uffff, dieciocho sólo. No puedo contenerme.  Las miro. Jopeta. Encima, de las que han salido alguna está movida. Me cobra. Es caro. La rapidez tiene un precio. Me despido. Cuando voy a salir, el señor Pérez me llama. “¿Permites?”. Me arrea un flashazo en toda la cara. “Es para probar esta cámara nueva, ya te daré una copia”. Salgo molesto. Esto ya no son figuraciones mías. Ni casualidades. No sé por qué, desde hace una semana, a todo el mundo, sin excluir a nadie, le está dando por hacerme fotos. Qué mosqueo. 

II
Me miro al espejo. Me remiro. De frente.  De perfil. No veo nada raro en mí. Ni diferente. Algún granito nuevo puede que sí. Pero eso no es motivo suficiente. ¿Se lo digo o no? Venga, va. Entro. Irrumpo. “¡Mamá, mamá… no sé qué me pasa, no sé qué tengo, que la gente que me ve, me saca fotos…!”. Ella da un grito. No me esperaba. Esto no es un chiste. Me quedo parado. No sé qué hacía ella con la Werlisa en la mano. No lo sé. Para cuando me pregunta: “…qué dices, Cornelio”, ya me he dado la vuelta y le estoy diciendo: “nada, déjalo: cosas mías”. 

III
Estoy sentado en la camilla. Sobre una sábana almidonada y planchada. Entre azulejos blancos. Con un olor potente a desinfectante. El doctor ha dicho que ya me puedo poner la camisa. Mi madre se levanta,  la trae y me ayuda hasta con los botones. El médico saca del bolsillo de su bata las gafas de ver de cerca y escribe unas notas. Estoy aquí porque ella ha querido. Si no, a santo de qué. Todo un día perdido, de consulta en consulta, de prueba en prueba para que los especialistas determinen qué es lo que me pasa. No me puedo contener. No me puedo callar. “Todo esto es una incongruencia. Una falta de lógica. Resulta que yo no hago nada, todos los demás tienen la manía de fotografiarme… ¿y es a mí a quien tienen que estudiar y analizar como si el bicho raro fuera yo?”. El médico me mira con lástima. “…si todos en una autopista van en una dirección y tú llevas la contraria… ¿quién dirías que va mal?”. “Todos, por supuesto”. “…puede que sí, Cornelio: pero es más fácil que cambies tú a que cambie el resto…”. Camino por el pasillo de vuelta a casa. Mi madre va sofocada a mi lado. Dos pacientes que esperaban su turno se levantan. Clic. Clic. Me hacen sendas fotos. Sin permiso, claro. Mi madre se enfada con ellos. Yo no. Ya empiezo a estar acostumbrado. 

IV
Los expertos concluyeron que esta manía colectiva de fotografiarme se pasaría tal y como vino. Lo que no sé es cuándo, porque esto ya dura unos meses. Yo me enervo. No soy nada. No soy famoso. No he hecho nada. No tengo monos en la cara. Nadie sabe cómo me llamo. Pero con todo eso,  cada habitante de Mediavilla a estas alturas tiene, como poco, media docena de fotos mías. Y Fotoper, por mi cara bonita, se pone las botas revelándolas. 

V
Una desgracia. Súbitamente, ha llegado la era digital a las cámaras. Una desgracia, porque ahora, según pongo los pies en la puerta de la calle, me acribillan. Las repiten sin contemplaciones si juzgan que no salgo bien. Me lanzan ráfagas. Me piden hasta que sonría y todo. Esto es el acabose. El fotógrafo Pérez ha ido pegando carteles sucesivamente en la puerta de su negocio. “Por mucho que le digan, la calidad de las analógicas siempre será insuperable”. “…Usted sabe que las buenas fotos sólo se disfrutan si se tienen en un buen papel”. El último, de esta mañana, dos palabras en naranja sobre fondo negro: “SE TRASPASA”. 

VI
Alguien en el ayuntamiento de Mediavilla se ha percatado de que esto es un filón. Ha improvisado aparcamientos para autobuses al lado de la biblioteca. Ha habilitado unas vallas para que los turistas, en forma ordenada, pasen por la fachada de la finca donde vivo. Vienen en oleadas. Una guía les indica cuál es mi ventana y les pide estén muy atentos, por si se asoma “el irresistible”. Hay días que no estoy de humor. Que no levanto ni la persiana. Cuando cae la tarde, escucho cómo algunos guiris silban y vocean. Se sienten estafados y reclaman que se les devuelva el dinero. 

VII
Porque han puesto muchos ceros delante. El dinero hace falta en casa y no he sabido decir que no. Ahora estoy en el estudio de grabación. Me han encasquetado un traje en el que me sobra un palmo de manga. Aquí tengo sastres y costureras que me lo están ajustando. Focos. Fotógrafos emocionados. Desde que he llegado, no han dejado de dispararme. Ya, paso. Yo sólo tenía que sujetar una lata de refresco en la mano. “Ponte así, ponte asá. Muy bien. Quieto ahora. Quieeeeto”. Dijeron treinta minutos. Y a los treinta minutos me ha deslumbrado el último flash. Luego, escoltado por guardias de seguridad que, creo que no hacían falta, me están devolviendo a casa. De camino, veo esas vallas publicitarias. Rebajas, Rebajas, Reeebajas. En breve, mi cara, mi imagen estará en casi todas ellas. Es lo que tiene ser irresistible. 

VIII
Han dejado caer por delante que el contrato lo cumplirían hasta el último céntimo. No lo dudaba. A continuación es cuando han largado que se suspendía la campaña publicitaria. ¿Y eso por qué? El gerente de la agencia se ha trabado un poco. “esto, ejem… un fallo nuestro… tendríamos que haber previsto que esto es un caso claro en el que todo el mundo se fijaría en el anunciante y nadie absolutamente nadie en el producto anunciado”.

IX
Lo nuestro va en serio. Me lo dice el corazón. Correos y correos. Chats y chats. Llamadas y llamadas. Mil veces me ha preguntado, “Cornelio, ¿por qué no me envías una foto tuya?”. Mil veces he ahogado un suspiro y me he salido por la tangente: “…ejem, atención, Leire,  a la superluna que saldrá esta noche”. Yo se lo diría. Que soy fotosensible. Pero me espero. Para que me entienda, una imagen mía vale más que mil palabras. 

X
Buen aterrizaje. Ahora, a recoger la maleta en la cinta transportadora. Ella estará fuera esperándome. Será la primera vez que nos veamos. En vivo. En directo. Entonces, aprovecharé, y le contaré: “mira, me pasa esto”. Mientras, pasajeros que venían en mi vuelo, con más o menos disimulo, ya me han hecho unas cuantas fotos. Qué se le va a hacer. No lo pueden evitar. Hacia la puerta de salida, confluyo con el equipo del Tondon. Ganaron la Supercopa ayer. Son unos héroes. Vienen eufóricos. Una masa enfervorizada les espera vitoreándolos. Les miro, “hale, hale, que os hagan unas cuantas fotos a vosotros, que tampoco pasa nada porque os apunten con el objetivo”. Oh, oh.  Pero esa mirada se vuelve hacia donde yo camino. Los mismos jugadores, sacan sus móviles y me sacan instantáneas. A mí. Los hinchas de fuera desvían sus objetivos. Hacia mí. “¡Leire, Leire!”, la llamo para que acuda a mi rescate. Ella, zarandeada por la masa, no entiende nada de nada. Yo, tampoco. 

XI
Sería bonito pasear juntos por la playa, si me dejaran un poco en paz. A Leire le hace gracia. Bromea conmigo, pregunta si no será mi desodorante el que me hace tan irresistible. “…si yo lo supiera…”. Ahora estamos recogidos en su casa. Me ha asegurado que ella no ha notado nada. Que no siente deseos de fotografiarme, que eso será porque tiene al original. Biennn. Respiro aliviado. En la soledad del baño, por fin algo que me sale bien. En la soledad del baño, PLAAAMMM, ella con la cámara, flash, “¡lo siento, Cornelio…!”, y yo con cara de susto, “mujer, podrías haber esperado a que me subiera los pantalones…”. 

XII
“¿El papi por qué no sale de casa?”. Ariel hace la pregunta al aire. Con tres añitos, pero tan espabilada, es normal que se dé cuenta. Que yo, del jardín no paso. Fue lo convenido. Las cámaras están prohibidas en esta casa. Leire le contesta: “ejem… atención, Ariel a la superluna que saldrá esta noche”. Hoy la niña no insiste. Pero mañana volverá a la carga. Y cuando sea un poco más mayor, no tendré otra que decírselo. “Toma, el papel que me has pedido, cariño”. Ella lo coge. Imagino que se pondrá a escribir. Sus primeras letras. Sus primeras palabras. Saca un poco la lengua. Me mira. Sonríe. Comprueba. Da la vuelta al papel. Sonrisa picarona. Uffff. Qué veo. Soy yo. Mi cabeza. Mi nariz. Mis cejas. Mis ojos. Mis orejotas. Mientras murmuro: “¿Tú también, Ariel, hija mía”, ella exclama jubilosa: “Mira, papá: éste eres tú: I-RRE-SIS-TI-BLEEEEE”.

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