I
“¿Te acuerdas de mí?”, me pregunta Cynthia. Ufff.
La duda me ofende. La he reconocido al instante, nada más verla, cuando ha
aparecido entre el claroscuro de la penumbra. Imposible olvidarla. La alegría
me ha estremecido. Qué quiere que le diga. Los años han pasado para todos.
Estaremos un poquito más oxidados, sí. Como si supiera que la he estado esperando,
lo más importante ahora, es que, ella, después de tanto tiempo ha vuelto y está
aquí conmigo.
II
Hemos salido a pasear por donde solíamos. Con otro
paso, eso sí. No estoy yo para aquellos trotes. Aire fresco y tal vez demasiado
frío. El viento alborota su cuidado pelo. Unas gruesas gafas cubren sus ojeras.
Su pulso se mantiene fuerte. Puede que no sea tan firme. Pero eso tiene que ser
fruto de la fuerte emoción que siente. Hemos llegado justo a tiempo para el
atardecer. Junto al mar. Frente a nosotros, el sol se esconde. Uauuuuhhhh. Sabía,
sabía que ella querría venir aquí. No, no me ha contado nada. Y sí, sí que la he
notado preocupada. Para quitar tensión al momento, guardo en mi memoria, el
Rama Lama. “¡Rama Lama!”. Ella ha puesto gesto de sorpresa. “¡Rama Lama!”, he
repetido. Ahora sí, con una sonrisa, se ha dejado llevar y ha contestado el “Ding
Ding Dong” que tocaba. Y a grito pelado, conste que no distorsiono, he
continuado con el uuuuuhhhhh, uuuuuuuhhh correspondiente, en falsete. Los que
nos hayan oído pensarán que estos carcamales están locos. Pero que arreen. Más
son ellos.
III
A mí no me molesta que Cynthia se haya dormido
bajo la luz de las estrellas. Vigilo su pulso dulce vencido por el cansancio. Lo
que me preocupa es que pueda coger frío con el relente. He tosido un poco. Psé,
psé. Disimulando. Entonces ha despertado sobresaltada. “Huy, qué tonta”. Se ha
recompuesto. Y poco a poco, entre farolas medio apagadas por la crisis, hemos
reemprendido el camino de vuelta. Cuando me ha dejado, he entendido que Cynthia
ha reaparecido después de tanto tiempo para despedirse.
IV
Si se creen que, a estas alturas, voy a asustarme,
van listos. Qué manera de irrumpir con tanto estrépito. De rodearme. De no
saber qué hacer conmigo, hasta que uno de ellos, que parecía más jefe, les ha
ordenado: “Cogedlo”. Porque eran ocho a la vez. Así ya podrán. Si no, ya digo
yo que estos energúmenos no me mueven a mí ni un milímetro.
V
Lo voy entendiendo. No estábamos tan solos en
nuestro último atardecer. Nos siguieron. Ellos piensan que Cynthia me dejó
algún secreto inconfesable. No la conocen. Verla de nuevo para mí fue todo.
Pero decirme, no me dijo nada. Y si así fuera… conmigo estaría a buen recaudo. Lo
que entre nosotros ha pasado, entre nosotros ha quedado.
VI
Me han dejado desplumado. Casi sin aire. Por si
así muestro síntomas de flaqueza. Me han registrado hasta lo que no tiene
nombre. No han encontrado nada de lo que buscaban, por supuesto.
VII
Ahora me acaban de conectar a una máquina que debe
de ser “de la verdad”. Electrodos con ventosas pegaditos en todas partes. Cosquillitas
al principio. Luego pica. Y después acaba quemando. Mientras ahogo un grito, ellos
están atentos a lo que les marca un monitor. Van listos. Maquinitas a mí.
VIII
Oscuridad absoluta. Silencio. Olvido. Seguro que
todo esto es para que me ablande. Valgo por lo que callo, me repito, no por lo
que digo.
IX
Reconozco que esto mío ha sido un acto de
chulería. Después del tiempo que llevo encerrado, sorprenderles con el canto
del RAMA LAMA DING DONG a todo meter, era algo que a estas alturas no
esperaban. Uno de ellos, vándalo donde los haya, me ha acallado del todo dándome
con una barra en todo el morro. Pedazo de bestia.
X
Sí. Valgo por lo que callo. Pero ojalá supiera lo
que ellos creen que sé, para que así mi sacrificio fuera totalmente auténtico.
XI
Se ha hecho de nuevo la luz. Lo que queda de mí
debe de ser una piltrafa. Fin de la fiesta. Se acabó lo que se daba. Entran tres
energúmenos. Me llevan a rastras. Fuera es de día. Me cargan. Cobardes. Ya
podrían. Empiezo a entender. Que ya no
les sirvo hable o no. Que éste es mi último viaje. Que no habrá más puestas de
sol. Me digo ahora lo que escuché en mis mejores tiempos con Cynthia… “más vale
una derrota con honra que cien victorias sin honor”. Frenan en seco. Dan voces. Ufff. Me dejan
caer a plomo. Crujo. Muerdo el polvo. “Ahí os dejamos esta chatarra”, gritan
sacudiéndose las manos. “Ahora la recogemos…”, responden desde dentro. Ni
pestañeo. En unos segundos seguramente perderé la noción de ser quien soy. Antes,
aún me da tiempo de leer el letrero que se levanta junto al poste. Y ya les
vale. Ya podrían haberme traído a otro sitio. Se habrán quedado descansados
dejándome en “Desguaces el Cascao”.
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