domingo, 29 de junio de 2014

Entre colas

 
I
Atasco habemus. Ya no sé cómo ponerme. Me aburre la música. Me aburre la radio. Se me pega el culo y la espalda al asiento. Llevamos aquí parados una pila de minutos. Por quéeeee. Serán obras. Será que ha habido algún accidente. O no será nada. Mi madre le dice a mi padre que él siempre se pone en el carril de los lentos. Cansancio, sed. No quiero pensar si me entran de repente otras cosas. Cambiemos pues de pensamiento. Pissss, pisssss, pissss.  ¡Cambiemos de pensamiento, he dicho! Mira a esa chica. La del coche azul. Caray. Qué guapa. Le hago un gesto. La saludo. ¡Hey, me lo devuelve! Le sonrío. Nuestro carril avanza ahora un poquito. Estiro el cuello. La sigo viendo. Mmmm. Ellos mueven también. Ya están a nuestra altura. ¿Y si le hago caras de payaso? Total, no la tengo que volver a ver nunca. UUUUHHHHHHH. ¿Ves? Se ríe. Se parte. Voy a seguir. Pega su nariz al cristal y… ¡me saca la lengua! Je, je. Qué bueno. Brooommm. Broooommmm. ¿Eh, pero qué pasa ahora? ¿Nos movemos ya? ¿Tan pronto? No me da tiempo, no me da ni para decirle adiós… Pataleo. Mi madre acalla mi protesta: “¡Fausto, recontra, antes te quejabas porque estábamos parados, y ahora porque nos movemos… ¡ya está bien, hombre, que no hay quien te entienda!”. Jolines… es que nos hemos movido para volver a quedarnos otra vez parados en dos kilómetros, en un punto donde a ella, que ha pasado por delante,  ya no puedo verla. Pisss, pissss, pissss.
 
II
…él me lo había advertido: “esto está a parir… ¿de verdad que te quieres poner en la cola?”. “Sí, sí, sí y sí”. Con firmeza. Con determinación. Ha resoplado, buscando la sombra de unos cañizos y, apoyándose en un poste, ha releído en voz alta un cartel que dice: “Desde aquí hasta la atracción, dos horas”. Eso es por si me arrepiento. Yo aquí estoy. Serio. Firme. Conformado. Empujando con la mente a los que van delante para que se den prisa, para que me dejen subir al Tren Fardástico. Calor. Agobio. Sudor. Humanidad. “¡Papá, agua;  papá, agua!”. Del fondo del fondo de la mochila, mi paciente padre ha sacado una botella caldosa. Mientras amorro, ahí, en esa fila, dos zig-zag más atrás, la he visto. Glup. A la del coche azul. Me atraganto. Y se me va el trago por la nariz. Mientras toso, con un gesto, le digo que avance, que venga a donde estoy yo. Y me hace caso. Sus padres detrás. La gente se rebota, “…eh… eh ¡que ésa se cuela!”. Y yo alzo la voz, “que no, que viene conmigo, que es mi amiga”. Mi padre se agacha y me pregunta furioso: “¿Tu amiga? ¿Desde cuándo?”. Yo me acerco a su oído y le contesto: “…desde antes, desde el atasco que nos ha traído”.
 
XX
Debajo del letrero “Otra fila” se arremolina y espesa ya bastante gente. Allá que voy. Con mi parsimonia. Tengo la tarjeta de embarque en el bolsillo de la camisa. Sin prioridad, sin asiento asignado. Pero qué más me da. Vamos a caber todos igual en el avión. El vuelo que hemos de coger aún tiene que aterrizar, descargar pasaje y entonces será cuando nos empiece a embarcar a nosotros. Miro el reloj. Retraso de una hora. Me duelen las piernas. Detrás, la cola que se prolonga treinta metros y más. Mira a esa chica. La que va arrastrando su maletita con ruedas. Como si lo de ponerse detrás del último no fuera con ella. Un “chisssss, chisssss, haga cola” suena por detrás. Entonces la reconozco. Glup. Es ella seguro. Lo que no sé es si se acordará de mí. Antes de que empiecen a comérsela viva, intervengo y le digo: “…menos mal que estás aquí ya: me estaba empezando a preocupar porque no venías”. La gente se apacigua. “Viene conmigo”, aclaro a toda la concurrencia. La chica me sonríe, “es por el taxi, que ha pillado a-tas-co”. Ahora la supervisora nos comprueba el equipaje de cabina. El de esta chica no cabe en la plantilla ni de coña. Uf, qué momento delicado. Ella abre la cremallera, saca un libro por encima de su ropa bien plegada. Me ofrezco a llevárselo. Me lo tiende. Cierra y prueba de nuevo sin este lastre. Ahora sí que entra. Adelante sin problemas. Entonces me saca la lengua, como cuando estábamos en el atasco. Me deja sin habla ¡Definitivamente me ha reconocido! Oye, el libro pesa lo suyo. A ver qué lee. Es  “El libro de las Ocurrencias”. Mmmm. Habrá que darle una oportunidad. Lo mismo es interesante.
 
XXX
No sé yo si lloverá. Sopla un viento desagradable que, de tanto en tanto, arrastra una arenilla que nos atiza de lleno a los que estamos guardando una fila que no se mueve a este lado del estadio. Como la pólvora corre la voz de que no habrá entradas para todos. Y eso que su venta está limitada a sólo dos por persona. Pero también puede que se trate de un bulo malintencionado para que la gente se desanime y se vaya por donde ha venido. Por eso, de aquí no se mueve nadie. Las hormigas avanzarían más deprisa que nosotros, que llevamos aquí seis horas. Tras la esquina, el raso donde no llega el vendaval, la tregua. Tras la esquina, ya falta menos, paralela a la fila, la veo. A ella otra vez. Uffff. Cuánto tiempo. Y la llamo. “¡Eh, oye!”. Los de atrás se mosquean. Me planto: “de verdad, que viene conmigo”.  Se me acerca. No se lo puede creer. Otra vez yo. “Qué pequeño es el mundo… siempre te encuentro haciendo lo mismo”, exclama. “Es que la vida es una cola”, sentencio, “siempre estamos esperando a que nos toque el turno”. Filosofía de la mía. Goterones como monedas empiezan a caer. Abro el paraguas. Nos refugiamos bajo su círculo. Nunca hemos estado tan cerca. Tanto. Rebusco en mi bolsillo. El reproductor mp3. Le ofrezco mis auriculares. Los compartimos. Uuuuuaaaaauuuuuhhhhh. Bajo la lluvia. Se sabe la letra. Y canta, canta muy bien, no como yo. Termina la cuarta canción cuando llegamos frente a la taquilla. “Tú primero”, le ofrezco. Sí. Pide. Compra dos entradas. Resulta que son las últimas. A mí, la de las taquillas me dice: “lo siento”, mientras baja la persianilla. Por detrás silba la gente. Se altera. La lía. Yo, tras una despedida, “hasta la próxima cola, por supuesto”, me doy la vuelta. Y estoy contento, tan contento por haberla visto, que parece que hubiera sido yo el que se lleva las últimas entradas.
 
XC
Conocí a tu madre, sí. En un atasco de domingo. De eso hace muuuuucho, mucho tiempo. En esta foto que sacó mi padre me verás con ella, de niños. Estamos sentaditos en el Tren Fardástico. Aunque te parezca raro, los dos coincidíamos siempre en una cola u otra. Y de eso éramos amigos. Este libro me lo dio una vez que íbamos a coger un avión, porque no le cabía la maleta en la plantilla. Quería hacerte saber que nunca me perdonaré haberle dejado comprar esas entradas que eran las últimas… Aquella avalancha tenía que haber caído sobre mí… Lo siento. Lo siento. Lo siento. Ya me voy. Gracias por haberme escuchado. Puedes quedarte con la foto y el libro. Yo… sigo haciendo colas, como siempre. Ahora me voy al ambulatorio. Y allí seguro que me paso todo el día. A veces, me giro, y te juro que creo que la voy a ver… Perdona, pero… ¿puedes por favor sacarme la lengua?

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