I
Atasco habemus. Ya no sé cómo ponerme. Me aburre
la música. Me aburre la radio. Se me pega el culo y la espalda al asiento. Llevamos
aquí parados una pila de minutos. Por quéeeee. Serán obras. Será que ha habido
algún accidente. O no será nada. Mi madre le dice a mi padre que él siempre se
pone en el carril de los lentos. Cansancio, sed. No quiero pensar si me entran
de repente otras cosas. Cambiemos pues de pensamiento. Pissss, pisssss, pissss.
¡Cambiemos de pensamiento, he dicho! Mira
a esa chica. La del coche azul. Caray. Qué guapa. Le hago un gesto. La saludo.
¡Hey, me lo devuelve! Le sonrío. Nuestro carril avanza ahora un poquito. Estiro
el cuello. La sigo viendo. Mmmm. Ellos mueven también. Ya están a nuestra
altura. ¿Y si le hago caras de payaso? Total, no la tengo que volver a ver
nunca. UUUUHHHHHHH. ¿Ves? Se ríe. Se parte. Voy a seguir. Pega su nariz al
cristal y… ¡me saca la lengua! Je, je. Qué bueno. Brooommm. Broooommmm. ¿Eh, pero
qué pasa ahora? ¿Nos movemos ya? ¿Tan pronto? No me da tiempo, no me da ni para
decirle adiós… Pataleo. Mi madre acalla mi protesta: “¡Fausto, recontra, antes
te quejabas porque estábamos parados, y ahora porque nos movemos… ¡ya está
bien, hombre, que no hay quien te entienda!”. Jolines… es que nos hemos movido
para volver a quedarnos otra vez parados en dos kilómetros, en un punto donde a
ella, que ha pasado por delante, ya no
puedo verla. Pisss, pissss, pissss.
II
…él me lo había advertido: “esto está a parir… ¿de
verdad que te quieres poner en la cola?”. “Sí, sí, sí y sí”. Con firmeza. Con
determinación. Ha resoplado, buscando la sombra de unos cañizos y, apoyándose en
un poste, ha releído en voz alta un cartel que dice: “Desde aquí hasta la
atracción, dos horas”. Eso es por si me arrepiento. Yo aquí estoy. Serio. Firme.
Conformado. Empujando con la mente a los que van delante para que se den prisa,
para que me dejen subir al Tren Fardástico. Calor. Agobio. Sudor. Humanidad. “¡Papá,
agua; papá, agua!”. Del fondo del fondo
de la mochila, mi paciente padre ha sacado una botella caldosa. Mientras
amorro, ahí, en esa fila, dos zig-zag más atrás, la he visto. Glup. A la del coche
azul. Me atraganto. Y se me va el trago por la nariz. Mientras toso, con un
gesto, le digo que avance, que venga a donde estoy yo. Y me hace caso. Sus padres
detrás. La gente se rebota, “…eh… eh ¡que ésa se cuela!”. Y yo alzo la voz, “que
no, que viene conmigo, que es mi amiga”. Mi padre se agacha y me pregunta
furioso: “¿Tu amiga? ¿Desde cuándo?”. Yo me acerco a su oído y le contesto: “…desde
antes, desde el atasco que nos ha traído”.
XX
Debajo del letrero “Otra fila” se arremolina y
espesa ya bastante gente. Allá que voy. Con mi parsimonia. Tengo la tarjeta de
embarque en el bolsillo de la camisa. Sin prioridad, sin asiento asignado. Pero
qué más me da. Vamos a caber todos igual en el avión. El vuelo que hemos de
coger aún tiene que aterrizar, descargar pasaje y entonces será cuando nos empiece
a embarcar a nosotros. Miro el reloj. Retraso de una hora. Me duelen las
piernas. Detrás, la cola que se prolonga treinta metros y más. Mira a esa
chica. La que va arrastrando su maletita con ruedas. Como si lo de ponerse
detrás del último no fuera con ella. Un “chisssss, chisssss, haga cola” suena
por detrás. Entonces la reconozco. Glup. Es ella seguro. Lo que no sé es si se
acordará de mí. Antes de que empiecen a comérsela viva, intervengo y le digo: “…menos
mal que estás aquí ya: me estaba empezando a preocupar porque no venías”. La
gente se apacigua. “Viene conmigo”, aclaro a toda la concurrencia. La chica me
sonríe, “es por el taxi, que ha pillado a-tas-co”. Ahora la supervisora nos
comprueba el equipaje de cabina. El de esta chica no cabe en la plantilla ni de
coña. Uf, qué momento delicado. Ella abre la cremallera, saca un libro por
encima de su ropa bien plegada. Me ofrezco a llevárselo. Me lo tiende. Cierra y
prueba de nuevo sin este lastre. Ahora sí que entra. Adelante sin problemas. Entonces
me saca la lengua, como cuando estábamos en el atasco. Me deja sin habla ¡Definitivamente
me ha reconocido! Oye, el libro pesa lo suyo. A ver qué lee. Es “El libro de las Ocurrencias”. Mmmm. Habrá que
darle una oportunidad. Lo mismo es interesante.
XXX
No sé yo si lloverá. Sopla un viento desagradable
que, de tanto en tanto, arrastra una arenilla que nos atiza de lleno a los que
estamos guardando una fila que no se mueve a este lado del estadio. Como la
pólvora corre la voz de que no habrá entradas para todos. Y eso que su venta está
limitada a sólo dos por persona. Pero también puede que se trate de un bulo malintencionado
para que la gente se desanime y se vaya por donde ha venido. Por eso, de aquí
no se mueve nadie. Las hormigas avanzarían más deprisa que nosotros, que
llevamos aquí seis horas. Tras la esquina, el raso donde no llega el vendaval,
la tregua. Tras la esquina, ya falta menos, paralela a la fila, la veo. A ella
otra vez. Uffff. Cuánto tiempo. Y la llamo. “¡Eh, oye!”. Los de atrás se
mosquean. Me planto: “de verdad, que viene conmigo”. Se me acerca. No se lo puede creer. Otra vez
yo. “Qué pequeño es el mundo… siempre te encuentro haciendo lo mismo”, exclama.
“Es que la vida es una cola”, sentencio, “siempre estamos esperando a que nos
toque el turno”. Filosofía de la mía. Goterones como monedas empiezan a caer.
Abro el paraguas. Nos refugiamos bajo su círculo. Nunca hemos estado tan cerca.
Tanto. Rebusco en mi bolsillo. El reproductor mp3. Le ofrezco mis auriculares.
Los compartimos. Uuuuuaaaaauuuuuhhhhh. Bajo la lluvia. Se sabe la letra. Y
canta, canta muy bien, no como yo. Termina la cuarta canción cuando llegamos
frente a la taquilla. “Tú primero”, le ofrezco. Sí. Pide. Compra dos entradas.
Resulta que son las últimas. A mí, la de las taquillas me dice: “lo siento”,
mientras baja la persianilla. Por detrás silba la gente. Se altera. La lía. Yo,
tras una despedida, “hasta la próxima cola, por supuesto”, me doy la vuelta. Y
estoy contento, tan contento por haberla visto, que parece que hubiera sido yo el
que se lleva las últimas entradas.
XC
Conocí a tu madre, sí. En un atasco de domingo. De
eso hace muuuuucho, mucho tiempo. En esta foto que sacó mi padre me verás con
ella, de niños. Estamos sentaditos en el Tren Fardástico. Aunque te parezca
raro, los dos coincidíamos siempre en una cola u otra. Y de eso éramos amigos.
Este libro me lo dio una vez que íbamos a coger un avión, porque no le cabía la
maleta en la plantilla. Quería hacerte saber que nunca me perdonaré haberle
dejado comprar esas entradas que eran las últimas… Aquella avalancha tenía
que haber caído sobre mí… Lo siento. Lo siento. Lo siento. Ya me voy. Gracias
por haberme escuchado. Puedes quedarte con la foto y el libro. Yo… sigo
haciendo colas, como siempre. Ahora me voy al ambulatorio. Y allí seguro que me
paso todo el día. A veces, me giro, y te juro que creo que la voy a ver…
Perdona, pero… ¿puedes por favor sacarme la lengua?
No hay comentarios:
Publicar un comentario