domingo, 4 de mayo de 2014

Destinos

I
Después del último examen siento un gran vacío. Y ahora qué. Y ahora cómo voy a llenar estas horas que tengo por delante si estoy acostumbrado a sólo estudiar. No quiero unirme al grupo de compañeros que en medio del pasillo y con las hojas calentitas, recién entregadas,  comentan, comparan resultados y se llevan las manos a la cabeza, “¡mecagüen, ésta me la sabía, me la sabía, y la he puesto mal!”. Lo que sea, será y ya es. Ahora, con la mochila al hombro, camino hacia el tren. Oigo una voz que me llama por detrás. Me giro. Es Eulalia. La espero. “¿Qué tal, Ladis?”. “Bueno”, respondo encogiéndome de hombros, “¿y tú?”.  “Fataaaaal”, contesta ella tapándose la cara. Seguimos andando acera abajo. Juntos. Cabizbajos. Mirando los cordones mal atados de mis zapatillas. Hay algo que me espanta. Que aprobaremos los dos lo doy por seguro. Sin embargo, podría ocurrir que Eulalia se tenga que ir a una punta y yo a otra. Esa posibilidad me aterra. Me entran escalofríos con sólo pensarlo.  No se lo digo ahora, sólo si llegara el caso, si eso pasara… tiene que saber que no es este mundo tan grande como para poder separarnos.
1
Después de la última preselección, un gran vacío. Un “y ahora qué”. No quiero unirme al grupo que forma corro y comenta. Lo que sea, será. Oigo una voz que me llama por detrás. Es ella. La espero. “Qué tal”. “Bueno…”, respondo, “¿y tú?. “Fataaaaal”, contesta. Hay algo que me espanta. Que los dos iremos, lo doy por seguro. Pero que ella se vaya a una punta y yo a otra, eso… me aterra. No se lo digo ahora… sólo si llegara el caso, si eso pasara… tiene que saber que no será ese mundo al que nos envíen tan grande como para que nosotros, más pronto que tarde no nos reencontremos en alguna parte.
II
Menudo revuelo se ha formado alrededor del tablón. Caras de júbilo. “Toma, toma, tomaaaa”. Caras de decepción. “No puede ser, se habrán equivocado”. Ruge mi estómago. Eulalia me aprieta la mano. Nos buscamos en la lista. No va por orden alfabético, sino por ranking de notas obtenido. Me tiemblan las piernas. Las lágrimas se me escapan desatando la tensión. Nos abrazamos. Estamos aprobados. Pasamos el corte. Yo, un poco más arriba. Ella un poco más abajo. Pero estamos los dos dentro de sobra. Euforia. Mucha euforia. Nos espachurramos. Pasan cinco, diez, quince segundos. Eh, eh, pero qué estamos haciendo. Qué confianzas son esas. Nos soltamos de golpe. Glup, me disculpo. Van llegando más y más compañeros para ver también sus notas. Nos zafamos y salimos de la montonera. Respiramos aliviados. Eulalia me dice: “Ya estamos ahí, Ladis, donde queríamos estar”.
2
En el revuelo,  júbilo, decepción. Ella me aprieta. Nos buscamos en la lista. Tiemblo. Estamos asignados, sí. Euforia. Mucha euforia. Eh, pero en qué estamos pensando. Me disculpo. Otros van llegando para saber también si están incluidos. Con alivio, ella me dice: “Ya estamos ahí, donde queríamos estar”.
III
Me empapo con todo lo que me llega de Mardebé. Es que ahí donde voy a recalar. Una ciudad con el tamaño justo. Ni muy grande ni muy pequeña. Ni muy ordenada ni muy caótica. Me aprendo en el papel el nombre de sus calles comerciales, me pierdo por el centro histórico, tomo nota de sus museos. Ahora me llama Eulalia. “Pero Ladis, ¿todavía estás así?”. Lo siento, no tengo excusa. Me he quedado en babia otra vez. Reacciono: “Me arreglo y voy enseguida”. Ah, y muy importante: Mardebé está cerca, al ladito, de Beniche. Y Beniche es donde va mi queridísima Eulalia.
3
Me empapo con todo lo que me llega de los Rodríguez. Es que ahí donde voy a recalar. Una pareja mediana: ni muy joven ni muy mayor. Ni muy rica ni muy pobre. Me aprendo sus nombres, Ladis y Eulalia. Me pierdo con sus conversaciones. Tomo nota de sus gustos. Ahora me llama ella. “¿Todavía estás ahí?”. Reacciono: “Voy enseguida”. Ah, y muy importante: los Rodríguez viven cerca, al ladito, de los Arniches. Y con los Arniches es con quien va mi querídísima alma gemela.
IV
 Estábamos en una nube. Eulalia y yo nos habíamos desconectado del mundo. Antes de emprender rumbo a nuestros respectivos destinos nos perdimos. Los dos. Solos. Juntos. Nos lo debíamos después de tanto esfuerzo y sacrificio. Ahora, a la vuelta, con la sonrisa dibujada en nuestros ojos, preparando casi la próxima partida, nos han dicho: “¿No os habéis enterado?”. “¿Enterado de qué?”. “…de que impugnaron el resultado de los exámenes, aceptaron la impugnación, y publicaron un nuevo listado”. Con la sonrisa borrada y la angustia de nuevo en nuestras caras, estamos otra vez aquí, frente al tablón. Buscamos, rebuscamos. Y volvemos a buscar. Mi nombre, Ladislao, sigue apareciendo. Pero el suyo, Eulalia, ya no.
4
Estábamos en una nube. Desconectados. Perdidos. Los dos. Solos. Juntos. Preparando casi la próxima partida. “¿No os habéis enterado, almas cándidas?”. “¿Enterado de qué?”. Del listado nuevo. Desconcierto. Angustia. Yo sigo asignado. Pero ella ya no.
V
Lloro. He llegado a la bulliciosa estación de Mardebé. Arrastro la maleta hacia mi nuevo destino. Pesa. Miro hacia atrás. Finalmente, Eulalia y yo no nos despedimos. Tengo dudas sobre si se presentará de nuevo en la próxima convocatoria. Tampoco me consta siquiera si, tal y como está el panorama, habrá nueva convocatoria. Lloro. Porque tiene que saber, y no se lo dije,  que no es este mundo tan grande como para poder separarnos.
5
Lloro.  He llegado. A mi nuevo destino. “¡Pesa! ¡Pesa tres novecientos!”. Ponen mi cabecita hacia atrás. “¡Oh, oh, oh, qué criaturita más linda…!”, escucho la voz enternecida de los Rodríguez. Finalmente, mi alma gemela y yo no nos despedimos. Mientras mis papás me mecen, lloro a todo pulmón. Por eso, porque no sé si, tal como está el panorama, ella vendrá a este mundo. Si no viniera, tiene que saber, le tengo que decir, que no es este universo tan infinito como para que, más pronto que tarde, nosotros no nos reencontremos en alguna parte.  

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