domingo, 25 de mayo de 2014

No me comparéis

 
SEPTIEMBRE
Oh, oh. La sirena para entrar en clase hace cinco minutos que ha sonado. Todo el mundo ha salido pitando. Y yo, todavía ando perdido por los pasillos. Es que creía que la distribución de las clases seguiría un orden lógico. Quiá. Primero A. Primero B. Segundo A. Segundo B. Tercero A. Tercero B. ¿Qué clase tendría que venir detrás? Cuarto A. La que yo busco. Donde me han dicho que voy yo. Pues no. La que sigue es Quinto A. Porras. Ahí me he dado la vuelta. He preguntado con sofoco a una profesora que no sé quién es. Y me ha dicho que me espabile, que estoy justo en la otra punta, que Cuarto A está arriba del todo. En el gallinero. Corro. Hay escaleras. Leo: “Prohibido utilizar los ascensores a los alumnos”. Uno, dos. Una lámina de una señora culona de espaldas, asomándose a una ventana, mirando el mar. Tres, cuatro. Ya, ya llego. A ver, a ver. “Cuar-to-A”. Uffff. La puerta cerrada. Ya están todos dentro. Toc, toc. Me asomo. Glup. Pido permiso. Todos me miran. Tierra trágame. El profesor se contiene. Le he interrumpido. “Llegas tarde. Pasa y siéntate”. Voy de puntillas. Todos se parten. No veo nada, pero, al fondo me parece que hay un hueco. Está pasando lista. No ha llegado a la “P”. “Pedro Pérez Prieto”. “Presente”. Ahora sí. Atento, atento, que me nombra. “Práxedes Pando Paralacena”. Murmullo. Cachondeito. Levanto la mano. Aún no me he sentado. Levanto la mano. “¡Yo!”. El maestro se para. “¿Pando Paralacena?”. Sí. Qué pasa. Ajustándose las gafas, me observa de nuevo. De arriba abajo, de izquierda a derecha. Fija la vista. “¿Tú, tú eres hermano de Policarpo Pando Paralacena?”. “Mmmm… sí”, acierto a decir. Ahora se ha hecho el silencio. Qué pasa. Cambia el gesto. Cambia el tono. “Ven, ven por favor,  siéntate aquí delante…. Montsita... ¿puedes pasarte tú detrás?”. La aludida parece que va a protestar, pero se lo guarda. Voy, voy hacia donde me ha indicado. Arrastro la silla. Me siento donde me dice,  en la primera fila. El primer día de cole. La primera hora de clase. El primer minuto. Y ya me han nombrado a mi hermano Polit. Qué tío.
OCTUBRE
Cola en el comedor. Mi peor momento. Porque la comida más mala no puede ser. Pasamos en bloques de veinte en veinte. Cogemos la bandeja sin salirnos de la fila. Aún está mojada porque no hace mucho que la han fregado. Doble de pan. Es lo único que seguramente comeré. Ah, no… hoy toca pollo. Y el pollo me gusta. ¡Bien!. Y de primero… puaggg. Sopa. Fría y tropezonadora. Antonia, la cocinera, que escancia y pone en los estantes los platos de seis en seis, me ha vuelto a perdonar la vida. Desde que, cuando le pregunté que si por favor me cambiaba la pechuga por muslo,  me espetó que si me creo que estoy en el Ritz, no he osado a pedirle nada más. Ahí llega Cadenas, el “chef”, con una enorme fuente de papas. Las papas también me gustan. Me saluda. Se vuelve hacia Antonia y tapándose la boca, le dice algo. La cocinera sonríe. Yo no sabía que ésa supiera lo que es una sonrisa. Me llama, “eh, chico”. Me entran los temblores. Qué bronca me irá a meter ahora. Qué he hecho mal. Pero no. Me cambia el plato. Muslo por pechuga. Con una montaña de patatas de propina. Si no lo veo no lo creo. Doy las gracias. Cuando empiezo a buscar un hueco en el comedor, oigo por detrás que la cocinera le dice al “chef”. “…no lo habría reconocido… es que no se parece en nada, nada,  al hermano”. Ah, carámbanos. Ahora me lo explico todo. 
NOVIEMBRE
Don Benigno, el de Educación Física, me ha señalado, “tú, Pando Caralacena, de portero. Con tu agilidad y esas manazas que tienes… las pararás todas… tu hermano Polit es muy buen portero”. Me he pasado el partido apoyado en el palo de la portería, mirando esas manazas mías tan grandes que dice que tengo. Cuando ha llegado la hora de demostrar mi agilidad, lo he hecho sin ninguna duda. Mi nariz está agradecida a que me he agachado con impresionante presteza para que el balonazo no me diera en la cara. Un gol más, un gol menos, no tiene importancia.
DICIEMBRE
No soy de correr detrás de una pelota. Prefiero sentarme en un trozo de escalera, dejando pasar el tiempo de patio, esperando a que suene la sirena para entrar a clase en la primera hora de la tarde. Desde la sala de profesores, ha salido y se ha asomado, don Julián. Hace como que no, pero me busca. Y se sienta al lado mío. Me habla del tiempo. De las hojas que el viento arrastra este Otoño. De la luz del cielo. Del gris de las nubes. De la fotografía. Del club de fotografía del colegio. “Práxedes… ¿y a ti se te da tan bien la fotografía como a tu hermano Polit?”. Encojo el cuello. Ni sí ni no. Ya está aquí. Mi hermano otra vez. Ya me tendría que haber figurado yo que la salida de don Julián era poco casual y muy intencionada.
ENERO
La sirena. A clase. Colapso en las escaleras. Todos nos hacemos los remolones hasta el último segundo y ahora subimos en tropel. Paso por detrás de la señora de la lámina que mira al mar desde la ventana. Creo que está un poquito más vuelta hacia nosotros. Que oye el jaleo que montamos. Y que cualquier día, se vuelve del todo y le vemos la cara, porque a este lado del cuadro damos más juego y somos más entretenidos. Mirando a la mujer de espaldas tropiezo en el escalón. Don Alejandro me coge al vuelo, “¡chicoooo, mira por dónde vas!” y evita mi morrazo. Le voy a dar las gracias. Él entonces me para y me pregunta: “Oye, Práxedes… ¿qué sabes de tu hermano?”. Ejemmmm. Me alegro que me haga esa pregunta. Le explico dónde está. Y qué está haciendo. Y cómo le va. Todo inventado, claro. Nos quedamos prácticamente solos en la escalera. Excepto la mujer de espaldas asomada a su ventana en su cuadro nadie más nos oye. Ya no queda casi nadie por subir. “…bueno, dale muchos recuerdos de mi parte…”, me pide. Por supuesto. Se los daré. Pero lo que no sé es cuándo será eso.
FEBRERO
Yo sólo me he apuntado a las clases de Bailes Regionales porque así me escaqueo las dos horas del Viernes por la tarde. Doña Carmen no me hizo, como a todos los demás, ninguna prueba de admisión. Me dijo entusiasmada: “…si tienes la mitad del garbo de tu hermano… vamos a poder preparar unas buenas coreografías”. Según muevo los pies para un lado y los brazos hacia arriba, al ritmo de las castañuelas, se está dando cuenta ahora que ni la mitad, ni tampoco la mitad de la mitad. Ese garbo del que me hablaba, todo enterito, se debió de quedar en la genética de Polit. 
MARZO
Todos nos lo preguntamos. Para qué nos han juntado en el Salón de Actos. De pie. Apelotonados. Don Emilio el Director se abre paso serio y circunspecto. Carraspea cuando se acerca al micrófono. Cuando pide silencio. Empieza diciendo que: “…aquí luchamos por tener un colegio ordenado, acogedor, con las mejores instalaciones y los mejores medios nunca vistos a vuestro alcance... y si, vosotros, los alumnos, os empeñáis en no respetar ese orden, en destrozar lo que es de todos… al final acabaréis teniendo eso, un desastre, unas instalaciones rotas, ningún medio a vuestra disposición… y tendréis eso porque eso es lo que os merecéis”. Nadie tose siquiera. El silencio impone. “…y ya os digo: encontraremos a quien, por ejemplo, se ha llevado la reproducción del cuadro de Dalí que estaba en el descansillo de la escalera y que no hacía daño a nadie… lo encontraremos y le daremos tal escarmiento, que pocas ganas tendrá en su puñetera vida de llevarse nunca más nada que no sea suyo”.
ABRIL
“Paso de ir, Práxedes”, me dice mi hermano a través del auricular. “No te preocupes, Polit. Ya diré una excusa”. Cuelgo el teléfono. Clinc. Clinc. Caen las monedas que sobran. Me había insistido Don Julián. Para que lo llamara. Para que viniera en la fiesta del colegio, pronunciara unas palabras y montara una pequeña exposición de fotografía. Por ahí viene él. Le abordo: “…don Julián, me dice que lo siente mucho, que nada le encantaría más, que le disculpemos, pero que no va a poder venir…”.  
MAYO
Ya están ahí. Los primeros exámenes. Los que van en serio. Me quedo en la biblioteca. Restauro el libro de Ciencias. Era de mi hermano. Ahora es mío. Heredado. Paso las hojas gastadas. Miro y remiro sus garabatos. Cómo le gustaba rayarlos. Paso más hojas. Eeeepppp. Qué es este papelito. Je, je… ¡pero si es una chuleta! Mira tú por dónde… San Polit Pando Paralacena era un chuletero… ¡Cayó el mito! ¿Lo digo o no lo digo? Hmmm…. Mejor no lo digo. Mejor me callo. De todas formas, si lo cuento ahora no me iban a creer…
JUNIO
Calor de Verano. Escoltado por mi madre a mi izquierda, y por mi padre a mi derecha, empezamos a subir las escaleras. Hoy recogemos las notas. “…mira Práxedes, la lámina ésa de la muchacha de espaldas es muy parecida a la que tú te encontraste un día y colgaste en la pared de tu habitación”. Seguimos peldaños arriba hacia la clase Cuarto A. Los estoy viendo. Don Alejandro se levantará para recibir a mis padres y casi casi les dará un abrazo. Luego, delante de mí, empezarán a hablar del mayor, de Polit. Yo, si no fuera porque si abro la boca, van a pensar que estoy celoso perdido y que me corroe la envidia, les pediría, les pediría a los tres: “por favor, por favor… no me comparéis”.

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