SEPTIEMBRE
Oh, oh. La sirena para entrar en clase hace cinco
minutos que ha sonado. Todo el mundo ha salido pitando. Y yo, todavía ando perdido
por los pasillos. Es que creía que la distribución de las clases seguiría un
orden lógico. Quiá. Primero A. Primero B. Segundo A. Segundo B. Tercero A.
Tercero B. ¿Qué clase tendría que venir detrás? Cuarto A. La que yo busco.
Donde me han dicho que voy yo. Pues no. La que sigue es Quinto A. Porras. Ahí me
he dado la vuelta. He preguntado con sofoco a una profesora que no sé quién es.
Y me ha dicho que me espabile, que estoy justo en la otra punta, que Cuarto A
está arriba del todo. En el gallinero. Corro. Hay escaleras. Leo: “Prohibido
utilizar los ascensores a los alumnos”. Uno, dos. Una lámina de una señora culona
de espaldas, asomándose a una ventana, mirando el mar. Tres, cuatro. Ya, ya llego.
A ver, a ver. “Cuar-to-A”. Uffff. La puerta cerrada. Ya están todos dentro.
Toc, toc. Me asomo. Glup. Pido permiso. Todos me miran. Tierra trágame. El
profesor se contiene. Le he interrumpido. “Llegas tarde. Pasa y siéntate”. Voy
de puntillas. Todos se parten. No veo nada, pero, al fondo me parece que hay un
hueco. Está pasando lista. No ha llegado a la “P”. “Pedro Pérez Prieto”.
“Presente”. Ahora sí. Atento, atento, que me nombra. “Práxedes Pando
Paralacena”. Murmullo. Cachondeito. Levanto la mano. Aún no me he sentado. Levanto
la mano. “¡Yo!”. El maestro se para. “¿Pando Paralacena?”. Sí. Qué pasa. Ajustándose
las gafas, me observa de nuevo. De arriba abajo, de izquierda a derecha. Fija
la vista. “¿Tú, tú eres hermano de Policarpo Pando Paralacena?”. “Mmmm… sí”,
acierto a decir. Ahora se ha hecho el silencio. Qué pasa. Cambia el gesto.
Cambia el tono. “Ven, ven por favor,
siéntate aquí delante…. Montsita... ¿puedes pasarte tú detrás?”. La
aludida parece que va a protestar, pero se lo guarda. Voy, voy hacia donde me
ha indicado. Arrastro la silla. Me siento donde me dice, en la primera fila. El primer día de cole. La
primera hora de clase. El primer minuto. Y ya me han nombrado a mi hermano
Polit. Qué tío.
OCTUBRE
Cola en el comedor. Mi peor momento. Porque la
comida más mala no puede ser. Pasamos en bloques de veinte en veinte. Cogemos la
bandeja sin salirnos de la fila. Aún está mojada porque no hace mucho que la
han fregado. Doble de pan. Es lo único que seguramente comeré. Ah, no… hoy toca
pollo. Y el pollo me gusta. ¡Bien!. Y de primero… puaggg. Sopa. Fría y
tropezonadora. Antonia, la cocinera, que escancia y pone en los estantes los
platos de seis en seis, me ha vuelto a perdonar la vida. Desde que, cuando le
pregunté que si por favor me cambiaba la pechuga por muslo, me espetó que si me creo que estoy en el Ritz,
no he osado a pedirle nada más. Ahí llega Cadenas, el “chef”, con una enorme
fuente de papas. Las papas también me gustan. Me saluda. Se vuelve hacia
Antonia y tapándose la boca, le dice algo. La cocinera sonríe. Yo no sabía que
ésa supiera lo que es una sonrisa. Me llama, “eh, chico”. Me entran los
temblores. Qué bronca me irá a meter ahora. Qué he hecho mal. Pero no. Me cambia
el plato. Muslo por pechuga. Con una montaña de patatas de propina. Si no lo
veo no lo creo. Doy las gracias. Cuando empiezo a buscar un hueco en el
comedor, oigo por detrás que la cocinera le dice al “chef”. “…no lo habría
reconocido… es que no se parece en nada, nada, al hermano”. Ah, carámbanos. Ahora me lo
explico todo.
NOVIEMBRE
Don Benigno, el de Educación Física, me ha
señalado, “tú, Pando Caralacena, de portero. Con tu agilidad y esas manazas que
tienes… las pararás todas… tu hermano Polit es muy buen portero”. Me he pasado
el partido apoyado en el palo de la portería, mirando esas manazas mías tan
grandes que dice que tengo. Cuando ha llegado la hora de demostrar mi agilidad,
lo he hecho sin ninguna duda. Mi nariz está agradecida a que me he agachado con
impresionante presteza para que el balonazo no me diera en la cara. Un gol más,
un gol menos, no tiene importancia.
DICIEMBRE
No soy de correr detrás de una pelota. Prefiero
sentarme en un trozo de escalera, dejando pasar el tiempo de patio, esperando a
que suene la sirena para entrar a clase en la primera hora de la tarde. Desde
la sala de profesores, ha salido y se ha asomado, don Julián. Hace como que no,
pero me busca. Y se sienta al lado mío. Me habla del tiempo. De las hojas que
el viento arrastra este Otoño. De la luz del cielo. Del gris de las nubes. De
la fotografía. Del club de fotografía del colegio. “Práxedes… ¿y a ti se te da
tan bien la fotografía como a tu hermano Polit?”. Encojo el cuello. Ni sí ni
no. Ya está aquí. Mi hermano otra vez. Ya me tendría que haber figurado yo que
la salida de don Julián era poco casual y muy intencionada.
ENERO
La sirena. A clase. Colapso en las escaleras.
Todos nos hacemos los remolones hasta el último segundo y ahora subimos en
tropel. Paso por detrás de la señora de la lámina que mira al mar desde la
ventana. Creo que está un poquito más vuelta hacia nosotros. Que oye el jaleo
que montamos. Y que cualquier día, se vuelve del todo y le vemos la cara,
porque a este lado del cuadro damos más juego y somos más entretenidos. Mirando
a la mujer de espaldas tropiezo en el escalón. Don Alejandro me coge al vuelo, “¡chicoooo,
mira por dónde vas!” y evita mi morrazo. Le voy a dar las gracias. Él entonces me
para y me pregunta: “Oye, Práxedes… ¿qué sabes de tu hermano?”. Ejemmmm. Me
alegro que me haga esa pregunta. Le explico dónde está. Y qué está haciendo. Y
cómo le va. Todo inventado, claro. Nos quedamos prácticamente solos en la
escalera. Excepto la mujer de espaldas asomada a su ventana en su cuadro nadie más
nos oye. Ya no queda casi nadie por subir. “…bueno, dale muchos recuerdos de mi
parte…”, me pide. Por supuesto. Se los daré. Pero lo que no sé es cuándo será
eso.
FEBRERO
Yo sólo me he apuntado a las clases de Bailes Regionales
porque así me escaqueo las dos horas del Viernes por la tarde. Doña Carmen no
me hizo, como a todos los demás, ninguna prueba de admisión. Me dijo
entusiasmada: “…si tienes la mitad del garbo de tu hermano… vamos a poder
preparar unas buenas coreografías”. Según muevo los pies para un lado y los
brazos hacia arriba, al ritmo de las castañuelas, se está dando cuenta ahora
que ni la mitad, ni tampoco la mitad de la mitad. Ese garbo del que me hablaba,
todo enterito, se debió de quedar en la genética de Polit.
MARZO
Todos nos lo preguntamos. Para qué nos han juntado
en el Salón de Actos. De pie. Apelotonados. Don Emilio el Director se abre paso
serio y circunspecto. Carraspea cuando se acerca al micrófono. Cuando pide
silencio. Empieza diciendo que: “…aquí luchamos por tener un colegio ordenado,
acogedor, con las mejores instalaciones y los mejores medios nunca vistos a
vuestro alcance... y si, vosotros, los alumnos, os empeñáis en no respetar ese
orden, en destrozar lo que es de todos… al final acabaréis teniendo eso, un
desastre, unas instalaciones rotas, ningún medio a vuestra disposición… y tendréis
eso porque eso es lo que os merecéis”. Nadie tose siquiera. El silencio impone.
“…y ya os digo: encontraremos a quien, por ejemplo, se ha llevado la
reproducción del cuadro de Dalí que estaba en el descansillo de la escalera y
que no hacía daño a nadie… lo encontraremos y le daremos tal escarmiento, que
pocas ganas tendrá en su puñetera vida de llevarse nunca más nada que no sea
suyo”.
ABRIL
“Paso de ir, Práxedes”, me dice mi hermano a través
del auricular. “No te preocupes, Polit. Ya diré una excusa”. Cuelgo el
teléfono. Clinc. Clinc. Caen las monedas que sobran. Me había insistido Don
Julián. Para que lo llamara. Para que viniera en la fiesta del colegio, pronunciara
unas palabras y montara una pequeña exposición de fotografía. Por ahí viene él.
Le abordo: “…don Julián, me dice que lo siente mucho, que nada le encantaría
más, que le disculpemos, pero que no va a poder venir…”.
MAYO
Ya están ahí. Los primeros exámenes. Los que van
en serio. Me quedo en la biblioteca. Restauro el libro de Ciencias. Era de mi
hermano. Ahora es mío. Heredado. Paso las hojas gastadas. Miro y remiro sus
garabatos. Cómo le gustaba rayarlos. Paso más hojas. Eeeepppp. Qué es este
papelito. Je, je… ¡pero si es una chuleta! Mira tú por dónde… San Polit Pando
Paralacena era un chuletero… ¡Cayó el mito! ¿Lo digo o no lo digo? Hmmm…. Mejor
no lo digo. Mejor me callo. De todas formas, si lo cuento ahora no me iban a
creer…
JUNIO
Calor de Verano. Escoltado por mi madre a mi
izquierda, y por mi padre a mi derecha, empezamos a subir las escaleras. Hoy
recogemos las notas. “…mira Práxedes, la lámina ésa de la muchacha de espaldas
es muy parecida a la que tú te encontraste un día y colgaste en la pared de tu
habitación”. Seguimos peldaños arriba hacia la clase Cuarto A. Los estoy
viendo. Don Alejandro se levantará para recibir a mis padres y casi casi les
dará un abrazo. Luego, delante de mí, empezarán a hablar del mayor, de Polit.
Yo, si no fuera porque si abro la boca, van a pensar que estoy celoso perdido y
que me corroe la envidia, les pediría, les pediría a los tres: “por favor, por
favor… no me comparéis”.
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