domingo, 5 de enero de 2014

En la noche mágica

 
I
Mi padre dice que, yo, de mayor,  seré investigador. “¿Por qué dices que seré investigador?”.  “…pues porque te interesas por las cosas que no te cuadran,  preguntas el porqué de todo y no paras hasta que lo averiguas…”. “Mmmm… ¿Y por qué pregunto por todo?”. “…pues tú sabrás… porque eres así”. “¿Y por qué soy así?”. “…pues porque…”. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? “Buffff, Eduardito, ya seguimos más tarde, que ahora tengo mucho lío”. Aquí es cuando me paro y pienso que, o él está siempre muy ocupado, o tiene muy poca paciencia. O las dos cosas a la vez.
II
También dice mi padre que darse cuenta de las cosas que pasan a nuestro alrededor es empezar a hacerse mayor. Bien por mí. Soy mayor, mayor. Bien. Pero entonces… ¿qué hay de toda esa gente que tiene ya unos cuantos años y sigue sin enterarse de nada? Me levanto arrastrando la silla, dejo los deberes y voy a preguntárselo.
III
Yo no sé cómo entrarle. “…dicen por ahí que”. “…he escuchado…”. “…mis amigos cuentan…”. “…rumorean en el cole…”. Él, se vuelve hacia mí y me dice rotundo: “No te calientes más la cabeza, Eduardito. Escuches lo que escuches, no hagas caso”. Tema zanjado. Zanjado para él. Para mí es un sí, pero no.
IV
Lo averiguaré con mis medios. Siguiendo mis métodos. Llegaré a la verdad, sea cual sea. Si voy a ser investigador, cuanto antes empiece, más experiencia tendré. Mmmm Pero, ¿…por dónde empiezo? Hay veces que la respuesta la tenemos en los morros, y no somos capaces de verla. Empezaré pues por lo que tengo más cerca. 
V
Recapitulemos: Adán… 936, Matusalén… 969, Noé… 950. ¿Y ellos? Ellos, irán por los dos mil y pico y siguen sumando. Hay que tener en cuenta que nacieron después, y que ahora, si es que se ponen malitos, hay medicinas muy buenas. Y también están jubilando a la gente más tarde. ¿Conclusión?: Es perfectamente posible que tengan esa edad y que estén frescos como lechugas. Lo que ya no me imagino es cómo lo harán, el día que les toque, con la tarta. Necesitarán un campo de tenis para ponerla. ¿Y para las velas? Les hará falta un ventilador si quieren apagarlas todas sin quemarse la capa.
VI
Me he atrevido. He bajado un piso y he llamado al timbre. Ha tardado, pero ha abierto. Anselmo, el viejecito. Le tengo un poco de miedo. Por su barba blanca. Y porque tiene mala leche. A mí me ha reñido dos veces. Una, por dar un portazo en el portal. Y otra por bajar gritando “¡fuegoooooo!” por las escaleras. Se ha extrañado cuando me ha visto. “Hmmm, tú eres Eduardo…”. Lo mismo piensa que vengo por un recado de mis padres. A pedir sal. O azúcar. No sé cómo empezar. “¿Puedo hacerte unas preguntas?”. Me dice que sí con la cabeza. “…no te quedes ahí, pasa si quieres”. Ufff, a tanto no me atrevo. “¿… oye, tú estás siempre solo? ¿…no estás nunca con nadie?”. Mueve los hombros. Parece más un sí que un no. Habla bajito, bajito. “…bueno, con el ordenador sí mantengo contacto con mucha gente que conozco y que está por ahí, por el mundo… aunque no estén conmigo… me hacen compañía”.  Y añade: “…Bueno, y todos los años  por Navidad mis hijos me recogen y voy a pasar unos días con ellos. Mira: este Sábado ya vienen”. Ésa es la clave. Todos los años. Por Navidad. Ya. Me cuadra. Con esa cara. Y esa barba crecida tan real. Y en esas fechas. “¡Muchas gracias, Anselmo!”. Me doy la vuelta y me subo corriendo. Me ha faltado preguntarle cuántos años tiene, el pillín, pillín. Años, años de verdad, no los de su carnet de identidad. Y me ha faltado también pedirle que me enseñe su armario. Ahí tiene una capa y una corona seguro.
VII
Me he acercado al ordenador de mi padre. Mis porqués y yo. “Papá, ¿por qué pones una pegatina tapando la webcam del ordenador?”. Se gira hacia mí. Me explica. “…aunque no nos demos cuenta, desde fuera podrían entrar,  vernos, y mirarnos. Y eso no me da la gana”. “Ah”. Curiosidad satisfecha. Punto de preocupación activado. Pasa un rato. Ahora que no está él en el despacho, entro de puntillas, arranco la pegatina, me encaro muy serio a la webcam y, acercándome al micro,  les digo: “Miradme, miradme ahora bien… y por favor, tened en cuenta que este año yo he sido bueno, pero sobre todo tened en cuenta lo que os he pedido”.
VIII
Piiiiiiiiiiiiii. Ya. Por fin. Ésta es la noche mágica. Qué nervios. Hoy, y ahora, es cuando voy a descubrir la verdad de la verdad. Shhhh. Me he puesto la alarma del despertador a las dos de la madrugada. Está todo muy oscuro. Pero lo tengo todo previsto. Linterna: hágase la luz. Bueeeeeno, la pila es un poco vieja, pero suficiente. Me pongo el chaquetón. Hace un fríiiiiiiiio que para qué. Cámara de fotos digital.  Salgo al pasillo. Ojos bien abiertos. Qué oscuro está todo. Ando despacio. Shhhh…. Paso por delante de la habitación de mis padres. Shhhh, shhhh. Qué oigo. Falsa alarma. Son ronquidos. Uno de los dos ronca. Y tiembla el piso por eso. Próxima misión, averiguar quién. Pero ésta será otra historia. Avanzo. Enfoco al árbol. Nada. Todo en orden. Todavía no han venido. Mmmmm. Mecachis. Me entra tos. Qué inoportuna. Uffff. Por suerte, nadie me ha oído. Sigo. Abro la puerta de la calle. Ñiiiiiiiiiic. Compruebo: Llevo la llave de mi padre. Cierro despacio. Qué ruidoso es el silencio. Lo normal es que, a estas horas, ellos estén en plena faena. Subo las escaleras. Hasta el terrado, tres pisos más. Estoy seguro, que desde arriba se tiene que ver algo. PLOFFFFF. ¡Alguien ha dado la luz! CLOCK. ¡Alguien ha llamado al ascensor! Me arrimo a la pared. No respiro. Suben desde el primero. ¿Será Anselmo en traje de faena? Voy subiendo, subiendo. PLOOOOM. ¡Alguien ha cerrado la puerta de la terraza! ¿Se puede ser más escandaloso? ¡Parece que han entrado en el quinto! Tengo la cámara a punto. Con el flash preparado. La puerta de arriba se atranca. Abro. Salgo. Brrrrrrrr… qué fríoooooo. Tirito. Miro arriba. Al cielo. A las estrellas. Me fijo. Uf, cuántas y cuántas. Pequeñitas. Brillantes. Miro al suelo. Apunto con la linterna. Por si hubiera restos. Oh, oh. Una colilla mal apagada. Vaya. Fuman. Con lo malo que es eso. Qué veo. Una enoooooooorme caja. ¿A ver, a ver? Joooo, pesa. Esto es un regalo. Se lo han dejado aquí. Es un regalo. Los he pillado mientras se preparaban para descargar un regalo. Los he pillado. FLASH. Foto. Lo mismo, luego, al mirarla, salen sus sombras. FLASH. Otra foto. Mecachis. Qué emoción. Sigo iluminando la caja embalada. Tiene pinta… tiene pinta… Ahí, un letrero. Un letrero. Leo. “EEEEE-DUUUUARRRR-DO!”. ¡Mi nombre, mi nombre, mi nombre! Es para mí. ¿Lo abro? ¿Lo abro ya? ¿O me espero a mañana por la mañana? Sí, sí, lo abro un poquito solo. Que se vea lo que es…. MECAGÜEN… ¡Es una bici! ¡TOMA, TOMA, TOMAAAAA! ¡Es la bici! ¡Ua, ua, uá!
IX
¿Eh? ¿Qué hora es? ¡Las ocho! ¡No me puedo despertar mejor! ¡El misterio de la noche mágica está aclarado! ¡No los vi, pero los oí! ¡Y encima, sé lo que me han traído! ¡Qué bici más guay! Voy a despertar a mis padres, a ver qué cara ponen, que estoy ya que no me aguanto… Si mi primer caso como investigador ha sido el de la “noche mágica”, el segundo tiene que ser… “¿y aquí quién ronca?”… Uffff, lo que me costó bajar aquella caja desde arriba y dejarla al pie del árbol no lo sabe nadie… Hice un poquito de ruido, sí, pero no se despertaron. Lo que no podía, una vez la había visto, era dejar que ellos me la trajeran… Eso no. “¡BUENOS DÍAS, ARRIBA, HOLGAZANES!”.  Oh, oh. Aquí no están. “EOOO ¿Dónde estáis? ¿Papá? ¿Mamá?”.  Shhhh. Oigo voces. Estarán en el recibidor. En la entrada de la casa. Me asomo un poco. Sí están ahí mis padres. En pijama y bata. Bueno. Desde luego, no aprenden… ya están otra vez, siempre igual, de buena mañana, a voces, discutiendo a grito pelado, “y tú más”, en un día como hoy, con los vecinos del quinto, los padres del otro Eduardo que, por cierto, a mí me cae fataaaaal.  Ya es mala pata que este chaval se llame igual que yo y que viva, encima, tan cerca.

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