I
Con un susurro, un suave toque en el hombro, “Shhhh…
Giorgina…“, me llama, me despierta. Abro los ojos, y me encuentro con su
sonrisa. Uf, lo siento, me había vuelto a quedar completamente dormida. Miro el
reloj. Tic, tac, tic, tac. Las ocho menos cuarto. Estiro los brazos, me
desperezo. Él abre la ventana. Hoy entra una luz de nublado. Y mirándome, mi
padre me dice: “No olvides nunca que estás en este lado”. Sale de la
habitación. Al pronto no lo entiendo. Qué ha querido decir. Mmmm. Enseguida
caigo. Eso es que lo sabe. Porque él debe de ser como yo. Mejor dicho, yo debo
de ser como él. Y por eso lo sabe. Y por eso me recuerda cuál es mi sitio.
Mientras voy caminando por el pasillo hacia el baño, respiro hondo y recuerdo,
como cada mañana, con toda nitidez y segundo a segundo todo lo que acabo de
vivir en el otro lado, en el lado de los sueños.
II
Rosario está que trina. “No me lo explico. El
Lunes por la tarde no tenías ni idea. Ni pajolera idea, vamos, que lo comprobé…”.
Yo asiento. “Ayer Martes, haces el examen y me dices que bueno que no sabes,
pero que no te ha salido mal del todo”. Sí, también asiento. “Y hoy… sacan las
notas: ¡Y TE HAN PUESTO UN NUEVE!”. Ahí estalla. “¿Cómo es eso posible?”. Vamos andando por la acera. Qué le digo. ¿Le
cuento que me fui temprano a dormir? ¿Le explico que en mi sueño me fui a la
biblioteca del cole y allí saqué un libro donde explicaban el tema ocho muy
clarito y que así empecé a enterarme de todo? ¿Se creerá que en mi sueño la
llamé a ella para que me dejara sus apuntes y me los estudié también? No, yo no
gasto un gramo de energía en eso, porque no me va a creer. Antes de
despedirnos, cada una a su casa, me advierte: “…ahora, con tu
superinteligencia, estás viviendo de renta porque sin esfuerzo lo sacas todo
muy bien y vas sobrada… pero ya me lo dirás dentro de un tiempo, cuando las
cosas se compliquen cada vez más y no te resulten tan fáciles… entonces lo
pasarás muy mal, porque no tendrás ni hábito de estudio ni de sacrificio y será
tarde para tenerlo…”. Jolín con mi amiga Rosario. En vez de mi amiga, parece mi
abuela.
III
“Levanta, despierta niña, que ya son las siete y
media… las siete y media son… y te lo digo en esta canción”. Cómo desentona mi
padre. Por favor, por favor, un poquito más, durmiendo, aquí acurrucadita en la
cama. Me gustaba mi sueño. Me gustaba. Abro los ojos. Y me acuerdo de su
advertencia. Yo estoy en este lado, no en el otro.
IV
Al principio, me sentía muy nerviosa. Ahora ya no.
Estoy en lo que quiero hacer. Ha gustado mi propuesta. La llevarán a término. Y
respetarán mis guiones. Quiles, el productor, se extraña, cómo es que yo, tan
joven, he escrito eso, con esa madurez, ese estilo, esa seguridad, esos recursos. No
sé qué espera que le diga. Me encojo de hombros. Luego, cuando salgo a la
calle, con el contrato firmado en la mano, pienso. No he hecho nada malo. Simplemente
he cogido un libro de la biblioteca de mis sueños. El primer tomo. Lo he leído.
Me ha encantado. Y lo he transcrito más o menos. Si estaba ahí y pertenece a mis
sueños es que es mío. No es ningún plagio. Me pertenece. Quiles me ha
preguntado si voy a aguantar el ritmo que la serie requerirá. “Giorgina, uno
por semana, con esta densidad, esta claridad y esta intriga, es mucho”. Le he
dicho que sí, que por supuesto, que tengo para seis temporadas lo menos.
Biennn, fantástico. Él quería quedar conmigo para cenar y celebrarlo. No, no,
mejor no. Es que ahora tengo que ir a dormir muy temprano porque me queda mucho,
mucho por leer y mucho, mucho por transcribir.
V
La serie es un exitazo. No me paran por la calle
para pedirme autógrafos porque nadie conoce a quien que escribe los guiones.
Pero es la novedad de la televisión, está en boca de todos y la audiencia es
máxima. Y yo tengo ganas de contarlo, de compartir mi buena estrella
profesional. Mira, ahí está Rosario. Qué casualidad. La llamo. Se gira. “Huy
chica, cuánto tiempo”. “Estás igual”, miento. Me pregunta. Le digo. “¿has visto
algún capítulo? …yo escribo esos guiones”. Abre los ojos, como si la sorpresa
no le cupiera. Luego, antes de despedirse porque va con prisa, sentencia: “…no
me lo tomes a mal, yo, a esa hora cambio de cadena, no he visto en mi vida cosa
más mala y chabacana… “. Y ahí me deja. Plantada. Rosario, en mis sueños,
cuando me explicabas matemáticas desde el principio, no eras tan borde.
VI
Tic, tac, tic, tac. Las dos. Con esto no contaba.
No sé cómo ponerme. No hay manera. No me duermo. Tiemblo. Insomnio. Llevo el
corazón acelerado. Me pongo hacia arriba. De lado. Cierro los ojos. Los abro. No
hay manera. Cuento ovejitas. Una, dos, hasta cinco en fila india. Me desespero. Cuando
me duerma, no llegaré a tiempo a la biblioteca de mis sueños. Tic, tac. Las
tres. Eso, si es que me duermo.
VII
Quiles relee otra vez el guión. “Mmm…”. Hace caras.
Lo piensa. Lo repiensa. Y yo, con angustia, aguardo el veredicto. “No te lo tomes a mal,
Giorgina… pero hoy llamaré al equipo de guionistas para proseguir la historia”.
Me entra el sofoco. Puto insomnio. Quiero recogerle la carpeta. Quiero decirle
que me dé un día más. No se lo diré, pero me iré a dormir ya, me tomaré lo que
sea para quedarme sopa, para… Sí, me
entra un sofoco monumental y no soy capaz de decirle nada. Me levanto. Me coge
del hombro. “…tómate un pequeño descanso…”, me sugiere. No le contesto. Salgo
rabiando. Que no se me olvide. Que las pesadillas existen. En ambos lados.
VIII
La casa, mi vieja casa, permanece en silencio.
Avanzo por el pasillo. Dentro, sentado, mi padre duerme. Como un bendito. Estoy
por no decirle nada. Pero sí. Si estoy aquí, después de tanto tiempo, quiero
que me vea. “…levanta, despierta niño, que ya son las siete y media, las siete
y media son, y te lo digo en esta canción…”. Yo no entono mucho mejor que él.
Abre sus ojos cansados. Y me sonríe. “…acaban de dar ahora las nueve, Giorgina,
no las siete y media…”. Ahí estamos. “…estaba durmiendo… todos vivís en mis
sueños… con vuestra mejor edad, en todos mis escenarios, en todos mis tiempos… justo
te acababa de ver ahora de niña…”. Sí. Él, como yo, sueña con hiperrealismo. Y recuerda con todo lujo
de detalles lo que sueña. Doy dos palmadas al aire. “Ea, para arriba, a
levantarse”. Le cojo de la mano. Le estiro. Le abrazo. Le llevo hasta la
cocina. “…como tú me decías… recuerda siempre que estás en este lado… y que en
el otro lado puede que no, pero que en éste, cada noche se cena”.
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