domingo, 26 de enero de 2014

En el lado de los sueños

 
I
Con un susurro, un suave toque en el hombro, “Shhhh… Giorgina…“, me llama, me despierta. Abro los ojos, y me encuentro con su sonrisa. Uf, lo siento, me había vuelto a quedar completamente dormida. Miro el reloj. Tic, tac, tic, tac. Las ocho menos cuarto. Estiro los brazos, me desperezo. Él abre la ventana. Hoy entra una luz de nublado. Y mirándome, mi padre me dice: “No olvides nunca que estás en este lado”. Sale de la habitación. Al pronto no lo entiendo. Qué ha querido decir. Mmmm. Enseguida caigo. Eso es que lo sabe. Porque él debe de ser como yo. Mejor dicho, yo debo de ser como él. Y por eso lo sabe. Y por eso me recuerda cuál es mi sitio. Mientras voy caminando por el pasillo hacia el baño, respiro hondo y recuerdo, como cada mañana, con toda nitidez y segundo a segundo todo lo que acabo de vivir en el otro lado, en el lado de los sueños.
II
Rosario está que trina. “No me lo explico. El Lunes por la tarde no tenías ni idea. Ni pajolera idea, vamos, que lo comprobé…”. Yo asiento. “Ayer Martes, haces el examen y me dices que bueno que no sabes, pero que no te ha salido mal del todo”. Sí, también asiento. “Y hoy… sacan las notas: ¡Y TE HAN PUESTO UN NUEVE!”. Ahí estalla. “¿Cómo es eso posible?”.  Vamos andando por la acera. Qué le digo. ¿Le cuento que me fui temprano a dormir? ¿Le explico que en mi sueño me fui a la biblioteca del cole y allí saqué un libro donde explicaban el tema ocho muy clarito y que así empecé a enterarme de todo? ¿Se creerá que en mi sueño la llamé a ella para que me dejara sus apuntes y me los estudié también? No, yo no gasto un gramo de energía en eso, porque no me va a creer. Antes de despedirnos, cada una a su casa, me advierte: “…ahora, con tu superinteligencia, estás viviendo de renta porque sin esfuerzo lo sacas todo muy bien y vas sobrada… pero ya me lo dirás dentro de un tiempo, cuando las cosas se compliquen cada vez más y no te resulten tan fáciles… entonces lo pasarás muy mal, porque no tendrás ni hábito de estudio ni de sacrificio y será tarde para tenerlo…”. Jolín con mi amiga Rosario. En vez de mi amiga, parece mi abuela.
III
“Levanta, despierta niña, que ya son las siete y media… las siete y media son… y te lo digo en esta canción”. Cómo desentona mi padre. Por favor, por favor, un poquito más, durmiendo, aquí acurrucadita en la cama. Me gustaba mi sueño. Me gustaba. Abro los ojos. Y me acuerdo de su advertencia. Yo estoy en este lado, no en el otro.
IV
Al principio, me sentía muy nerviosa. Ahora ya no. Estoy en lo que quiero hacer. Ha gustado mi propuesta. La llevarán a término. Y respetarán mis guiones. Quiles, el productor, se extraña, cómo es que yo, tan joven, he escrito eso, con esa madurez,  ese estilo, esa seguridad, esos recursos. No sé qué espera que le diga. Me encojo de hombros. Luego, cuando salgo a la calle, con el contrato firmado en la mano, pienso. No he hecho nada malo. Simplemente he cogido un libro de la biblioteca de mis sueños. El primer tomo. Lo he leído. Me ha encantado. Y lo he transcrito más o menos. Si estaba ahí y pertenece a mis sueños es que es mío. No es ningún plagio. Me pertenece. Quiles me ha preguntado si voy a aguantar el ritmo que la serie requerirá. “Giorgina, uno por semana, con esta densidad, esta claridad y esta intriga, es mucho”. Le he dicho que sí, que por supuesto, que tengo para seis temporadas lo menos. Biennn, fantástico. Él quería quedar conmigo para cenar y celebrarlo. No, no, mejor no. Es que ahora tengo que ir a dormir muy temprano porque me queda mucho, mucho por leer y mucho, mucho por transcribir.
V
La serie es un exitazo. No me paran por la calle para pedirme autógrafos porque nadie conoce a quien que escribe los guiones. Pero es la novedad de la televisión, está en boca de todos y la audiencia es máxima. Y yo tengo ganas de contarlo, de compartir mi buena estrella profesional. Mira, ahí está Rosario. Qué casualidad. La llamo. Se gira. “Huy chica, cuánto tiempo”. “Estás igual”, miento. Me pregunta. Le digo. “¿has visto algún capítulo? …yo escribo esos guiones”. Abre los ojos, como si la sorpresa no le cupiera. Luego, antes de despedirse porque va con prisa, sentencia: “…no me lo tomes a mal, yo, a esa hora cambio de cadena, no he visto en mi vida cosa más mala y chabacana… “. Y ahí me deja. Plantada. Rosario, en mis sueños, cuando me explicabas matemáticas desde el principio, no eras tan borde.  
VI
Tic, tac, tic, tac. Las dos. Con esto no contaba. No sé cómo ponerme. No hay manera. No me duermo. Tiemblo. Insomnio. Llevo el corazón acelerado. Me pongo hacia arriba. De lado. Cierro los ojos. Los abro. No hay manera. Cuento ovejitas. Una, dos, hasta cinco en fila india. Me desespero. Cuando me duerma, no llegaré a tiempo a la biblioteca de mis sueños. Tic, tac. Las tres. Eso, si es que me duermo.
VII
Quiles relee otra vez el guión. “Mmm…”. Hace caras. Lo piensa. Lo repiensa. Y yo, con angustia,  aguardo el veredicto. “No te lo tomes a mal, Giorgina… pero hoy llamaré al equipo de guionistas para proseguir la historia”. Me entra el sofoco. Puto insomnio. Quiero recogerle la carpeta. Quiero decirle que me dé un día más. No se lo diré, pero me iré a dormir ya, me tomaré lo que sea para quedarme sopa, para…  Sí, me entra un sofoco monumental y no soy capaz de decirle nada. Me levanto. Me coge del hombro. “…tómate un pequeño descanso…”, me sugiere. No le contesto. Salgo rabiando. Que no se me olvide. Que las pesadillas existen. En ambos lados.
VIII
La casa, mi vieja casa, permanece en silencio. Avanzo por el pasillo. Dentro, sentado, mi padre duerme. Como un bendito. Estoy por no decirle nada. Pero sí. Si estoy aquí, después de tanto tiempo, quiero que me vea. “…levanta, despierta niño, que ya son las siete y media, las siete y media son, y te lo digo en esta canción…”. Yo no entono mucho mejor que él. Abre sus ojos cansados. Y me sonríe. “…acaban de dar ahora las nueve, Giorgina, no las siete y media…”. Ahí estamos. “…estaba durmiendo… todos vivís en mis sueños… con vuestra mejor edad, en todos mis escenarios, en todos mis tiempos… justo te acababa de ver ahora de niña…”. Sí. Él, como yo,  sueña con hiperrealismo. Y recuerda con todo lujo de detalles lo que sueña. Doy dos palmadas al aire. “Ea, para arriba, a levantarse”. Le cojo de la mano. Le estiro. Le abrazo. Le llevo hasta la cocina. “…como tú me decías… recuerda siempre que estás en este lado… y que en el otro lado puede que no, pero que en éste, cada noche se cena”.   

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