domingo, 29 de diciembre de 2013

No pasan los años para el Presidente

 
I
La prejubilación era esto. Un decir a los chicos de la mudanza: “dejad ese baúl ahí, que ya me encargo yo”. Un pasar más de dos semanas, y seguir el arcón de mis libros todavía en el mismo sitio porque no tengo ganas de moverlo. Un sentarme para escribir todo lo mucho que me queda pendiente, sin ser capaz de terminar una frase siquiera. Un acordarme de mis antiguos alumnos sólo para exclamar: “que les den”. Un… “sí, ya voy, ya voy, Luna, qué impaciente eres, deja ya de frotar tu hocico en mi pantalón…”. Un no saber si yo soy quien te saca a pasear a ti o eres tú la que me saca a mí para que me dé el aire. La prejubilación era esto.  
II
Un momento, que voy a entrar en el horno. Voy a recoger el pan. Luna, chissssss, no sé cómo lo haces. Conmigo, siempre atenta y dócil. Pero con todos los demás eres huraña, arisca y antipática. Mmmm. Tienes que hacértelo mirar. Cualquier día me pones en un compromiso. No te muevas. Entro y salgo enseguida (…) ¿Ves? Ya está, ya estoy aquí... Azucena sigue como en los viejos tiempos. Se ha empeñado en que me lleve este panetone gigante. Qué miras, golosona. No sé si te voy a dar un trozo. Hale, vámonos a casa. ¿Sabes qué más me ha dicho? Pues que yo le he asustado al verme entrar. Que así, al reluz, le ha dado un pronto. Que le he parecido el mismísimo presidente Casillo. Ja, ja. Eso es lo que me faltaba. Con la prejubilación se me está poniendo una cara de presidente que en cuanto llegue a mi despacho me voy a poner a firmar decretos a punta pala hasta que se me acabe la tinta del boli.  
III
Ehhhh, Luna, bonita, ven, ven. Quieta, tranquila, no gruñas. Ya, ya, ya me he dado cuenta de ese coche negro. Como para no verlo, aquí, encima del monte, en el camino. Al copiloto le he visto una cámara con un pedazo de zoom, que si apunta hacia mí, me tiene que estar viendo hasta las arrugas. Las de la camisa, no las mías. Así, guapa, así, quieta, espera que te ponga la correa. ¿Sabes? Me viene a la cabeza esa canción de la Platería que decía… “no tié marcas pero toos saben que es policía”…
IV
Resoplo. Cierro la puerta de la casa. Abro la tuya. Se van. Los polis. Los sigues con la mirada y las orejas tiesas. Ya has oído, Luna. No, no es ninguna broma. “Es una cuestión nacional”, han dicho. Vaya tela. Por mi enorme parecido, ¿te acuerdas que ya me lo dijo Azucena?, por mis conocimientos, tengo que hacer de presidente durante unas semanas. No te voy a decir lo que me ha pasado por la cabeza. Esto es real, aquí, en este país y en este siglo. “…suponiendo que acepte… para qué me queréis… ¿para que me den a mí los palos?... ¿y dónde estará el auténtico presidente mientras tanto?”. Estos de la secreta preguntan pero no admiten preguntas. Se han marchado con un: “aquí no hemos estado” y con un “piénsatelo, ya vendremos a ver qué has decidido”. No paro de mirarme al espejo. Al final, me lo voy a creer. ¿De verdad, Luna, soy tan clavadito a él como dicen?
V
Sabía que volverían. Pero no así. En lo más abrupto de la noche, han irrumpido media docena de energúmenos. Sin tiempo a nada. Entre dos, me han llevado a rastras hacia fuera. Les has ladrado. Y con un buen par de ovarios, te les tirabas encima. “¡A Luna no le toquéis ni un pelo! ¿Me oís? ¡Ni un pelo!”.  Me han dejado acariciarte el lomo, el cuello. “Eh, eh, no pasa nada, Luna llena, Luna bonita, me tengo que ir unos días, pero ya avisé a Azucena que cuidara de ti… estarás bien… te dará panetone…”. Luego me he puesto en pie. He cruzado la mirada con tus ojos tristes. Uffff, Luna, yo sí que no sabía que la prejubilación era esto.
VI
Pedazo de Servicio de Maquillaje que tienen en el Palacio Nacional. No me queda ni medio pelo en la cocorota al azar. Ahora acaba de entrar un señor, que me ha pedido que abra la boca… ¿para qué? “Abra la boca, señor presidente”. AHHHHHHHH. ¿Digo treinta y tres? Lo siguiente ha sido un pastillazo sin previo aviso. He tragado, glup. Y al segundo mi voz no era mi voz. Mi voz era como la del Presidente Casillo. Igual, igual que en el cuento de los cabritillos y el lobo. Éste se daba un atracón de huevos, y la voz se le aflautaba. Hola, hola, hola, probando, probando mi nueva vocecilla de pito. Les habla el presidente Casillo.
VII
Despliego el periódico que han traído a lo que, supongo, es mi despacho oficial. Reza el titular: “No pasan los años para el presidente Casillo”. Y ahí estoy, en la foto a toda página con un traje gris marengo que me viene como un guante. Menuda percha tengo. Bueno, ya he cumplido con la cuestión nacional. Ahora sólo espero que venga el tipo de la secreta, y que con el cochazo negro de impresión, me devuelva a mi casa, con mi queridísima Luna, y aquí paz y después gloria. Ahí viene, ahí lo veo. Sonríe. Eso es que lo hice bien. Me da unos folios. Esto qué es. “Su discurso, señor presidente”. ¿Mi quéeeee? “Su discurso”. Sí, lo había entendido bien. Y empiezo a entender también lo que esta gente sin rostro espera de mí.
VIII
Una “coma” fuera del sitio. Sólo era una simple “coma”. Yo la he pronunciado cuando tocaba, no cuando estaba escrita. A la salida, el hombrecillo de la secreta se me ha acercado y me ha advertido: “…que sea la última vez que se salta una coma”. A mí se me ha helado la sangre. Me he pellizcado por si es el panetone de Azucena que, comido de golpe, tiene una digestión un poco pesada. Por si me despierto en el salón donde tengo el baúl en medio. Pero cuando he abierto los ojos, me he visto de nuevo en este “sencillo” despacho estilo Imperio, donde si me siento bien en el sillón, los pies no me llegan al suelo.
IX
“No sabía que usted hablaba tan bien el arameo, señor presidente”. “¡….!”. Ahí es cuando me he mordido la lengua. Casi meto la pata con el embajador que me presentaba sus credenciales. Treinta años dando clases de arameo a alumnos que no querían aprenderlo, como para no sabérmelo….
X
Me abruma la realidad de este país. Mi país.
XI
Fíjate si estoy mal, mal, requetemal, que he llegado casi a creerme que soy el verdadero presidente Casillo. “Tengo ideas, buenas ideas”, me he dicho frente al espejo. Debo de tener fiebre. Mi diagnóstico es pues, grave.
XII
Desde mi gabinete de crisis, hoy he hecho llamar urgentemente al de la “secreta”. Llevo un mes aquí. Estoy como un secuestrado en una jaula de oro. No hay respuestas a mi pregunta: “¿Y dónde c… está el presidente de verdad?”. “Qué bromas tiene, señor presidente”, me contestan. Esto es como para volverme loco. Al de la “secreta”, que no se reiría ni aunque le hiciera cosquillas, en cuanto lo he visto aparecer, le he preguntado: “Oye, ¿no hay un pantano, un polideportivo, una casa de la cultura que inaugurar en Gorroperdido?”. Me mira raro. Apostillo: “¡Es que quiero hacer una visita a mi pueblo! ¿Lo entiendes? ”. Sin un pestañeo, sin una mueca, se retira. Me desespero. A los diez minutos, vuelve. “Un alumbrado de bajo consumo”, me informa. ¿Hay farolas nuevas en Gorroperdido? “¡Por favor, por favor… me las pido!”. Espero a la reacción del hombre sin gestos. Al cabo de unos segundos reacciona: “…buscaremos un hueco en la agenda”. ¡Bien, bravo, yupiiii, vuelvo, aunque sean unos minutillos, a mi casa por Navidad!
XIII
Todo está a punto. Incluyendo al interruptor que yo accionaré y que dará la luz nueva a las calles del barrio bajo de Gorroperdido. Los curiosos… (conste… hay muchos que no son de aquí… a mí no me la pegan) que abarrotan las calles agitando unas banderitas. Al fondo, he distinguido, a Azucena, que sostiene en brazos a mi Luna… Son ellos. Los ojos se me han empañado. Se me parte el alma. Mierda. Me han hecho prometer que ninguna palabra, ningún gesto, ninguna mirada mía me delatará delante de mis paisanos. Los de la “secreta” estarán muy atentos hasta con mis pulsaciones. La megafonía está lista. Me acerco al micro. Se hace el silencio. Voy a empezar con un: “Queridísimos gorroperdidenses…”, cuando escucho desde el fondo: “¡LIBORIOOOOOOO!”. Instintivamente levanto la cabeza. Ése es mi nombre y hacía la tira que no lo escuchaba. Luna, tú me ladras, guau, guau, tú sí me reconoces y me llamas, guau, guau. Los de seguridad corren hacia allí y se os llevan. Se ha hecho el silencio de nuevo, pero la voz, esa vocecilla de pito, ya no me sale.
XIV
No pego ojo. No duermo. Tengo que salir a la palestra y decir la verdad. Caiga quien caiga. Aunque se líe parda. Con todas las consecuencias. Ahora son las tres de la madrugada. Mañana, en cuanto amanezca, empezaré por el principio…
XV
Uffff… Otra vez. Han entrado sin llamar. ¿Eh…? ¡Pero no son ni las cinco de la mañana! Me han puesto un esparadrapo en la boca y me han cubierto la cabeza. ¿Dónde me lleváis? Uffff… Me arrastran como a un pelele. Hacia el frío, hacia fuera…
XVI
En lo único que pienso es en: “Luna, tú pórtate bien… Azucena te cuidará mucho, mejor que yo mismo, quiérela como a mí”. Luego, aquí, metido en el maletero de este cochazo negro, donde llevo un buen rato dando tumbos, descubro que, aunque me importa poco lo que me pase y lo que me hagan, todavía sé, aún me acuerdo de rezar.
XVII
El de la “secreta” se despide de mí: “…lástima que tu colaboración haya sido tan breve”. Luego me indica que pase por una puerta, que tiene toda la pinta de ser una celda. No tengo otra. Entro. Tras de mí, uno, dos, tres, cerrojos. En el interior, cinco personas vienen a mi encuentro. “Ya tenemos aquí otro ex-presidente”, suspira una de ellas. Me dan la bienvenida. Cuando la vista se me acostumbra, reconozco en todos un parecido razonable conmigo mismo. Alguno más desgastado que otro. Mi voz vuelve a ser la mía. Ahora entiendo por qué no pasan los años para el presidente. Cruzamos miradas tristes. “Ánimo, aquí dentro no se está tan mal”. Reacciono, me rehago y suspiro: “C…, la prejubilación era esto”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario