I
La prejubilación era esto. Un decir a los chicos
de la mudanza: “dejad ese baúl ahí, que ya me encargo yo”. Un pasar más de dos
semanas, y seguir el arcón de mis libros todavía en el mismo sitio porque no
tengo ganas de moverlo. Un sentarme para escribir todo lo mucho que me queda
pendiente, sin ser capaz de terminar una frase siquiera. Un acordarme de mis
antiguos alumnos sólo para exclamar: “que les den”. Un… “sí, ya voy, ya voy,
Luna, qué impaciente eres, deja ya de frotar tu hocico en mi pantalón…”. Un no
saber si yo soy quien te saca a pasear a ti o eres tú la que me saca a mí para
que me dé el aire. La prejubilación era esto.
II
Un momento, que voy a entrar en el horno. Voy a
recoger el pan. Luna, chissssss, no sé cómo lo haces. Conmigo, siempre atenta y
dócil. Pero con todos los demás eres huraña, arisca y antipática. Mmmm. Tienes
que hacértelo mirar. Cualquier día me pones en un compromiso. No te muevas. Entro
y salgo enseguida (…) ¿Ves? Ya está, ya estoy aquí... Azucena sigue como en los
viejos tiempos. Se ha empeñado en que me lleve este panetone gigante. Qué miras,
golosona. No sé si te voy a dar un trozo. Hale, vámonos a casa. ¿Sabes qué más
me ha dicho? Pues que yo le he asustado al verme entrar. Que así, al reluz, le
ha dado un pronto. Que le he parecido el mismísimo presidente Casillo. Ja, ja.
Eso es lo que me faltaba. Con la prejubilación se me está poniendo una cara de
presidente que en cuanto llegue a mi despacho me voy a poner a firmar decretos
a punta pala hasta que se me acabe la tinta del boli.
III
Ehhhh, Luna, bonita, ven, ven. Quieta, tranquila, no
gruñas. Ya, ya, ya me he dado cuenta de ese coche negro. Como para no verlo,
aquí, encima del monte, en el camino. Al copiloto le he visto una cámara con un
pedazo de zoom, que si apunta hacia mí, me tiene que estar viendo hasta las
arrugas. Las de la camisa, no las mías. Así, guapa, así, quieta, espera que te
ponga la correa. ¿Sabes? Me viene a la cabeza esa canción de la Platería que
decía… “no tié marcas pero toos saben que es policía”…
IV
Resoplo. Cierro la puerta de la casa. Abro la tuya.
Se van. Los polis. Los sigues con la mirada y las orejas tiesas. Ya has oído,
Luna. No, no es ninguna broma. “Es una cuestión nacional”, han dicho. Vaya
tela. Por mi enorme parecido, ¿te acuerdas que ya me lo dijo Azucena?, por mis
conocimientos, tengo que hacer de presidente durante unas semanas. No te voy a
decir lo que me ha pasado por la cabeza. Esto es real, aquí, en este país y en
este siglo. “…suponiendo que acepte… para qué me queréis… ¿para que me den a mí
los palos?... ¿y dónde estará el auténtico presidente mientras tanto?”. Estos
de la secreta preguntan pero no admiten preguntas. Se han marchado con un: “aquí
no hemos estado” y con un “piénsatelo, ya vendremos a ver qué has decidido”. No
paro de mirarme al espejo. Al final, me lo voy a creer. ¿De verdad, Luna, soy
tan clavadito a él como dicen?
V
Sabía que volverían. Pero no así. En lo más
abrupto de la noche, han irrumpido media docena de energúmenos. Sin tiempo a
nada. Entre dos, me han llevado a rastras hacia fuera. Les has ladrado. Y con
un buen par de ovarios, te les tirabas encima. “¡A Luna no le toquéis ni un
pelo! ¿Me oís? ¡Ni un pelo!”. Me han
dejado acariciarte el lomo, el cuello. “Eh, eh, no pasa nada, Luna llena, Luna
bonita, me tengo que ir unos días, pero ya avisé a Azucena que cuidara de ti…
estarás bien… te dará panetone…”. Luego me he puesto en pie. He cruzado la
mirada con tus ojos tristes. Uffff, Luna, yo sí que no sabía que la
prejubilación era esto.
VI
Pedazo de Servicio de Maquillaje que tienen en el
Palacio Nacional. No me queda ni medio pelo en la cocorota al azar. Ahora acaba
de entrar un señor, que me ha pedido que abra la boca… ¿para qué? “Abra la
boca, señor presidente”. AHHHHHHHH. ¿Digo treinta y tres? Lo siguiente ha sido
un pastillazo sin previo aviso. He tragado, glup. Y al segundo mi voz no era mi
voz. Mi voz era como la del Presidente Casillo. Igual, igual que en el cuento
de los cabritillos y el lobo. Éste se daba un atracón de huevos, y la voz se le
aflautaba. Hola, hola, hola, probando, probando mi nueva vocecilla de pito. Les
habla el presidente Casillo.
VII
Despliego el periódico que han traído a lo que,
supongo, es mi despacho oficial. Reza el titular: “No pasan los años para el
presidente Casillo”. Y ahí estoy, en la foto a toda página con un traje gris
marengo que me viene como un guante. Menuda percha tengo. Bueno, ya he cumplido
con la cuestión nacional. Ahora sólo espero que venga el tipo de la secreta, y
que con el cochazo negro de impresión, me devuelva a mi casa, con mi
queridísima Luna, y aquí paz y después gloria. Ahí viene, ahí lo veo. Sonríe.
Eso es que lo hice bien. Me da unos folios. Esto qué es. “Su discurso, señor
presidente”. ¿Mi quéeeee? “Su discurso”. Sí, lo había entendido bien. Y empiezo
a entender también lo que esta gente sin rostro espera de mí.
VIII
Una “coma” fuera del sitio. Sólo era una simple “coma”.
Yo la he pronunciado cuando tocaba, no cuando estaba escrita. A la salida, el
hombrecillo de la secreta se me ha acercado y me ha advertido: “…que sea la
última vez que se salta una coma”. A mí se me ha helado la sangre. Me he
pellizcado por si es el panetone de Azucena que, comido de golpe, tiene una
digestión un poco pesada. Por si me despierto en el salón donde tengo el baúl
en medio. Pero cuando he abierto los ojos, me he visto de nuevo en este “sencillo”
despacho estilo Imperio, donde si me siento bien en el sillón, los pies no me
llegan al suelo.
IX
“No sabía que usted hablaba tan bien el arameo,
señor presidente”. “¡….!”. Ahí es cuando me he mordido la lengua. Casi meto la
pata con el embajador que me presentaba sus credenciales. Treinta años dando
clases de arameo a alumnos que no querían aprenderlo, como para no sabérmelo….
X
Me abruma la realidad de este país. Mi país.
XI
Fíjate si estoy mal, mal, requetemal, que he
llegado casi a creerme que soy el verdadero presidente Casillo. “Tengo ideas,
buenas ideas”, me he dicho frente al espejo. Debo de tener fiebre. Mi diagnóstico
es pues, grave.
XII
Desde mi gabinete de crisis, hoy he hecho llamar
urgentemente al de la “secreta”. Llevo un mes aquí. Estoy como un secuestrado
en una jaula de oro. No hay respuestas a mi pregunta: “¿Y dónde c… está el
presidente de verdad?”. “Qué bromas tiene, señor presidente”, me contestan. Esto
es como para volverme loco. Al de la “secreta”, que no se reiría ni aunque le
hiciera cosquillas, en cuanto lo he visto aparecer, le he preguntado: “Oye, ¿no
hay un pantano, un polideportivo, una casa de la cultura que inaugurar en
Gorroperdido?”. Me mira raro. Apostillo: “¡Es que quiero hacer una visita a mi
pueblo! ¿Lo entiendes? ”. Sin un pestañeo, sin una mueca, se retira. Me
desespero. A los diez minutos, vuelve. “Un alumbrado de bajo consumo”, me
informa. ¿Hay farolas nuevas en Gorroperdido? “¡Por favor, por favor… me las
pido!”. Espero a la reacción del hombre sin gestos. Al cabo de unos segundos
reacciona: “…buscaremos un hueco en la agenda”. ¡Bien, bravo, yupiiii, vuelvo,
aunque sean unos minutillos, a mi casa por Navidad!
XIII
Todo está a punto. Incluyendo al interruptor que
yo accionaré y que dará la luz nueva a las calles del barrio bajo de
Gorroperdido. Los curiosos… (conste… hay muchos que no son de aquí… a mí no me
la pegan) que abarrotan las calles agitando unas banderitas. Al fondo, he
distinguido, a Azucena, que sostiene en brazos a mi Luna… Son ellos. Los ojos
se me han empañado. Se me parte el alma. Mierda. Me han hecho prometer que
ninguna palabra, ningún gesto, ninguna mirada mía me delatará delante de mis
paisanos. Los de la “secreta” estarán muy atentos hasta con mis pulsaciones. La
megafonía está lista. Me acerco al micro. Se hace el silencio. Voy a empezar
con un: “Queridísimos gorroperdidenses…”, cuando escucho desde el fondo: “¡LIBORIOOOOOOO!”.
Instintivamente levanto la cabeza. Ése es mi nombre y hacía la tira que no lo
escuchaba. Luna, tú me ladras, guau, guau, tú sí me reconoces y me llamas, guau,
guau. Los de seguridad corren hacia allí y se os llevan. Se ha hecho el
silencio de nuevo, pero la voz, esa vocecilla de pito, ya no me sale.
XIV
No pego ojo. No duermo. Tengo que salir a la
palestra y decir la verdad. Caiga quien caiga. Aunque se líe parda. Con todas
las consecuencias. Ahora son las tres de la madrugada. Mañana, en cuanto amanezca,
empezaré por el principio…
XV
Uffff… Otra vez. Han entrado sin llamar. ¿Eh…?
¡Pero no son ni las cinco de la mañana! Me han puesto un esparadrapo en la boca
y me han cubierto la cabeza. ¿Dónde me lleváis? Uffff… Me arrastran como a un
pelele. Hacia el frío, hacia fuera…
XVI
En lo único que pienso es en: “Luna, tú pórtate
bien… Azucena te cuidará mucho, mejor que yo mismo, quiérela como a mí”. Luego,
aquí, metido en el maletero de este cochazo negro, donde llevo un buen rato
dando tumbos, descubro que, aunque me importa poco lo que me pase y lo que me
hagan, todavía sé, aún me acuerdo de rezar.
XVII
El de la “secreta” se despide de mí: “…lástima que
tu colaboración haya sido tan breve”. Luego me indica que pase por una puerta,
que tiene toda la pinta de ser una celda. No tengo otra. Entro. Tras de mí,
uno, dos, tres, cerrojos. En el interior, cinco personas vienen a mi encuentro.
“Ya tenemos aquí otro ex-presidente”, suspira una de ellas. Me dan la
bienvenida. Cuando la vista se me acostumbra, reconozco en todos un parecido
razonable conmigo mismo. Alguno más desgastado que otro. Mi voz vuelve a ser la
mía. Ahora entiendo por qué no pasan los años para el presidente. Cruzamos
miradas tristes. “Ánimo, aquí dentro no se está tan mal”. Reacciono, me rehago
y suspiro: “C…, la prejubilación era esto”.
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