domingo, 17 de noviembre de 2013

El autobús no espera

 
I
De mis pesadillas, la que más se repite, es aquella en la que pierdo el autobús del colegio. A veces, giro a la derecha en la bocacalle y en la parada no hay nadie: ya se ha ido. A veces,  veo su trasera, le veo poner el intermitente, arrancar, soltar humo negro y alejarse. Ni mis gritos ni mis brazos estirados, ni mi carrera para tratar de alcanzarle sirven de nada. A veces, incluso llegando a tiempo, encuentro la puerta cerrada y la aporreo para que me abra. El conductor, cuya cara veo desdibujada, no me mira. Y la cuidadora, a la que tampoco reconozco, hace como si yo no existiese. Mueven sin dejarme subir. Y yo me quedo tirado. Qué angustia. Qué mal. Suerte que me despierto. Y que enseguida me digo, “…eh, eh: esto no estaba pasando de verdad”. Por eso, por la noche me lo dejo todo preparado. Me levanto temprano. Me como las galletas maría, que me caben en la boca enteras, de dos en dos. Me arreglo rápido, aunque los botones no se correspondan. Luego, no sé por qué, me encanto. El tiempo vuela más rápido que yo, “¡ostras, son las ocho!”, y tengo que saltar a la calle a todo meter. Mis pulsaciones vuelven a la normalidad cuando estiro el cuellecito y veo que la gente aún está sentada en la marquesina, esperando. Suspiro aliviado. Al final, pasa lo que pasa, que llegar sí que llego a tiempo, pero casi todos los días se me olvida algo.
II
Vamos subiendo de uno en uno. Sin atropellarnos. Poveda, el conductor, y Carmela, la cuidadora, reparten sus “buenos días” para todos. Ellos parecen despiertos y a nosotros aún nos quedan bostezos. Dentro, los cristales están empañados. Sobran las bufandas y las cremalleras de los chaquetones hasta arriba. Carmela, de pie, sujetándose en un asiento hace recuento. “¿Falta alguien?”. Nadie contesta. Pero sí. El de siempre. Harpo. El rubito del pelo rizado. Ella mira el reloj. Poveda (Poooooveda cuando pisa el acelerador) espera instrucciones. “Nos vamos”, le dice, “…seguro que lo recogemos a la vuelta”. Poveda obedece. La ruta atraviesa nuestro pueblo de parte a parte. Pero luego se mete en Pieses y, diez minutos después, vuelve a pellizcarlo para buscar la autovía. Efectivamente, cuando pasamos de nuevo por Mediavilla, ahí se ve al diminuto Harpo, envuelto en su gabardina amarilla, que hasta en eso se le parece al hermano Marx. Está apoyado en la repisa de Muebles Vivó. Poveda se arrima. Se le abren las puertas. Y sube, sin aparente sofoco. Carmela le tira un poco de las orejitas, y le dice un: “Ay, Harpo, ay Harpo,  cómo se te pegan las sábanas”.
III
Los minutos del autobús son preciosos. Aprovecho para sacar el libro y dar un último repaso. Hoy toca la propiedad conmutativa. Sí, ésa que dice que el orden de los factores no altera el producto. Trato de encontrar excepciones. Pero no las encuentro. Cuatro por tres siempre será lo mismo que tres por cuatro. Mmmmm. Ahí estamos. Pasando de nuevo por Mediavilla. Ahí se arrima Poooooveda. Y ahí sube Harpo, el eterno rezagado, con su sonrisita cautivadora. ¡Ya tengo un ejemplo donde la conmutativa no se cumple!: Carmela revuelve los ricitos de Harpo, según sube los escaloncitos. Yo pienso: que no se le ocurra a Harpo revolver el pelo cardado de Carmela, porque no es lo mismo, y además,  peligraría su cara si lo hiciera.
IV
Hoy, al arrimar el bus a la altura de muebles Vivó, Carmela ha llamado a Harpo. Le señalaba con el dedo. Con el traqueteo del motor y los anuncios de la radio, no se oía lo que le estaba diciendo. Pero yo he interpretado que era como un: “Harpo, espabila, madruga más y sube en la parada como todos… imagina que todos los demás hicieran lo mismo”. Harpo ha asentido muy seriecito. Y luego ha avanzado, pasillo abajo hacia su sitio.
V
Pues allá que vamos otra vez acercándonos a la tienda de Muebles Vivó. Los que vimos cómo hablaban ayer Carmela y Harpo abrimos los ojos. Qué pasará. Qué pasará. Poooveda señala el intermitente y se para. Harpo sube, igual que siempre, dando los buenos días. Ufffff. Respiro aliviado. Vuelvo a mi libreta, que me faltan todavía tres ejercicios. Eso sí, hoy Carmela no ha revuelto sus ricitos rubios, como acostumbra.
VI
Poooveda siempre pone la misma emisora. Diez minutos de anuncios. Compro oro. Precios siempre bajos. Tres minutos escasos para una canción dedicada. Se nota cuando suena una que le gusta al conductor. Porque sube el volumen  a tope aunque el respetable proteste. Ésta, de John Lennon, se lleva la palma. Starting Over. Una canción que no termina cuando se acaba. Bien por Poooooveda.
VII
Nos aproximamos a Muebles Vivó. Una vez más, la figurita de Harpo espera apoyada en la repisa del escaparate. Se arrima al bordillo en cuanto nos avista. Poooooveda pone el intermitente. “NO”, dice Carmela, “SIGUE ADELANTE, POR FAVOR”. Poveda duda, pero escucha de nuevo un tajante: “NO TE PARES”,  y tragando saliva endereza el rumbo. Durante un segundo, veo el semblante desencajado de Harpo cuando el autobús no se detiene. Veo el rostro serio, mirando hacia el frente, de Carmela. No parpadea siquiera. Los que estamos dentro del autobús y nos damos cuenta del lance enmudecemos de golpe. Me levanto de mi asiento. Me giro. Estiro el cuellecito. He visto cómo Harpo ha intentado correr un poco detrás de nosotros. Luego se ha parado. Su silueta va quedando atrás, atrás,  hasta que, cuando el transporte escolar Poooooveda se incorpora a la autovía, desaparece. Después, nadie osa a abrir la boca hasta la misma entrada del colegio.
………
CCXXX
TOTOTOTOTOTÓ. Como si empezáramos otra vez. Resurge con mucha fuerza la canción de Lennon. De mis pesadillas, la que se sigue repitiendo más, es aquella en la que pierdo el autobús. Aporreo la puerta para que me abran. El conductor,  al que reconozco con la cara del de Recursos Humanos, no me mira. La cuidadora, que es claramente la Directora General, hace como si yo no existiese. Mueven sin dejarme subir. Qué angustia. Qué mal. Me dejan tirado. Me quedo fuera. Lo peor de mi pesadilla es que no recuerdo que nunca antes me advirtieran como Carmela a Harpo que el autobús, este autobús, no espera.

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