domingo, 3 de febrero de 2013

Palabras en el viento



I
Hablaré con él. No quiero que Simoneta cargue con una culpa que no tiene. Si me enteré de aquella conversación entre ellos dos, no fue ni mucho menos porque ella viniera corriendo a contármela. “Ya me dirás cómo fue entonces, si sólo lo sabíamos ella y yo, y en lo que a mí respecta he estado callado como una tumba...”, me soltará Luca con esa sonrisa cínica que le sale sin querer. Bueno, se lo tendré que explicar. Que las palabras, a veces, flotan en el aire. Que luego, son arrastradas por el viento. Y que yo, sí yo, soy capaz de escucharlas. Me mirará él como si estuviera delante de una chiflada peligrosa. Pero serán sólo unos segundos. Se quedará impactado, aturdido. Entonces le añadiré, como botón de muestra, que estoy un poquito harta de que se refiera a mí, a mis espaldas, como “Mari Cásper, esa fantasmilla”. Eso le pillará en fuera de juego. Se preguntará: “Y ésta cómo coño lo sabe”. Aprovecharé su aturdimiento para repetírselo: “Ya te lo he dicho, Luca: escucho palabras en el viento”.

II
Ahora Luca me mira de otra manera cuando nos cruzamos en el pasillo de la oficina. Con cierto miedo. Con respeto. Con falsa dulzura también. No me ningunea. Me da un poco de risa la extrañísima afonía que le ha sobrevenido últimamente. “Es crónica”, explica a quien se interesa por sus problemas vocales. “Y es intermitente”, añade cuando se olvida que la tiene y se le escapa su potente vozarrón. Para mí que piensa que las palabras susurradas pesan menos y pueden escaparse de la acción del viento. Sin fundamento, claro.

III
Me imaginaba que Luca tramaba algo. Hoy ha venido hasta mi mesa. Me ha enseñado una nota. “A las cinco, en el Liberto”. Ha esperado mi confirmación. “De acuerdo”, le he dicho. Luego, ha arrugado la nota y se la ha guardado en un bolsillo que,  por cierto, tiene a reventar con todos los papelitos que le escribe a Simoneta. De qué va éste. Me tiene intrigada. 

IV
Música a tope en el local. Retumban los altavoces. He llegado diez minutos tarde, para no ser la primera. Me levanta el brazo. Lo veo. Allá voy. Café para él. Infusión para mí. “Por qué me has hecho venir aquí,  Luca”. Carraspea. Luca no quería que sus palabras quedaran flotando entre las paredes de la oficina. Y me cuenta. Mañana hay comité de dirección.  Él no está invitado. Pero quiere saber. Necesita saber. Dice que, como yo sé escuchar, cuenta conmigo. Míralo. Ahora pone cara de angelito.

V
Comité de Dirección a las once. Van pasando todos entrajetados. Dedico sonrisas y saludos a diestro y siniestro. Cuánto jefazo junto. Yo qué hago aquí, al otro lado de la pared de la sala de reuniones.

VI
He pedido permiso para entrar. Luca se levanta, “adelante, adelante, pasa por favor”. Está inquieto, nervioso, expectante. ¿Y bien? Creo que le voy a defraudar. Porque voy a poner las cosas en su sitio. Voy a referirle una explicación lógica y verosímil para un hecho extraordinario. “Luca… ¿tú te acuerdas de la conversación que mantuvisteis Simoneta y tú hace unas semanas?”. Afirmativo. Claro. Cómo no. Por supuesto. “Bueno… Casualmente, ejem, yo, estaba en el baño, con unos retortijones que me moría… y vosotros hablábais justo, al otro lado de la puerta… Imposible no enterarme de lo que decíais”. Luca empalidece. Contiene la respiración. Se siente un poco como lo que parece ser. Como un cretino. Diez segundos antes de que me eche fuera y señale la puerta con su dedo tembloroso, yo ya voy saliendo. Le sale un potentísimo: “¡Fuera de aquí!”. Nada afónico, por cierto.

VII
Me empuja el viento con fuerza. Se inundan de oxígeno mis pulmones. Mi pelo va de parte a parte. Tengo la sensación de que, si doy un salto, la racha de aire me levantará y saldré volando. Los juncos que crecen salvajes a ambos lados de la carretera se doblan fustigados por un huracán creciente. Las nubes pasan aceleradas. En un día como éste, siendo muy niña, caminaba junto a una pared. En un día muy parecido a éste, el vendaval se me llevó, me arrastró kilómetros y kilómetros y tras un trayecto  indeterminado terminó posándome muy suavemente en el tejado de una casa. Desde arriba, vi la tierra pequeñita. Y viajé con las palabras disueltas en la corriente de aire. Desde ese día tan parecido a éste, sí, no es broma, las escucho nítidamente. Todas juntas suenan a quejido de la humanidad. Ahora dejo que el papel con mi despido procedente por falta muy grave se vaya volando hacia el cielo para que aterrice más tarde en un tejado cualquiera. Un momento. Shhhh. Es que, con el silbido del aire, me llega el eco de Luca. Inconfundible, sigue diciendo: “Je, je… la fantasmilla ésta, la Mari Cásper, se habrá creído que yo me había tragado la milonga de lo de las palabras en el viento…”. HUIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII. “… palabras en el viento….”. HUUUUIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII.  “…palabras en el viento”.

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