I
Arranca el Lunes. Leopoldo se sube el cuello del chaquetón cuando sale a la
calle. Es de noche aún. Y el ambiente es frío, húmedo y ventoso. Baten los
toldos, golpean las contraventanas y se zarandean los desgastados carteles
electorales que penden de una cuerda entre las farolas a ambos lados de la
calzada. Poldo aprieta fuerte la bolsa. Ahora ya no lleva aquellas envidiadas
fiambreras con esponjosas tortillas y variadísimas ensaladas. Hoy, una barra de
pan congelado, unas lonchas de salami envasado al vacío, otras de queso
envueltas en papel de plata y una lata de cerveza marca blanca. A Leopoldo le
pesa el cansancio y anda entumecido. Se acostó tarde. Ayer hubo elecciones
locales y quería saber cómo había quedado el escrutinio en Mediavilla. Aunque
todos le parecieran iguales, sentía curiosidad. Desde el dormitorio escuchó una
estruendosa traca de celebración. “El pirotécnico sabía que, pagaran unos o
pagaran otros, los fuegos artificiales se disparaban seguro”, murmuró. Pero
quiénes cantaban victoria. Lo confirmó en el teletexto. Había ganado Zarzo. Y con
mayoría absoluta. Vaya sorpresa. Un ex alcalde que parecía acabado
políticamente emergía de nuevo, después de haber sido vituperado, vapuleado y
barrido en las urnas anteriores. Mientras camina en la madrugada acera arriba,
vigilado por las miradas que el fotoshop maquilló en el retrato amable de las propagandas “ZARZO,
SÍ”, Poldo apenas dedica un minuto a la nueva municipalidad. El retornado
alcalde electo seguirá seguro con más de lo mismo. Lo cambiará todo para
dejarlo todo igual. Eso sí; mientras cambia todo eso, ojalá que él, siga por
mucho tiempo levantándose a las cuatro y pico de la mañana y siga por mucho
tiempo saliendo en días de perro como éste, camino del trabajo.
II
Es un rumor. Leopoldo lo ha escuchado en la media hora del almuerzo,
mientras abre el pan con la navaja para rellenarlo con el fiambre. “Dicen que
vuelve el General”. “Pero cómo va a ser eso”, se extraña él, “si hace casi dos
años que le dieron la pasta, la patada y lo retiraron”. “Ya, ya, pero eso es lo
que se ha oído”. Entonces se mezclan conjeturas. Le calculan la edad. “No es
muy mayor. Andará por los sesenta, si llega. Lo que pasa es que aparentaba
más”. Buscan argumentos que puedan justificar su regreso. Del lado de los
partidarios. Que si la productividad cae. Que si la fábrica es un caos. Que si nadie
tiene su experiencia. Del lado de los detractores. Que si ahora hay mucha
tecnología nueva. Que si habla sólo castellano y lo justo. Que si ya está el
nuevo director trabajando a su manera y saltarán chispas entre ambos. Cuentan con
la boca llena. Levantan la voz. Los más jóvenes, que no saben de quién se está hablando,
preguntan: “Y quién coño es ése”. “El General, tío, el General. Ya te enterarás
cuando lo tengas enfrente”. “No será para tanto… “. Leopoldo se pone en pie. Encesta
el papel en la papelera. “Eh, Poldo… cómo es que ya no traes esas fiambreras
tan espectaculares”, le espetan. No contesta. Sale hacia la planta. A seguir.
De camino, se cruza con los informáticos que entran en un despacho vacío
cargando entre dos un pesado ordenador. “¿Para quién es eso?”, se interesa. “Para
el General”, le confirman. A Leopoldo se le iluminan los ojos. Es, pues, verdad
que regresa una de las personas que siempre han confiado en su trabajo, en un
entorno en que la desconfianza todo lo invade.
III
El del “Kiosko de Pi” va por la tercera estrategia. Cuando empezó a ver al
tipo ése que viste el mono de la fábrica lo saludaba. Amigablemente. Le comentaba
incluso alguna noticia llamativa de las portadas. Y acababa preguntándole, “…qué,
¿buscabas alguna en concreto?”. Pero
nada. Ese jeta miope llegaba siempre sobre la misma hora. Se arrimaba, se
plantaba delante del parabán con los periódicos y se leía todas las primeras
páginas, anuncios incluidos. Sin salir de su abstracción, contestaba con
monosílabos, “sí”, “no”; y al cabo de bastantes minutos se largaba… y no
compraba nada. Lo siguiente para el kioskero fue ignorarle. Como si no
estuviera. No hacerle caso ni aprecio. Como si lloviera. Esta segunda táctica
fue peor, porque el lector morrudo se sentía más a sus anchas e incluso se
atrevía a abrir la paginita de alguna revista. Ahora, cuando lo ve llegar, lo
taladra con la mirada. Fijamente. Como si estuviera fulminándolo. Para que
sienta su aliento. Ahí está hoy otra vez. Enterándose de los resultados de las
elecciones de ayer. Sí, como siempre, han ganado todos y todos están contentos
como unas pascuas. El del mono de la fábrica, evidentemente, es Poldo. Absorto,
lee entre líneas otra noticia destacable. “El Mardebé Club de Fútbol vuelve a
confiar en Perales”. “Perales retorna al club”. “Perales, capaz de volver a la
senda del triunfo”. No pestañea. Aquello, aquello… tiene que querer decir algo.
Ya es mucha casualidad para un mismo día. Hurga en su bolsillo. Saca un euro y
pico. Toma el periódico. Y deja al kioskero al borde del síncope y fuera de
juego. Luego, con la prensa doblada y cogida por el antebrazo, sale acelerando el paso. “…tiene
que ser eso: tiempo de retornos”, murmura con los ojos humedecidos. “Por favor,
por favor…”, suplica. Como el Zarzo. Como el General. Como Perales. Igual,
igual que las flores de los almendros, que también vuelven en Febrero. Cruza
por el paso de cebra, y ya va corriendo. Y espera cuando llegue a casa, tiene
que ser así, encontrar la puerta abierta, la luz encendida… y que esté ahí de
regreso, sin importar ni dónde ha estado ni cuánto tiempo ha transcurrido desde
que dejó su vida vacía.
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