domingo, 10 de febrero de 2013

Tiempo de retornos



I
Arranca el Lunes. Leopoldo se sube el cuello del chaquetón cuando sale a la calle. Es de noche aún. Y el ambiente es frío, húmedo y ventoso. Baten los toldos, golpean las contraventanas y se zarandean los desgastados carteles electorales que penden de una cuerda entre las farolas a ambos lados de la calzada. Poldo aprieta fuerte la bolsa. Ahora ya no lleva aquellas envidiadas fiambreras con esponjosas tortillas y variadísimas ensaladas. Hoy, una barra de pan congelado, unas lonchas de salami envasado al vacío, otras de queso envueltas en papel de plata y una lata de cerveza marca blanca. A Leopoldo le pesa el cansancio y anda entumecido. Se acostó tarde. Ayer hubo elecciones locales y quería saber cómo había quedado el escrutinio en Mediavilla. Aunque todos le parecieran iguales, sentía curiosidad. Desde el dormitorio escuchó una estruendosa traca de celebración. “El pirotécnico sabía que, pagaran unos o pagaran otros, los fuegos artificiales se disparaban seguro”, murmuró. Pero quiénes cantaban victoria. Lo confirmó en el teletexto. Había ganado Zarzo. Y con mayoría absoluta. Vaya sorpresa. Un ex alcalde que parecía acabado políticamente emergía de nuevo, después de haber sido vituperado, vapuleado y barrido en las urnas anteriores. Mientras camina en la madrugada acera arriba, vigilado por las miradas que el fotoshop maquilló  en el retrato amable de las propagandas “ZARZO, SÍ”, Poldo apenas dedica un minuto a la nueva municipalidad. El retornado alcalde electo seguirá seguro con más de lo mismo. Lo cambiará todo para dejarlo todo igual. Eso sí; mientras cambia todo eso, ojalá que él, siga por mucho tiempo levantándose a las cuatro y pico de la mañana y siga por mucho tiempo saliendo en días de perro como éste, camino del trabajo.

II
Es un rumor. Leopoldo lo ha escuchado en la media hora del almuerzo, mientras abre el pan con la navaja para rellenarlo con el fiambre. “Dicen que vuelve el General”. “Pero cómo va a ser eso”, se extraña él, “si hace casi dos años que le dieron la pasta, la patada y lo retiraron”. “Ya, ya, pero eso es lo que se ha oído”. Entonces se mezclan conjeturas. Le calculan la edad. “No es muy mayor. Andará por los sesenta, si llega. Lo que pasa es que aparentaba más”. Buscan argumentos que puedan justificar su regreso. Del lado de los partidarios. Que si la productividad cae. Que si la fábrica es un caos. Que si nadie tiene su experiencia. Del lado de los detractores. Que si ahora hay mucha tecnología nueva. Que si habla sólo castellano y lo justo. Que si ya está el nuevo director trabajando a su manera y saltarán chispas entre ambos. Cuentan con la boca llena. Levantan la voz. Los más jóvenes, que no saben de quién se está hablando, preguntan: “Y quién coño es ése”. “El General, tío, el General. Ya te enterarás cuando lo tengas enfrente”. “No será para tanto… “. Leopoldo se pone en pie. Encesta el papel en la papelera. “Eh, Poldo… cómo es que ya no traes esas fiambreras tan espectaculares”, le espetan. No contesta. Sale hacia la planta. A seguir. De camino, se cruza con los informáticos que entran en un despacho vacío cargando entre dos un pesado ordenador. “¿Para quién es eso?”, se interesa. “Para el General”, le confirman. A Leopoldo se le iluminan los ojos. Es, pues, verdad que regresa una de las personas que siempre han confiado en su trabajo, en un entorno en que la desconfianza todo lo invade.

III
El del “Kiosko de Pi” va por la tercera estrategia. Cuando empezó a ver al tipo ése que viste el mono de la fábrica lo saludaba. Amigablemente. Le comentaba incluso alguna noticia llamativa de las portadas. Y acababa preguntándole, “…qué, ¿buscabas alguna en concreto?”.  Pero nada. Ese jeta miope llegaba siempre sobre la misma hora. Se arrimaba, se plantaba delante del parabán con los periódicos y se leía todas las primeras páginas, anuncios incluidos. Sin salir de su abstracción, contestaba con monosílabos, “sí”, “no”; y al cabo de bastantes minutos se largaba… y no compraba nada. Lo siguiente para el kioskero fue ignorarle. Como si no estuviera. No hacerle caso ni aprecio. Como si lloviera. Esta segunda táctica fue peor, porque el lector morrudo se sentía más a sus anchas e incluso se atrevía a abrir la paginita de alguna revista. Ahora, cuando lo ve llegar, lo taladra con la mirada. Fijamente. Como si estuviera fulminándolo. Para que sienta su aliento. Ahí está hoy otra vez. Enterándose de los resultados de las elecciones de ayer. Sí, como siempre, han ganado todos y todos están contentos como unas pascuas. El del mono de la fábrica, evidentemente, es Poldo. Absorto, lee entre líneas otra noticia destacable. “El Mardebé Club de Fútbol vuelve a confiar en Perales”. “Perales retorna al club”. “Perales, capaz de volver a la senda del triunfo”. No pestañea. Aquello, aquello… tiene que querer decir algo. Ya es mucha casualidad para un mismo día. Hurga en su bolsillo. Saca un euro y pico. Toma el periódico. Y deja al kioskero al borde del síncope y fuera de juego. Luego, con la prensa doblada y cogida por el  antebrazo, sale acelerando el paso. “…tiene que ser eso: tiempo de retornos”, murmura con los ojos humedecidos. “Por favor, por favor…”, suplica. Como el Zarzo. Como el General. Como Perales. Igual, igual que las flores de los almendros, que también vuelven en Febrero. Cruza por el paso de cebra, y ya va corriendo. Y espera cuando llegue a casa, tiene que ser así, encontrar la puerta abierta, la luz encendida… y que esté ahí de regreso, sin importar ni dónde ha estado ni cuánto tiempo ha transcurrido desde que dejó su vida vacía.

No hay comentarios:

Publicar un comentario