I
A Modesto Primero le ha parecido escuchar el ruido de la puerta. Sentado en
su sillón, levanta la cabeza. Y mira el reloj de la pared. TIC-TAC, TIC-TAC. “Cada
vez viene más tarde y se va más pronto”, murmura. Efectivamente, resuenan
pasos. A los pocos segundos, se abre la puerta de la salita. Y aparece Modesto
Segundo. “Qué frío hace en la calle”, dice a modo de saludo. Le pone la palma
de la mano en la mejilla. Él contesta, con su voz rota: “Sí que está congelada,
sí; pero aquí dentro se está bien”. Se sienta enfrente. Respira hondo. “Qué tal
el día”. El padre se encoge de hombros. “Bien, bien”, responde. Mantienen un
prolongado silencio. “¿Estabas viendo la tele?”. “No. Escuchaba hace un momento
un poco de música. Pero me he cansado”. El hijo mira alrededor. Están las paredes
repletas de recuerdos de quien pudo ser un gran cantante lírico, de no ser
porque las cuerdas vocales le dijeron basta muy pronto. TIC, TAC TIC, TAC. Se
pone en pie, de nuevo. “Mañana, la cena de Nochebuena”. “Sí, tu madre se acaba
de ir a comprar cuatro cosillas que aún le faltaban”. “Nos vemos entonces
mañana”, Modesto Primero también se incorpora pesadamente. Le acompaña hasta la
puerta. Lo que él ya sabe: cada vez viene más tarde y se va más pronto. Cierra
la puerta tras de sí, entorna los ojos y piensa que hoy tampoco se lo ha
contado. Mejor así. Para qué preocuparle.
II
A las ocho en punto se han encendido las luces del árbol de Navidad. Van
temporizadas. Destellan y se reflejan en el espejo del recibidor. Modesto
Tercero se asoma al despacho. Acaba de ponerse la cazadora y enroscarse la
bufanda en torno al cuello. Modesto Segundo ni se percata. Está absorto, frente
a la pantalla de su ordenador. Tercero le susurra: “Me voy, papá”. Éste se
vuelve sobresaltado. El hijo se queda inmóvil bajo el marco de la puerta. No
quería asustarlo. Mira alrededor. Está la estantería repleta de carpetas con antiguas
ocurrencias inacabadas de quien pudo ser un buen escritor, si lo hubiera
intentado. Modesto Segundo se levanta. “Pásatelo muy bien…”. Y a modo de
recordatorio, añade: “Mañana, cena de Nochebuena con los abuelos”. “Ya, ya”. Cuando
sale Modesto Tercero, a Segundo se le escapa un fuerte suspiro. Se ajusta las
gafas progresivas. “Que disfrute el chico ahora que puede, que disfrute”. De la
que les viene encima, mejor no decirle nada. Para qué preocuparle.
III
Nochebuena. Mesa engalanada. Trajín en la cocina. Ruge la plancha. Se
escapa el humo hacia la casa. Anuncios empalagosos en la tele que nadie está
mirando. Y de aquí a nada, el discurso del Rey. Tercero coge a Segundo y a
Primero del brazo. “Eh, venid un momentito”. Abuelo y padre lo siguen
dócilmente. “El chico, que querrá enseñarnos alguno de esos vídeos que salen
por internet...”. Los lleva al fondo de la casa, en la salita presidida por el
viejo equipo de audio de Primero. Fuera del bullicio. Allí lo tiene todo
preparado. Tres generaciones reunidas. La apatía con la que han entrado da paso
a la curiosidad. Tercero le da al “play”. Es cuando la curiosidad salta a la
expectación. De fondo, surge un chorro de voz… sí, es el canto del abuelo en
sus tiempos, remasterizado. La banda sonora del video. Cómo suena y con qué
limpieza. Y el abuelo se lleva las manos a sus pelos canosos, “Ah, bandido,
para eso querías la cinta TDK de cromo…”. En el argumento, el padre reconoce el
desarrollo de una vieja historia suya. La de “Mayorcitos”. Y un escalofrío le
recorre de abajo a arriba. “Pero, esto, esto… Cómo lo has hecho, chico”.
Modesto Tercero permanece serio, “seguid mirando, seguid mirando”. Les ha
costado reconocerse, pero los personajes de la película son ellos mismos. El abuelo
hiper-rejuvenecido. El padre también. Y el nieto, pssss, más o menos igual. Los
tres con la misma edad. Los tres a sus veintipocos. Parecen hermanos y no
abuelo, hijo, nieto. Los tres mirándose a la cara y hablándose de tú. “Esto,
esto… cómo lo has hecho”. Al final, con la música in crescendo de nuevo, surgen las palabras: “SOMOS MAYORCITOS”. La peli termina entonces. El silencio se corta. El
abuelo se abraza a hijo por un lado y nieto por el otro. Y, tras un arranque de
tos seca, con su voz característica y cascada enuncia: “…bueno; tendremos que
empezar por el principio…”.
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