domingo, 2 de noviembre de 2014

Mi amigo Guby




I
A ver cómo se lo digo para que no se moleste. Carraspeo. Cierro los ojos. Suspiro. Hago clic, clic, clic con todos mis nudillos. Dereck me mira extrañado. No entiendo cómo no se imagina lo que le voy a decir. Empiezo con un “…por el aprecio que te tengo, he de advertirte”. Él se ha quedado sentado en el pupitre. Yo me he puesto de pie. Él levanta la cabeza para mirarme. Prosigo: “No queda bien que actúes así. Te van a tomar por loco y este colegio es super estricto con esto. Te pueden abrir un expediente. Y con los de la clase, ojito, que éstos son los peores. Menuda crueldad la suya. Cómo se las gastan cuando se ceban en alguien”. Trago saliva ahora. “…por favor, Dereck, no vayas diciendo por ahí que tienes un amigo invisible”. Ya. Ya se lo he soltado. Sin pestañear siquiera, y para mi desesperación, él se vuelve a su derecha, donde por supuesto yo no veo a nadie, y pregunta: “Dino… ¿y a ti qué te parece lo que Dan dice?”. 

II
Uffff. Lo que me temía. Risotadas en la mañana. Unos se contagian de los otros. Choteo cruel. Hacen el simio. Muestran su fuerza arropados por la manada. Cara a cara no se atreverían. Todos simulan que tienen a alguien al lado. Hablándole. Susurrándole. Abrazando un volumen vacío. Hay quien llega más lejos, y besa el aire grotescamente. Una bola de papel de plata impacta en la cabeza de Dereck. Oh, oh. Culpan a los invisibles. Han sido ellos. Se crecen. Se mean. Se parten. Sólo Dereck permanece impertérrito. Con los ojos vidriosos se rasca la cocorota agredida. Yo lo observo con infinita lástima. Mira, mira que le había advertido que le podía pasar esto.  

III
Era cuestión de días. He visto cruzar a la madre de Dereck con sus botas altas por el patio hacia el despacho del Director. A él lo habían llamado a capítulo cinco minutos antes y ya la esperaba dentro. Entre bostezos de media clase, y la voz monocorde del Romano, el profe de Historia, voy estirando el cuello de tanto en tanto por encima de la ventana por si los veo salir. No. Aún no. Siguen ahí. Siguen. Qué debe de estar pasando, qué. Siento desasosiego. PLAAAM. “¡Dan! ¡Estás en babia!”, me grita el Romano. La media clase que dormitaba despierta del golpe. La otra se troncha. Reacciono. “No, no: si yo estaba atendiendo”, me excuso. De repente los veo ¡Ahora, ahora sí salen! La madre de Dereck sale escopeteada hacia la entrada del colegio. Hecha una furia. Le estira del brazo. Lo arrastra literalmente. Él se vuelve. Con el brazo que le queda, hace gestos, al aire, a la nada, para que se dé prisa quien se supone va detrás de ellos. Me da pena. Me pregunto qué… mejor no preguntarme nada ahora. El Romano acaba de pillarme de nuevo. Estoy en blanco, y por no contestarle me he ganado un rosco redondo como el sol de esta tarde que nos aletarga. 

IV
Con lo puntual que es Dereck, porque él siempre suele llegar de los primeros, cuando he entrado en el aula cinco y no lo he visto, me he temido lo peor. He pensado: “Ya lo han expulsado del colegio”. Vaya palo. Saco la libreta de mates. La abro por la última página escrita. Y preparo el estuche con los bolis. En ésas, por la puerta aparece él. Menos mal. Se me dibuja una sonrisa. Pero… eh. No viene solo. Un chaval entra con él. Se hace el silencio. Pasan los dos. Y ése quién es. Murmullos. Miradas. Rostros sorprendidos. Dereck busca su asiento. Pasa de todos. De casi todos. De mí no. Me saluda, se acerca y me presenta: “Dan, éste es mi amigo Dino”. Le he chocado la mano. Sí, es de carne y hueso como la mía. Ahí, en ese instante la clase entera se ha caído de culo. 

V
Si Dereck creía que iba a callar bocas, lo que ha hecho es abrirlas más aún. El Romano cuando ha visto que había un tío nuevo, le ha preguntado: “¿Y tú quién eres?”. “Me llamo Dino”, ha respondido con aplomo. El profesor ha revisado la lista. “Dino qué más”. “Dino, Dino a secas”. La teoría de que Dereck ha contratado a alguien para que haga de su amigo imaginario se ha extendido como la pólvora. El Romano le ha pedido: “Dino, por favor, acompáñame a secretaría”. Antes de levantarse, le ha lanzado una mirada a Dereck buscando su aprobación. Luego, sumisamente, se ha ido detrás de él. La clase ha quedado sin gobierno, sin profesor y sin embargo, todos podíamos escuchar perfectamente el zumbido de las moscas en su inacabable ir y venir hacia ninguna parte. 

VI
El tiempo cubre primero y barre después las mejores historias. Sólo han pasado tres semanas y ya casi nadie se acuerda de Dino, aquel “amigo visibilizado” de Dereck. No lo volvimos a ver. Seguro que, dentro de otras tres semanas este asunto se habrá olvidado del todo. Más si cabe teniendo en cuenta que Dereck se comporta ahora sin llamar estrafalariamente la atención. En esto vengo pensando, camino de secretaría a donde me ha enviado el Romano para recoger el proyector de diapositivas. Llamo a la puerta. Paso. Oh. Sorpresa. La madre de Dereck está dentro. Nos saludamos. Espero mi turno. Ella insiste a Loles,  la secretaria: “Revísalo bien, por favor, este mes nos habéis pasado dos veces el recibo”. Loles se ajusta las gafas frente a la pantalla. “Un momento… este ordenador va lento, lento…: Pero ahí está”. Ajajá. Señala. “No: no es un error. Es correcto. Un recibo corresponde a Dereck. Y el otro, el otro está, está a nombre de… Dino”. Glup. A cuestas con el proyector salgo de secretaría sin poder ver cómo se queda la cara de esta mujer. Dos veces glup. Por si en algún momento se me había empezado a pasar por la cabeza, con estos antecedentes, lo mejor será que ni se me ocurra nombrar a nadie para nada a mi amigo Guby.

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