domingo, 30 de septiembre de 2012

Carabina



I
“Como digas otra vez que no te quieres venir, me vas a oír de verdad”. Por mí, que se enfade mi madre. Pero es que, a ver, por qué no me puedo quedar solo, si no me va a pasar nada. Por qué tengo que ir siempre donde ella diga. Va estirándome del brazo, “venga, que llegaremos tarde por tu culpa”. Al abrir la puerta de la calle, nos encontramos con Soraya, que también sale, muy arreglada. Ella, enseguida, se ha dado cuenta de que estoy enfadado. “Huy, Ramonchu, qué serio te veo”. “…es que mi madre me obliga a ir con ella”. Ahí noto un apretón en la mano de los que duelen. “¿Tú te crees? Ahora le ha dado por no querer venir a la tienda. Yo comprendo que allí se aburre un poco. Pero él tiene que entender también que solo en casa no lo voy a dejar”. Lo que yo entiendo es que la tienda es un rollo. Sé que Soraya está de mi parte. Seguro. Por eso le pregunta a mamá: “Oye, ¿y por qué no le dejas que se quede conmigo? Damos una vueltecita, y luego te esperamos viendo una peli. Tú no te preocupes, si se hace la hora, yo le pongo la cena y ya te lo bajo cuando tú llegues”. Mi madre mira el reloj. Llega tarde. “Tú qué dices, Ramonchu”. ¿Yo? Cien mil veces que sí, con Soraya. Está clarísimo. “…pórtate bien, que no me entere yo que le haces una trastada”. Me da dos besos y se va corriendo. ¡Biennn! No sé qué decir, ahora que me he quedado con Soraya. Bueno sí, que me gusta la colonia que se pone. A ella eso le hace gracia. “Bueno, qué, chiquitín, ¿nos ponemos en marcha?”. Claro, claro. Ando a su lado, como un mayor. Contento por la suerte morrocotuda que he tenido al librarme del tostón  de la tienda.

II
Nos hemos sentado en la terraza de un bar que se llama Liberto. “¿Me puedo pedir una cocacola?”. “Pues claro”. “¿Y tú?”. “Para mí, un té”. Soraya  me va haciendo preguntas. Yo le contesto. Por ejemplo que, estudiar no me gusta mucho. No hace buena cara cuando le digo esto. Me regaña un poco. Pero yo le explico: “he dicho que no me gusta, no que no estudie lo que me toca”. Ah, ah, vale. Que qué es lo que me gustaría hacer a mí. Ha pasado un avión muy bajito,  y ha hecho tanto ruido que  durante unos segundos no se oía nada. Me da un poco de corte reconocerlo. Pero con ella no. A ella sí se lo puedo contar. “… lo que yo quiero es retransmitir partidos de fútbol”. Por la cara que pone, “éste Ramonchu qué cosas tiene”, parece que no se lo esperaba. Saco un boli de mi bolsillo. “Mira: Esto es mi micrófono”. Y me pongo de pie. “… Pipo atraviesa la medular, largo para Canito, que recibe solo desde la banda, se escora y encara el uno contra uno, convertido en extremo derecho, atención, peligrooooo, disparaaaaaaa y…. ¡PARÓ!¡PARÓ!¡PARÓ! ¡Estirada espectacular de Pinépoli, que sacó una manopla milagrosa enviando el esférico por encima del travesaño!”. No he querido gritar tampoco mucho. Espero a ver qué le parece. La he dejado muda. Vuelvo a mi silla. A terminar con la cocacola que me queda. Sorbo con la pajita. Entonces, me confirma lo que ya sé. “Ramonchu, yo creo que tú vales para contar lo que ves”.

III
Me acabo de enterar de tres cosas. Una, que Soraya ya no es monitora en el Centro de Actividades. Fue MI monitora el año pasado. Ahora dice que no tiene tiempo. Dos, que a partir del año que viene va a estudiar Medicina. Y tres, que se va a Tondon. A la Universidad de allí. De todas estas tres cosas que me está contando, con diferencia, la que más me fastidia es la última. Se me nota. “Oye, ¿y por qué te tienes que ir tan lejos si aquí también se puede estudiar lo mismo?”.

IV
Soraya ha sacado del bolso su monedero y ha pagado al camarero, con propina y todo. Cuando creía que nos íbamos ya para casa, ha aparecido un tío grandote. Se ve que se conocen. Ella me presenta. “Éste es mi amigo Ramonchu. Ramonchu, éste es Custo”. Me parece que ha dicho: “Vaya, una cara vina”, pero esto no lo he entendido mucho. Nos chocamos la mano, apretannnnndo fuerte. Y andamos un poco. Resulta que Custo tiene un Fiesta XR2 de color negro. Me lo sé porque en el escalextric tengo uno igual. “Sube, chaval”. Yo me quedo esperando a que Soraya me diga si sí o si no. “Vamos a dar una vueltecita, y luego nos lleva a casa”. Ah, vale. Entonces me tiro en plancha en el asiento de atrás. “Nano, ahí tienes cocacola, por si te apetece”. ¿Máaaas? Bueno, vale. Abro la lata y pego un trago sin sed. El “Custo” éste pone la música a toda paleta. No se oye nada de lo que ellos hablan delante. Sólo me parece que conduce con mucha prisa. Acelerando a lo bestia y frenando en seco, las burbujas se remueven en mi estomaguito. Por cómo se hablan, mirando al frente, yo pienso: “no hace falta ser un lince para darme cuenta de que aquí hay algo”.

V
“Hey, Ramonchu, ¿por qué no vas a la orilla a tirar piedras?”. “¿Yo solo? ¿Vosotros no venís?”. El mar está ahí delante. Hemos venido a la playa. Salgo corriendo. Ellos se quedan apoyados en el XR2. Con estas zapatillas se anda mal por la arena. No hay casi olas. Chof-chof-chof. ¡Toma, a la primera!, he conseguido que dé tres saltitos, casi cuatro, antes de hundirse. Cuando iba a probar con otra, es cuando he oído un, “¡déjame, no me toques!”. Quién chilla. Es Soraya. Me doy la vuelta. El grandullote, que no me caía a mí nada bien, la está sujetando por los brazos. Ni me lo pienso. Me agacho, cojo el primer rulo que veo y salgo a toda velocidad cara a ellos. Me falta el aire. Le grito: “¡SUÉLTALAAAAAA!”. El tío, todo chulo, me contesta: “Pero, ¿tú que te has creído, enano?”. Y yo: “Te reviento el parabrisas si das un paso más”. Soraya viene a mi lado. “¡Custo, por favor, ya está todo dicho. Te puedes ir largando!”. Uno, dos, tres cuatro segundos. Soltando cuatro palabrotas, se sube a su coche negro. BROOOM, BROOOOM. Recula y se va  derrapando a toda velocidad. Nos quedamos ahora sin saber qué hacer. Clavados. “¿Estás bien? ¿Te ha hecho algo el boniato ése?”. Por respuesta, Soraya me da un abrazo. Y en el abrazo, noto que yo tiemblo mucho más que ella.

VI
El taxi no nos ha dejado en la puerta-puerta. Será para que no nos vean los vecinos. Los piececitos me duelen de la caminata que nos hemos pegado hasta que hemos llegado a la parada. Por la hora, mi madre, ya debe de estar a punto de llegar. Camino del patio, Soraya me pide: “chiquitín, mejor no le digas nada a la mamá de lo del impresentable éste”. “Claro que no se lo voy a contar, no te preocupes”. Cuando me pregunte que qué tal, le diré la verdad, que lo he pasado super bien. El Custo ese, como si no existiera. A mi madre, ni se lo nombraré. Eso sí,  guardaré la piedra que le hubiera roto el cristal del XR2 en mi cuarto. De recuerdo. Buscaré en el diccionario qué es eso de tener la “cara vina”. Y lo que no sé es si, aunque no le diga nada a nadie, acabaré escribiendo esto en mi cuaderno. Soraya ya me ha dicho hoy que soy bueno contando las cosas que veo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario