I
Levanto la cabeza. Ése sigue ahí. Lleva rato. Observándome. Pasa Perucho
con la bandeja. “¿Me puedes traer otra manzanilla?”. La que me queda está fría.
Llego a la página de deportes. Esto lo paso rápido. Me detengo en las páginas culturales. Me
enfrasco. Ajusto las progresivas. Viene Perucho con la manzanilla. Sin dejar de
leer, le hago hueco en la pequeña mesa del aluminio. Termino. Pliego la prensa.
“Disculpe, señor”, me dicen a bocajarro. Es el tipo ése que estaba apoyado en
la pared. Le tiendo el periódico, porque me lo irá a pedir calentito calentito
si ya he acabado. Pero no. “¿Es usted Keith Ador?”. Una pequeña corriente
sacude los poros de mi piel. Me han reconocido. Después de tanto tiempo. Concedo.
“Pues sí”. “Permítame decirle que soy un gran admirador suyo. No me he perdido
ningún relato de El Mono Fantástico. Son buenísimos”. La electricidad sube a mis
mejillas. Qué se supone que tengo que decir ahora. “¿Quieres sentarte?”. Lío la
cucharita con la bolsa de la infusión. La exprimo. El hombre éste se sienta
frente a mí. Arrastra la silla y se deja caer en ella sin perderme de vista. “Y
cómo se le han ocurrido todas esas historias…. No me lo puedo creer, Keith
Ador, no me lo puedo creer…”. Me abruma. Esperará una respuesta ingeniosa. Y
qué le digo. Escojo ésta: “…el Mono Fantástico es mi álter ego”. Éste está
alucinado o se lo hace. Será un friki. Ahora me pedirá un autógrafo. Una
dedicatoria. Y qué le escribo. Y dónde. ¿En una servilleta? Lo mismo insiste en
invitarme y luego se empeña en que le acompañe para presentarme a sus amigos. Su
ídolo en carne mortal. “Dígame una cosa, señor Ador… ¿por qué no siguieron las
historias de El Mono?”. Me muerdo el labio inferior. “¿Cómo te llamas?”. Trato
de ganar tiempo para buscar una buena respuesta. “Donato Tos”. Mmm, qué nombre.
No sé si debo decirle que el editor canceló la publicación porque, según dijo,
sin medias tintas: “a ti, Keith Ador, ya no te lee nadie”.
II
Levanto la cabeza. No aparece todavía. Pasa Perucho, “¿Te traigo otra
manzanilla, Keith?”. No, de momento, no. Donato Tos dijo que volvería hoy. Que traería
algún libro para que se lo dedicara, pero que sobre todo que, si a mí me
parecía bien, le gustaría pasar un rato sin prisas departiendo sobre El Mono
Fantástico para conocer mejor sus entresijos. Por eso he releído de nuevo sus
aventuras. Con urgencia. Con la distancia que da el tiempo que llevan escritas.
Con nostalgia. He redescubierto matices tiernos. Dulces y amargos. Salados y
sosos. Protectores y corrosivos. Sigue muy vigente El Mono, aunque no lo
encuentres si lo buscas en las librerías. “Disculpe, señor”, me dicen a
bocajarro. Me incorporo ¡Ah, por fin, ya está ahí! “¿Ha terminado ya con el
periódico?”. Uf, qué decepción. Afirmo. Dejo que me lo retiren de la mesa. Y
eso que no he pasado ni de las páginas comarcales. Me levanto pesadamente. Pago.
“Encima de la barra te lo dejo, Perucho”. Salgo a la calle. Las farolas están ya
encendidas. A El Mono Fantástico nunca lo habrían hecho esperar.
III
Ploooomm. El ruido de los libros sobre la mesa de aluminio me asusta. “Disculpe,
señor Ador, me fue imposible venir la semana pasada”. Poooor fiiiiiin, pensaba
que te habías muerto. Uno, detrás de otro, están todos los Capítulos. La serie
completa. Donato Tos pide un café. Cuando voy por la tercera infusión, me
escucho a mí mismo teorizando: “Es un gravísimo error tratar de comparar esto
con El Planeta de los Simios. No tiene absolutamente nada que ver”. Con las
manos sobre la mesa, Donato asiente como si la cabeza se la moviera un muelle. “…Lo
que pasa es que la gente no puede asumir que un simple Mono sea netamente más
inteligente que ellos… Y mucho menos, un super-héroe. El Mono está por tanto,
obligado a demostrar continua y permanentemente más que nadie… para obtener un
respeto que le volverán a negar a las primeras de cambio…”. Guardo silencio.
Hago una pausa valorativa. No sé si este chico me sigue o se ha quedado in
albis. “Mmm… lo que no consigo enlazar, señor Ador, es cómo El Mono Fantástico
es su álter ego”. “Donato, a mí tampoco
me basta con lo que ya hice en el pasado: yo también me tengo que reivindicar
cada día…”.
IV
Tenía que pasar. A poco que me tirara de la lengua, a Donato se lo iba a
contar. Que el gran Mono Fantástico se había dejado de publicar de la noche a
la mañana por una cuestión económica. Que empecé a peregrinar por otras
editoriales y que en todas recibí una respuesta parecida: reconocimiento y
admiración por lo que había sido El Mono Fantástico, pero “lo estudiaremos
porque no queda hueco en el mercado literario”. Que lo intenté también en otros
países y con otros idiomas, donde El Mono había tenido su predicamento y
tampoco encontré las puertas abiertas. Que traté de iniciar otras colaboraciones
en prensa, pero que la sombra de El Mono es tan alargada y estaba yo tan
encasillado, que no tuvieron eco mis artículos. Que… Un sudor frío resbala por
mis mejillas. El corazón que me mueve palpita agitadamente. De todo eso han
pasado más de diez años y parece que fue la semana pasada. Donato Tos entonces
resopla y deja escapar un: “Qué putada más grande, Keith Ador”.
V
Lo primero que me ha salido es: “¿Me estás vacilando?”. Donato me sonríe. “Nada
de eso. Hablo en serio”. Me muerdo el labio inferior, que ya lo tengo muy
machacado últimamente. Rumio la propuesta. A ver si lo he entendido bien. Este “admirador”
me está proponiendo que escriba una nueva aventura de El Mono Fantástico. Él va
a correr con los gastos de promoción y publicación de la historia. Y para ello
me pone una condición: él mismo, Donato Tos, tiene que ser un personaje del
relato. Esto es increíble. ¿Ha sido la casualidad o la intención quien ha
empujado a este individuo hacia mí? La maquinita tragaperras escupe los euros a
borbotones. A alguien le ha tocado el premio especial. “Piénsatelo si quieres”.
No, no tengo nada que pensar. Me tienta la idea. Me gusta. No es tan caro el
precio. No me lo parece. Lo veo. El retorno de El Mono Fantástico. Le tiendo mi
mano. La estrecha para sellar el trato. Está sudando. En este acuerdo, las dos
partes parecemos satisfechas.
VI
Apoyo el pie. Lo aseguro. Cruje la rama. Pero aguanta mi peso. Auppp. Para
arriba. Ya estoy. Desde aquí, el Mono Fantástico, saltaría hacia el siguiente
árbol. Es cuando oigo un grito. “¡Papá, coño, bájate del árbol, parece mentira,
como te caigas y te rompas una pierna no quiero saber nada!”.
VII
Insomnio. Madrugada. Borrar. Reescribir. Leer. Pulir. Releer. La secuencia
va sucediendo. La historia cobra forma. A pesar del tiempo transcurrido, me sigues
cayendo bien, Mono Fantástico.
VIII
Levanto la cabeza. No lo veo todavía. Aprieto entre mis manos el ejemplar.
Tuve que poner tinta nueva a la impresora vieja. Y tuve que comprar más folios.
Pero ahí está. Terminado. “Perucho, una manzanilla, como siempre”. Aparece Donato Tos. “¿Lo tienes? Uauuuu”. Se
sienta y no puede reprimirse. Empieza por la primera página. Sí, claro, siempre
se empieza por el principio. Y yo me siento como un niño al que le están
corrigiendo su examen. Escruto sus imperceptibles gestos. Espero un veredicto.
Pasa una hora. Un sinfín de moneditas en la maquinita tragaperras. Donato Tos
llega a la última página. Afirmativo. “Muy buena… pero…”. ¿Pero? ¿Quién le pone
un pero al maestro que soy yo? “…pero, señor Ador, mi personaje sale muy poco”.
Hace una mueca. Muy poco. Me lo devuelve. Me quedo frío. “…durante esta próxima
semana, ¿lo puede resaltar?”. Lo recojo. En las calles, lucen las farolas. El
día acorta.
IX
Apoyo el pie. Lo aseguro. Cruje la rama. Se parte. Me voy de morros. “¡Papá,
papá! ¿Te has hecho algo?”. Me sacudo la tierra de la manga de la camisa. “No,
no tranquilo”. “¡Mira que te lo decía yo! ¡Al final, catacrás, te has ido a
caer!”. Le insisto. No me he hecho nada. El Mono está acostumbrado a tirarse
del árbol. Ufffffff. Me duele el pie. Pero no se lo digo, si no, la bronca por
haberme subido, será mucho mayor.
X
Insomnio. Madrugada. Borrar. Reescribir. No, no me cuadra. No era como lo
tenía pensado. Este Donato Tos de ficción me distorsiona las escenas subiéndose
a la parra. Te pido perdón, Mono Fantástico.
XI
Vaya, ha llegado antes que yo. Y no le queda ni el poso del café. Va
directo. Parece que se salta las páginas centrales y se detiene en las
secuencias donde interviene él mismo, Donato Tos. Levanta las cejas. Se le
encienden las mejillas. Asiente. “Bueno, muy bueno”. Me pide el diskette con el
fichero. Se lo doy. Ahora no, porque los bancos están cerrados. Pero mañana por
la mañana vendrá con el talón. Sin falta. Esto va a ser un bombazo editorial.
El retorno de El Mono Fantástico. Donato Tos desaparece justo cuando Perucho me
trae la manzanilla.
XII
Levanto la cabeza. Se ha enfriado la manzanilla. Estoy al quite ¿Ya ha
acabado ése? Me levanto antes de que se me cuelen. “Oiga, ¿ha terminado con el
periódico?”. Me lo cede. Arrugado y pringoso. Da igual. Vuelvo a mi mesa de
aluminio. Empiezo por la última página. Ahí está. El remanente de mis ahorros. Un
recuadro de media página. “Remitido a la dirección. Don Keith Ador, autor y propietario
de los derechos de EL MONO FANTÁSTICO, quiere informar a sus lectores y al
público en general que no hay ninguna continuación de sus legendarias historias,
y que en el caso de que apareciere alguna pretendiendo su retorno, ejercerá las
oportunas acciones legales contra tal apócrifo”. Pliego la página. Triste. Enfadado.
Burlado. Me levanto. Aún me duele el pie después de dos semanas. Tendré que
pensar seriamente en ir al traumatólogo.
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