domingo, 4 de diciembre de 2011

Valgo para esto




I
Muchas mañanas me lo encuentro. Se abre la puerta del ascensor y el señor Toneu está dentro, porque viene del piso de arriba. Saluda, sonríe. Digo lo justo. Hola, sí, no, adiós. No me saca de ahí. Bajo la cabeza. Miro al suelo del ascensor. A sus zapatos brillantes. A mis zapatillas gastadas. Al maletín de su portátil. Al cable de mis auriculares. Procuro respirar lo mínimo. Para que no se gaste todo el aire si este trasto se para algún día. Pero esta mañana casi me da algo. “Cecilia… perdona que te diga… cantas como los ángeles”. Casi me muero allí mismo. Me escucha, este tío me escucha. “…no, en serio lo digo, tienes una voz prodigiosa… tú vales para esto”. Roja como un tomate. Me he quedado más muda de lo que soy. “...oye, que si quieres, algún día subes a mi casa, grabamos en mi estudio, conozco bien al director de Radio Ritmo, le enviamos una pequeña maqueta, y bueno, quién sabe…”. Clink. Puertas abiertas. Hoy salgo más deprisa a la calle. Corriendo, sin decir adiós. Un gesto con la mano vale. El ruido de los coches, las motos, las voces, todo es música. Yo la interpreto.

II
Compruebo la ventanita del cuarto de baño. Cerrada. Hermética. Doble cristal. Llamo a mi hermana Marga. No viene. Ni caso, para variar. Voy a por ella. Está tumbada en el sofá, con la maquinita. “Qué quieres”. Le estiro del brazo. La llevo. “Qué pasa, pesada, para qué me llevas al wáter”. “Nada, tú ven... ahora, grita cuanto puedas…”. “Pero…”. No le dejo terminar. “Tú grita”. La encierro. “¡Ceciliaaaaa…!”. Cuestión de decibelios. Con el pito que tiene la tía, apenas oigo nada. Y eso que estoy aquí, con la oreja pegada. Mi hermanita sigue aullando. “¡Ábreme, loca!”. Nada, muy bajito. Si es lo que yo pensaba, paredes blindadas. No sé cómo el de arriba escuchará, como no sea por los desagües, no sé. “¡Que me abras, joder!”. Prueba de insonorización acústica superada. Abro la puerta, que ya empezaba a aporrear, y ella sale como un torito bravo. Me suelta un empujón, “estás loca, ésta me la pagas”. La esquivo, hago un quiebro. Entro yo en el cuarto de baño. Paso el pestillo. En un santiamén. Salvada. De momento.

III
Lo mejor de la casa. Definitivamente. El espejo del cuarto de baño. De pared a pared. Ésa que señalo soy yo. Sonrisa. El público me ovaciona. Empieza la música. “¡Buenas noches, Mardebeeeé! Uuuuuhuuuu”. El cepillo del pelo, mi micro. Empiezo. Bajito. “I had a dream…”. Sé inglés. De oído. Igual que música, de oído también. Me muevo. Bien. “It just… a Little love!”. Me hago los coros. La orquesta. Todo. El vecino debe tener la oreja pegada. Espero que la tenga. “A little love!”. Uhuuuu.

IV
A nadie le dicen que no en el coro del cole. Porque lo que faltan son voces. Juan Carlos, el director, me mira. Espera. “Canta, Cecilia”. El pulso se me acelera. No puedo, no puedo. Me entra un no sé qué. Mi voz no es mi voz. Yo no soy yo. “…es que estoy muy nerviosa”. Resopla. No pasa nada, no te preocupes. Pido perdón. Me salgo de la clase. No puedo con mi vergüenza. Dios, esto es como si la mejor nadadora del mundo le tuviera miedo al agua.

V
“Baja la voz”, me pide Marga. “¿Te molesta?”. “Pues claro”. No lo digo, pero lo pienso, “te jorobas”. Estoy escuchando Radio Ritmo. No conocía esta emisora. Pero es buena. Muy buena. “¡…directamente al número uno, viene con gran fuerza un nuevo valor, una voz prodigiosa, Cecilia… y su just a Little love…!”. No, no falta mucho para que eso pase. Uuuuhuuuu, I had a dream

VI
A mitad de canción he abierto la ventanita. Es como si cincuenta mil personas se hubieran sumado a mi ensayo general en este estudio-lavabo. Más o menos. Me miro. No me reconozco. Cecilia. Cecilia. Cecilia. Y me digo, de esto, a mis padres, de momento, ni una palabra. Fijo que no lo entenderían.

VII
He subido por las escaleras. Para hacer el menor ruido posible. No es tan tarde como para que se haya ido a dormir. Ni tan pronto como para que aún no haya llegado. El pulsador del timbre. Me atrevo, no me atrevo. El timbre es de las valientes. Lo pulso una décima de segundo. Lo justo como para que suene, ding-dong, han llamado, quién será. Ya no me puedo ir corriendo. Ya no me puedo echar atrás. Unos segundos. Larguísimos. Mirilla de la puerta. Cerrojo. El señor Toneu me abre su puerta.

VIII
“….mmmm…. yo… venía para ver si grabábamos en su estudio… lo que me dijo el otro día”. Silencio embarazoso. El hombre aprieta los ojos con fuerza y su muerde los labios. Lleva un chándal que es un horror.”…Cecilia… yo… verás… cantas muy bien, esto te lo dije muy en serio… pero…”. Se está haciendo de noche repentinamente. “…lo de grabar en mi estudio era una broma… yo no tengo ningún estudio en casa… ni conozco al director de Radio Ritmo ni nada”. Booom. Mazazo. Esta situación no la tenía ensayada. Ahora qué. Tierra trágame, por favor. Me doy la vuelta. Salgo disparada. Escalones abajo. De tres en tres. A oscuras. Ciega. Siento que me llama por detrás. Rebaso el rellano de mi casa. Pero sigo bajando. A mil. Era una broma. Qué cabrón. Una broma. En mi cerebro empieza la música. Sentimiento. Salgo a la calle. Me apoyo en un coche aparcado. Y canto, con todas mis fuerzas, sí, I had a dream. I had a dream. Sí, tuve un sueño, yo valgo para esto.

“A Little love”, Dionne Bromfield

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