domingo, 6 de noviembre de 2011

Te escucho siempre

I
Por nada del mundo Coque se hubiera perdido esta noche el Festival Pirotécnico de Mardebé. Casi un millón de personas, sin exagerar, han debido pensar lo mismo, y por eso una multitud se concentra ya una hora antes en torno al antiguo lecho del río. Él ha quedado con la peña en el puente de la Amistad. Tradicionalmente van allí. Hoy hay tanto bullicio que hablan unos con otros a gritos. Y para matar el tiempo que falta hasta la primera carcasa, Coque trastea con su nueva “White KiWi”. Última generación. Envidia de los amiguetes. Fija los ojos en la WW, “White KiWi”, menuda virguería, hasta que poco a poco se da cuenta de que está encajonado. Los pies ya le duelen. Levanta la mirada. Resopla. Un océano de alientos a su alrededor. Hace un chasquido con los dedos. Siempre lo intenta. Que desaparezca ahora mismo toda esta oleada humana excepto las personas que él conoce. Se haría el silencio absoluto. Y quedarían seguramente unos poquitos diseminados. Quince, veinte. Mira: allí, debajo de aquel mirador, Fulanito de tal. Y allá escondida, Menganita, cuánto tiempo sin verla. Coque hace otro chasquido, clic. Y vuelve a la realidad. La magia no ha funcionado hasta el momento. Es entonces cuando de atrás hacia delante, se produce una compresión humana.”¡No empujen!”. Avalancha imparable. Gritos y súplicas. “¡Por favor, no empujen!”. No es nadie en particular. Son todos a la vez. Coque se ve desplazado del suelo varios centímetros. Trata de mantenerse erguido. La WW nueva se le escurre de las manos. ¡No, la WW, no! Todo ocurre muy rápido. Se agacha para rescatarla. En el camino impacta de frente con otra cabeza. Se escucha un crujido. Buffffff, qué dolor. Cielos qué golpe. Por un segundo ve a la chica con la que ha chocado. “…lo siento…”, dice. “…no ha sido nada…”, cree escuchar. Pero Coque queda aturdido. Grogui. Parece que pierde el pie y su amigo Marcos, que se percata, lo sujeta por detrás. “Coque, Coque… ¿estás bien?”. “Sí, sí”, acierta a decir. Intenta recomponerse El dolor es intensísimo. No cede. Después del terremoto humano, todos quedan de nuevo quietos, reubicados. Suena el primer aviso. POOOOUUUUMMMM. Ovación. Por fin. Por fin. El segundo y el tercero, secos, duros explotan casi seguidos. Se apagan las farolas. Se hace el silencio. Va a empezar el espectáculo. Marcos le pregunta de nuevo, “…pero, ¿seguro que estás bien?”. “Sí, sí, claro”. Sin embargo, ese sí es un no. Debe tener algo roto en la cabeza. Y lo que seguro que sí se ha roto, vaya putada, es la White KiWi.


II
“¿Te acompañamos a casa?”, insiste Marcos. “No, no, ya me voy yo solo, de verdad”. Coque se ha puesto en marcha. Parece un sonámbulo. La aguda migraña ha remitido un poco. Pero desde el chichonazo, le retumba todo. Anda ahora por calles mucho más tranquilas, por donde se diluyen los asistentes al castillo. Y debería reinar silencio. En cambio, escucha ajetreo. Se detiene. Qué es ese escándalo. De dónde viene. Agacha la cabeza. Se sienta en cuclillas. Sigue, el ruido sigue ahí. Pero de dónde. ¿De su interior? Se tapa los oídos. Sí, escucha alboroto. Atento. Distingue voces, “…Angie, vamos por aquí… Sí, sí ya voy”. ¿Angie? ¿Quién es Angie? ¿De dónde vienen esas voces? Coque agita la cabeza. Prosigue varios pasos, calle abajo. Grita: “¡Jodeerrr, vaya cabezazo!”. Las pulsaciones se le disparan, al borde del síncope, cuando nítidamente escucha: “¡Eso digo, yo, jodeerrrr, vaya cabezazo!”.


III
Los que le ven por la calle piensan que es un borracho con una tajada mayúscula. Coque va hablando solo, en voz alta, gesticulando, “Pero, vamos a ver ¿tú quién coño eres?”. “¿Y tú? ¿Me quieres decir primero quién eres tú?”. “Coque, me llamo Coque”. “Pues yo soy Angie”. “¿Por qué te oigo en mi cabeza?”. “¿Y yo a ti en la mía?”. “¡Ahhhhhhhhhh…..!”. “¡No grites, por favor, que me estalla el cerebro!”. “Esto no me puede pasar a mí”. “Toma, ni a mí tampoco. Estás soñando, tío. Te has tomado algo fuerte y crees que nos pasa…”. “¡Ahora, ahora caigo!”. “¿Caes en qué?”. “¿Tú eres la que me ha dado en la frente en el puente de la Amistad?”. “¿Cómo que la que te ha dado? ¡Pero si me has dado tú a mí, so bestia!”. “ ¿Llevabas un gorro de hormigón? ¡Debo de tener una conmoción cerebral con pérdida de masa encefálica!”.”…lo mejor es que nos veamos, hablemos y resolvamos esto de una vez”. “¿Hablar? ¡Pero si es lo que estamos haciendo desde hace una hora!”. “Si esto es una broma, ya dura mucho, venga va, me río un poco, ja, ja, y paramos ya: vete y piérdete”. “Dime cómo y me voy ipso facto”. “¿Dónde narices estás?”. “¿Yo? Entrando en mi casa, ¿y tú?”. “No te importa…pero voy directa a la policía, para denunciarte por acoso…”. “… ¿y qué les vas a decir? ¿desconecten esta voz que oigo aquí dentro?”. Mmmmm. “Desaparece un poco ahora”. Mmmm. “Desaparece un poco, por favor, que tengo que ir al baño”. “Eso quisiera yo: irme”. Psssssssss. “Ji, ji”. “Yo no le veo la gracia. Se me corta el chorrito”. “Ji, ji”. “Je, je”. “Ji, ji”. “Je, je”.


IV
Es madrugada. “Cabecita dura… ¿me estás escuchando?”. Transcurren dos, tres, cuatro segundos. “Te escucho siempre…”. Y añade acto seguido: “¡Qué remedio!”.


V
Coque abre los ojos. Está tumbado en el sofá. Espeso y con resaca. Le vuelve la memoria. Se tapa los oídos. Siente el silencio. Uuaaaaauuuuh. Silencio absoluto. No oye nada, no oye nada. Todo era una pesadilla. Un mal sueño. Nada menos que había soñado que tenía conexión directa con la chica del coscorrón. Y que había estado hablando con ella hasta las tantas. Se toca la frente. El chichón existe. Es real. Y la WW con la pantalla rota también. Pero sonríe. No oye nada. No oye nada. Va hacia la cocina. Saca el bric de leche. Tararea, “…hoy puede ser un gran día…”. Llena la taza.”…plantéatelo así”. “Coque”. Dios, qué susto más morrocotudo. La leche se desparrama por el banco. “¡Coque, por favor, qué mal cantas!”.


VI
“Se me ocurre que…”. “Vaya, habemus idea brillante”. "¿Qué le pasó al yanqui…? Que se dio un trompazo y se despertó en la Corte del rey Arturo...”. “Toma, y a Alicia, que se fue al país de las Maravillas”. “Éeeeeso mismo: a nosotros nos ha pasado algo parecido: por un golpe nos hemos interconectado, y con otro golpe seguramente nos desconectaremos: ¡ahí está la clave!”. “Cabecita dura…”. “Qué”. “Ve, y date bien contra la pared, a ver si a ti te funciona”.


VII
El otorrinolaringólogo tiene una linterna de leds en la frente sujeta con una cinta elástica. Inspecciona el oído. “¿Dices que escuchas ruidos?”. Coque afirma con un “sí” muy tímido. “…pero tío, dile qué clase de ruidos escuchas… dile que tienes línea directa conmigo…”. Coque explica: “son unos ruidos muy molestos”. “Tú sí que eres molesto, ¡vaya cruz!”. El especialista examina con atención por la pantalla lo que le muestra la sonda. “¿Y te pasa desde que fuiste al festival pirotécnico el sábado pasado?”. Otro “sí”. “Jo, pero cuéntale de una vez lo del cabezazo”. “¡Angie…!, que pensará que le tomo el pelo”. “¿Cómo?”, pregunta el médico. “No, no nada, que ahora he sentido el ruido”. “…Acúfenos”, diagnostica finalmente el otorrino, “…alguna explosión ha debido causarte un trauma acústico… por tu bien y para que no te vaya a más, yo de ti dejaría de ir a mascletás y castillos…”. Coque sale de la clínica impactado. “Si me hubiera prohibido el chocolate, no me habría jorobado tanto…”.


VIII
BRRRRRROOOOOOOOOMMMMMM. “Pero bueno, Coque… ¿qué es todo ese estruendo?”. “Nada, Angie, estoy en el taller, en mi puesto de trabajo…”. “¿Y aguantas ocho horas así?”. “Ufff, y a veces más… si yo te contara”. “Pero esto, esto es insoportable para mí…menudo dolor de cabeza me está entrando...“ . “Espera, me pongo unos tapones”. Zzzzzzz. “¿Así mejor?”. “Bueno, qué alivio, por lo menos, algo es algo… “. “Por ahí viene mi jefe”. “¡Coque! ¿Desde cuándo tú te pones tapones?”. “Desde que tengo acúfenos. El otorrino me ha dicho que si no me cuido, me quedo sordo…”.


IX
“Vuelvo a casa, Angie. Hay atasco”. “Ve con cuidado”. Tres kilómetros después. “¿Te has quitado los tapones?” . “Pues claro”. Sobre los oídos de Coque, mientras conduce, sube entonces poco a poco la versión del “Over the Rainbow”, de Kamakawiwo. A Coque le toca la fibra sensible. “Cabecita dura, esto son interferencias emocionales…”.


X
“Angie: cierra la puerta, por favor”. Ploooom. “Lo que te voy a decir, que no salga de aquí, ¿queda claro?”. Mmmmm. “Espera un poco, Griñena” . Pausa valorativa. Ironiza Coque: “¡Huy, qué raro, Angie, de repente no sé qué me pasa, que no oigo nada!”. “Vale. Ya puedes empezar”.


XI
“¡Y CONMIGO NO CUENTES PARA ESO! ¿TE ENTERAS?”. Angie ha levantado la voz a su interlocutor, “¡Pero será capullo el tío!”. Está fuera de sí. Coque escucha cómo Angie se levanta y se va. Ella anda con la respiración agitada. “Angie, Angie, ¿estás bien?”. “Déjame ahora, Coque, sólo me faltabas tú…”. “Angie, disculpa, no sé de qué discutíais, pero con lo poco que te conozco, seguro que llevas razón en todo”.


XII
“Voy a la altura de una oficina del Banco Práctico”. “Entonces, ya te falta poco: la siguiente calle a la derecha”. “Allá que enfilo”. “A unos trescientos metros, verás las luces del café Liberto…”. “Aún no distingo… a ver… ah, sí”. “Ahí estoy yo”. “¿Tú? Espera… pues hay dos chicas… estira el brazo para que te reconozca… las dos son guapas… pero una habla con el móvil… entonces está claro que tú eres la otra, je, je, tú no necesitas esos aparatejos. Qué cosas tiene la memoria. No te recordaba así”.


XIII
“Bueno. Ya estamos frente a frente”. “Pues sí. Ya era hora. Te tengo muy oída, pero muy poco vista”. “Cielos, qué situación más absurda”. Sorbo de café. Momento tenso. “Bien, si te parece, nos dejamos de preámbulos y vamos a lo que venimos: comprobemos tu teoría”. Se acercan. Se acercan más. Ojos frente a ojos. Parpadean. Un coscorroncito. Tímido. Suave. “Así no vale, tendrá que ser un poco más…” ¡¡CLOOOOCK!! “¡¡¡¡AAAAUUUUUUUHHHHH!!! ¡PERO QUÉ BRUTA, CASI ME ABRES LA CRISMA!”. A Coque le saltan las lágrimas a borbotones. “Pero… ¿tú me oyes, cabecita dura?”. “¡Pues claro que te oigo!”. Gime, “¡perfectamente además!”. “Fin de tu teoría. Habrá que buscar otra” .


XIV
Es medianoche. “Cabecita dura… ¿me estás escuchando?”. Transcurren dos, tres, cuatro segundos. “Te escucho siempre… siempre”. Esta vez no hay añadidos finales. Sólo una respiración prolongada, tranquila, fuerte.


XV
Amanece en el horizonte. “Pssss, pssss, Angie, ¡Angie!”. Nada. No hay retorno de la señal. “¡Angie!”. Ahora sí. “¿Eh? ¿Pasa algo?”. “Perdona… escucha en directo”. Olas rompiendo en la escollera. Vaivén del mar. Viento salado en las mejillas. “Qué te parece”. “uauhh… menudas interferencias emocionales me has traído…” , susurra ella alucinada. Entonces Coque suelta dos sonoros estornudos y exclama, “vaya, ya la he enganchado”.


XVI
“¡Angie, Angie!”. “Dime, Coque, qué quieres ahora”. “Mira: te voy a leer un correo electrónico que acabo de recibir”. “¿De quién?”. “De los de White KiWi… Estimado cliente debido a un error de configuración en su número de abonado, le han sido imputados 44000 minutos de conversación con otro abonado de un operador ajeno… lo cual entendemos es imposible. Lamentando profundamente el error, procedemos a subsanarlo, dando de baja su número a partir de las 10:00 horas del 7 de Noviembre. Rogamos contacte con nosotros para asignarle un nuevo número. Lamentando las molestias, le saludamos atentamente…. ”. Silencio. “Hoy es 7 de Noviembre”. “…nos tenían enganchados esos cabrones…”. “y faltan diez minutos para las diez…” . “Ya mismo”. “Esta teoría sí que tiene pinta de ser cierta” . “Sï, más que la de los coscorrones”. “Bueno… punto final a un mes increíble… descansaremos los dos” . “Angie…”. “¿Si?” . “…no sé qué decir…”. “...no digas nada, cabecita dura, mejor no digas nada” .


XVII
Ha pasado justo un año. Marcos ajusta el trípode. “Un, dos, mirando a la cámara… ¡Aaaacción!”. “Mmmm. Bueno, me llamo Coque. Estoy seguro de que esto que voy a contar les ha pasado ya a más personas. Pero no lo dicen. Porque no se atreven. Por miedo a que les tomen por locos. Y porque pueden recibir represalias de grandes compañías de telefonía…”. Coque enmudece. Marcos interviene, “Vas muy bien, ¿te pasa algo?”. Coque siente una música que emerge, la guitarrita de Kamakawiwo y su “Over the Rainbow”. Y una voz que resurge, “Hola, cabecita dura”. Una sonrisa total se dibuja en el rostro de Coque. Su piel se eriza. “…perdona, pero me tengo que ir: interferencias emocionales”. Sale corriendo. Marcos sigue grabando, y enfoca con el gran angular. La melodía inunda entonces el estudio vacío.



“Over the rainbow”, Israel Kamakawiwo’ole

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