I-A
Lunes. Comedor escolar. Son casi las dos. Darío levanta la bandeja, un segundo plato, pan y yogur. Se sale de la cola. Busca un hueco entre las mesas alargadas que están a tope de gente que habla con la boca llena. No ve. No encuentra. Sí, ahí sí. Iván está solo. Peleando con un escalope Su cuchillo corta el viento. Darío cambia el gesto. Enfila rápido hacia allá. “¡Buenas!”, le dice sentándose a su lado. “¿Te cuento cómo fue el partido del Sábado?”. Resignación en los ojos de Iván. “Si te digo que no, me lo vas a contar igual…”. “En dos palabras: memo-rable”. Parte el pan. Le pega mordisco. Se acerca la jarra. Agua hiperclorada. Puaggggg, qué mala. Bebe un trago. “Verás… jugamos contra los Estorninos, que tienen todos por lo menos quince años…”.
Lunes. Comedor escolar. Son casi las dos. Darío levanta la bandeja, un segundo plato, pan y yogur. Se sale de la cola. Busca un hueco entre las mesas alargadas que están a tope de gente que habla con la boca llena. No ve. No encuentra. Sí, ahí sí. Iván está solo. Peleando con un escalope Su cuchillo corta el viento. Darío cambia el gesto. Enfila rápido hacia allá. “¡Buenas!”, le dice sentándose a su lado. “¿Te cuento cómo fue el partido del Sábado?”. Resignación en los ojos de Iván. “Si te digo que no, me lo vas a contar igual…”. “En dos palabras: memo-rable”. Parte el pan. Le pega mordisco. Se acerca la jarra. Agua hiperclorada. Puaggggg, qué mala. Bebe un trago. “Verás… jugamos contra los Estorninos, que tienen todos por lo menos quince años…”.
I-B
Mientras lo cuenta, Darío lo vive. Un campo de fútbol en Mediavilla, cerca del río. De tierra, pero sin ninguna piedra. Con césped de grama. Allí acuden con sus bicicletas chavales desde todas las puntas del pueblo. Están ellos, que vienen de Cascoviejo. Están los Bloques, que viven por donde los edificios altos de la zona nueva. Los de los Estorninos, que son de la Avenida Alta. Y luego los más pijitos, los de Vivosolo, con sus unifamiliares y adosados en el ensanche. Al principio era el caos. Todos jugaban a la vez y se molestaban en el mismo espacio. Pero al poco tiempo surgió una propuesta. De él, claro ¿Hacemos un campeonato? Caras pensativas. Bueno. Vale. Por qué no. Un campeonato, pero bien hecho. Algo serio. Cada equipo con su uniforme. Cascoviejo, camiseta verde. Estorninos, de rojo. Bloques, azules. Y Vivosolo, de blanco. Cada Sábado por la tarde. Dos partidos y una final. Las chicas también van a ver el partido. Se ponen en la banda y animan. “¡Pásasela a Darío, que está solo!”. Ahí se fragua un gol. Los partidos son intensos. Darío está seguro de que algún ojeador de los buenos se deja de historias y se acerca por allí para verlos jugar. Con él ya ha hablado y le ha dicho que si sigue así, ya se lo anuncia, despuntará pronto. Casi todas las semanas gana Cascoviejo, claro.
Mientras lo cuenta, Darío lo vive. Un campo de fútbol en Mediavilla, cerca del río. De tierra, pero sin ninguna piedra. Con césped de grama. Allí acuden con sus bicicletas chavales desde todas las puntas del pueblo. Están ellos, que vienen de Cascoviejo. Están los Bloques, que viven por donde los edificios altos de la zona nueva. Los de los Estorninos, que son de la Avenida Alta. Y luego los más pijitos, los de Vivosolo, con sus unifamiliares y adosados en el ensanche. Al principio era el caos. Todos jugaban a la vez y se molestaban en el mismo espacio. Pero al poco tiempo surgió una propuesta. De él, claro ¿Hacemos un campeonato? Caras pensativas. Bueno. Vale. Por qué no. Un campeonato, pero bien hecho. Algo serio. Cada equipo con su uniforme. Cascoviejo, camiseta verde. Estorninos, de rojo. Bloques, azules. Y Vivosolo, de blanco. Cada Sábado por la tarde. Dos partidos y una final. Las chicas también van a ver el partido. Se ponen en la banda y animan. “¡Pásasela a Darío, que está solo!”. Ahí se fragua un gol. Los partidos son intensos. Darío está seguro de que algún ojeador de los buenos se deja de historias y se acerca por allí para verlos jugar. Con él ya ha hablado y le ha dicho que si sigue así, ya se lo anuncia, despuntará pronto. Casi todas las semanas gana Cascoviejo, claro.
I-C
Y mientras escucha a Darío, Iván lo interpreta. Un solar en Mediavilla, cerca del río. Irregular, con desnivel y plagadito de rulos. Hierbajos con pinchos en el ribazo. Allí acuden con sus bicicletas algunos chavales. Tampoco tantos. Ni tienen conciencia de una identidad tan clara según su procedencia. Montoncitos de piedra conforman los postes de la portería. Cada uno va como va. Juegan. Pelotean. Si la pelota va muy arriba, se grita “¡alta!” y se saca de portería. De repente vienen otros más mayores e invaden el espacio. No tiran a los más menudos con palabras, sino con pelotazos. Las chicas también van, pero no a ver el partido. De Darío pasan. Está solo. Algún ojeador se acerca. Con él ya ha hablado y le ha dicho que como vuelva a verlo pisar el campo adyacente de alcachofas, apuntará su nombre para denunciarlo. Casi todas las semanas se pasa el viejo ese del casco, que la ha tomado con Darío, claro.
Y mientras escucha a Darío, Iván lo interpreta. Un solar en Mediavilla, cerca del río. Irregular, con desnivel y plagadito de rulos. Hierbajos con pinchos en el ribazo. Allí acuden con sus bicicletas algunos chavales. Tampoco tantos. Ni tienen conciencia de una identidad tan clara según su procedencia. Montoncitos de piedra conforman los postes de la portería. Cada uno va como va. Juegan. Pelotean. Si la pelota va muy arriba, se grita “¡alta!” y se saca de portería. De repente vienen otros más mayores e invaden el espacio. No tiran a los más menudos con palabras, sino con pelotazos. Las chicas también van, pero no a ver el partido. De Darío pasan. Está solo. Algún ojeador se acerca. Con él ya ha hablado y le ha dicho que como vuelva a verlo pisar el campo adyacente de alcachofas, apuntará su nombre para denunciarlo. Casi todas las semanas se pasa el viejo ese del casco, que la ha tomado con Darío, claro.
II-A
Lunes. Faltan diez minutos para que suene la campana. Iván está sentado en un banco del patio. La libreta de matemáticas está abierta encima de sus rodillas. Está atascado con unos problemas que no ha terminado y que tiene que entregar en la primera hora. “¡Hola!”, saluda Darío. Iván no mueve ni un músculo. No puede distraerse ni una décima de segundo ahora. Darío lleva bajo el brazo un tablero de ajedrez. En la mochila abulta la caja con las fichas. “El Sábado tuvimos torneo”, le confirma. Iván está atascado. Darío le apunta: “oye,…al pasar el 3 al otro lado, lo tienes que cambiar de signo”. “Ah, me cagüen, era eso...”. Iván lo tacha todo y vuelve a empezar.
Lunes. Faltan diez minutos para que suene la campana. Iván está sentado en un banco del patio. La libreta de matemáticas está abierta encima de sus rodillas. Está atascado con unos problemas que no ha terminado y que tiene que entregar en la primera hora. “¡Hola!”, saluda Darío. Iván no mueve ni un músculo. No puede distraerse ni una décima de segundo ahora. Darío lleva bajo el brazo un tablero de ajedrez. En la mochila abulta la caja con las fichas. “El Sábado tuvimos torneo”, le confirma. Iván está atascado. Darío le apunta: “oye,…al pasar el 3 al otro lado, lo tienes que cambiar de signo”. “Ah, me cagüen, era eso...”. Iván lo tacha todo y vuelve a empezar.
II-B
Sí, mientras lo cuenta, Darío lo vive. Abren la EPUM (Escuela de Progreso Universal de Mediavilla) los Sábados. Para actividades extraescolares. Darío va, por el Ajedrez. Hoy toca el torneo intercomarcal. En el tablón, “Ajedrez, Aula E4”. Está bastante nervioso. Todos los contrincantes serán de diecisiete para arriba, lo menos. Al entrar en la E4, la clase está llena. Hay quien, para concentrarse más, fuma y todo. Comentarios y sonrisas al verlo aparecer, qué hace ese pipiolín aquí. El organizador llega puntual. Pide silencio. Recalca brevemente las reglas del torneo. Muestra en la pizarra los enfrentamientos. Murmullos por la suerte en los cruces. A Darío le flojean las piernas. Según está poniendo los peones, le tiembla la mano y van todos al suelo. “Tranquilo”, le dice su confiado contrincante. “Sí, sí, te vas a enterar”, piensa él. Una proeza y una lástima. Darío se planta en la final. Hubiera sido una caña ganarlo todo. Pero aún así, tiene un mérito impresionante haber llegado hasta allí y haber caído dignamente contra un discípulo directo de Kasparov.
Sí, mientras lo cuenta, Darío lo vive. Abren la EPUM (Escuela de Progreso Universal de Mediavilla) los Sábados. Para actividades extraescolares. Darío va, por el Ajedrez. Hoy toca el torneo intercomarcal. En el tablón, “Ajedrez, Aula E4”. Está bastante nervioso. Todos los contrincantes serán de diecisiete para arriba, lo menos. Al entrar en la E4, la clase está llena. Hay quien, para concentrarse más, fuma y todo. Comentarios y sonrisas al verlo aparecer, qué hace ese pipiolín aquí. El organizador llega puntual. Pide silencio. Recalca brevemente las reglas del torneo. Muestra en la pizarra los enfrentamientos. Murmullos por la suerte en los cruces. A Darío le flojean las piernas. Según está poniendo los peones, le tiembla la mano y van todos al suelo. “Tranquilo”, le dice su confiado contrincante. “Sí, sí, te vas a enterar”, piensa él. Una proeza y una lástima. Darío se planta en la final. Hubiera sido una caña ganarlo todo. Pero aún así, tiene un mérito impresionante haber llegado hasta allí y haber caído dignamente contra un discípulo directo de Kasparov.
II-C
Y claro, mientras escucha a Darío, Iván lo interpreta. Abren la EPUM (Escuela de Progreso Universal de Mediavilla) los Sábados. Para clases de repaso principalmente. Darío va, porque en casa se aburre. En el tablón, “Ajedrez, sala multiusos”. La sala está llena. Gente de cara a los ordenadores. Leyendo libros. Alborotando. Hay uno fumando de extranjis con la mano puesta fuera de la ventana. Un profesor entra. Pide silencio. Recalca que quien está allí está para trabajar, no para perder el tiempo. Lee la cartilla al personal. A Darío le flojean las piernas. Menudo rapapolvo, para ser Sábado. Uno de Bachiller le propone una partidita de ajedrez para pasar el rato. Vale. Según pone los peones, da un manotazo patoso y van todos al suelo. Una lástima, se ha picado una torre. Esa partida suelta es pues todo el torneo: es la final. Pero aún así, tiene un mérito impresionante jugarle de tú a tú a ese grandullón que se parece físicamente a Kasparov.
Y claro, mientras escucha a Darío, Iván lo interpreta. Abren la EPUM (Escuela de Progreso Universal de Mediavilla) los Sábados. Para clases de repaso principalmente. Darío va, porque en casa se aburre. En el tablón, “Ajedrez, sala multiusos”. La sala está llena. Gente de cara a los ordenadores. Leyendo libros. Alborotando. Hay uno fumando de extranjis con la mano puesta fuera de la ventana. Un profesor entra. Pide silencio. Recalca que quien está allí está para trabajar, no para perder el tiempo. Lee la cartilla al personal. A Darío le flojean las piernas. Menudo rapapolvo, para ser Sábado. Uno de Bachiller le propone una partidita de ajedrez para pasar el rato. Vale. Según pone los peones, da un manotazo patoso y van todos al suelo. Una lástima, se ha picado una torre. Esa partida suelta es pues todo el torneo: es la final. Pero aún así, tiene un mérito impresionante jugarle de tú a tú a ese grandullón que se parece físicamente a Kasparov.
III-A
Lunes. Bate la campana y las puertas del colegio actúan como un embudo gigante, tragándose a los alumnos que van camino de clase. Iván avista a Darío y corre, abriéndose paso para alcanzarle: “¡Eh, tío, espera!”. Se saludan. Iván exclama extrañado: “¿Cómo es que no apareciste el Sábado por el Liberto?”. Darío se lleva la mano a la cabeza. Despiste. “Ostras, tú, se me pasó decírtelo… quedé con Verónica”. Iván pone cara de incrédulo. Qué me estás contando. “…fue, en dos palabras, memo-rable…”. Ya están entrando en el aula. Bajan la voz. Ruido de sillas arrastrándose. Darío le subraya: “…memo-rable´”.
Lunes. Bate la campana y las puertas del colegio actúan como un embudo gigante, tragándose a los alumnos que van camino de clase. Iván avista a Darío y corre, abriéndose paso para alcanzarle: “¡Eh, tío, espera!”. Se saludan. Iván exclama extrañado: “¿Cómo es que no apareciste el Sábado por el Liberto?”. Darío se lleva la mano a la cabeza. Despiste. “Ostras, tú, se me pasó decírtelo… quedé con Verónica”. Iván pone cara de incrédulo. Qué me estás contando. “…fue, en dos palabras, memo-rable…”. Ya están entrando en el aula. Bajan la voz. Ruido de sillas arrastrándose. Darío le subraya: “…memo-rable´”.
III-B
Una vez más, mientras lo cuenta, Darío lo vive. Que hace tiempo que no piensa más que en ella. Repite su nombre. Verónica, Verónica. Se ataranta. Es muy feliz si la ve cerca. Y muy desgraciado cuando no está. Los sentimientos no se dominan. Y el subidón vino este Sábado porque coincidieron y se pusieron a hablar. Y cuando el tiempo parecía detenido, los minutos volaron. Y él cree que los milagros existen. Porque tiene el pálpito, tiene que ser así, que a ella le pasa lo mismo con él. Memo-rable.
Una vez más, mientras lo cuenta, Darío lo vive. Que hace tiempo que no piensa más que en ella. Repite su nombre. Verónica, Verónica. Se ataranta. Es muy feliz si la ve cerca. Y muy desgraciado cuando no está. Los sentimientos no se dominan. Y el subidón vino este Sábado porque coincidieron y se pusieron a hablar. Y cuando el tiempo parecía detenido, los minutos volaron. Y él cree que los milagros existen. Porque tiene el pálpito, tiene que ser así, que a ella le pasa lo mismo con él. Memo-rable.
III-C
Y como siempre, mientras escucha a Darío, Iván lo interpreta. O lo intenta. Que es verdad que Darío está más embobado de lo normal, lo cual parecía imposible. Que… Un momento. Una aparición le distrae de su interpretación. Es Verónica. Le saluda a él levemente, “qué tal Iván”. Pero va directa hacia Darío. Se hablan con ternura. Darío le dice: “Tío, luego te veo”. Y ve cómo se alejan. Juntos. Se queda clavado, con un buen palmo de narices. Iván necesita dos minutos para rehacerse. Iván trata de reinterpretarlo todo. Y en su reinterpretación sólo le salen cuatro palabras, a saber: “qué suerte tienes, cabrón”.
Y como siempre, mientras escucha a Darío, Iván lo interpreta. O lo intenta. Que es verdad que Darío está más embobado de lo normal, lo cual parecía imposible. Que… Un momento. Una aparición le distrae de su interpretación. Es Verónica. Le saluda a él levemente, “qué tal Iván”. Pero va directa hacia Darío. Se hablan con ternura. Darío le dice: “Tío, luego te veo”. Y ve cómo se alejan. Juntos. Se queda clavado, con un buen palmo de narices. Iván necesita dos minutos para rehacerse. Iván trata de reinterpretarlo todo. Y en su reinterpretación sólo le salen cuatro palabras, a saber: “qué suerte tienes, cabrón”.
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