OTRO LUNES
Hoy he vuelto a soñar con el león de la metro. Me sentía familiarmente extraño andando solo por las calles vacías de Mardebé. Otra vez he topado con ese bicho suelto delante de mí, amenazante. Suerte que llevo las llaves de Gorroperdido que abren puertas en Mardebé. Rápido como un mal pensamiento, me he metido en el primer portal. He cerrado de un trompazo. Mi corazón en un puño. Casi me pilla esta vez… Pero justo cuando empezaba a respirar tranquilo, ¡GROAAAARRRRRGGGG! Joder, qué susto. Lo tenía detrás. Rugiendo. De dónde había salido. Ahora sí que no tenía escapatoria. La alimaña se ha abalanzado sobre mí directamente. Sin florituras. Y ha empezado a morderme y morderme en la cadera. Aunque ahí no tengo casi chicha. Me dolía. Yo gritaba. Me dolía. Y gritaba.
El grito, un “¡noooooo!”, ha sido auténtico. He despertado bruscamente a Berta, que dormitaba entre ronquiditos a la vera de mi cama. “¡Felipe! ¿Te pasa algo o tenías una pesadilla?” Al abrir los ojos me he acordado de dónde estoy. En la habitación del hospital. Con la persiana bajada. El gotero en el brazo. La operación, hace sólo unas horas, en la cadera. El atropello del otro día. Se me saltan las lágrimas. “Qué hora es”. Berta ha dirigido la muñeca hacia la luz de emergencia y ha mirado el reloj: “Las cuatro. Tienes que intentar dormir un poco más….Voy a llamar a la enfermera para ver si te ponen más calmante”. Dormir, dormir. Si me pudieran dar a elegir ahora, escojo dormir. Y prefiero hacerle mil veces compañía al león, leoncito, mucho antes que despertar, abrir los ojos y encontrarme así, postrado en esta cama metálica y con este dolor tan agudo.
OTRO MARTES
Hoy he soñado que conducía de noche. Sin luces. No veía tres en un burro. Me salía de la carretera. Y avanzaba campo a través. Por la nada. Por un camino de baches. Y me resentía. De la cadera, claro. El caso es que yo tenía que llegar. A donde fuera. Como fuera. Pero no sabía cómo. La oscuridad era mi laberinto.
OTRO MIÉRCOLES
Mejoro. Esta mañana, el buen humor ha acudido a mí a ráfagas y he sido capaz de gastar una broma, estoy en un taller de plancha y pintura, je, je, y no en un hospital. Después de comer ha venido Macozo en persona. Qué alto honor, recibir la visita del dueño de la tienda donde trabajo. Ha venido con la impronta que deja su penetrante colonia en todo lo que toca. Para eliminar ese tufillo es necesario lavarse las manos después con estropajo y lejía. Sus estribillos han sido: “No te preocupes de nada”. “Lo importante ahora es que te recuperes”. Lo de no preocuparse lo ha subrayado tanto que he empezado a calentarme la cabeza. Un negocio como éste no lo lleva adelante cualquiera. Tiempo. Dedicación. Entrega. A lo mejor a estas alturas estoy en el paro. Las partículas de buen humor que se habían asomado al principio del día se han esfumado sin dejar ni rastro.
OTRO JUEVES
Mis horas de convalecencia tienen más de sesenta minutos. Por la tarde ya no sabía cómo ponerme. Entonces han llamado a la puerta de esta habitación, la 343. Yo pensaba que el señor que se ha asomado se había equivocado. “¿Se puede?”. Berta ha cerrado la revista y se ha levantado. “buenas, esto… yo… venía a ver… ¿cómo se encuentra?”. Por extraño que parezca, ha venido a verme el individuo, por llamarle de alguna manera, que me atropelló. Berta ha actuado como maestra de ceremonias. Ha dado todas las explicaciones pertinentes, “… y hoy ya ha empezado a andar un poquitín con las muletas…”. A mí me han entrado unas ganas repentinas de ver con atención la película de la tele. Lo cierto es que se le notaba derrotado. Acaso venía a quitarse un peso de encima. “…bueno…esto… espero que se mejore pronto…”. Ante mi incómodo silencio, ha concluido: “los accidentes existen”. Y yo, sin dejar de mirar la de vaqueros, cuando chica le dice a chico que le quiere mucho pero lo suyo es imposible, le he contestado: “…y las imprudencias también”.
OTRO MIÉRCOLES
Hoy he vuelto a soñar con Romero. Tiene narices. Qué obsesión. Qué habrá sido de él. Treinta años sin verlo, y la de veces que aparece en mis sueños como director del Banco Lorines. “Quiero mi dinero”, le exigía. El banco era rojo. El dinero era líquido. Sangre exactamente. Yo necesitaba urgentemente una transfusión de dinero para seguir viviendo. Me lo negaba afablemente. “¡Pero si te estoy pidiendo lo que es mío!”. “El cajero no va. Los ordenadores tampoco. Y así, por mucho que queramos, por ahora no te podemos dar ni diez mililitros”. Era una excusa. Y los dos lo sabíamos.
Mejoro. Esta mañana, el buen humor ha acudido a mí a ráfagas y he sido capaz de gastar una broma, estoy en un taller de plancha y pintura, je, je, y no en un hospital. Después de comer ha venido Macozo en persona. Qué alto honor, recibir la visita del dueño de la tienda donde trabajo. Ha venido con la impronta que deja su penetrante colonia en todo lo que toca. Para eliminar ese tufillo es necesario lavarse las manos después con estropajo y lejía. Sus estribillos han sido: “No te preocupes de nada”. “Lo importante ahora es que te recuperes”. Lo de no preocuparse lo ha subrayado tanto que he empezado a calentarme la cabeza. Un negocio como éste no lo lleva adelante cualquiera. Tiempo. Dedicación. Entrega. A lo mejor a estas alturas estoy en el paro. Las partículas de buen humor que se habían asomado al principio del día se han esfumado sin dejar ni rastro.
OTRO JUEVES
En el sueño de hoy, le he dicho a Berta que sé nadar. No se lo creía. Se lo he querido demostrar. Ante mis ojos ha aparecido un gran lago para la ocasión. Agua fría. Piedras en el fondo. Avanzaba pues descalzo con inseguridad, ay, ay, ay, clavándomelo todo. El agua cubría mis pies. Pero nada más. He buscado profundidad. Pero por más que me he alejado, todo era una lámina que no ha superado la altura de mis tobillos. La orilla donde me esperaba Berta apenas se divisaba. Berta, cree en mí: sé nadar, pero ante tanta superficialidad me es imposible.
Berta me ha reprendido. Dice que me paso el día dormitando y que luego, por la noche, no pegaré ojo. Que todo tiene su tiempo. Ha sonado el móvil. La musiquita de la abeja maya. Todo el día igual. No hay problema que no solucione Maya. Le he advertido a Berta que no estoy para nadie. Ella explica mil veces mejor que yo cómo estoy. Ha mirado la pantalla, “...es tu hermano Fede…”. ¿Fede? Trae para acá. “¡Fede…! Sí, hombre, cómo te va…”. Ya está en Tondon. De momento, en un hotelito, mientras busca un apartamento que esté bien. Llueve mucho por allí. Y hace frío. La gente le trata de maravilla. Tres. Cuatro. Cinco minutos. “¿Yo? ¿Que cómo estoy? Mejor, mucho mejor. No, no ha sido tan grave. Ahora, un poquito de rehabilitación. Todo normal, como siempre. No te preocupes, no pasa nada, tampoco era tan preciso que estuvieras aquí. Bueno, vamos a cortar que luego esta conferencia te sube un pico…”. Alargo el móvil a Berta, que me lo recoge. Con un gesto lo dice todo, “…es tu hermano, por lo menos, podría haber venido…”. Entonces, me he ajustado la almohada que se escurría, y le he dicho tajante: “…yo no paso lista”.
OTRO VIERNES
Berta me ha reprendido. Dice que me paso el día dormitando y que luego, por la noche, no pegaré ojo. Que todo tiene su tiempo. Ha sonado el móvil. La musiquita de la abeja maya. Todo el día igual. No hay problema que no solucione Maya. Le he advertido a Berta que no estoy para nadie. Ella explica mil veces mejor que yo cómo estoy. Ha mirado la pantalla, “...es tu hermano Fede…”. ¿Fede? Trae para acá. “¡Fede…! Sí, hombre, cómo te va…”. Ya está en Tondon. De momento, en un hotelito, mientras busca un apartamento que esté bien. Llueve mucho por allí. Y hace frío. La gente le trata de maravilla. Tres. Cuatro. Cinco minutos. “¿Yo? ¿Que cómo estoy? Mejor, mucho mejor. No, no ha sido tan grave. Ahora, un poquito de rehabilitación. Todo normal, como siempre. No te preocupes, no pasa nada, tampoco era tan preciso que estuvieras aquí. Bueno, vamos a cortar que luego esta conferencia te sube un pico…”. Alargo el móvil a Berta, que me lo recoge. Con un gesto lo dice todo, “…es tu hermano, por lo menos, podría haber venido…”. Entonces, me he ajustado la almohada que se escurría, y le he dicho tajante: “…yo no paso lista”.
OTRO VIERNES
Hoy he soñado que el médico me daba el alta, “hale, Felipe, despacito, con buena letra, sigue las instrucciones para la rehabilitación y te quiero ver en la consulta la semana próxima”. Inmediatamente después han venido Ramis y su nieto a verme. Con esa camisa nueva abrochada hasta el último botón y ese pantalón almidonado, Ramis estaba raro. Es lo que tiene salir de Gorroperdido, se arregla uno un poco, tanto que hasta parece otro. “Cómo se te ha ocurrido traer al niño a este sitio”. “Es lo menos, Felipe… de no haber sido por ti, ahora estaríamos todos llorando”. He mirado al chiquillo que, tímido, no sabía qué decir. “Bueno, bah, no tiene importancia”. Ramis ha abierto una bolsa. Quesos del terreno. Pan de huerta. Y vino. “Qué bueno, con el hambre que se pasa aquí, porque no me gusta de nada… “. “…esconde eso, que no te lo vean las enfermeras”, ha dicho Berta. “¿Por qué? Está mal de la cadera, no del estómago”. Qué pinta tenía todo. Me han sacudido los jugos gástricos. Ramis ha sacado la navaja, ha cortado el pan en rodajas. Migas sobre las sábanas. En el sueño, me he pellizcado para asegurarme de que estaba despierto.
Pero sí, luego ha pasado que hoy me acaban de dar el alta. Y también ha venido a verme Ramis con su nieto. Y sorprendentemente ha traído de Gorroperdido una bolsa llena de quesos, pan crujiente y una botella de vino. Cómo no, Berta ha dicho alarmada: “Esconde eso, que no te lo vean las enfermeras”. Con la boca llena, me he pellizcado. “Qúe te pasa, Felipe”. A veces los sueños tienen eso, que cruzan la barrera y confluyen. “Gracias, Ramis, por el detallazo”. Y Ramis, que no sabe guardar un secreto, ha hecho un gesto con la mano: “Pues no sabes la que te hemos preparado cuando vuelvas al pueblo”. En esas, el niño, que se ha hecho con el mando a distancia de la tele, ha apretado un botón, y ha entrado como un cañón el sonido de un video con una vieja canción de los Beatles(*), no sé cuál, pero es bonita, venía al pelo, hasta que Berta, que es muy mirada, ha bajado el volumen porque “vamos a molestar a las otras habitaciones, hay más enfermos y nos van a llamar la atención…”.
Pero sí, luego ha pasado que hoy me acaban de dar el alta. Y también ha venido a verme Ramis con su nieto. Y sorprendentemente ha traído de Gorroperdido una bolsa llena de quesos, pan crujiente y una botella de vino. Cómo no, Berta ha dicho alarmada: “Esconde eso, que no te lo vean las enfermeras”. Con la boca llena, me he pellizcado. “Qúe te pasa, Felipe”. A veces los sueños tienen eso, que cruzan la barrera y confluyen. “Gracias, Ramis, por el detallazo”. Y Ramis, que no sabe guardar un secreto, ha hecho un gesto con la mano: “Pues no sabes la que te hemos preparado cuando vuelvas al pueblo”. En esas, el niño, que se ha hecho con el mando a distancia de la tele, ha apretado un botón, y ha entrado como un cañón el sonido de un video con una vieja canción de los Beatles(*), no sé cuál, pero es bonita, venía al pelo, hasta que Berta, que es muy mirada, ha bajado el volumen porque “vamos a molestar a las otras habitaciones, hay más enfermos y nos van a llamar la atención…”.
(*)Here, there and everywhere.
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