domingo, 20 de marzo de 2011

A veces pasan cosas


LUNES

Hoy he soñado con Romero. Hace más de treinta años que no lo veo y no sé nada de él. En mi sueño estaba igual el tío. Jovencito, con melena y greñas. Y yo aquí, haciéndome mayor. Él vestía traje y corbata. Le he preguntado si trabajaba por fin en el Banco Lorines. Y resulta que es el Director. Yo le llevaba mi nómina y la escritura del piso. Y he apelado a nuestra vieja amistad. Ni con ésas. El cabrón no me ha dado el préstamo.

Después del desayuno, he acudido a la tienda. Sí, ya sé que es Lunes, y tras un fin de semana, no voy a vender mucha artesanía autóctona hecha en China, en este pueblecito amurallado del interior de nombre Gorroperdido. Porque aquí hay que venir adrede. Aún así, aparecen algunos curiosos. Entran. Miran. Preguntan. Se quedan pensando. Y dicen que se lo seguirán pensando. Para aparentar mayor interés, incluso me piden una tarjeta. Al final del día he realizado dos ventas.

MARTES

Hoy he soñado que paseaba por el centro de Mardebé y las calles estaban vacías. Qué extraño. No hay nadie con la de gente que siempre pasa a estas horas. Por qué será eso. Enseguida lo he entendido. Un gigantesco león pululaba a sus anchas por la acera. Delante de mí se ha comido a dentelladas a un pobre desgraciado al que no le ha dado tiempo ni para pedir socorro. Entonces me ha visto. Y yo no encontraba la llave. El que la llave de mi piso en Gorroperdido abra una puerta en Mardebé sólo se entiende si estoy inmerso en un sueño. El animal ha venido hacia mí al trote. Rugiendo. Justo entonces he girado la llave. Me he librado por los pelos. Ha rascado con sus zarpas la puerta del patio cuando yo cerraba de un portazo. Casi me meo. Pero de verdad.

Después del desayuno, a la tienda. Lo normal. El Martes tampoco se anima el asunto. Es que ni entran. Miran por el escaparate. Se quedan pensando. No sirve de nada que salga con toda la simpatía que me cabe encima y les pregunte si les puedo ayudar en algo. Al final del día he conseguido una venta. Y gracias.

MIÉRCOLES

Hoy he soñado que tenía dos casas. Por fin. Una, la de toda la vida, pero un poco mejorada. Recién pintada. Con los ventanales más amplios que daban a un parque que no existe. La otra, para los fines de semana. Un poco más pequeña, pero muy cómoda. Tenía que arreglarme la cocina y el cuarto de baño poco a poco. Estaba en mi nuevo refugio muy a gusto. La pena era cuando, llegaba el temido Domingo por la noche, tenía que recoger mis cuatro cosas; y regresar, bajando dos pisos en el mismo edificio, a mi casa de siempre.

Después del desayuno, a la tienda. Como de costumbre. Hoy huele un poco ya a fin de semana. Porque han caído cuatro gotas. Y cuando suele llover casi siempre es Sábado. Hay que relimpiar un poco los cristales por lo de las salpicaduras. Han venido Ramis y Galio. Pienso que me espantan a la clientela. Pero en realidad me hacen compañía. Los dos han empezado con la cantinela de que Gorroperdido se está convirtiendo en un pueblo de viejos. Qué va. A qué santo. Eso lo dicen por ellos que están jubilados y pasan de los setenta. Cuando se han marchado, al bar, a por una cerveza, Ramis me ha preguntado: “¿Cuántos años tiene la canción esa que suena ahora?”. ¿Cuál? ¿La de “Grease”? Le he enviado directamente a tomar por saco. Qué tendrá que ver.

JUEVES

Hoy he soñado que estaba de viaje organizado. El Hotel donde arribábamos la primera jornada era un gran barracón. Y el recepcionista nos asignaba camas, no habitaciones. Pero eso era normal. Había un gran revuelo. Colas y maletas en espera. Muchas camas estaban aún ocupadas, por lo que no nos podían dar la llave, ya que “no estaba arreglada”. A mí me han dado una cama doble. Los demás han protestado, y ése por qué tiene tanta suerte. Yo no estaba contento. El cuarto de baño, común para todo el barracón y todo el autobús entero, quedaba justo en la otra punta. Otros sitios, como Gorroperdido, están mucho mejor preparados y no los visita tanta gente.

Hoy no he desayunado. No me encontraba muy allá. Pero sí que he ido a la tienda. Y menos mal, porque ha llamado mi hermano Fede. Hacía la tira que no hablo con él. Me ha contado que se vuelve a Tondon. Sí, ya estuvo allí. Pero de lo contentos que quedaron con él, lo han vuelto a llamar. Qué lujazo. Un científico de Gorroperdido en Tondon. Me ha contado con pelos y señales cuándo, por cuánto tiempo y dónde exactamente se va. Al cabo de un rato me ha preguntado: “Bueno… ¿y tú?”. Yo acabo enseguida: “…pues igual que siempre, aquí nunca pasa nada”.

VIERNES

Hoy he soñado que Macozo me anunciaba que vendía la tienda. Todo el mundo cree que porque yo me paso la vida aquí el negocio y el local es mío. Pues no. Ni lo uno ni lo otro. Es de él. Y antes que a mí se la vendía a un chino. Pero, hombre, Macozo… ¿tú te lo has pensado bien? Me ha abierto el libro de cuentas. “Me cuesta dinero la tienda, no saco ni para pagarte, me cuesta dinero…”. Ha entrado acompañado del chino, que era como Macozo, pero con los ojillos rasgados. “¡Macozo, coño, no vendas!”. El “coño” y el “no vendas” se ve que lo he dicho de verdad, en voz alta y clara.

Hoy para desayunar, sólo infusión. He salido hacia la tienda. De camino, el nieto de Ramis, con la mochila al hombro andaba hacia el cole. No sé cómo se llama el chiquillo, pero tiene toda su cara. Con la punta del pie le daba a una botella de plástico tirada en el suelo. Tiene buen toque. Él vería un balón en vez de la botella. Ha chutado con fuerza. El balón o la botella casi me da en el cogote. Ha quedado en medio de la calle. En el cruce. El niño ha bajado de la acera. Para rematar a gol. No ha visto el coche que reculaba. Yo sí. Todo en un segundo. He gritado para advertirle. Me he puesto en medio porque me creía con fuerza suficiente para parar un tanque si hubiera hecho falta. Le he empujado. Mochila por un lado, niño por otro. Pero a salvo. Un golpe seco. Un crujido. Gritos de Ramis. Yo en el suelo. Me duele, cielos, me duele. Voces. ¡Pero, hombre! ¿Qué no me ha visto? Intento incorporarme. No puedo. Se agacha Ramis. Maldice. No te preocupes, no intentes moverte, enseguida llamamos a la ambulancia. El nieto está bien. Llora, pero es por el susto. Y yo pregunto, ¿ha sido gol? Me cuesta respirar. Pero pienso. Ya tengo algo para contarle a Fede cuando me llame. "Fede, he salvado a un niño". Aunque parezca que no, aquí, de vez en cuando, a veces pasan cosas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario