domingo, 10 de abril de 2011

Lo que nos unía, lo que nos separa

I
Terraza del café Liberto. Mes de Julio. Chicharras. Cae la tarde. Y se levantan los mosquitos. Por fin se mueve un poco de aire que refresca el ambiente. Se respira. Sentados en las sillas de plástico inyectado. Amodorrados. Las gafas de sol cubren las ojeras. Los botellines topacio de cerveza vacíos. Suspira Horacio. Bosteza Narciso. Estira los brazos. “Ostia, nano… no me lo puedo creer… hace cuatro días, como quien dice, empezamos y hoy hemos acabado el último examen…”. “… pues créetelo. A mí no se me ha hecho tan corto…; que han pasado cinco añitos, tío, que hemos tenido nuestros ratos muy jodidos, que un montón de gente se ha quedado por el camino… ”. “Es que casi casi ya lo tenemos, en cuanto salgan las notas… yo ahora me pienso pasar un verano de puta madre… no voy a dar ni golpe….”. “…sí, hay que aprovechar, no creo que tengamos otro como éste, se nos acaba una etapa”. “Señor licenciado, con el título en la mano, ¿usted tiene idea de algo?”. “¿Yo? Ni pajolera”. “Un trago para celebrarlo”. “¡Venga!”.

II
Terraza del café Liberto. Mes de Octubre. El sol cada vez tiene más prisa por esconderse. El viento levanta algunas hojas secas. Hace fresco. Sentados en las sillas de plástico inyectado. Los focos del local proyectan destellos sobre los quintos de cerveza. Horacio todavía mantiene el bronceado del verano que ha terminado. Narciso sigue tan blanco como la porcelana. “La entrevista, un cague, nano”. “Yo tampoco he salido muy contento de la mía”. “Mientras me dicen lo que sea, yo no pienso quedarme en casa, voy a hacer inglés, alemán o chino, me da igual”. “Yo voy a seguir enviando currículums… pero ya fuera de Mardebé”. “¿Cómo se llama la empresa donde has ido tú…?”. “Xenak… ¿y la que te ha visto a ti?”. “Rotom”. Segundos de silencio. “Vámonos para dentro, que aquí ya no se puede estar”.

III
Terraza del café Liberto. Mes de Diciembre. Día nublado, frío y húmedo. Las sillas de plástico inyectado están apiladas, sucias, cubiertas de polvo, arrimadas en la pared. Brazos arriba, señal de victoria. “¡Nano, me han cogido!”. “¡Joder, qué bien, yo también empezaré el Miércoles!”. Horacio y Narciso se abrazan y se palmotean las espaldas, PLOF, PLOF, PLOF. “Desde luego, lo que nos está pasando a nosotros es de privilegiados…”. “…con la que está cayendo, la de peña que está tirada en la calle buscando sin encontrar, trabajando en cualquier cosa, por no hablar de los que se han tenido que ir al quinto pino…”. Están radiantes. “¿En qué nos gastamos la primera paga?”. “Vamos dentro a por un calentito, hay que hablarlo. En un fiestón que te cagas”.

IV
Terraza del café Liberto. Mes de Abril. Flota en el ambiente polen de plátano de sombra. Congestión para los alérgicos. No queda ni una silla de plástico inyectado libre. Horacio viene calle abajo. Va departiendo con otra persona. Narciso es el copiloto que baja de un vehículo que acaba de aparcar. Trajeados. Casi irreconocibles. Imposible que los cuatro no se crucen y se detengan. “Hola”. “Hola”. De entrada, fríos. “Qué tal”. “Aquí estamos”. “Andamos con un poco de prisa”. “Nosotros también”. “Bueno, me alegro de verte”. “Y yo. Que vaya bien”. Y cada uno sigue al frente, con su interlocutor. Le preguntan a Horacio: “¿Lo conoces?”. “Bueno sí, estudió conmigo”. “…esos tíos son de Xenak: muy peligrosos”. Veinte metros más allá, le preguntan a Narciso: “¿Conocías a ése?”. “Un compañero de facultad… pero hace mucho que no lo veía”. “…ésos, ésos son de Rotom… lo peor de lo peor”. Los dos están convencidos de que ninguno va a echar la vista atrás. Por eso Horacio y Narciso se giran. Sus miradas se encuentran. Y se mantienen por dos segundos. Algo les entra en los ojos. Será el polen. Luego, lentamente, vuelven la cabeza al frente y murmuran a la vez a sus respectivos acompañantes: “sí, sí… ¡menudos cabrones!”.

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