domingo, 5 de septiembre de 2010

PA...CO

I
Encima, encima de que la redacción que nos ha puesto es muy difícil, nos la pide de hoy para mañana. Todo el mundo ha protestado, pero no ha servido de nada. A María, la profe, eso le da igual. Lo que quiere es fastidiarnos. Ahora tengo que escribir sobre alguien que destaque por algo. Vale cualquiera. Pero no tiene que ser un personaje inventado. Enseguida, Raúl y Jorge se han puesto de acuerdo entre ellos. Uno hablará del padre del otro. Vaya morro tienen. El padre de Raúl es director del Banco Ilusión. Y el de Jorge es médico. Como casi siempre, yo me quedo fuera. Se van a acordar, desde luego yo pienso quejarme, porque el tema es “alguien fuera de lo común”, y no “el padre de mi amigo”... ¡Jopé, a mí no se me ocurre nadie...!

II
Mientras volvía a casa, me he cruzado con Paco, el del bar La Perla, que estaba barriendo el suelo de las mesas que tiene en la calle. Este hombre siempre que me ve, me saluda: “¡Andresillo, pero cómo es eso, qué serio te veo!”. Sí, claro, ha notado que hoy vengo un poco cabreado, porque yo no sé disimular. “Si a ti te hubieran puesto un deber chungo para mañana, tampoco estarías muy contento…”. “Chico, no será para tanto…”. “No, no poco… tengo que escribir sobre alguien real y aún no sé ni sobre quién…”. “¿Sólo eso? ¡Escribe sobre mí y verás qué bien quedas, hombre!”. Me ha dado la risa. “¡Ja!”. Este Paco, tiene unas cosas que ya le valen, ya… Cuando he ido a contestarle, me he tapado la boca, y he callado a tiempo. Iba a decirle: ”Paco, que tú no me sirves: eres muy normalito”.

III
Pero es que mi madre, que me acaba de poner la merienda, también ha empezado: “Huy, a mí me parece que escribir sobre Paco es una buena idea”. Estarás de broma, mamá. Y ha seguido: “…con lo que ha viajado ese hombre…”. ¿Ese tío tan parado? Anda ya. “…qué buena persona es, qué trabajador…”. “¿Entonces…?”. Bueno, vale, estoy convencido. Cojo la libreta, preparo un cuestionario y me bajo a La Perla. No respondo de cómo me quede después la redacción. Aceptamos ostra. Como animal sorprendente.

IV
A mí siempre me da cosa el letrero ese que pone en la entrada de La Perla, “prohibida la entrada a menores de 16 años”. Porque aún me faltan tres y pico. A ver si por mi culpa, entra un guardia y le pone una multa a Paco. “Si eso pasa, vamos a medias”. Me guiña un ojo. Será un tic. Me aúpo en el taburete y me apoyo en la barra del bar, Paco la limpia con un paño, me pone un trina, “…no, Paco, gracias, no quiero nada…”. “Chist, no vas a pasar sed mientras trabajas”. Así, empiezo la redacción con mi mejor letra… “El hombre de quien voy a hablar regenta desde hace muchos años el magnífico restaurante La Perla, situado en el casco antiguo de Siraiñe. Él viene de muy lejos”. No está mal este principio. Punto y seguido.

V
En La Perla entra un individuo con ropa sucia y zapatos rotos. Mira alrededor del bar. Va a pedir limosna. “...para comer”. Paco le propone: si quiere un bocadillo, se lo prepara. El señor le dice que sí y le da las gracias. Ras, ras, abre una barra de pan; y la rellena con embutido que tiene en la vitrina de la barra. Se lo sirve en un plato, con una botella grande de agua y un vaso. El hombre no espera y da un gran bocado. Yo no había visto nunca un hambre así, desde tan cerca.

VI
Ahora ha llegado una pareja de turistas. Pregunta si hay mesa para cenar. ¡Pero si es prontísimo, yo acabo de merendar! Bueno, es que éstos son guiris, y es su horario europeo. Resulta que Paco habla guirilandio por los codos, como ellos. Chapurrea su idioma como una metralleta. Y, libretita en mano, les toma nota. Cuando vuelve hacia la mini cocina, con una sonrisa, avisa a Emma, que aguarda dentro las órdenes del capitán. No hay nada imposible en La Perla. Pidan lo que pidan, la carne más tierna o el pescado más fresco, Paco lo tiene. Abre su arcón mágico, que parece una chistera, y de dentro saca lo más inimaginable y lo más selecto. Yo le pregunto, ¿dónde aprendiste a hablar así? Y Paco me contesta riendo, “…todavía no he aprendido…”.

VII
Y si en la cocina veo que La Perla se defiende bien, por lo que todos conocen de verdad a Paco es por su té frío. Un señor llamado Aurelio, “el inventor”, se habrá llevado por lo menos seis botellas. Las tendría encargadas. Mis padres también, más de una vez, me piden que les traiga té de La Perla. De qué exótico lugar traes el té, Paco. Quién te enseñó a prepararlo así. Cuál es el secreto de este éxito. Me ha puesto un vasito para que lo pruebe. No, yo no quiero, de verdad. “No me vas a creer, Andresillo”, confiesa, “a mí no me gusta nada el té que preparo, lo detesto y me sienta fatal”. Pues no, no te creo, Paco. Y él insiste: “…es que yo soy como el maestro pizzero, hijo, que de tanto preparar pizzas acaba odiando la mozzarella…”.

VIII
Pasa la tarde y algunos clientes habituales de la Perla ya van desfilando. Paco enciende las luces del local y las de la calle. Yo voy a terminar ya, que se está haciendo de noche y me estarán esperando en casa con la cena puesta. Cierro mi cuaderno, con los apuntes que tengo hay material suficiente para completar mi redacción. “Paco, me marcho; gracias por todo, esto me quedará bastante bien”. “¡Espera, chico, espera un minuto, que te faltan aún algunos detalles importantes…!”. Él se acerca a mi oído y me dice, más o menos: “En realidad no me llamo Paco, sino Palitrodomico. En mi idioma nativo significa ‘persona sorprendente’. Paco queda más corto, claro, y es más fácil para todo el mundo. Procedo de la tierra de las Jandinas, donde habitábamos los cebroides desde hace muchos siglos. No sé si habías oído hablar de nosotros antes. Nos caracterizamos por tener toda la piel a rayas negras y blancas. Como las cebras y los presos, je, je. Por qué te crees que voy con camisas de manga y pantalón largo, con la que cae… Mira, mira: las franjas de gondolero que tengo en mi brazo. No, no son tatuajes. Son naturales, son bien mías. Yo, Palitrodomico, soy un humano cebroide. Me tapo porque por experiencia sé que aquí se juzga a las personas por lo que parecemos, no por lo que somos. Y, por desgracia, un cebroide no está bien visto en estas latitudes. Como si fuéramos bichos raros. Emma y yo nos conocimos hace muchos años en Tondon City, donde estudiábamos Gastronomía Universal. Allí la gente no se fija tanto en si uno tiene la piel lisa o estampada. Ella viene de una buena familia de Mardebé. Pero no les vino muy bien aceptar que salía con un cebroide. Qué va. Les sentó fatal. Por eso, hace un montón de años, pasamos de todos, nos vinimos aquí a Siraiñe y decidimos abrir La Perla…”.

IX
No sé en qué parte de la historia me he perdido. Suena la voz de Emma desde la cocina. “¡Pacooo! Deja ya de contarle batallitas al muchacho que se le hace tarde…”. Y Paco, Palitrodo…no se qué o como se llame, me guiña un ojo. Será un tic. Emma sale. Él va a su encuentro. Y se cogen de la mano. Esto debería parecerme una cursilada y una ñoñería. Pero no. Me toca la fibra sensible y aunque quiero evitarlo mirando para otra parte, se me pone la carne de gallina. Tengo que ser capaz de bordar la redacción que voy a escribir. Tengo que contarlo bien para que María, la profe, cuando lea la historia de este señor con rayas, deje de lado a los médicos y banqueros de toda la vida, y reconozca, como yo, que este Paco es además de una persona sorprendente, un tipo entrañable.

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