domingo, 19 de septiembre de 2010

EL ÚLTIMO RELATO

I
Aquí estoy. Como una boba embobada. Sentada en esta silla que me destroza la espalda. De cara a la ventana del patio, donde me distraigo con el paso de una mosca. Gracia me hace que, para lo sorda que estoy, el ladrido del perrito de la vecina sí que lo oigo, sí, y se me clava en el tímpano. Es que soy una sorda selectiva. Aquí estoy, intentando concentrarme, aunque lo tengo un poco difícil. Empuñando con mi mano diestra, todavía firme, mi fiel bic “M4 Patentado”, que después de mucho recorrido sigue dando un trazo suave y continuo. Estreno libreta como las de siempre: gusanillo, tamaño cuartilla, de una raya. Y me dispongo a escribir, antes de que se terminen borrando todos los recuerdos acumulados, el que mucho me temo será mi último relato.

Hace cinco minutos que se acaba de ir mi nieta Angélica, la pequeña de Mari. Cuando toca el timbre, lo funde, llama a rebato. Dice que es porque no lo oigo. Y yo le contesto que no abro más rápido porque no estoy detrás de la puerta, y porque me cuesta moverme y ando muy despacio. Ella es la que más viene a verme. Ahora se ha dejado el pelo muy corto. Porque hace calor. Yo paso lista y le pregunto por hermanos, padres, primos y tíos, uno a uno. No me dejo a nadie. Todos están bien. De lo que más me alegro. Le ofrezco un café con leche. No le apetece. Coca cola. Tampoco. Algo, lo que sea. La cocina es grande y hay de casi todo. Aquí se guisaba para siete. Acaba subrayando que no quiere nada. Y me da las gracias. Enseguida se nos acaban los temas y nos quedamos en silencio. “…a medida que vas creciendo, me recuerdas cada vez más a mi hermana Mercedes, que en gloria esté…”. Sí, ya sé que se lo he dicho muchas veces. Pero es la verdad. Tiene su perfil, desde la nariz bajando por la barbilla hasta el cuello, y su mirada limpia con esos ojos tan claros. “La próxima vez que vengas, habré buscado una foto suya y te la enseñaré. Me darás la razón”. Angélica se queda asombrada por la potencia de los ladridos que se escuchan a través de la pared medianera. Caray con el perrito de la vecina. Huy, eso no es nada. Por la noche da conciertos de rock. Ella se ríe. Pronto se levanta para despedirse. Le envío recuerdos para todos. Y un segundo antes de que abra la puerta para marcharse, rebusco en mi bolso, saco un billete de veinte euros, y se lo pongo en la mano. Es lo menos que merece la nieta que más viene a verme.

II
Aquí estoy. Embobada. Sentada. Con dolor de espalda. Cara a la ventana. Sorda según para qué. Los ladridos los oigo. Pensaba que ya tenía escritas algunas frases del que seguramente va a ser mi último relato. Pero después de rebuscar en los cajones entre montones de papeles y fotos me he convencido de que no; no tengo nada. Por eso aquí estoy, empezando. Utilizando este boli… este boli… ahora no me sale la marca, pero es de los que van bien. Estreno libreta. Voy a intentar atrapar mis pensamientos con tinta azul antes de que se esfumen.

Ella ha llamado al timbre varias veces. No he podido disimular mi enfado: “¿Pero tú no llevabas llave? Ya estaba yo de los nervios, muy preocupada, a punto de salir a buscarte. ¿Y éstas son horas de aparecer? ¿Se puede saber dónde te habías metido? ¡Anda, entra, y vamos a la cocina, que como llegue ahora la madre y vea que no tenemos la comida a punto, nos va a poner a caer de un burro…!”. Mercedes me ha mirado toda espantada y ha dicho: “¡Abuela, abuela, que soy yo…!”. Eso, para bromitas estoy. “Mira Mercedes, Mercedes… no me cabrees más, que te estás ganando hoy un sopapo bien dado…”. He sacado la cazuela grande. Somos siete, van a venir todos con hambre canina y todo por preparar aún. Y el gran sofocón ha venido cuando, al abrir la puerta de la despensa, dentro no había nada. ¡Estaba vacía! Casi me da un síncope. He pegado un grito. Pero aquí no valen gritos ni lamentos. Había que actuar rápido: “¡Mercedes, corre, ve a la tienda de Reme, y aunque esté cerrada, llama, que ellos están dentro, y diles que te envío yo, y te traes dos paquetes de arroz, y un bote de tomate frito, que ya iré mañana a pagarles…!”. La he empujado hacia la puerta, y ella, erre que erre: “pero abuela, por favor, que soy Angélica…”. ¿Será posible? Hoy ha sido el día que casi le pego. Pero la alegría de ver a mi hermanita del alma, después de tanto pensar, angustiarme y padecer, le habrá pasado algo, no sé nada de ella… esa alegría puede con todo. Ahora, a esperar que vuelva enseguida con el arroz. Ya me ocuparé yo de madre si llega antes, y le contaré con tiento que alguien ha entrado en nuestra cocina y nos ha saqueado la despensa y por eso no estará la comida a punto. Y ella me reñirá: “¡Ay, Paquita, Paquita, que tú vives en las nubes y se te ha ido el santo al cielo…” Y yo le contestaré algo que le caiga bien, porque con madre, como siempre, yo me apaño.

III
Aporreaban la puerta y machacaban el timbre a la vez (…) ¡Voy, voy, ya voy...! (…) Bah, me he asomado por la mirilla y era una chiquilla. La he mirado. De arriba abajo. “¡Abuelaaaa, abre, que soy yo!”. No. No sé quién es. “¡Soy An-gé-li-ca!”. Yo no la conozco de nada. Y no voy a abrir a desconocidos. (…) Me he vuelto hacia el interior de la casa, aunque esa niña ha seguido llamando. Ya se cansará. Pobre, se cree que soy su abuela.(…). Bueno, aquí estoy. (…) Y me duele todo. (…). El caso es que yo iba a hacer algo. (…) Pero se me ha ido de la cabeza. Por eso lo anoto todo. Para que no se me olvide (...) ¿Qué hacen aquí todos estos papelotes revueltos? La mesa está hecha un desastre. Menudos garabatos. Quién los habrá hecho (…) Fuera ladran. El caso es que yo iba a hacer algo importante (…) Pero no sé qué era (…) Me sentaré cara a la ventana hasta que me acuerde otra vez (…) ¿Acordarme?, ¿De qué?

1 comentario:

  1. Uf, un relato muy duro.
    Desde el principio me atrapó. Me gustó mucho la historia y tu forma de escribirlo.
    Un saludo. Iria L.

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