domingo, 31 de enero de 2016

Me va a venir bien

19 DE MARZO a las ocho.
A las ocho en punto, a Analía le ha asustado el ruido seco, desencajante de los primeros masclets y los “trons de bac”. Como si los tuviera debajo de la ventana. Los cristales vibran y, si sigue esa explosión de decibelios, lo mismo hasta revienta alguno. “…la despertá”, ha pensado. Pero ella ya hace horas que no duerme. “…podrían haber tenido un poco más de miramiento y haber empezado más abajo”, reniega. Por detrás de la persiana entrabierta asciende el humo de la pólvora. La intensidad de los petardazos se va poco a poco amortiguando y disipando. Mezclada con la traca surge con fuerza la banda de música, a ritmo de Paquito el Chocolatero. La piel de gallina. Es el día que es. Hoy, en Mardebé, lo queman todo. Y mañana vuelven a empezar, resurgen de sus cenizas. Se abre la puerta de la habitación. “¡Fiesta, fiesta!”.  Es la auxiliar de la cocina, que viene a recoger la bandeja. Está sin tocar. “…pero mujer, ¿no has querido nada? ¿así cómo te vas a poner bien? (…) Venga, bébete aunque sea el zumo… voy a recoger el resto de habitaciones y luego más tarde me paso”. Analía no contesta. Mientras, los compases de chocopaquito, pom-pom-pón, pom-pom-pón, se pierden rebotando en las fachadas colindantes.
 
19 DE MARZO a las diez.
Son las diez. La luz del sol inunda ya la habitación. En el pasillo, van y vienen voces. Se abre la puerta. “¿Se puedeeee?”. Como cada mañana, ya está ahí su hermana Geles. Pero… auauuuuhhhh, hoy no viene sola. Ahí sí que sí.  Le han dado. Es, ella, es Ariadna. Vestida con el traje de fallera. Madre mía. Hija mía. ¿No quedamos en que…? Analía se lleva las manos a la cara. La mira. La remira. Está preciosa. No parece que tenga sólo diez años. Está…. Está guapísima. Se abraza a ella. Geles le advierte: “¡…eh, eh, cuidado con los moños!”. Permanecen así unos segundos. Unos segundos que parecen una eternidad. Luego aterrizan suavemente en la realidad, repara en que la bandeja está intacta, y antes de recibir una regañina, Analía, aún con la emoción en la garganta, le pide: “acércame la mesita, por favor, que sí que quiero, que tengo que desayunar”.
* * * * *

CATORCE DÍAS ANTES
“¡Ariadna, por favor, estáte quieta, que así no puedo abrocharte!”. La niña se queja. “¡Tía Geles, que me aprieta mucho, me haces daño!”. La tía se desespera. “¡No, no y tres veces no!”. Desiste. “No te cabe”. Cómo que no. Le habían tomado medidas en octubre. Se lo habían hecho más grande. Tiene que caber. La mamá ha de verla con el traje puesto. Se muerde los labios. “…te has ensanchado”, concluye la tía Geles. “…dilo claro: quieres decir que estoy más gorda, tía”. “no, no, quiero decir que te has ensanchado”. “Prueba otra vez, tía”. “…no, no hay manera, señorita Escarlata…”. Ariadna no entiende la retranca. Le tiemblan los labios. Frente al espejo, aprieta los puños. “…en dos semanas, tía, voy a adelgazar… me va a venir bien… ya lo verás… te lo digo yo que sí”. Sin haber visto ni saber nada de la épica película, sólo le ha faltado poner a Dios por testigo. De nada le vale a la tía Geles decir que no se ponga así, que no pasa nada, que es normal que crezca, normal que se estire y normal que el traje de fallera (con el dineral que vale) se le haya quedado pequeño. Por si no hubiera quedado bastante claro, Ariadna subraya: “ME VA A VENIR BIEN”.

TRECE DÍAS ANTES
El tete se lo había dicho. Que debajo de la cama estaba la báscula para cuando ella quisiera. Entra sin llamar en la habitación. Se agacha. Estira el brazo. Comprueba. El punto de partida. Al tete se le escapa una media sonrisa. “No es como se empieza”, le ha dicho ella tapándole la boca, “es como se acaba”.
 
DOCE DÍAS ANTES
Para qué  habrás hecho la tarta, tía Geles. Para qué. De chocolate con nata. A la hora de repartir los trozos, se le queda mirando. Ariadna hace como que tiene una cremallera en la boca. Dice no. “Venga va, un poquito solo”, insiste. Esto no es negociable. Además, la pinta es más que espectacular. El plato delante. Ariadna cede. Ariadna al ataque. Primero vienen dos segundos, un pispás, de deleite. Después, dos horas de arrepentimiento.

ONCE DÍAS ANTES  
Enri el patitas. Es un gamo. El que más corre de toda la clase, con diferencia. Están en el patio en la clase de Educación Física. Él le explica. Lo importante es coger ritmo, respirar. Ordenar a las piernas que te sigan. Ahí están en chándal. Le han pedido permiso al profesor para que, en vez de jugar al basquet como los demás, ellos puedan correr y dar vueltas al campo. Ella se mentaliza. Es fácil. “Imagina que te sujetas a una cuerda y que yo tiro de ti… tú sólo cógete bien y sígueme”. Ahí empiezan. Al trote. Pronto a ella le falla el resuello. Le suben los coloretes. El patitas la anima. No, no puede. “¡…cógete de la cuerda, Ariadna!”.  Ella, sin resuello, aprieta los nudillos, “ya me cojo, ya, pero es que se estira y se estira y se acaba rompiendo!”.

DIEZ DÍAS ANTES 
 “Tete… ¿tú estás seguro de que esta báscula va bien?”.  

NUEVE DÍAS ANTES 
Ariadna tiene llave, pero desde hace poco. Va directa. Al ascensor. Una vez dentro, apunta con el botón. A apretar el cuarto. Bueno, no. Se frena. Dilema. Viene casi muerta. Qué hace. Sale y sube, escalón a escalón. O hace la vista gorda por una vez. Se mira el cinturón. Le duele todo. Cierra los ojos y aprieta el botón. Ro-ro-ro-ro, el motor gira y asciende planta por planta. Remordimientos. Le asaltan. Cuando llega al rellano. Se detiene. Ahora que ya está arriba, no va a bajar otra vez, no. En vez de eso, enfila hacia la terraza. Hacia la sala de máquinas. Está cerrado. Huele a humedad, a grasa. Enciende una luz. Mira interruptores. Mira cables. No se lo piensa. Se juega un cortocircuito. Arranca uno. PLOOOOOFFFFF. Se apaga todo. Ahora está roto. Roto para mucho tiempo. No tendrá de momento el dilema de si sube con el ascensor o por las escaleras. Y sale de allí silbando antes de que nadie sospeche que ha sido ella.

OCHO DÍAS ANTES  
Cuando la tía Geles le ha dicho, “ven para acá, que quiero hablar contigo”, Ariadna ha barruntado tormenta. Uffff. Eso era poco. Le ha caído la del pulpo. Ya está bien de tonterías. Ya está bien de no comer. De hacer como que sí, pero ser que no. Punto. “Y que no me entere yo, porque entonces, señorita, entonces la vamos a liar”. A Ariadna le brillan los ojos. Al borde de la lágrima. Esto, esto, piensa, con la mamá no habría pasado.

SIETE DÍAS ANTES 
La tía Geles ha llegado muy cansada, y ha dicho que lo siente, que no se preocupe, que tal y como le prometió, se probará el traje, pero otro día. Ariadna se pone de morros por eso. Al darse las buenas noches, la tía Geles le reclama un beso y una sonrisa. Ariadna concede. Lo que la tía está peleando por ellos se merece el cielo, por lo menos, y ella sólo está pidiendo a cambio un beso y una sonrisa.

SEIS DÍAS ANTES
El portazo que Ariadna ha dado en la habitación de su hermano se habrá escuchado en toda la finca, y probablemente en la calle entera. No era posible, no era posible. La báscula siempre señalaba dolorosamente lo mismo. Aquellas risitas, ji-ji-ji, le dieron la pista. Hoy Ariadna ha descubierto que la báscula estaba trucada. Primero ha hecho como si nada, luego, zasssss, le ha propinado una patada en los mismísimos. Si quisiera, el tete, podría cenar hoy tortilla, hecha con los huevos de sus propios cataplines.
 
CINCO DÍAS ANTES  
“Un poquito solo”. La tarta de hoy es de queso. Ariadna ha dicho sí. Un segundo de deleite. Y ni medio de arrepentimiento. Con todo lo que lleva trabajado, si esa pequeña ración supone que el traje, que por cierto, aún se tiene que probar, no le va a caber; es que todo el esfuerzo que ha ido haciendo no ha servía desde el principio absolutamente para nada.
 
CUATRO DÍAS ANTES  
Último día de cole. Hoy, cole sin clase. A partir de hoy, vacaciones  falleras. El profe de Educación Física se preocupa de confiscar los petardos que los niños llevan escondidos en sus mochilas. “¡Pequeños incendiarios!”, les llama. Ahora reparten chocolate y buñuelos. Algunas camisetas nunca volverán a ser lo que fueron. Ajenos al bullicio y a la traca, Enri el patitas y ella, siguen dando vueltas al campo de basquet. Ahora sí que sí. La cuerda invisible que los une se tensa pero no se rompe. Y a veces, es Ariadna quien tira de ella, y es Enri, quien a duras penas va detrás siguiéndola, con la lengua fuera.

TRES DÍAS ANTES  
Al entrar en el rellano, Ariadna advierte que hay una nota en el tablón de la escalera. La lee en voz alta. “El ascensor ha sufrido un sabotaje. La reparación asciende a trescientas mil pesetas, ya que se requiere cambio completo del motor. Se procede a recaudar una derrama a partes iguales entre los vecinos. Firmado el Administrador”.  Le recorre un escalofrío. Lo quería escacharrar, sí, pero no tanto. Antes de empezar por el primer escalón, mira hacia la puerta metálica. El letrero “NO FUNCIONA” sigue ahí pegado con cinta.

DOS DÍAS ANTES  
La tía Geles está llegando a casa todavía más tarde. La culpa, dice, es de las calles que casi todas están cortadas, con una Falla en medio, o con una carpa de Casal. Tía y sobrina se miran. Mientras se deja caer derrumbada en el sofá, le asegura: “…de mañana no pasa”. Ariadna asiente. De mañana, desde luego, no puede pasar.

UN DÍA ANTES
Ariadna y su tía se encierran en el dormitorio principal. Se escuchan algunos gritos. Algunas voces. El tete trata de saber qué es lo que pasa ahí dentro. ¿Estarán matando a alguien? Entreabre la puerta, se asoma, y al segundo, lo echan con cajas destempladas: “¡Largoooo de aquíiiii!”.

19 DE MARZO, a las seis de la mañana.
Qué frío y qué relente en la madrugada. Y qué descanso para los oídos no escuchar el eco de la explosión de algún masclet. Bajo las luces de las farolas amarillas, tía y sobrina caminan por la acera haciendo sonar los tacones de sus zapatos. Algún charco queda del chaparrón que descargó anoche. Casi siempre llueve en Fallas. Llevan la bufanda bien apretada a la nariz. Parece que el Invierno, aunque le toque, no quiere irse. Llegan al punto. Peluquería Greñas. Llaman al timbre. Tirita la tía Geles. Mientras esperan, Ariadna, con los ojos llenos de chispas, le pregunta: “Tía… ¿la mamá se curará?”. Cuando la peluquera, aún con legañas en los ojos,  abre la puerta y va a decirles: “qué puntuales, buenos días”,  las encuentra fuertemente abrazadas.











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