19 DE MARZO a las ocho.
A las ocho en punto, a Analía le ha asustado el
ruido seco, desencajante de los primeros masclets y los “trons de bac”. Como si
los tuviera debajo de la ventana. Los cristales vibran y, si sigue esa
explosión de decibelios, lo mismo hasta revienta alguno. “…la despertá”, ha
pensado. Pero ella ya hace horas que no duerme. “…podrían haber tenido un poco
más de miramiento y haber empezado más abajo”, reniega. Por detrás de la
persiana entrabierta asciende el humo de la pólvora. La intensidad de los
petardazos se va poco a poco amortiguando y disipando. Mezclada con la traca surge con fuerza
la banda de música, a ritmo de Paquito el Chocolatero. La piel de gallina. Es
el día que es. Hoy, en Mardebé, lo queman todo. Y mañana vuelven a empezar,
resurgen de sus cenizas. Se abre la puerta de la habitación. “¡Fiesta, fiesta!”.
Es la auxiliar de la cocina, que viene a
recoger la bandeja. Está sin tocar. “…pero mujer, ¿no has querido nada? ¿así
cómo te vas a poner bien? (…) Venga, bébete aunque sea el zumo… voy a recoger
el resto de habitaciones y luego más tarde me paso”. Analía no contesta. Mientras,
los compases de chocopaquito, pom-pom-pón, pom-pom-pón, se pierden rebotando en
las fachadas colindantes.
19 DE MARZO a las diez.
Son las diez. La luz del sol inunda ya la
habitación. En el pasillo, van y vienen voces. Se abre la puerta. “¿Se
puedeeee?”. Como cada mañana, ya está ahí su hermana Geles. Pero… auauuuuhhhh, hoy
no viene sola. Ahí sí que sí. Le han dado.
Es, ella, es Ariadna. Vestida con el traje de fallera. Madre mía. Hija mía. ¿No
quedamos en que…? Analía se lleva las manos a la cara. La mira. La remira. Está
preciosa. No parece que tenga sólo diez años. Está…. Está guapísima. Se abraza
a ella. Geles le advierte: “¡…eh, eh, cuidado con los moños!”. Permanecen así
unos segundos. Unos segundos que parecen una eternidad. Luego aterrizan suavemente
en la realidad, repara en que la bandeja está intacta, y antes de recibir una
regañina, Analía, aún con la emoción en la garganta, le pide: “acércame la
mesita, por favor, que sí que quiero, que tengo que desayunar”.
* * * * *
CATORCE DÍAS ANTES
“¡Ariadna, por favor, estáte quieta, que así no
puedo abrocharte!”. La niña se queja. “¡Tía Geles, que me aprieta mucho, me
haces daño!”. La tía se desespera. “¡No, no y tres veces no!”. Desiste. “No te
cabe”. Cómo que no. Le habían tomado medidas en octubre. Se lo habían hecho más
grande. Tiene que caber. La mamá ha de verla con el traje puesto. Se muerde los
labios. “…te has ensanchado”, concluye la tía Geles. “…dilo claro: quieres
decir que estoy más gorda, tía”. “no, no, quiero decir que te has ensanchado”. “Prueba
otra vez, tía”. “…no, no hay manera, señorita Escarlata…”. Ariadna no entiende
la retranca. Le tiemblan los labios. Frente al espejo, aprieta los puños. “…en
dos semanas, tía, voy a adelgazar… me va a venir bien… ya lo verás… te lo digo
yo que sí”. Sin haber visto ni saber nada de la épica película, sólo le ha
faltado poner a Dios por testigo. De nada le vale a la tía Geles decir que no
se ponga así, que no pasa nada, que es normal que crezca, normal que se estire
y normal que el traje de fallera (con el dineral que vale) se le haya quedado
pequeño. Por si no hubiera quedado bastante claro, Ariadna subraya: “ME VA A
VENIR BIEN”.
TRECE DÍAS ANTES
El tete se lo había dicho. Que debajo de la cama
estaba la báscula para cuando ella quisiera. Entra sin llamar en la habitación.
Se agacha. Estira el brazo. Comprueba. El punto de partida. Al tete se le
escapa una media sonrisa. “No es como se empieza”, le ha dicho ella tapándole
la boca, “es como se acaba”.
DOCE DÍAS ANTES
Para qué
habrás hecho la tarta, tía Geles. Para qué. De chocolate con nata. A la
hora de repartir los trozos, se le queda mirando. Ariadna hace como que tiene
una cremallera en la boca. Dice no. “Venga va, un poquito solo”, insiste. Esto
no es negociable. Además, la pinta es más que espectacular. El plato delante.
Ariadna cede. Ariadna al ataque. Primero vienen dos segundos, un pispás, de
deleite. Después, dos horas de arrepentimiento.
ONCE DÍAS ANTES
Enri el patitas. Es un gamo. El que más corre de
toda la clase, con diferencia. Están en el patio en la clase de Educación
Física. Él le explica. Lo importante es coger ritmo, respirar. Ordenar a las
piernas que te sigan. Ahí están en chándal. Le han pedido permiso al profesor
para que, en vez de jugar al basquet como los demás, ellos puedan correr y dar
vueltas al campo. Ella se mentaliza. Es fácil. “Imagina que te sujetas a una
cuerda y que yo tiro de ti… tú sólo cógete bien y sígueme”. Ahí empiezan. Al
trote. Pronto a ella le falla el resuello. Le suben los coloretes. El patitas
la anima. No, no puede. “¡…cógete de la cuerda, Ariadna!”. Ella, sin resuello, aprieta los nudillos, “ya
me cojo, ya, pero es que se estira y se estira y se acaba rompiendo!”.
DIEZ DÍAS ANTES
“Tete… ¿tú
estás seguro de que esta báscula va bien?”.
NUEVE DÍAS ANTES
Ariadna tiene llave, pero desde hace poco. Va
directa. Al ascensor. Una vez dentro, apunta con el botón. A apretar el cuarto.
Bueno, no. Se frena. Dilema. Viene casi muerta. Qué hace. Sale y sube, escalón
a escalón. O hace la vista gorda por una vez. Se mira el cinturón. Le duele
todo. Cierra los ojos y aprieta el botón. Ro-ro-ro-ro, el motor gira y asciende
planta por planta. Remordimientos. Le asaltan. Cuando llega al rellano. Se
detiene. Ahora que ya está arriba, no va a bajar otra vez, no. En vez de eso,
enfila hacia la terraza. Hacia la sala de máquinas. Está cerrado. Huele a
humedad, a grasa. Enciende una luz. Mira interruptores. Mira cables. No se lo
piensa. Se juega un cortocircuito. Arranca uno. PLOOOOOFFFFF. Se apaga todo.
Ahora está roto. Roto para mucho tiempo. No tendrá de momento el dilema de si
sube con el ascensor o por las escaleras. Y sale de allí silbando antes de que
nadie sospeche que ha sido ella.
OCHO DÍAS ANTES
Cuando la tía Geles le ha dicho, “ven para acá,
que quiero hablar contigo”, Ariadna ha barruntado tormenta. Uffff. Eso era
poco. Le ha caído la del pulpo. Ya está bien de tonterías. Ya está bien de no
comer. De hacer como que sí, pero ser que no. Punto. “Y que no me entere yo,
porque entonces, señorita, entonces la vamos a liar”. A Ariadna le brillan los
ojos. Al borde de la lágrima. Esto, esto, piensa, con la mamá no habría pasado.
SIETE DÍAS ANTES
La tía Geles ha llegado muy cansada, y ha dicho
que lo siente, que no se preocupe, que tal y como le prometió, se probará el
traje, pero otro día. Ariadna se pone de morros por eso. Al darse las buenas
noches, la tía Geles le reclama un beso y una sonrisa. Ariadna concede. Lo que
la tía está peleando por ellos se merece el cielo, por lo menos, y ella sólo
está pidiendo a cambio un beso y una sonrisa.
SEIS DÍAS ANTES
El portazo que Ariadna ha dado en la habitación de
su hermano se habrá escuchado en toda la finca, y probablemente en la calle
entera. No era posible, no era posible. La báscula siempre señalaba dolorosamente
lo mismo. Aquellas risitas, ji-ji-ji, le dieron la pista. Hoy Ariadna ha
descubierto que la báscula estaba trucada. Primero ha hecho como si nada,
luego, zasssss, le ha propinado una patada en los mismísimos. Si quisiera, el
tete, podría cenar hoy tortilla, hecha con los huevos de sus propios
cataplines.
CINCO DÍAS ANTES
“Un poquito solo”. La tarta de hoy es de queso.
Ariadna ha dicho sí. Un segundo de deleite. Y ni medio de arrepentimiento. Con
todo lo que lleva trabajado, si esa pequeña ración supone que el traje, que por
cierto, aún se tiene que probar, no le va a caber; es que todo el esfuerzo que
ha ido haciendo no ha servía desde el principio absolutamente para nada.
CUATRO DÍAS ANTES
Último día de cole. Hoy, cole sin clase. A partir
de hoy, vacaciones falleras. El profe de
Educación Física se preocupa de confiscar los petardos que los niños llevan
escondidos en sus mochilas. “¡Pequeños incendiarios!”, les llama. Ahora
reparten chocolate y buñuelos. Algunas camisetas nunca volverán a ser lo que
fueron. Ajenos al bullicio y a la traca, Enri el patitas y ella, siguen dando
vueltas al campo de basquet. Ahora sí que sí. La cuerda invisible que los une
se tensa pero no se rompe. Y a veces, es Ariadna quien tira de ella, y es Enri,
quien a duras penas va detrás siguiéndola, con la lengua fuera.
TRES DÍAS ANTES
Al entrar en el rellano, Ariadna advierte que hay
una nota en el tablón de la escalera. La lee en voz alta. “El ascensor ha
sufrido un sabotaje. La reparación asciende a trescientas mil pesetas, ya que
se requiere cambio completo del motor. Se procede a recaudar una derrama a
partes iguales entre los vecinos. Firmado el Administrador”. Le recorre un escalofrío. Lo quería
escacharrar, sí, pero no tanto. Antes de empezar por el primer escalón, mira hacia
la puerta metálica. El letrero “NO FUNCIONA” sigue ahí pegado con cinta.
DOS DÍAS ANTES
La tía Geles está llegando a casa todavía más
tarde. La culpa, dice, es de las calles que casi todas están cortadas, con una
Falla en medio, o con una carpa de Casal. Tía y sobrina se miran. Mientras se deja
caer derrumbada en el sofá, le asegura: “…de mañana no pasa”. Ariadna asiente.
De mañana, desde luego, no puede pasar.
UN DÍA ANTES
Ariadna y su tía se encierran en el dormitorio
principal. Se escuchan algunos gritos. Algunas voces. El tete trata de saber
qué es lo que pasa ahí dentro. ¿Estarán matando a alguien? Entreabre la puerta,
se asoma, y al segundo, lo echan con cajas destempladas: “¡Largoooo de aquíiiii!”.
19 DE MARZO, a las seis de la mañana.
Qué frío y qué relente en la madrugada. Y qué
descanso para los oídos no escuchar el eco de la explosión de algún masclet. Bajo
las luces de las farolas amarillas, tía y sobrina caminan por la acera haciendo
sonar los tacones de sus zapatos. Algún charco queda del chaparrón que descargó
anoche. Casi siempre llueve en Fallas. Llevan la bufanda bien apretada a la
nariz. Parece que el Invierno, aunque le toque, no quiere irse. Llegan al
punto. Peluquería Greñas. Llaman al timbre. Tirita la tía Geles. Mientras
esperan, Ariadna, con los ojos llenos de chispas, le pregunta: “Tía… ¿la mamá
se curará?”. Cuando la peluquera, aún con legañas en los ojos, abre la puerta y va a decirles: “qué
puntuales, buenos días”, las encuentra
fuertemente abrazadas.
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