No termino de acostumbrarme a las entrevistas. Me pongo
tenso. Envarado. Tanto para las fotos en el despacho, donde suplico “primeros
planos no, por favor, que se me ven las cicatrices”, como para responder a las
preguntas. Con lo ocurrente y espontáneo que creo ser, aquí siempre me quedo en
blanco. El periodista toma notas en una tablet al tiempo que registra nuestra conversación
con una grabadora. “Ya para terminar, señor Suria… ¿usted cree que los
extraterrestres existen?”. Ahí me ha dado. Suelto el aire por la nariz.
Entrelazo mis manos. Me muerdo los labios. Mientras, evoco la historia. Qué le
digo. Qué. Él se ajusta las gafas. Acaba de darse cuenta de la trascendencia de
la pregunta. Trago saliva. Buscando unos minutos de tregua, le doy al “pause”.
* * * * *
I
Quien pensara en Gorroperdido, acertó. El aire
purísimo. El bosque de carrascas centenarias. La sombra frondosa. La tierra mullida,
blanda, sin apenas piedras. El autobús nos dejó en la parte de arriba, en un
margen de la carretera. Y pasado mañana, Domingo, volverá a por nosotros. Entre
todos, hemos bajado todos los bultos a la zona de acampada. Quién ha hecho más
viajes que nadie. Qué pregunta. Yo. Quién ha plantado la primera tienda de
campaña. Qué pregunta. Por supuesto, yo. Inmediatamente después de tensar los
últimos vientos y acomodar la mochila, he ido corriendo a la de las chicas, “dejadme
que os ayude”. Nieves, siempre reticente, “no, gracias, ya podemos nosotras”.
Pero yo, caballeroso: “Insisto”. De un martillazo, zassss, hundo una piqueta. “Dadme
otra”, pido. Zassss. “Otra más”. Voy a piñón. Escucho risitas. Levanto la cabeza
a ver ése de qué se ríe. “¡…menuda panorámica, Rústico… se te ve toda la hucha!”.
Debo de tener la cara roja como un tomate de tanto agacharme. Ahora todavía más. Con toda
la dignidad que me cabe, trato de
subirme un poco el pantalón, agacharme la sudadera y pedirle a Nieves: “otra
piqueta, por favor”.
II
“¡Heyyy! ¡Mirad al Rústico!”. Me revienta que me
llamen así. Me llamo Isidro Suria. Había que preparar el fuego de campamento. “¿Dónde
vas con eso?”. Arrastro una branca de seis metros por lo menos. Ha habido que
frenarme. Si no, con mi machete de punta de sierra, acabo dejando todos los
árboles sin ramas. Con la que llevo recogida yo solo, pensando en que Nieves me
observa, tenemos leña para dos semanas seguidas o más.
III
El guarda ha aparecido para saludar. Ha hablado
con el Salus. Ha predicho heladas para esta noche. Ha preguntado que cuántos somos.
Veinticinco. Antes de subirse al Land Rover y desearnos una buena estancia en
la naturaleza ha advertido que “por cierto, nada de encender fuego”. Lo ha
dicho de tal manera que el Salus nos ha llamado inmediatamente al orden, a
grito pelado, y ha advertido que, si huele ligeramente a humo, se nos cae el
pelo. Hay quien lo toma a guasa, porque al Salus, pelo, lo que se dice pelo, le
queda ya poco.
IV
El frío era esto. Era un no sentir las manos. Un
tener la cara acartonada. Un agarrotamiento de cuello. Y un dónde está que no
me la encuentro. Rafaelillo se me acerca, “Isidro, tú tienes más calorías que
yo… has traído más ropa que nadie… anda, por favor, te lo suplico… déjame tu
plumífero…”. Qué me está pidiendo éste. Qué se habrá creído. Al bosque se viene
preparado o no se viene. Ni le contesto. Apretujados unos a otros en el
refugio, con caras de sueño, sin querer irnos a dormir porque qué es eso de retirarse
tan temprano, busco la mirada de Nieves. Ahí está. Tirita. Castañetean sus
dientes. Por ella sí. Me levanto y me acerco hasta ella. Me quito el plumífero.
Ante un “uhhhhhh” general, a los demás que les den. Ella no me dice que no. Su
gratitud vale un cielo. Pero jopeta, qué frío hace en este pueblo y cuántas
estrellas hay bajo su firmamento.
V
Durante la marcha del Sábado hay quien me dice que
me calle para ahorrar energía. Quiá. Me sobra de eso por todos los sitios. Voy delante
de todos. Me subo a un árbol. Me tiro. Como un mono. Trepo por una peña
escarpada. Saludo al respetable. EOOOOOO. Que me vean bien. Pero que me vea Nieves.
Siempre hace como que no, pero sé que está pendiente de mí. A Rafaelillo ya le
he repetido que lo importante es saber defenderse de un ataque. “Si me viene
alguien con malas intenciones, le hago un hiponsinague”. “Eso… qué es”. No se
lo explico. Se lo hago. Chillando, cae todo lo ancho que es en el suelo. Con la
nobleza que me caracteriza, le ayudo a incorporarse, le sacudo la tierra de la
cazadora, pero veo que tiene muy poca correa. Me ha dicho: “Rústico; tú estás
majara”; me ha mandado a pastar y me ha pedido que no le vuelva a dirigir la
palabra nunca más. Exagerado.
VI
Al Salus le pregunto que para cuándo la próxima
Acampada. “No sé, Rústico, no sé”. Como dijera César, suspiro: “¿Tú también (me
llamas Rústico), hijo mío?”. Hemos plegado
las tiendas y puesto los cacharros en sus cajas. Pasa revista. Como todo está
correcto y no nos quiere ver parados, ordena una batida de recogida de papeles.
“¡…joooo, pero si no son nuestros!”. Da lo mismo. Ahora, hasta que venga el
autobús, quiere que nos acerquemos hasta el Embalse de las Piedras. Hay quien
protesta: “¡…me duelen los pies!”. Veo que Nieves y sus amigas se ponen en
camino. ¡Bien! Recojo la cuerda por si he de escalar algo y en dos zancadas me
pongo delante. Abriré la expedición y las protegeré de cualquier mal que les
aceche.
VII
No estaba lejos el embalse ése. Remontando esa
ladera ya se tiene que ver. Cojo aire. Les he sacado tanta ventaja que ya ni
les veo. Voy a hacerles señas. “¡Es por aquí!”. Escucho el silencio. Las hojas
al moverse. Los pájaros. Y un poco lejano, un grito. UN GRITO. Reconozco la voz
de Nieves. Me da un vuelco el corazón. Doy la vuelta. Y a toda paleta corro lo
más que puedo. Es Nieves. Grita. Y si grita es porque está en peligro.
VIII
Cuando llego ya está ahí con ellas el Salus. Y los
del grupo de atrás. Señalan hacia allá. No pasa nada y sí que pasa. Menudo
susto. Un individuo les ha salido al paso, ha abierto de par en par su gabardina
y les ha enseñado su cosa. El Salus pide datos, cómo era, no la cosa, sino el
tipo y hacia dónde se ha ido. Se atropellan las descripciones. No ha pasado
nada y sí que ha pasado. Rebotan las palabras. Gabardina gris. Pirindola peluda.
Se fue por allá. No escucho más. Salgo corriendo, campo a través, por donde
Nieves ha señalado que se fue ese joputa.
IX
Chan-chan, chan-chan, chan-chan. Yo mismo me hago la música. In crescendo.
El caso es que no sé dónde voy. No sé qué huellas buscar. Sólo quiero topármelo
de cara y destrozar al desalmado ése. Chan-chan, chan-chan, chan-chan. Agudizo
la vista. Tengo el Embalse de las piedras puñeteras casi delante. Casi sin
agua. ¡Estoy de suerte! Allá bajo huye como un cobarde el tío del capullo.
Dando traspiés, ladera abajo, vuelo. Jopeta, como me caiga aquí me rompo la
crisma y me quedo sin dientes. Lo tengo entre ceja y ceja. Yo a éste lo atrapo
como que me llaman Rústico.
UAAAAAHHHHHH. Es mi grito de guerra. Me planto delante de él como un
león. Será más mayor. Será más fuerte.
Pero yo lo destrozo. Ni tiempo le doy a hablar. Lo primero, un hiponsinague.
Pero es que pesa el doble que Rafaelillo. Con éste no puedo. Tengo que cambiar
de estrategia. Me acuerdo de la cuerda. Tengo el factor sorpresa de mi lado y
un pino piñonero en mi otro lado. Lo rodeo, estiro, tenso. No reacciona. “¡Ya
te tengo, mal bicho, tú de ahí no te escapas!”. Todo en cuestión de segundos. “¿Qué
haces? ¡suéltame, enano!”. Suerte tiene que no le abra esa gabardina y no le dé
en toda la pichuleta. Me enjugo el sudor. Miro al cielo. Tengo que pedir
refuerzos ahora. Llamar a los míos, a la Guardia Civil, a la Policía Nacional,
al ejército del aire, para que se hagan
cargo. Me aseguro que está bien atado, que de ahí no se mueve. Y desoyendo los
gritos del maniatado, tal como he llegado, enfilo ladera arriba, camino de
vuelta.
X
Cuando derrengado y sin aliento llego a la base de
la Acampada, el Salus está enfadado, cabreado, “…pero… ¿tú dónde te habías
metido, Rústico?, ¡todo el mundo buscándote, el autobús esperando!”. “Yo, yo…”.
Señalo hacia el embalse. El Guarda Forestal ha bajado de su Land Rover y
conversa con dos guardia civiles. El Salus aclara: “…ahí se llevan al
exhibicionista, lo han detenido… es un hombre del pueblo que no rige bien”. Glup.
Desde las ventanillas todos me miran. EEEEEHHHHHHHH. Nieves también. “Te la vas
a cargar con todo el equipo, Rústico”. Bajo la cabeza. Trato de decir… “Pero...
pero”. Me empujan hacia arriba. El autocar arranca. “Más te vale no decir nada:
Por tu culpa vamos a pillar atasco para entrar en Mardebé”.
XV
Durante todos estos días, con los ojos llenos de
angustia, he estado esperando a que la
puerta de mi habitación se abriera y apareciera el (otro) tío de la gabardina
señalándome con su dedo acusador: “¡FUE ÉL!”. Durante todos estos días, he
abierto el periódico por la página de Comarcas, para enterarme si “un hombre
atado a un pino es rescatado en Gorroperdido”, o si por el contrario me
encuentro con un “hallado un hombre congelado atado a un pino de Gorroperdido”.
Glup. Nada. He repasado con pavor las
gélidas temperaturas de Gorroperdido. Mínimas de menos seis. Mis padres se han alarmado
con mi bajón anímico. “…a este niño le pasa algo”.
XVI
Aunque ya no pienso hacer ni un hiponsinague en lo
que me queda de vida, he vuelto a ser el mismo, he vuelto a sonreír cuando he
escuchado en la radio que aquella noche fue avistada una luz extrañísima. Un
objeto volante no identificado sobrevoló los cielos de Gorroperdido. Ufffff.
Ahí me ha cuadrado todo. Qué cabrón. Qué bien caracterizado estaba el tío con
su gabardina y todo.
* * * * *
“…mmmm…. señor Suria… le estaba preguntando si usted
cree que los extraterrestres existen”. Vuelvo de mi abstracción. Más me vale
después de todos estos años. Más me vale. Ante la atónita mirada de mi
entrevistador afirmo con toda rotundidad: “EXISTEN”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario