I
Venga, todos al suelo. Esta Ana, desde luego, vaya
ojo flojo que tiene. Otra vez, y van cuatro desde que yo empecé en esta clase,
ha pegado un grito: “¡Juliánnn, que se me ha caído la lentilla!”. Y, bufff, no
es cuestión de que, con lo que me muevo, con el cuarenta y seis que calzo y lo
patoso que soy, encima sea yo quien la pise y le haga “crash” como si fuera una
cucaracha. A la palpa, con las manos rastreando el terrazo, a ver si aparece
pronto, y podemos proseguir cuanto antes. Hay revuelo. Hay choques de cabezas.
Hay olores a sobacos resudados. Amenazo: “…a la próxima, Ana, se siente, pero
ya no me paro, hija…”. Ella está llorosa. No sé si por el ojo irritado o por el
sentimiento que le entra con mi toque de atención. Es que es sensible. PLOOOOOM.
Se abre la puerta. “¿Se puede saber aquí qué pasa?”. La vista de Ruano tiene
que ser épica: Lomos, chepas, y alguna hucha sobresaliendo de algún pantalón
ajustado. Todos a gatas. “¡YA LA TENGO!”, salta Ana. Por fin. Todos arriba. Me
ajusto las gafas, arreglo los bajos de la camisa, “es que, hmmmm, se le había
caído una lentilla”. Por los suelos ha quedado el poco prestigio que quedaba.
El director hace una mueca, la misma que imita toda la chiquillería, y hace
mutis por donde ha venido. Antes de proseguir con un “…como os estaba diciendo”,
me pregunto por qué este tío tiene que aparecer siempre, siempre, siempre tan
inoportunamente.
II
Que no, vive el cielo que yo no le deseo ningún
mal a nadie. Y que sí, que sí, que yo ya sabía que aquí estaba
provisionalmente. Que mi tiempo duraría lo que la baja de don Evaristo, el
titular de Literatura. Por eso, mi sentido común y mi fuero interno habían
entrado en una profunda contradicción. Por un lado, cruzaba los dedos y
deseaba, por favor, por favor, que se asegure, que se tome su tiempo, que para
cuando vaya a venir, esté muy, pero que muy fuerte, porque aquí, con esta
tropa, se necesita mucha energía y mucha buena salud. Por otro lado, el paso de
los días, de las semanas, sin noticias ni buenas ni malas suyas, ya me hacían
creer, me daban seguridad… estamos en Abril… para lo que queda de curso…
dejarán que yo lo termine, a mi manera… y él ya volverá el curso que viene. Con
todo esto, hoy Miércoles, se me ha quedado cara de tonto, de aún más tonto de
lo que soy, cuando Ruano me ha alcanzado en este pasillo del aulario y me ha
dicho: “Evaristo ha vuelto. Está ya en clase. Pásate por Administración y
arreglamos lo tuyo”. Así, de sopetón, de buenas a primeras. Yo he fingido una
sonrisa, “huy, qué bien, cuánto me alegro”. Pero si me dan en todos los morros,
no me hacen más daño.
III
Mi sentido común y mi fuero interno siguen sin
llevarse bien. Qué hago yo entrando en el colegio, si ya no trabajo aquí, si
sólo soy el “ex” de Literatura. Me paro con el conserje. Me saludan unos
chavales al paso. “¡Ehhh…!”. Entro por el Hall. Algunos profesores, antiguos
compañeros del claustro, me ven y se acercan para saludarme. Pero es que son
malas horas. Trasiego entre clase y clase. No hay tiempo para pararse. No hay
tiempo ni para un café. Evaristo viene de cara. Yo pensaba… me preguntará qué
temario les he dado… por dónde me quedé y por dónde tenía previsto seguir. No.
Ni una palabra. Ahora finge no verme. Y pasa por mi lado como si yo fuera el
hombre invisible. Camino como un sonámbulo. ¿Lo ves, idiota, lo ves, como sí
que estás pasando un mal rato, como ya no pintas nada? Me asomo a la clase.
Miro la pizarra. Me hago cruces. Pero no seré yo quien cuestione lo que este
tío está dando. A lo lejos, Ruano. Tampoco me dice. Voy hacia la salida. Me
vuelvo a parar con el conserje. Cuando salgo hacia la calle, con las manos en
los bolsillos, me grita: “Julián, a ver si tienes buena suerte y vas a un
colegio de verdad, no como éste”.
IV
…todos mis paseos me llevan hacia los alrededores
del colegio. Por la calle de arriba. Por la de abajo. Como si no hubiera más
recorrido en toda Mardebé. Me imagino que hoy puede llamarme Ruano. Y que me va
a decir: “Evaristo recayó y… “. Bueno, puede ser Evaristo o cualquier otro.
Repaso la lista mentalmente. Hay unos cuantos que están muy paliduchos. Hmmm.
Me reconcomo. “¡Juliánnnn!”. Alguien me llama. Me saca de mi abstracción. Me
giro. Es Ana. Glup. Se nota que lleva las lentillas puestas. Estoy a quinientos
metros y me ha reconocido perfectamente.
V
Estoy nervosio, nervioso. Pasan de las seis. Quedamos
en eso. Miré por encima encima sus apuntes, y me dije, qué desastre, vais directos
al fracaso más absoluto. Y esta chica lo sabe. Me ofrecí gustosamente. Sin
ninguna obligación. Sin compromiso. Podía venir a mi casa (glup, debí de haber
pensado antes que mi casa está hecha una cuadra), y allí repasábamos el temario
para el selectivo. Se le hizo de día. Cuándo, cuándo. “El Miércoles a las seis”.
Es Miércoles. Son las seis y diez. RIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIINNNNNNG. Eso
es el timbre de la puerta. Y hoy, ahora, vuelvo a sentirme profesor.
VI
“…espero que no te importe, Julián, no he venido
sola”. “Qué cosas tienes, mujer, claro que no me importa”. Ahí es donde, glup,
tierra trágame, es cuando he visto desfilar, suben por la escalera con la
lengua fuera, uno, dos, “…hola, hola”, … diez, once, doce… no sé cómo nos vamos
a apañar, “…huy, ¿tú también?…”, no cabremos ni sentados en el suelo… veintiuno
y veintidós… Me embarga la emoción. Ufff. Esto no lo esperaba. Ostras, la
vecina de abajo, lo que va a decir.
VII
Doy palmas para que bajen la voz y me escuchen: “Bienvenidos
al camarote de los hermanos Marx. Por favor, por favor, que nadie pierda las
lentillas porque si se caen aquí… cobran vida propia y se van por patas…”. Cabecitas
apretujadas. Sardinas en lata. Abrimos el libro. Y empezamos la requeteclase.
VIII
Subo con el periódico bajo del brazo y dos cartas
en la mano. En la contraportada, a toda página, publicidad del colegio. Excelencia
en la enseñanza. Líneas más
abajo: 85% Sobresalientes en Literatura en el Selectivo. Gracias a don
Evaristo Carrión, por su entrega total en un año particularmente difícil. Descanso
en el rellano. Rassss. Rasgo una carta. Me convocan a una entrevista en un
colegio de Mediavilla para una plaza el curso que viene. Mmm… No sé. Dudo. Ruano
aún me puede llamar. Sigo subiendo. Rassss. Rasgo la otra carta, más grande.
Una foto. Esto, es… esto… qué cabrones:
la clase, huchas, lomos y chepas por los suelos buscando las lentillas de Ana.
Y un epígrafe. “…en agradecimiento a Julián, en el año que vivimos a gatas”.
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